Miniresiduos que crean maxiproblemas: chicles, cápsulas de café, bastoncillos y lentillas

Limpiar el residuo de un chicle cuesta siete veces más que el chicle en sí. Foto: Pixabay.

Limpiar el residuo de un chicle cuesta siete veces más que el chicle en sí. Foto: Pixabay.

La semana pasada analizábamos qué pasa con grandes objetos de uso cotidiano cuando se convierten en inservibles (alfombras, tarimas, colchones…), hoy nos ocupamos de algunos de los más pequeños. También hablamos de millones de desechos al año. Millones de chicles que se tiran al suelo y ensucian ciudades, millones de lentillas que se convierten en peligrosos microplásticos, millones de bastoncillos para el oído que contaminan playas y mares y millones de cápsulas de café que no se reciclan adecuadamente y acaban en vertederos o quemadas. Hay leyes europeas y de comunidades autónomas que ya han puesto fecha de caducidad a algunos de estos productos.

Realmente, lo de millones, a secas, se queda muy corto en algunos casos. Por ejemplo, con los chicles. Según datos –antiguos, de 2008– aportados por la empresa dedicada a estudios de mercado Nilsen y publicados en el portal Sweetpress, en ese año se consumieron 8.609 millones de chicles. Seguro que, 12 años después, la cifra ha ido a más, y con ello el hábito incívico, como ocurre con las colillas, de tirarlos al suelo una vez consumidos.

Por lo tanto, si sumamos, habría que hablar de decenas de miles de millones de chicles, bastoncillos para los oídos y de caramelos, pajitas (Greenpeace calcula trece millones usadas al día solo en España), restos de globos, lentillas y envases monodosis de alimentos, como las cápsulas de café, entre otros. En definitiva, que todos estos miniresiduos se acaban convirtiendo en maxiproblemas porque falta mucho para conseguir una gestión adecuada y sostenible de los mismos.

Los chicles que se pegan al medioambiente

Granada y Logroño son dos ciudades de España donde se han llevado a cabo más iniciativas para eliminar los chicles que se tiran al suelo. En la primera calculan que en las zonas más concurridas hay entre 10 y 12 chicles por metro cuadrado. Por trasladar la ratio a un lugar también muy céntrico y conocido, la Puerta del Sol madrileña, que tiene una superficie de 12.000 metros cuadrados; solo en ese pequeño espacio de la capital se esparcirían por su suelo 120.000 chicles. Según el Ayuntamiento de Logroño, cuesta hasta siete veces más limpiar esta basura (35 céntimos de euro) que su precio de compra unitario (5 céntimos).

La goma de mascar reúne muchos puntos para ser mirada con recelo por su impacto ambiental. Tiene un consumo de lo más efímero (en ocasiones escasos minutos), su materia prima esencial son sustancias derivadas del petróleo (goma sintética), con un proceso de degradación largo y complejo, y reciclarlo resulta una tarea casi imposible. Casi, porque hay iniciativas que intentan frenar este impacto. El año pasado alguien propuso, dentro de los presupuestos participativos que impulsó el Ayuntamiento de Madrid, trasladar a esta ciudad la iniciativa de Anna Bullus, que en 2009 ideó la forma de destinar los chicles a fabricar e instalar papeleras a partir de este residuo. Su uso en el aeropuerto de Heathrow y la universidad de Winchester (ambos en Reino Unido) resultó efectivo y la empresa de Bullus, Gumdrop, colabora incluso con otras para fabricar productos a partir de chicles reciclados y procesados, que se convierten en botas de agua, fundas para teléfonos móviles o determinados envases.

Cápsulas de café escasamente recicladas

Las cápsulas de café tienen una segunda vida más definida. Fabricadas principalmente por las marcas Nespresso y Nescafé Dolce Gusto, ambas de Nestlé, convierten el aluminio de las primeras de nuevo en materia prima tras un proceso de refundición y el plástico de las segundas desde ratones para ordenadores a mobiliario urbano, con un importante componente de inserción socio-laboral de colectivos en riesgo de exclusión social, según explican desde la multinacional suiza. En ambos casos, los posos de café se destinan a fabricar compost. Sin embargo, el índice de reciclado es bajísimo.

Una de las claves es que tienen apariencia de envases, pero la ley no las considera como tales, sino como residuos alimentarios por contener los posos, y por lo tanto no deben ir al contenedor amarillo. A pesar de que hay 1.600 puntos limpios/verdes repartidos por toda España, además de tiendas exclusivas de Nespresso, donde se deben depositar, la mayoría quedan fuera de este circuito y no se reciclan. Las cápsulas arrastran el estigma ambiental que, en general, tienen todos los envases de monodosis: generan muchos residuos por unidad de producto. Según sus propios informes, si se juntaran todas las cápsulas de Nescafé Dolce Gusto vendidas solo en España desde 2007, darían la vuelta al mundo tres veces. Una tercera parte de las cápsulas es envase.

