Miró, genial y transgresor como nunca con 88 años

Joan Miró. Homme, femme et oiseaux dans la nuit 11 septiembre 1970

Joan Miró. Homme, femme et oiseaux dans la nuit 11 septiembre 1970

Joan Miró. Homme, femme et oiseaux dans la nuit 11 septiembre 1970

Joan Miró. ‘Homme, femme et oiseaux dans la nuit’.

El Miró de su última década, lo que pintó con ochenta y tantos años (murió en 1983, a la edad de 90), se ha hecho fuerte en el centro de Madrid. Al Espacio Miró que abrió en Navidad la Fundación Mapfre para mostrar 67 obras de forma permanente por al menos cinco años, se ha unido este invierno la magnífica exposición de la Galería Elvira González, sobre todo con esculturas. Visitamos ambas muestras y hablamos con su nieto y gestor del legado.

Joan Punyet Miró, el único nieto que vive de Miró, se mostraba entusiasmado este enero explicando lo vanguardista de las esculturas de su abuelo expuestas en la Galería Elvira González. Tiene un punto de candidez distante este hombre que viene como anillo al dedo para explicar la obra de Miró: «Era un mensajero entre el cielo y la tierra, eso es lo que le hace enigmático a mi abuelo. Y un hombre que jamás perdió la esperanza. En pleno horror de la Segunda Guerra Mundial, él no pintaba sangre y destrucción, sino que escuchaba a Bach y miraba al cielo y dibujaba estrellas». «Era un cazador en permanente acecho para captar las nuevas corrientes e incorporarlas a su trabajo, y para dar nuevos significados a todo lo que le rodeaba. Me acuerdo de que, con 10 años, entré en su taller por primera vez, y allí encontré que me había cogido algunos de mis juguetes, flechas, geypermanes, una excavadora, y estaba trabajando con ellos».

¿Qué es lo que más recuerda de ese abuelo mayor?

«Sobre todo que era muy, muy, muy trabajador, no paraba. Era hasta enfermizo. Y la relación con mi abuela. Murió el día de Navidad, el 25 de diciembre de 1983, a las 3 de la tarde. Pues la víspera, ya en el lecho de muerte, le pidió a mi abuela un lápiz y un papel y le escribió: «Nunca olvides lo mucho que te he querido». Mi abuela era para él un ángel de la guarda, lo protegió y ayudó desde el principio, aunque nunca entendió su trabajo. Ella era mucho más clasicista y academicista, le gustaban los paisajes… Y mi abuelo fue un transgresor brutal, un revolucionario, hasta el último momento. Y él siempre le agradeció que le respetara y apoyara».

Joan Miró. Femme sur la place d’un cimetière 1981.

Joan Miró. Femme sur la place d’un cimetière 1981.

Joan Miró. Le Chanteur d'opéra 1977.

Joan Miró. Le Chanteur d’opéra 1977.

Rocío Herrero Riquelme, la conservadora jefe de la Fundación Mapfre, que me acompaña para explicar Espacio Miró a El Asombrario, también habla con pasión de Miró, al que conoce bien por lo mucho que le ha estudiado y explicado durante sus años como profesora en la Universidad: «Era un trabajador incansable y un artista muy, muy generoso». A los datos nos remitimos: hizo cientos de esculturas, dos millares de cuadros y unos 6.000 dibujos. «Le incomodaba el mundo de las galerías y las subastas. Entendía el arte como alimento para la gente, como una herramienta de libertad y aprendizaje para el pueblo, por eso era tan prolífico, porque deseaba que llegara a cuanta más gente mejor. Insistía en que, si no es para compartir, el arte carece de sentido. Y creo que su familia, sus sucesores, han asumido también parte de esa idea, y de ahí por ejemplo que podamos disfrutar de esta maravillosa cesión de obra».

Pero, claro, el mercado es el mercado y una cosa es lo que el creador tiene en la cabeza durante toda su vida y otra la deriva que luego toman sus trabajos en la sociedad capitalista. En la galería Elvira González, que estrenó fantástico habitáculo en otoño, no quisieron dar precios de las maravillas que venden, pero sí dieron una referencia, «a partir de los 17.000 €», por un dibujo apenas esbozado. De la obra expuesta, hay una pintura y tres dibujos, que pertenecen a la familia, como casi todo el resto, que se exhiben por primera vez.

