México festeja a sus muertos, vuelve a dormir y comer con ellos

Día de los muertos en Guanajuato. Foto: Eperales.

Los últimos días de octubre y los primeros de noviembre se asocian, habitualmente, con una serie de tradiciones ancestrales. Entre las más conocidas, las que se desarrollan en México, con motivo del Día de Muertos (hoy y mañana, 1 y 2 de noviembre). Una fiesta que se celebra por todo lo alto. Las familias se reúnen, acuden a los camposantos, decoran sus casas, realizan ofrendas, comen en hermandad y diseñan altares. Todo ello para rememorar de una forma emotiva y festiva a sus ancestros fallecidos, y no como algo terrible, tan castellano. Octavio Paz aseguraba en El Laberinto de la Soledad que el mexicano “frecuentaba la muerte, la burlaba, la acariciaba, dormía con ella, la festejaba, era uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.

Una costumbre que se extiende por diversos territorios de la República. Entre ellos, Oaxaca o Ciudad de México (CDMX). Además, las 16 Alcaldías –distritos– que conforman la capital instalan sus propias ofrendas, unas instalaciones de gran creatividad y colorido, en las que se distinguen motivos relacionados con la festividad. También se colocan varios mexicráneos en el paseo de la Reforma, una de las principales arterias. Consisten en montajes artísticos que toman la forma de calaveras de gran tamaño, decoradas con diferentes colores y estilos.

Estas conmemoraciones cuentan con un mismo leitmotiv. “Se trata de una fecha en la que los mexicanos homenajeamos a familiares y amigos difuntos. Nos acordamos de todos aquellos que formaron parte de nuestra vida”, asegura Jorge Valtierra Zamudio, investigador de la Universidad La Salle. Sin duda, una magnífica forma de evocar a los que ya no están…

“La fiesta es un acto social: una ocasión de reunión e intercambio entre los miembros de la comunidad. En ciudades pequeñas, así como en pueblos y aldeas, la festividad conserva un fuerte contenido religioso, mientras que en las megalópolis las costumbres culturales y culinarias prevalecen sobre los aspectos espirituales. Sin embargo, los rituales básicos son idénticos y generalizados”, explica el especialista Manuel Alberro en su trabajo El antiguo festival céltico pagano de Samaín y su continuación en la fiesta laica de Halloween, el Día de los Difuntos cristiano y el Día de Muertos en México.

Pero ¿cuáles son los orígenes de esta práctica? No se puede hablar de una única raíz. Tiene rasgos tanto prehispánicos como europeos, implantados durante la conquista castellana. Incluso se observan elementos célticos y del clasicismo romano. “En la Antigua Roma existían una serie de hábitos que podrían entroncar con esta celebración”, asegura Valtierra Zamudio. Unos comportamientos que “se fueron combinando” con características cristianas y, posteriormente, con manifestaciones precolombinas. De esta manera, se fue generando una festividad sincrética, que es la que se puede disfrutar actualmente. En definitiva, se fueron estableciendo “otras formas de afrontar el fin de la vida”, explica el investigador de la Universidad La Salle.

Día de los muertos en Guanajuato, México. Foto: Gobierno de Guanajuato.

“Cuando los castellanos llegaron a este territorio en el siglo XVI se encontraron con que los nativos celebraban un ritual en el que, aparentemente, se burlaban de la muerte. Los conquistadores trataron, sin lograrlo, de erradicar esta práctica que se venía realizando desde hacía 3.000 años. Con ella, los pueblos mexica–tenochca, que eran los que imperaban en Mesoamérica durante la llegada de Hernán Cortés (1519), honraban a sus fallecidos”, explica Manuel Alberro. Una filosofía que era compartida por otros pueblos próximos. De hecho, “en la civilización maya, la vida y la muerte también formaban una combinación armónica”.

Esta visión era divergente a la de los europeos. “Al contrario que los castellanos, que consideraban la muerte como el final de la vida”, dichos pueblos precolombinos “la concebían como una continuación de la misma”. Una percepción que se acabó mezclando con la que portaban los españoles. “Prácticas previamente establecidas [en el actual territorio mexicano], como el culto a los muertos, resultaron extremadamente difíciles de extirpar, y las autoridades hispanas tuvieron que permitir su continuidad. Así, determinaron que tales festividades autóctonas tuvieran lugar el Día de Todos los Santos (para los niños difuntos) y el Día de los Difuntos (para los adultos)”, relata Alberro.

Sin embargo, no se puede pasar por alto que la tradición católica que se quería implantar también era diversa. Presentaba elementos del clasicismo y del mundo celta. “El Papa Gregorio I convirtió, en el año 601, la antigua festividad céltica de Samaín en el día de Todos los Santos y de los Difuntos, que se acabó trasladando de España a México, donde incorporó características locales”. De esta forma, el Día de Muertos se convirtió en “un singular, distintivo y complejo ritual formado por una mezcla de elementos célticos, españoles y prehispánicos”, describen los especialistas.