Las recientes leyes de residuos de Navarra y de Baleares ya les han puesto fecha de caducidad si no se reciclan. En concreto, la segunda expone que “a partir del 1 de enero de 2021 las cápsulas de un solo uso de café, infusiones, caldos y otras utilizadas en cafeteras, puestas en venta en las Illes Balears, tendrán que ser fabricadas con materiales compostables o bien fácilmente reciclables, orgánica o mecánicamente”. Desde Nestlé aseguran: “Este es nuestro caso, ya que, tanto las cápsulas de Nespresso como las de Nescafé Dolce Gusto, están fabricadas con materiales reciclables”. Sin embargo, tras casi una década de la puesta en marcha del sistema para su recogida selectiva, no ofrecen datos de porcentaje de reciclaje sobre las cápsulas puestas a la venta. Al marcarse para este 2020 la meta de un 20% se entiende que la cifra es, lo dicho, bajísima.

Bastoncillos para los oídos, otro miniresiduo que causa maxiproblemas. Foto: Pixabay.

Bastoncillos del oído con los días contados

Si Navarra y Baleares han puesto coto a las cápsulas de café que no sean fácilmente reciclables, la Unión Europea ha hecho lo propio con los bastoncillos de plástico para el oído. Con los bastoncillos y con otros plásticos de platos y cubiertos de un solo uso (cucharas, tenedores, cuchillos y palillos; algunos vasos), pajitas y palitos para sostener globos. Todos tendrán prohibida su entrada en el mercado de la UE a comienzos de 2021 tras la publicación el pasado mes de junio de la directiva sobre la reducción del impacto de determinados productos de plástico en el medio ambiente.

Uno de los informes generados por el proyecto Libera, impulsado por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLIfe) y el sistema de gestión de envases del contenedor amarillo (Ecoembes) para concienciar y actuar contra el vertido de residuos, sostiene: “Otro de los principales productos de un solo uso que se desechan indebidamente por el WC son los bastoncillos para los oídos. El 10% de estos se elimina por el inodoro, según un estudio de Resource Futures para el Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales de Reino Unido)”. En el texto de la ley mencionada de Baleares se añade: “En un estudio realizado por la ONG Surfrider en cinco playas europeas, el 80% de los residuos encontrados eran de plástico, y destacaba la presencia de bolsas y bastoncillos”.

Con independencia de que ya se fabrican alternativas de bambú o de cartón, en este caso la R que hay que aplicar es la de reducir, no generar el residuo al no comprar el producto. Numerosas investigaciones y recomendaciones médicas advierten: “El cuerpo produce cera en el oído o cerumen para mantenerlo limpio y atrapar sustancias como el polvo o la suciedad, con lo que se evitan lesiones internas”. Intentar acceder a esa cera puede ocasionar precisamente lesiones en el oído, por lo que recomiendan lavarlo como una parte más del cuerpo y secarlo con una toallita o una gasa, por supuesto de fibra natural. Si hacemos caso a los médicos, desaparecerían imágenes como la que se ha hecho viral de un caballito de mar enroscado en un bastoncillo.

Microplásticos que nos salen de los ojos

De lo que no podemos prescindir es de las lentillas que utilizamos para corregir nuestra vista. Quizá sí de las que se usan como parte de un maquillaje o una caracterización. Según el Libro blanco de la salud visual en España 2019, editado por el Consejo General de Ópticos-Optometristas, el 9% de la población de nuestro país en edad de usarlas lleva lentes de contacto/lentillas. Eso supone casi tres millones de personas y conlleva muchos millones de unidades. Hay que tener en cuenta que algunas se usan durante un año, pero otras no duran más de un día, como mucho son semanales y quincenales. Y eso sin contar con las que se recetan con carácter terapéutico debido a alguna lesión ocular.

El caso es que todavía hoy muchas de esas lentillas acaban en el váter y con ello en las depuradoras y cauces de agua. En 2018, un estudio de la universidad Arizona State concluía que «del 15% al 20% de los usuarios de lentes en Estados Unidos las tiran por el lavabo o el inodoro, lo que equivale a entre 1.800 y 3.000 millones de lentes y alrededor de 20 a 23 toneladas de plásticos al año». Recordemos que un buen porcentaje son de uso diario o semanal; de ahí, la cifra tan elevada.

Aunque buena parte del contenido de las lentillas es agua, el resto son microplásticos, y su diminuto tamaño hace que se salten los procesos de cribado de las depuradoras y acaben en los ríos y mares o que, si no lo hacen, sean parte de los lodos que salen de dichas depuradoras y vuelven a la tierra en forma de fertilizantes, contaminando suelos y aguas subterráneas. Algo similar ocurre con su depósito en vertederos. Afortunadamente, hay pasos en positivo. El pasado año, la multinacional del reciclaje TerraCycle acuvue puso en marcha en Reino Unido una red de recogida de lentes de contacto en mil ópticas y otro tipo de establecimientos, con la intención de recuperarlas y reciclarlas, además de los porta-lentillas y los envases en los que se venden.

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