Mercedes de Acosta, más escritora que amante de Greta Garbo y Marlene Dietrich

Mercedes de Acosta en 1919 o 1920. Foto: Arnold Genthe.

Mercedes de Acosta en 1919 o 1920. Foto: Arnold Genthe.

Mercedes de Acosta en 1919 o 1920. Foto: Arnold Genthe.

Mercedes de Acosta en 1919 o 1920. Foto: Arnold Genthe.

Llegaron a apodarla “la furiosa lesbiana”. Mercedes de Acosta, escritora y ‘socialité’ estadounidense de origen español, fue siempre un alma errante y solitaria. “He vivido en muchos países (…) y podría decir que me he sentido sola en todos ellos”, llegó a afirmar en sus memorias. Y aunque escribió novela, poesía y teatro, y fue parte activa de la vanguardia cultural neoyorquina, su nombre ha pasado a la historia casi en exclusiva por sus relaciones afectivas con mujeres como Greta Garbo o Marlene Dietrich. Ahora la editorial Torremozas recupera su talento literario publicando ‘Imposeída’, volumen que reúne 55 de sus poemas.

Mercedes siempre se sintió orgullosa de sus raíces, aunque vivió este hecho con cierta sensación de desarraigo. Nacida y criada en Estados Unidos, pero de padres españoles, siempre sintió esa ambigüedad típica de estar a caballo entre dos países y no sentirse plenamente de ninguno. Este hecho, unido a una orientación sexual discordante, tuvo un efecto directo en su forma de ver y vivir el mundo, e hizo que, a pesar de su aparente seguridad personal y de su posición social privilegiada, siempre se sintiera como un bicho raro: un ser melancólico y controvertido que luchaba por comprenderse y aceptarse.

“Aquella furiosa lesbiana”

Mercedes fue muy conocida en la época por su vestimenta masculina, su cabello peinado hacia atrás con brillantina, sus modales elegantes y su personalidad transgresora y manifiestamente homosexual. Como la apodó su gran amigo, el fotográfo Cecil Beaton, era una “furiosa lesbiana”. Aunque no todas sus relaciones han sido corroboradas, a Mercedes se le atribuyen idilios con algunas de las mujeres americanas más excepcionales de la primera mitad del siglo XX: personalidades del cine como Marlene o Greta, escritoras como Edith Wharton, bailarinas como Isadora Duncan, actrices como Eva Le Gallienne, Ona Munson o Tallulah Bankhead. Como dijo Alice B. Toklas, eterna compañera de la escritora Gertrude Stein, “no puedes deshacerte de Mercedes tan tranquilamente; ha tenido a dos de las mujeres más importantes de Estados Unidos: Greta Garbo y Marlene Dietrich”.

A pesar de lo anecdótico y entrometido que puede parecer hablar de estas relaciones personales –algunas solo duraron cuestión de meses y otras fueron auténticos noviazgos que se prolongaron durante años–, es especialmente relevante recordar la situación de los derechos LGTB+ y de la población homosexual durante aquella impetuosa época; porque en la era dorada de Hollywood, dentro de los cerrados círculos del mundo de la interpretación, el arte y la cultura, la homosexualidad era bastante común pero no se divulgaba al público. Algo que se solía aceptar con cierta naturalidad entre bambalinas, socialmente era reprobado; ahí están los casos de estrellas como Rock Hudson, Cary Grant o la propia Marlene Dietrich.

Lesbianismo en el Hollywood dorado: El Círculo de Costura

Es en este contexto homófobo y cuadriculado en el que surge el mítico Círculo de costura hollywoodiense (The Sewing Circle en inglés), una red informal de mujeres bisexuales y homosexuales, procedentes de la industria del cine y las artes, cuyo objetivo primordial era la discreción. En un momento en el que los estudios cinematográficos controlaban al milímetro la vida de actores y actrices, recogiendo incluso cláusulas “morales”, el Círculo fue capaz de mantener su existencia en secreto durante toda la Edad de Oro del cine norteamericano. Es importante señalar que el código de conducta de los estudios de Hollywood no solo censuraba la mención expresa de la homosexualidad en el cine, sino que también prohibía que trabajaran en la industria todas aquellas personas cuya sexualidad disidente fuera conocida públicamente.