Lo que puede verse (y comprar) en la galería madrileña hasta el 25 de marzo son 10 esculturas fundidas en bronce (Miró llegó a hacer unas 400), 6 lienzos y dos dibujos, fechados entre 1971 y 1981 (cuando Miró tenía 88 años), excepto dos trabajos de los años 40, uno de ellos, Femme devant le soléil (seguramente lo mejor de la muestra), propiedad de Elvira González. Llaman la atención la experimentación del azar, de lo fortuito, y el poder transgresor de esculturas como Souvenir de la Tour Eiffel, enorme estructura de más de 3 metros de altura hecha a partir de una lámpara de mimbre, a la que añade el cabezón de Groucho Marx y que remata con una horca; la delicada Femme sur la place d’un cimitière, donde ha aprovechado hasta una cajita; y la escultura Femme et oiseaux, donde se ha servido de la trona de su única hija, Dolors, para la composición. Destaca la pureza zen del óleo Personagge dans un paysage, de 1976; y su capacidad de juego, elocuente en piezas como el cantante mongol que crea con un timbre de su casa y la bailarina que levanta a partir de un roscón de Reyes, cuando se acercaba ya a los 90 años. Un enigmático universo de seres teatrales a partir de objetos domésticos y un gran reciclador Miró, como dijo su nieto durante la presentación de la muestra.

Y lo que puede visitarse en la Fundación Mapfre son 66 trabajos, sobre todo de su última etapa, más cuatro extraordinarios Calder, muestra de la amistad y complicidades entre ambos artistas. Con este espacio, esta institución gana categoría como atracción turística en el eje Prado-Recoletos, la milla de oro del arte en Madrid, sumándose al Prado, el Thyssen, Caixa Forum, Biblioteca Nacional, Centro-Centro…, y, cómo no, el Reina Sofía, que posee cientos de mirós, de los que expone de manera estable una veintena.

Si en la muestra de Elvira González vemos sobre todo su capacidad para crear la metáfora del objeto, en el Espacio Miró de la Fundación Mapfre lo que apreciamos es el empleo obsesivo durante toda su vida de sus tres elementos icónicos: la estrella, el pájaro y la mujer, a lo que hay que añadir, como subraya Rocío Herrero, las series de tres: tres pelos, tres puntos, tres estrellas…, como si no quedara cerrada la obra sin ese 3. En las dos salas dedicadas a Miró entramos en el universo onírico de sus constelaciones, y vemos auténticas maravillas que nos hacen entender lo eterno de su trabajo. En Espacio Miró, aparte de la curiosidad de una cerámica, un jarrón y un cuadro que pintó con 17 años -un pinar muy del gusto fauvista-, destacan el azul de Pintura a David Fernández Miró (1965) y el impresionante negro de Oiseaux dans un paysagge (1969-1974). Le digo a Rocío: «Pero todas y cada una de ellas tienen algo». Y me corrige: «No. Todas tienen mucho».

Hay dos secciones en este nuevo Espacio de la Fundación Mapfre de gran originalidad, que nos descubren otros mirós: Por un lado, la serie de cabezas de expresionistas criaturas en espacios claustrofóbicos y siempre con un ojo que nos mira fijamente y nos inquieta; por otro, las cuatro intervenciones en cuadros de esos de salón de abuela, pinturas anónimas encontradas en mercadillos, realizadas en los 60 y 70 (hizo 10 de éstas a lo largo de su carrera): pintaba sobre esos convencionales lienzos sus geniales garabatos, monstruitos, iconos. En esa salita vemos llevado al extremo su ideario contra la pintura aburguesada, la pintura como entretenimiento estético de la burguesía, y entendemos su grito «¡Hay que asesinar la pintura!», aquí plasmado de una manera muy directa, pero que le llevó también a quemar, manchar, agujerear y rasgar sus lienzos.

 Composition, Joan Miró E-045, 1976 © Cuauhtli Gutiérrez - Cortesía Galería Elvira González

Composition, Joan Miró 1976 © Cuauhtli Gutiérrez – Cortesía Galería Elvira González.

«Era un hombre tan, tan trabajador», continúa Rocío Herrero, «siempre expectante de lo que pasaba para incorporarlo a su obra, que en Miró hay fauvismo, abstracción, surrealismo, el expresionismo abstracto norteamericano de Pollock y Motherwell, hay influencias orientales, del primitivismo, de lo tribal, del graffiti callejero… De todo bebe y a todo le aporta su personalidad». «Era un hombre que sabía mirar como nadie al cielo y a la tierra, de ahí su famosa frase de que trabajaba como un hortelano. La tierra le da fuerza, y el cielo creatividad y evasión». Sus dos grandes pasiones, aparte de trabajar, eran mirar al cielo y dar largos paseos por el campo, que le servían de inspiración y también de recogida de materiales que luego añadía a sus collages y esculturas. Termina Herrero: «Un hombre de la tierra, que decía que cuanto más asentados tuviera los pies en la tierra, más impulso podría tomar y más altura podría alcanzar al saltar».

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Comentarios

  • Francisco ÁlvarezQ

    Por Francisco ÁlvarezQ, el 12 febrero 2017

    Excelente,emotiva y bien ilustrada crónica y entrevista al nieto de tan querido y admirado creacionista, lúdico, lúcido y poeta visual: tan expresivo, que al contemplar cada una de sus obras el espacio auditivo también se vuelve jazz…. ¡Y muchas gracias al periodista Rafa Ruiz!

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