Hablemos del miedo… y reivindiquemos la ternura y el amor
Hablar del miedo es hablar de las personas, su interior, reconocer el futuro a través del sentimiento presente. Hablar del miedo, al fin y al cabo, es hablar de una sociedad cada día más indispuesta a lo común pero formada por individuos que sienten, padecen y perecen. El miedo se puede ver, oler, incluso tocar. Ahora, gracias a Patricia Simón, también se puede leer, y leernos en él. ‘Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio’ (Debate, 2022) es la obra de esta reportera de La Marea que compone su relato a través de los detalles, imperceptibles en ocasiones, pero que siempre construyen la realidad.
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Miedo, también, era la palabra que más escuchaba Simón en sus entrevistas durante el estricto confinamiento provocado por la crisis sanitaria. Ella, que ahora presenta una obra erigida como manual de periodismo humano, es decir, de periodismo, se sumergió en los lagrimales de cada mirada para profundizar en su temor. Una nueva lectura de esas mismas historias, pero desde el prisma de la incertidumbre y el desasosiego puede llegar a resolver el porqué de la cuestión: “Al principio aludían al miedo del contagio o a perder su empleo, pero a medida que avanzaban las conversaciones me di cuenta de que hablaban desde otro miedo, ese que ha marcado la historia de la humanidad y que ahora la ultraderecha utiliza como estrategia internacional”, explica la periodista.
El uso de la primera persona a lo largo de las 250 páginas que componen la monografía aporta un eje vertebral tan humano como el periodismo que desempeña la autora. Acerca, explica, cuestiona y reflexiona. “La empatía solo puede ser real cuando aceptamos y entendemos que la inmensa mayoría de nosotros seríamos capaces de lo mejor y lo peor en determinadas circunstancias”, afirma en el capítulo dedicado al Miedo a los otros. Simón, que se ha paseado por los campos de refugiados de Grecia, ha documentado las últimas protestas de Irak y Cuba y cubrió las elecciones presidenciales de Estados Unidos, sabe que siempre miramos a los mismos. En sus palabras: “Los miedos nos secuestran y hacen que busquemos culpables, y la tendencia es fijarse en quien está por debajo y no por encima”.
El relato que ahora presenta la periodista de La Marea, escrito desde el yo más profundo, habla de todos, y lo hace a partir de nombres como Festus, Oussama, Mehdi, Luz, Demetris, Marcela, Vasyl, Ruth, Carmina, Paloma y Gustavo, Máxima, Eduardo. Otros, en cambio, la realidad que se ven obligados a vivir hace que tengan que esconder sus nombres, su identidad: el peligro es constante. “A menudo, la inacción puede ser la más cruel, la más despiadada de las respuestas. Es, en definitiva, el castigo del silencio, que, al negarle la posibilidad de diálogo al otro, al ignorarlo y obviar así su dimensión humana, se convierte en una de las más desestabilizadoras y corrosivas formas de violencia”, concreta en el libro una acertada Simón.
Esta reportera que ha realizado coberturas en más de 25 países sabe que nadie nos educa en el miedo, sino utilizando el miedo, sobre todo en las niñas. Y ella, que tan bien habla cuando habla de nuestros miedos, también teme que ciertos discursos proteccionistas hacia la mujer desemboquen en legislaciones que las postulen como un ser débil, en las que se pueda perder la presunción de inocencia o les insten a volver a sus casas porque el mundo es un lugar inseguro, parafraseando sus palabras. “Entiendo que la precaución es importante, pero en esa crianza en la desconfianza y el temor se nos educa en la debilidad. Ni un paso atrás: prefiero asumir determinados riesgos y ser tratada como una ciudadana libre”.
Y si el miedo paraliza, la construcción de utopías es el antídoto contra el inmovilismo. Ni siquiera hace falta construirlas, sino retomarlas. En el libro, Simón afirma: “Trabajar, subcontratar nuestro cuerpo y nuestro intelecto durante, al menos, la mitad del tiempo que permanecemos despiertos nunca fue para la inmensa mayoría de la población una decisión, sino su destino por obligación”. Ahí radica el gran éxito del capitalismo, en que la máxima aspiración que exista sea ser mileurista y trabajar ocho horas en algo que podemos llegar a aborrecer para intentar sobrevivir. Simón, aquí, también tiene la respuesta: “Parece que hemos llegado al fin de la historia al no poder más, pero no. Tenemos que recuperar el horizonte de la abolición del trabajo, y a partir de ahí construir condiciones más dignas, pero la utopía tiene que ser esa”.
Los ojos de Simón, decíamos, pivotan en torno al silencio de los silenciados: desde el fenómeno de las migraciones a las temporeras en estado de semiesclavitud, desde las personas en situación de calle hasta la soledad en la vejez y los altos índices de suicidio entre los más jóvenes. Sus palabras, que cuentan a personas, hacen que estas personas empiezan a contar. Así pues, una primera persona íntima aparece reflejada en el texto y se sumerge con los demás testimonios. Es ella misma y el miedo que nunca tuvo hacia la muerte hasta que vio morir a su padre.
“Me di cuenta de mi afán por ser inmortal al ver la mirada de horror de mi padre cuando fue consciente de que se iba a morir”, expresa la protagonista. Ella, que antes pensaba que el miedo a la muerte era una concepción instaurada en las sociedades occidentales que infantilizaba a la población, ha cambiado su parecer: “Ahora pienso que tener miedo a morir significa que tenemos un apego a la vida, y que la queremos por encima y pese a todo. Así lo veo en las personas que se juegan la vida por llegar a otros países, porque la aman tanto que están dispuestas a arriesgarla para darle sentido. Eso es una reivindicación de la vida increíble”. Y siempre mira hacia adelante: “La nostalgia tiende a ser reaccionaria y para amar la vida hay que creer en la posibilidad de contribuir a un futuro mejor”.
La creciente imposibilidad de diálogo en la sociedad es uno de los mayores temores que conmueve a la escritora: “Esa sensación de que todo puede saltar por los aires porque vivimos el debate de ideas como un ataque hacia nuestra persona, cómo la televisión ha generado sociedades cada vez más sectarias, ha provocado que cada vez sea más difícil hablar de todo en grupos familiares, con amistades o en el trabajo”. Ese miedo del que habla, quizá, se sienta más de piel para afuera, pero también hay otro, mucho más interno e instintivo: el temor a que le pase algo malo a las personas que quiere.
Un testimonio de testimonios, el que presenta Simón, lleno de certezas construidas sobre el miedo al otro, a la pobreza, a la soledad y a la muerte. Tan acertado como innovador en su estilo, la periodista esboza un recorrido por la parte más oculta de nosotros mismos, y lo hace disparando, desde el periodismo más honesto, con su pluma y micrófono. Sabe que informar a través de la reivindicación del amor, la ternura, la comprensión y la compasión puede ser una herramienta para luchar contra el miedo y la parálisis que provoca. “Nunca como hoy hemos estado tan sedientos de amor” y “la vida cada vez nos pesa más y cada vez nos sabe a menos” son dos citas escritas desde el corazón de una Patricia Simón implacable. Leyéndola a ella nos leemos todos.
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