Miguel Ángel Manzanas: «El poema nace de la observación, del destello»

El poeta Miguel Ángel Manzanas.

El poeta Miguel Ángel Manzanas.

El poeta Miguel Ángel Manzanas.

El poeta Miguel Ángel Manzanas.

“Supongo que la voz poética nace de la colisión de todas esas otras voces de los poetas y narradores que llevamos leyendo y asimilando durante años, y de todas las vivencias que arrastramos, con ese otro ingrediente desconocido, ese brillo que no se sabe exactamente qué es. Quizá ese ingrediente extra se llame poesía”. Es lo que nos cuenta el escritor y traductor Miguel Ángel Manzanas (Madrid, 1980). Autor de poemarios como ‘Viviendo de reojo’ (Universidad de Granada, 2004), por el que recibió el Premio de Poesía Federico García Lorca, Manzanas habla en esta entrevista de su último libro, Formas de la niebla’ (Adeshoras, 2017).

Por VALERIA CORREA FIZ

¿Qué crees que aporta tu labor como traductor de poesía a la hora de escribir poemas?

Supongo que, ante todo, me aporta el descubrimiento de otras poéticas, de otras formas, de otros autores de distintas lenguas y diferentes épocas. Entiendo que esa es la principal riqueza que se obtiene, la que emana del conocimiento. En todo caso, creo que la fórmula, la pregunta, funciona mejor al revés: qué aporta la labor poética a la hora de traducir. Y la respuesta es mucho. Al tratarse siempre de una pequeña traición al espíritu del poema original, nada más necesario para una digna traducción de poesía que quien se embarque en ella provenga del ámbito de esta. Que sea poeta. Antes el talante poético que el filológico.

Todo libro es un viaje o, al menos, el mapa de un viaje donde su autor cartografía los gustos, los miedos, las pasiones, las pérdidas, y por supuesto, el amor. El viaje que nos propone ‘Formas de la niebla’ es un viaje a través de 16 cantos, cada uno de ellos con una propuesta vital diferente. ¿Qué canto te costó más escribir y por qué? ¿Tenías en mente un orden para los cantos o lo fuiste encontrando a medida que el poemario iba tomando forma?

Sí, el libro se compone de 16 cantos; el primero y el último funcionan como introducción y coda, inicio y fin del viaje, una especie de voz en off, como el coro de una tragedia griega. En un principio cada poema tenía un título diferente, pero cuando me percaté de su carácter sentencioso, de lo ligeramente épicos que eran o de las resonancias clásicas que pretendían, decidí eliminar el título inicial y llamarlos así, simplemente canto quinto, canto undécimo, etc… Quizá por ello los más difíciles fueron los que presentaban una propuesta más narrativa o descriptiva: el poema sobre Lisboa, pues además es la única vez en el libro en la que se proporcionan referencias a coordenadas geográficas concretas. O el canto noveno, donde trato de hacer un irónico resumen de la historia de la poesía desde posiciones formales algo diferentes a las del resto de cantos. El orden de los poemas no sigue un orden férreo, fue surgiendo sobre la marcha y retocado al final, procurando que cada poema fuera progresivamente tendiendo al pesimismo, a un nihilismo que alcanza su cumbre en el canto último. O que los poemas sobre la infancia y los que transmiten mayor ingenuidad fueran en posiciones anteriores

En el ‘Canto primero’, la voz lírica nos sitúa en una ciudad de calles apocadas y tenues, una ciudad sin argumentos y sin aire de mejora donde la noche huele a fruta enferma, donde se ha marchado el amor. Y por eso, la propuesta es recuperarlo, o mejor dicho, reinventarlo. Reinventar el amor, epígrafe del segundo canto, es la famosa consigna de Rimbaud. ¿Qué otros poetas consideras como influencias fundamentales en ‘Formas de la niebla’?

Sí, siempre me ha fascinado esa sentencia de Rimbaud, ese deseo algo misterioso y profético que tanto ha atraído a sus lectores y a sus estudiosos: L’amour est à réinventer, on le sait, que en el libro asumo como propio y como punto de partida en el canto segundo. Rimbaud me apasiona, pero creo que en este libro se pueden apreciar otras influencias más claras: la de Fernando Pessoa, presente en cualquier lusófilo, la de Cernuda o la de Francisco Brines, incluso en cierto modo la de Antonio Machado, por el tono aforístico y meditativo. No sé. Algo de Baudelaire, de Miguel Torga, de John Keats o de Sophia de Mello Breyner Andresen. Eso creo, o eso me gustaría.

En este viaje hay billetes también para Lisboa, ciudad “que no tiene el corazón de piedra”. ¿Por qué Lisboa es tan importante para ti?  

