El meteorólogo que ve secretos en los cielos de grandes pinturas
Cuando observamos un cuadro, nuestro bagaje nos acompaña. Ojos de historiador, matemático, poeta, modista o arquitecta hacen que observemos las obras de arte con miradas muy diversas. Que nos fijemos en texturas, colores, ropas o sentimientos que albergan los cuadros. Eso es lo que hace 20 años le pasó a nuestro entrevistado de hoy. Empezó a observar los cuadros de todas las épocas con ojos de meteorólogo y no pudo parar. Su pasión por la meteorología hizo que cada vez que entraba en un museo buscara nubes, cielos, vientos, arcoíris y soles en las pinturas e interpretara la historia que había detrás. José Miguel Viñas, físico, meteorólogo y divulgador de las ciencias atmosféricas, nos cuenta en su libro ‘Los cielos retratados’ (editorial Crítica) cómo ha ido descubriendo una nueva forma de ver el arte.
¿Cuéntanos qué te llevo a escribir este libro de arte y meteorología?
De siempre me ha gustado el mundo del arte, y en particular la pintura, y a raíz de colaborar en el programa de fin de semana No es un día cualquiera, de RNE, empecé a pensar en temas muy diversos para hacer divulgación de las ciencias atmosféricas. Pasaban ya dos o tres años que llevaba colaborando en el programa y se me ocurrió que sería interesante contar qué nubes tenemos en los cuadros. Entonces, me di un par de vueltas, primero por el Museo del Prado y el Thyssen, poniendo el foco de atención en eso, y así me di cuenta de la cantidad de cosas que había ahí que se podían contar. Me fui metiendo cada vez más y este libro supone la culminación de todo ese largo proceso, una mezcla de curiosidad, inquietud y descubrimientos, porque hay muchas cosas que sigo descubriendo.
¿Ves los cuadros de otra forma, con otros ojos?
Un cuadro es una experiencia única, y a cada persona le provoca un sentimiento muy dispar. En mi caso, lo focalizo en el cielo y lo que ha puesto el pintor; te encuentras cosas llamativas. En algunos casos, incluso es el tema central; el artista ha puesto ahí su foco de atención, por encima de otros elementos. Y eso también es algo que llama mucho la atención.
¿Cuáles son las nubes más frecuentes que has encontrado, las más recurrentes?
En el libro les dedico un capítulo. Son las nubes que vulgarmente llamamos nubes de algodón, la típica que se nos viene a la cabeza y que en meteorología conocemos como cúmulos. La razón de que sea la que más vemos en los cuadros es porque es la típica nube de primavera. Son nubes que se producen cuando hay más insolación y el aire se calienta y asciende; se forman en lugares con montañas. Son nubes llamativas, porque ves un cielo azul y, de repente, unas nubes blancas. Históricamente, los pintores permanecían en el taller durante el invierno y pintaban cosas de interior, apenas salían, pero cuando empezaba marzo y abril, había más luz y solían salir a pintar escenas al aire libre; así que pintaban las nubes que veían, las de cúmulos.
¿Y cuáles son las más raras o asombrosas, las que más te han llamado la atención?
Unas que me gustan particularmente son las nubes lenticulares, las nubes aplastadas, y esto me ha permitido hacer un pequeño descubrimiento: localizar dónde estuvo un pintor desarrollando su labor durante parte de su vida, gracias a que las ha plasmado en el cuadro. Porque esas nubes no aparecen en cualquier lugar, tienen que darse unas condiciones, tiene que haber cerca una montaña o una cordillera, porque son nubes que están asociadas al fenómeno llamado onda de montaña.