Y en este contexto, ¿qué relevancia posee Halloween? “Es una versión moderna del Samaín pagano y de la fiesta cristiana de los difuntos representada por el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos”, explican los investigadores. “Aun hoy se sigue conmemorado en el mundo celta como una de las más importantes fiestas anuales, ya que todavía existe una fuerte memoria colectiva de dicha tradición”. Y como el mundo actual es globalizado, esta costumbre también ha afectado a México. Cada año existe una “mayor penetración” de la fiesta en el Día de Muertos. Sobre todo, en las grandes ciudades.

En consecuencia, y gracias a todas estas influencias, se ha ido edificando una realidad única en territorio mexicano, que no se encuentra en otros países. Por tanto, se alza como un espacio de “convergencia cultural”, confirma la experta Felícitas Estela Vega en su artículo Todos los Santos o Fieles Difuntos: la celebración del Día de Muertos, expresión de la diversidad cultural en México.

Día de los muertos en Guanajuato, México. Foto: Gobierno de Guanajuato.

Un momento para compartir con los difuntos

Así, entre los elementos más destacados de esta tradición se halla la visita a los cementerios. “Se va a ver al pariente difunto. Y, en muchas ocasiones, se llevan alimentos, para comer y/o cenar con el fallecido y pasar tiempo con él”, subraya Jorge Valtierra. Lo importante es convivir unas horas con el ser querido. “Las familias se reúnen en los panteones con ofrendas de comida y bebida para sus familiares difuntos, creyendo que, de alguna forma, éstos las van a compartir. Al mismo tiempo cuentan historias sobre ellos para conservar su memoria”, corroboran los especialistas.

También es muy relevante la ornamentación. “Las flores son de gran importancia para la decoración de los altares y las tumbas en los cementerios. Entre ellas, la amarilla y naranja cenpasuchitl, una variedad local de la flor maravilla, que constituye el adorno más tradicional para los difuntos”, explica Manuel Alberro.

Además, “durante semanas, los mercados ofrecen variedades especiales de hojaldres y rosquetes, y en especial del pan de muertos, un típico panecillo con cortezas en forma de huesos cruzados y una calavera en la parte superior. Otros tipos de pastelillos tienen forma de momias o un minúsculo esqueleto de plástico en el interior, que trae buena suerte si se logra morder en el primer intento”.

Incluso se diseñan altares con motivo de estas fechas. Y no solo en domicilios particulares, también en espacios públicos. Entre ellos, escuelas, casas de cultura, universidades y museos. Así, “podríamos hablar de la celebración de muertos como una herencia cultural, de un patrimonio que se transmite a las nuevas generaciones y que se expresa sin perder su esencia ceremonial, ya sea en su carácter lúdico o festivo”, explica Felícitas Estela Vega.

Unos elementos que en algunos territorios son todavía más pronunciados. Entre ellos, Oaxaca, un Estado ubicado al sur de México. Allí, “la gente provee al Día de Muertos con un significado mucho más intenso, que comienza días antes de las dos jornadas principales. En los remotos pueblos situados en la Sierra Madre del Sur, los aldeanos celebran estas fiestas con una melancolía profunda y genuina, acompañada por música triste y dolorosa”, asegura Manuel Alberro.

 

Recordar al fallecido festejando, no como algo terrible

Por tanto, esta tradición cuenta con una gran historia a sus espaldas. Sin embargo, comenzó a ser famosa a nivel planetario a partir de la década de 1940, gracias a escritores como Octavio Paz –premio Nobel de Literatura– y Alfonso Reyes. De hecho, Paz aseguraba en El Laberinto de la Soledad que el mexicano “frecuentaba la muerte, la burlaba, la acariciaba, dormía con ella, la festejaba, era uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.

De la misma forma, el celuloide se ha hecho eco de estos rituales. Sobre todo, durante la época de oro del cine de México. No en vano, a lo largo del periodo que va de 1945 a 1959 se pueden mencionar filmes como El ahijado de la muerte (1946), La muerte enamorada (1951), El esqueleto de la señora Morales (1959) o Macario (1959), en los que se abordaba este asunto, según lo recoge la investigadora Flora Mora en La representación de la festividad de Día de Muertos en el cine mexicano de la década de los ochenta. Pero la aparición de esta festividad en el Séptimo Arte no se circunscribió al periodo dorado. También se han de mencionar otras cintas muy posteriores, como Día de Difuntos (Los hijos de la guayaba), dirigida en 1988 por Luis Alcoriza, o Coco, producida por Pixar en 2017. Así, “la tradición de Día de Muertos ha sobrepasado sus expectativas hasta el punto de aparecer en la mayoría de las películas extranjeras y nacionales que tienen como locus México. Transformándose, de esta forma, en un icono de identidad y distintivo del país”, asegura la especialista Flora Mora.

Se trata de una visión diferente, “no como algo terrible, sino como una forma de recordar al fallecido festejando”, relata Jorge Valtierra Zamudio. Es una óptica muy singular, fruto de la combinación de diferentes sistemas de creencias a lo largo de los siglos. Una circunstancia que ha desembocado en un sincretismo muy enriquecedor, que se ha de seguir poniendo en valor.

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