No se puede decir que fuera un amor muy precoz: tendría ya unos 19 o 20 años cuando empecé a desarrollar una fuerte atracción por Lisboa en particular y Portugal en general: leía literatura portuguesa, escuchaba mucho fado, intentaba acercarme a ese país tan próximo, olvidado y distinto al mío al que apenas había ido de niño una vez. Todo se decantó en el verano de 2004. Decidí pasar unos días en Lisboa. Una madrugada, justo antes de volver a Madrid, me acerqué a la famosa estatua de Pessoa en el Chiado, a las puertas del café A Brasileira, y coloqué un ejemplar de mi librillo recién publicado entre los dedos de bronce del maestro. Me escondí tras una esquina, a ver qué pasaba. Unos pocos minutos después, una chica que paseaba sola se acercó, besó la estatua de Pessoa, cogió el libro y se lo llevó, como si fuese lo más normal del mundo: en ese mismo momento me di cuenta de que mi idilio con Portugal iba a tener un recorrido duradero.

Además, ¿cómo no enamorarse de un país donde cada topónimo es un poema: Caldas da Rainha, Freixo de Espada à Cinta, Macedo de Cavaleiros, Alfândega da Fé, Cova da Piedade, Idanha-a-Nova, Carvalhal Benfeito, Celorico da Beira, Reguengos de Monsaraz, Figueiró dos Vinhos o Salvaterra de Magos? ¡Si hasta me he casado con una portuguesa!

Dices en uno de tus cantos: “Heredamos la ruina / del espermatozoide, / los esfuerzos estériles de Sísifo: / hemos venido apenas / a buscar una voz en este oficio / de agónicas tinieblas”. ¿Qué hace el poeta Miguel Ángel Manzanas para encontrar su voz? ¿Cómo es tu proceso de creación?

No sé, tampoco estoy seguro de haber encontrado aún una voz propia; creo, en todo caso, que en este último libro me acerco un poco más a ese objetivo, o al menos eso siento a día de hoy. Pero quién sabe. Supongo que la voz poética nace de la colisión de todas esas otras voces de los poetas y narradores que llevamos leyendo y asimilando durante años, y de todas las vivencias que arrastramos, con ese otro ingrediente desconocido, ese brillo que no se sabe exactamente qué es. Quizá ese ingrediente extra se llame poesía.

En cuanto al proceso de creación, entiendo que el poema nace de la observación, del destello, del arranque de un verso nacido de una idea o de una imagen que de repente nos sugiere algo mayor; se trabaja después con ese embrión para intentar dotarlo de belleza, coraza, sentido y estructura. Me viene a la cabeza un haiku de Enomoto Kikaku: “Maravilla. / Una gota de lluvia ha caído en mi tintero. / Ya puedo escribir”. La creación poética sería algo así, una gota de palabras, ideas o imágenes que caen en el tintero de una mente predispuesta al juego.

‘Formas de la niebla’ es un poemario denso en metáforas, imágenes simbólicas, pero sobre todo está lleno de preguntas hechas en voz baja a un yo íntimo o a un tú imaginario. Como cuando uno se extravía en una ciudad extranjera y detiene a un paseante y a otro y pregunta, una y otra vez: ¿cuál es el camino?, ¿es este el camino? ¿Para quién se escribe, Miguel Ángel?

Sí, no sé si con acierto, pero suelo concebir cada libro de poemas como un ente unitario y coherente, de contornos más bien definidos, un objeto que tienda temática y formalmente a la autoexplicación. Por eso insistí en esa invocación a una segunda persona inexistente, a ese otro yo, a lo largo de los poemas del libro. Por otra parte, es honesto reconocer que se tienen más preguntas que respuestas. En caso contrario, ¿para qué el arte?

¿Que para quién se escribe? No lo sé, supongo que las motivaciones serán innumerables según cada persona, cada momento, cada intención o ánimo. A mí particularmente me produce un notorio placer y una cierta sensación de felicidad tratar de plasmar con las palabras, con mayor o menor tino, un sentimiento, una visión, una escena, una emoción que quizá –y ojalá– sea colectiva. Si bien el placer, desde luego y por esto último, es más completo cuando esa obra llega a ser compartida y cotejada con otras personas, por escasas que sean; al fin y al cabo, todos los lectores son un único lector, ese lector imaginario que habita nuestra mente, con el que discutimos todo el tiempo y al que le demandamos su opinión.

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Comentarios

  • Poupée de Cire

    Por Poupée de Cire, el 16 abril 2018

    ¡Qué bonita la anécdota del libro y la escultura de Fernando Pessoa!

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