He encontrado nubes lenticulares en frescos, por ejemplo, de Piero della Francesca, un pintor italiano del siglo XVI; en Andrea Mantegna, en un cuadro de la Transición de la Virgen que está en el Prado, y también las encontré en cuadros de Dalí, de su primera etapa, sobre todo. Y la explicación es que esos tres pintores vivieron en zonas donde cada equis tiempo se veían nubes lenticulares. Son muy llamativas; es la típica nube que a veces parece un platillo volante. Así, resulta que artistas que no tienen nada que ver, como Dalí y Mantegna, que son antagónicos pictóricamente, tuvieron la misma vivencia y la trasladaron a su obra. En el libro quiero transmitir esa idea de que, al final, aunque cada artista tiene su estilo y su creatividad, queda un poso de lo que él ha vivido y trabajado.
¿Hay ciencia meteorológica detrás de un cuadro?, ¿crees que los pintores tenían algún conocimiento meteorológico para plasmarlo en el cuadro?
Se dan los dos tipos de perfiles. Los grandes maestros son muy buenos observadores del medio natural y trasladan de manera bastante fidedigna lo que ocurre en el cielo. Algunos se interesaron más por la dinámica atmosférica y hubo un caso extremo, que fue John Constable, el paisajista inglés, que se obsesionó hasta querer entender cómo se forman las nubes. Le influyó Luke Howard, el inventor de la clasificación de las nubes, que tuvo una influencia muy grande no solo en el mundo científico, sino en el artístico, porque a partir de entonces las nubes se empiezan a ver de otra manera. Con ese fundamento que Howard plasmó en su ensayo, Constable realizó estudios de nubes con el objetivo principal de entender por qué en un momento dado veía un cielo determinado allí donde vivía, en el norte de Londres, y en poco tiempo cambiaba; intentaba pintarlo y captarlo en una serie de dibujos que pintaba muy rápido, igual que los impresionistas. Luego, ya incluso con los datos que había en su época, de la temperatura y cambios de presión, por ejemplo, intentaba entender lo que él estaba viendo durante una o dos horas, esa evolución en el cielo.
¿Te has encontrado con algunas nubes imposibles, fruto de la imaginación y que en la realidad no existen?
Más que imposibles, lo que sí aparecen en algunos cuadros son nubes identificables, pero fuera de contexto, que no están colocadas en un contexto adecuado. Hay un ejemplo que lo comento en el libro que es el cuadro Nubes de verano, de Emil Nolde, un pintor alemán que viajó a los Mares del Sur, a la Polinesia, y quedó impresionado con el cambio de paisajes. Es un cuadro muy bonito del Thyssen. Resulta que Nolde vio que allí, en esas islas del Pacífico, esos cúmulos eran muy esbeltos, se desarrollaban mucho; es ya zona tropical y allí esas corrientes de aire caliente son más vigorosas; así que, al final, los cúmulos se desarrollan mucho.
Pero cuando estás en una zona como la Polinesia, las nubes donde realmente se forman es sobre las zonas de tierra, sobre las islas, que es donde el suelo se calienta mucho más que en el agua. De hecho, casi cada isla tiene encima la nube colocada, porque a medida que va avanzando el día, se va caldeando el suelo y el mar, no, y por lo tanto crece el cúmulo encima de la isla. De hecho, cuando los navegantes van por el océano y encuentran que a lo lejos hay una isla, antes de ver la propia isla, lo que ven es la nube, por lo que deducen que tiene que haber una isla. En el caso de Nolde, pinta esos cúmulos tan vistosos y el mar de un color verde turquesa, pero sin que aparezcan islas bajo las nubes. A él le impresionó claramente cómo se desarrollaban esos cúmulos en ese lugar, que era muy distinto a Alemania, y plasmó las nubes, pero no se dio cuenta de que debajo había una isla.
¿A través de los cuadros podemos saber también cómo era el clima de cada una de las épocas?, ¿podríamos extraer algo de información científica?
