Meteorosensibles: el aumento de calor nos hace más violentos

Numerosos estudios científicos vinculan las temperaturas altas con mayor agresividad e irritabilidad. Foto: Pexls.

Esta primavera de sequía extrema y temperaturas anormalmente altas ha puesto de nuevo el clima en los titulares de máxima actualidad. ‘El Asombrario’ aporta una reflexión más a través del muy interesante y didáctico libro ‘Meteorosensibles’ (publicado recientemente por Península), de la meteoróloga Mar Gómez (ha sido mujer del tiempo en Telecinco y Telemadrid, ahora en https://www.eltiempo.es/). En él describe cómo nos pueden afectar todos los fenómenos atmosféricos, desde la sequía al calor intenso o la contaminación del aire. Cómo pueden influir en las enfermedades mentales, la irritabilidad e incluso la violencia y los comportamientos delictivos. Y cómo el estrés climático al que asistimos puede impactar de muchos modos –algunos poco contados, de ahí el interés de este libro– en la sociedad. Publicamos varios extractos de ‘Meteorosensibles’ que no tienen desperdicio.

 “El confort climático, que es el estado de la atmósfera en el cual la mayoría de las personas tenemos una sensación neutra en nuestro organismo respecto al ambiente atmosférico, responde a temperaturas que suelen estar entre los 20 y los 25 grados C, una humedad relativa entre el 40% y el 70%, poco viento (entre 0,15 y 0,25 metros por segundo), ionización negativa, ausencia de contaminación y presiones atmosféricas normales, es decir, 1.013,25 milibares. Sin embargo, cuando estos valores se ven alterados, aparece el llamado estrés meteorológico y las personas que sufren meteorosensibilidad pueden empezar a notar algunos cambios en su salud, especialmente si estas variaciones son muy drásticas.

Hoy en día se estima que el número de personas meteorosensibles está creciendo constantemente. En Europa se han publicado algunos datos estadísticos que revelan que, en Alemania, el 54,5% de la población es sensible a los cambios de tiempo y en Polonia este valor se sitúa entre el 50% y el 70%. En Canadá, la tasa relevante asciende al 61%. También se cree que la meteorosensibilidad es una ‘enfermedad’ que podría estar influenciada por el estrés, la sobrecarga de trabajo y el estilo de vida poco saludable, ya que muchas personas meteorosensibles normalmente residen en áreas urbanas, y se ven afectadas por los microclimas artificiales de sus hogares y oficinas, la falta de ejercicio y otros factores”.

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“Las temperaturas al alza pueden generar fatiga, golpes de calor, alteraciones cardíacas, dolores de cabeza, deshidratación o calambres. Además, cuando la temperatura rebasa un umbral crítico y se considera ola de calor, aumentan en general las tasas de mortalidad por agravamiento de otras enfermedades, especialmente en grupos que pueden ser más vulnerables, como los ancianos y los niños. Un claro ejemplo lo encontramos en la histórica ola de calor que afectó a Europa en el verano del año 2003 y que provocó 70.000 fallecimientos en el continente europeo, la mayor parte de ellos personas de avanzada edad.

Pero el calor también altera nuestro ciclo de sueño, ya que a medida que se incrementa la temperatura, peor es la calidad del descanso. En noches tropicales –noches en las cuales la temperatura no baja de los 20 grados C– nuestro cerebro se sobreexcita y aumenta la sudoración corporal, de modo que nuestro organismo está en un estado similar al de tener que realizar una actividad física intensa, lo que es totalmente incompatible con el descanso o con mantener cómodamente el sueño, algo que nos afecta y nos impide llevar a cabo las tareas del día a día, además de influir en nuestro estado de ánimo”.

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“En algunos casos la bibliografía está más alineada y las mismas conclusiones se repiten una y otra vez. Por ejemplo, gracias a los trabajos realizados durante varias décadas, se llegó a la conclusión de que el calor y el ambiente seco pueden producir un incremento en el número de homicidios, asesinatos, suicidios, conducta agresiva o delitos sexuales. Y se pudo demostrar, en un estudio realizado en 1984 que analizaba datos de más de 800 localidades en Estados Unidos, que los factores ambientales podían usarse en la predicción de los crímenes de la misma manera que los factores económicos o la densidad de población. La violación, el robo, el asesinato y otros delitos violentos tenían más probabilidades de ocurrir en días cálidos que en días fríos o lluviosos”.

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“En este contexto de un mundo más cálido, en el que la temperatura no para de aumentar, las olas de calor serán cada vez más extremas, frecuentes, largas y severas en el futuro, y muchas zonas experimentarán valores térmicos insólitos hasta la fecha; cabe, por lo tanto, preguntarse si la relación entre el calor, la salud física, la salud mental y la criminalidad podría verse todavía más acentuada.

Y la respuesta es que sí, a menos que nos adaptemos rápidamente a estos cambios y logremos mitigarlos. En un trabajo realizado en Estados Unidos se encontró que, en relación con el número total de delitos analizados, las estimaciones para los delitos entre 2010 y 2099 en presencia del cambio climático aumentarán en más de 35.000 asesinatos adicionales, 216.000 casos de violación más, 1,6 millones de asaltos con violencia, 2,4 millones de asaltos o más de 400.000 robos, entre otros delitos. Uno datos bastante preocupantes e impactantes, y que no se limitan a esta zona del planeta. En 2016 se analizaron datos de casi 60 países entre 1995 y 2012 y se encontró que cada aumento de un grado está asociado al aumento del 6% en la prevalencia de la violencia homicida, algo que continuará incrementándose en las próximas décadas con el aumento de la temperatura media global.