Este grupo, enormemente variopinto, dio cobijo a personajes tan relevantes como Marlene Dietrich, Joan Crawford, Barbara Stanwyck o la propia Mercedes de Acosta. Para hacer del entorno de estas mujeres lesbianas o bisexuales un lugar más seguro, pronto se popularizaron también los conocidos como matrimonios lila (lavender marriages, en inglés), uniones pactadas con varones –muchas de las veces, también homosexuales– para conseguir cierta aceptación social y profesional. Este es el caso del matrimonio de Marlene Dietrich con Rudolf Sieber o, incluso, el de la propia Mercedes con Abram Poole.

“A veces me siento andrógina”

De Acosta, que ya en su infancia tensó la frágil línea que divide los géneros creyendo durante varios años que era un chico, vivió su homosexualidad de una forma relativamente natural para el momento histórico en que se encontraba. No tuvo ningún reparo en vestir como le apetecía –popularizando, junto a otras divas como la Dietrich, el pantalón entre las mujeres de Hollywood–, en relacionarse con las mujeres que quiso, apoyar las causas que le parecieron justas –fue una activa sufragista y feminista– y en no esconder su orientación sexual en una época que no estaba preparada para ello.

Mercedes, al final de su vida, reconocería: “Nunca tuve ni jugué con muñeca alguna”. Esta decidida voluntad de alejarse de las convenciones femeninas, junto a una calculada ambigüedad sexual –suya es también la frase “¿Quién de nosotros pertenece a un solo sexo? Yo, a veces, me siento andrógina”–, hicieron de la escritora un personaje endiabladamente moderno y carismático, magnético, muy atractivo para la prensa del corazón de los años dorados de Hollywood. Prensa que terminó por condenar al olvido su faceta de escritora y apuntalar su fama de mujer voraz.

La propia Mercedes contribuyó en sus últimos años a acrecentar esta fama con la publicación de su funesta autobiografía, Here Lies the Heart (1960). Enferma y acuciada por la falta de dinero, De Acosta plasmó sobre el papel gran parte de sus relaciones sentimentales, sacando del armario a una innumerable cantidad de estrellas y socialités homosexuales y bisexuales de ambos lados de Atlántico, y poniendo de relieve la inigualable hipocresía sexual de sus contemporáneos. Esto le granjeó varias enemistades y no pocas críticas, y supuso el fin de algunas relaciones afectivas que se habían prolongado durante décadas. En 1975 moría sola y olvidada.

Su legado literario

Ahora el volumen Imposeída (Torremozas) reúne 55 poemas de la producción de Mercedes de Acosta, que escribió poesía, pero también guion cinematográfico, ensayo, teatro y novela. Tristemente, y como ya hemos subrayado, el interés por su producción literaria –aunque de calidad suficiente– fue pronto sepultado por su vida personal y sus relaciones sentimentales.

De entre su producción teatral destacan Sandro Botticcelli y Jehanne d’Arc, dos obras escritas para la actriz Eva Le Gallienne –cuando aún eran pareja– y que al ser representadas no tuvieron demasiado éxito. Otra de sus obras, Jacob Slovak, fue también llevada a escena en Broadway en 1927, y sí que fue mayoritariamente aclamada por la crítica teatral de la época, que alabó el tratamiento que hacía Mercedes del tema antisemita.

En cuanto a poesía, Mercedes escribió tres títulos –Mudanzas (1919), Arcos de vida (1921) y Calles y sombras (1922)–, ahora reunidos en este volumen bilingüe Imposeída (Torremozas, 2019). Haciendo un recorrido por los tres libros, resulta evidente que la poesía de Mercedes es clara, directa, pero también extraordinariamente personal, sentimental y descriptiva. En el momento de su publicación, sus versos fueron alabados en revistas como Poetry: A Magazine of Verse por su capacidad de observación y su empatía, por la personalidad sincera y ardiente que evocaban y por su vocabulario franco, simple, pero efectivo.

Leyendo la poesía de Mercedes en esta necesaria compilación de Torremozas se descubre a una intelectual moderna, inquieta, con altas aspiraciones literarias, con una formación envidiable, y podemos enterrar definitivamente la exagerada leyenda de mujer conquistadora, procaz y “furiosa” que el –a veces ingrato– paso del tiempo nos ha dejado.

“Nunca lograrán someterme
Ni comprender el verdadero secreto de mi ser.
Tal vez logren, con pasión y violencia,
Poseer mi cuerpo,
Pero mi alma
Siempre virgen
Vagará eternamente
¡Imposeída!”.

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