Misteriosos resplandores iluminan el Museo Thyssen

Aert van der Neer, ‘Claro de luna con un camino bordeando un canal’, c. 1645-1650. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

A partir de un ‘Claro de Luna’ de Aert van der Neer en la colección del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, el pintor segoviano Alberto Reguera ha creado una serie de lienzos de abstracción lírica que evocan el concepto romántico de la noche luminosa. Algo muy apropiado para estos tiempos en los que escudriñamos el horizonte en busca del resplandor que emane de la propia oscuridad.

Se llamaba Aert van der Neer y vivía en Amsterdam en el siglo XVII; era un magnífico pintor obsesionado con dos temas: las escenas nocturnas con luz de Luna y los paisajes invernales de ríos helados surcados por patinadores. Pero sus cuadros apenas le daban para mantener a su familia: esposa y seis hijos. Tan poco ingresaba de su pintura que tuvo que abrir una tienda de vinos. No le fue nada bien. Y se declaró en bancarrota. Murió en 1677, con 74 años, en la más absoluta miseria.

Sus lienzos, despreciados en su época, con el tiempo fueron colgados en los más importantes museos del mundo, desde el Rijksmuseum de Amsterdam a la National Gallery de Londres y el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Precisamente en este último museo se guarda uno de sus más bellos Claros de Luna.

A ese luminoso nocturno de título descriptivo, Claro de Luna con un camino bordeando un canal (hacia 1645-1650), ha llegado un pintor contemporáneo, Alberto Reguera (Segovia, 1961) –más valorado en otros países que en España–, para componer su proyecto para el Thyssen a partir de un encargo de hace tres/cuatro años del director artístico de este museo, Guillermo Solana: selecciona una obra de nuestra colección y a partir de ahí realiza un proyecto.

Alberto Reguera. ‘Recorridos lumínicos’, 2020. Colección del artista.

Alberto Reguera. ‘Difracciones lunares’, 2019. Colección del artista.

“Cuando me dijo que había elegido el Claro de Luna de Aert van der Neer”, explicaba Solana la pasada semana durante la presentación de la muestra, “al principio me sorprendió, porque no es, digamos, uno de los cuadros icónicos del museo, uno de esos que mueven a la gente a visitarnos. Pero enseguida entendí la profunda sintonía, la empatía entre la sutileza de esta obra y el trabajo de Alberto, al que conozco desde hace 25 años y cuya trayectoria he seguido de cerca. Siempre he visto en él un alquimista interesado en experimentar con las propiedades de la materia, con ese maravilloso despliegue de pigmentos. En el concepto de las nuevas abstracciones postminimalistas de los años 90, Alberto era una rara avis por su permanente deseo de sugerir la luz y el espacio, y de despertar emociones. Su obra podríamos denominarla como abstracción lírica. Después, su pintura evolucionó hacia el paisaje, vía el viaje y la fotografía. Paisajes abstractos o semi-abstractos, con referencias a la tradición paisajística holandesa”.

“Desde el principio me atrajo esta obra”, explica Reguera. “Encuentro muchos estímulos en ella, sobre todo por su búsqueda de la belleza. En los años 90, a partir de los nocturnos, las nubes –que me permiten las pinceladas flotantes, suspendidas–, los viajes, me reencontré con el paisaje holandés del siglo XVII, con esos horizontes planos de pintores como Ruisdael [Vista de Naarden es un magnífico lienzo también en el Thyssen] que me remitían a mi paisaje castellano. Un paisaje de horizontes planos, casi como si fuera Rothko. En Castilla esos océanos de trigo, mares de amarillo cromo, con un inmenso cielo azul; en Holanda esos mismos horizontes con otros colores, como el azul de Prusia”.

Esas diez obras expuestas en el Thyssen, muy matéricas, en las que la pintura supera los límites del lienzo y se desparrama por los laterales (algo habitual en Reguera, ese juego en el que las pinceladas escapan de la lona para invadir incluso paredes y suelos), proyectan realmente algo hipnótico y enigmático, como los claros de Luna, en su cuidada mezcla de tonos, desde los ocres de Castilla hasta los azules de las largas noches del norte de Europa. Resplandores que dotan de vida al espeso pigmento y que, más allá de describir campos de paisajes planos, atesoran el magnetismo de campos gravitatorios que parecieran querer absorbernos.

Aert van der Neer y Ruisdael. Algo de Rohtko para Reguera. Algo de Turner, el gran paisajista inglés, para Guillermo Solana. Algo de esa abstracción, esa esencia del paisaje que ha conseguido Carmen Laffón con sus vistas de Doñana desde Sanlúcar de Barrameda. Algo también de las soledades planas con las que la pintora Anna-Eva Bergman conectó su Noruega natal con los interiores de España (expone hasta el 4 de abril en el Palacio de Velázquez de Madrid, en el Retiro).

Guillermo Solana: “Tu pintura, Alberto, está siempre llena de lejanías, de la libertad de un viaje imaginario”.

Alberto Reguera: “Algo que siempre me capturó de este cuadro es que es una noche, pero una noche luminosa, que rompe la frontera entre lo visible y lo invisible”.

Una noche iluminada. Muy apta para estos tiempos de oscuridad a la que nos resistimos.

Guillermo Solana: “La noche transfigurada, iluminada, esa luz que surge de la propia noche es uno de los grandes mitos del Romanticismo”.

Y ahí, nada más entrar en la sala, a la izquierda, inmenso en su pequeño tamaño (es un óleo sobre tabla de 35,6 x 65,5 centímetros), la obra de donde partió el proyecto, el original de aquel pintor enamorado de los resplandores en la noche, menospreciado en su tiempo, Aert van der Neer.

La serie de Alberto Reguera a partir del ‘Claro de Luna’ de Aert van der Neer puede visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, en el hall y el balcón de la planta primera. Acceso gratuito. Hasta el 9 de mayo.

Alberto Reguera. ‘Una noche luminosa’, 2020. Colección del artista.

El artista Alberto Reguera. Foto: Oriol Marcos.

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Comentarios

  • lola Vega

    Por lola Vega, el 22 febrero 2021

    Alberto es un gran artista y lo sabe. Rafa muy bonito lo que has escrito.

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