La evidencia sugiere que el cambio climático que estamos viviendo generará un aumento sustancial de la delincuencia en muchas ciudades,  especialmente en los vecindarios más vulnerables”.

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“También se han observado ciertos patrones estacionales, como una clara tendencia al aumento de la depresión en los meses invernales debido, posiblemente, a la falta de luz diurna. En 1984, el psiquiatra Norman Rosenthal usó por primera vez el término ‘trastorno afectivo estacional’ (TAE), para hacer referencia a  la depresión influenciada por las estaciones del año, principalmente el invierno, y que se manifestaba con un bajo estado de ánimo, poca energía, alteraciones del sueño o irritabilidad, entre otros síntomas.

Pero si hay un factor atmosférico que parece ser especialmente relevante para nuestra salud mental, es el de la ionización atmosférica y, en concreto, los vientos que transportan masas de aire ionizadas con una carga positiva. A pesar de cierta polémica en el camino de toda esta investigación, se ha demostrado en diversos estudios que el movimiento de grandes masas de aire, y sobre todo la variación en la intensidad de la carga de los iones y su polaridad, forman el aspecto más frecuente implicado en el agravamiento de diversas patologías mentales. Desde 1975, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) trabajan conjuntamente para ver cómo estos procesos de ionización de la baja atmósfera y la electricidad atmosférica pueden impactar en la salud mental de las personas.

Ciertos tipos de viento, conocidos como viento foehn o efecto foehn –y que toman el nombre del término alemán Föhn, usado en el norte de los Alpes para referirse a un tipo de viento–, pueden dar lugar a un agravamiento de la depresión, al aumento de la agresividad y al incremento en las tasas de suicidios. Además, pueden producir dolores de cabeza y subir los niveles de serotonina, agitación o irritabilidad.

Pero ¿qué provoca este fenómeno? El efecto foehn se produce cuando las masas de aire se encuentran con cordilleras montañosas y se ven obligadas a ascender por la ladera de la montaña. Mientras ascienden, se van enfriando y condensan el vapor de agua que contienen en su interior, lo que suele producir precipitaciones en ese lado de la montaña. Cuando las masas de aire llegan a la cima de la cordillera y empiezan a descender por la ladera contraria, su presión atmosférica aumenta y también su temperatura. Esto genera una masa de aire más cálida y seca que hace que los termómetros se disparen al otro lado de la montaña, generando un gran cambio térmico entre un lado y otro. Pero lo más importante de todo este proceso es que esta masa de aire resultante, además de cálida, tiene una fuerte ionización positiva, al igual que los vientos desérticos, cálidos y secos. Todos ellos, debido a ese exceso de concentración de iones positivos, pueden aumentar localmente algunos de los mencionados trastornos psicológicos y hacer que algunas personas se sientan más agitadas e irritadas.

El fenómeno es de tal relevancia que antiguamente en algunos países árabes se trataba con indulgencia a los culpables de ciertos delitos de agresión y violencia cometidos durante la presencia de un tipo de viento conocido como el hamsin o khamsin, un nombre que significa cincuenta, en referencia al número de días que se estima que sopla en esas zonas. Este viento cálido, seco, local y polvoriento es frecuente en el norte de África y la península arábiga, y tiene una gran concentración de iones positivos”.

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“Cada vez más científicos de todo el mundo están centrando sus investigaciones en determinar de forma concluyente la relación entre las condiciones de la calidad del aire y las respuestas psiquiátricas y neurológicas ante ellas. Porque, si algo es malo para el cuerpo en general, ¿por qué no va a serlo también para el cerebro? Durante la última década, los investigadores han descubierto que los altos niveles de contaminación del aire pueden dañar las capacidades cognitivas de los niños, aumentar el riesgo de deterioro cognitivo en los adultos y posiblemente incluso contribuir a la depresión. Los estudios observacionales realizados a nivel mundial han vinculado las exposiciones a la contaminación atmosférica derivada del tráfico con un mayor riesgo de demencia, trastornos del espectro autista, trastornos psicóticos, esquizofrenia, depresión, ansiedad y deterioro cognitivo.

Volviendo a la ciudad de Londres, en el año 2016 se publicó un estudio en el que participaron 13.000 personas, en el que se hacía constar que un aumento relativamente pequeño en la exposición al dióxido de nitrógeno conducía a un aumento del 32% en el riesgo de necesitar tratamiento para algún trastorno de salud mental y del 18% en el riesgo de ingreso en el hospital por un trastorno psiquiátrico. Los investigadores dijeron que era probable que los hallazgos se aplicaran a la mayoría de las ciudades de los países desarrollados, y que reducir la contaminación del aire podría beneficiar a millones de personas”.

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“En Los Ángeles (Estados Unidos) se analizó el efecto acumulativo de la exposición a partículas en casi 700 adolescentes durante nueve años. Se llegó a la conclusión de que en las áreas con mayor contaminación por partículas, aumentó el comportamiento delictivo de los adolescentes. Por otro lado, un estudio sobre la contaminación del aire y la delincuencia en 9.360 ciudades de Estados Unidos sugiere que aquella aumenta la posibilidad de delinquir, ya que respirar un aire contaminado incrementa la ansiedad, y esto podría conducir a que el comportamiento fuera poco ético o incluso criminal. El estudio concluyó que las ciudades con niveles más altos de contaminación del aire también tenían niveles más altos de delincuencia”.

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