Los artistas plasman lo que han vivido y para los que vivieron en épocas más frías que la actual, es decir, la mayoría, porque estamos ahora en el top del calentamiento global, los motivos invernales eran mucho más frecuentes en los cuadros. Hemos vivido una Filomena, es algo extraordinario, pero es un episodio puntual y es poco probable que quede retratado en muchos cuadros. Pero ya cuando ves que durante una serie prolongada en el tiempo, durante varios siglos, el motivo recurrente es el invierno, entonces ahí sí hay información climática, ves claramente que lo pintaban tanto, porque evidentemente lo sufrían y lo veían muy a menudo.
Eso es lo que ocurre en la Pequeña Edad de Hielo; así se conoce ese período que se puede extender desde el siglo XIV hasta prácticamente el XIX en algunos sitios de Europa, con un momento álgido entre el XVI y el XVIII, donde los inviernos claramente eran mucho más fríos que los actuales, mucho más largos y rigurosos, y algunos extraordinarios. Esos inviernos extraordinarios se traducían en paisajes absolutamente congelados durante semanas, ríos congelados, lagos congelados, nieve por todos los sitios, y eso es lo que aparece en los cuadros de pintores en esta época. Destaca Pieter Brueghel el Viejo y en el año 1565, que es uno de los más fríos que hay documentados en la zona donde él vivía, Flandes; fue un invierno crudísimo, podían tener 20 o 30 grados bajo cero durante varias semanas; se congeló todo. Eso le impactó y lo plasmó en una serie de tablas que dibujó y que, al final, se han convertido en los cuadros más icónicos que ilustran la Pequeña Edad de Hielo. El más famoso es Los cazadores en la nieve. Y, sobre todo, fue muy importante Brueghel el Viejo, porque él marcó de alguna manera una línea de trabajo pictórico; es decir, antes de él nadie había considerado el motivo invernal como un motivo pictórico principal, y las tablas de Brueghel se centran en eso, en ese paisaje transformado y en una sociedad que tiene que adaptarse a la fuerza a un clima tan extremo. Esas tablas al final generaron una influencia en pintores holandeses posteriores y se tradujo en centenares de pinturas que durante el siglo XVII y parte del XVIII aparecieron por Europa, porque precisamente los inviernos eran mucho más crudos que los actuales.
Así que ahora habría cuadros que no podríamos volver a pintar, que no podrían reflejar la naturaleza de esa forma, ¿no?
El mundo o el medio natural todavía tiene bastantes similitudes con el que había hace siglos; lo que pasa es que cada vez resulta más complicado encontrarse ese motivo pictórico sobre el que estamos hablando, porque cuando buscas la última vez que se congelaron los canales en Ámsterdam, fue hace tres o cuatro inviernos, pero no pienses que estuvieron cinco semanas con una capa de 50 cm. en los canales, no, se formó una costra de hielo leve, no se podía andar sobre ella. Eso es lo máximo prácticamente que ahora se podría dar, salvo alguna cosa muy excepcional; pero esa era antes la normalidad. Los grabados de los glaciares alpinos de finales del XIX son impensables hoy en día. Pintar ese tipo de motivos es cada vez más complicado, porque vemos que es un proceso muy acelerado y se está perdiendo mucho hielo.
¿Cuál crees que es el cuadro que podría representar el cambio climático en la actualidad?
Me imagino que a los paisajistas de ahora les llaman mucho la atención los periodos prolongados de sequía, ver un campo muy amarillo; es ya una realidad bastante común.
A través de la pintura de fenómenos meteorológicos también se plasman sentimientos…
Efectivamente, no es solamente ver en un cuadro un fenómeno pintado más o menos bien, sino lo que ese fenómeno o ese cielo le ha transmitido al artista. Muchas veces es precisamente eso lo que quieren transmitir. Por ejemplo, en el caso de los impresionistas es clarísimo; ellos no tenían un empeño en reflejar fielmente lo que veían, sino las sensaciones que les causaba un momento dado por la luz, la combinación de un cielo o la superficie del agua; son elementos muy cambiantes y, además, captarlos suponía todo un reto para ellos.
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