‘Molinos y gigantes’: Jaume Franquesa destapa el acecho de la ‘eólica negra’

El impacto de un despliegue no compensado de aerogeneradores puede resultar brutal en el paisaje y la biodiversidad.

Vivimos un debate constante sobre la energía. Jaume Franquesa, con su libro ‘Molinos y gigantes’ (Errata Naturae), nos da claves para abordar la necesaria transición ecológica y para que esta no se vea solamente dominada por las grandes compañías sin preocupaciones medioambientales. Para este antropólogo social, la transición energética sólo será real si garantiza un mundo rural vivo y sin un desarrollo desigual para sus habitantes. La transición ecológica nos obligará también a elegir el mundo rural que queremos. Historia, geografía y vivencias se entrelazan en su análisis de la situación actual y futura de la energía, donde la dignidad y la soberanía son fundamentales. En estos momentos, Franquesa trabaja en la Universidad de Búfalo en Nueva York. La distancia no ha sido problema para esta entrevista por lo que le expreso mi agradecimiento.

La promesa de las renovables es la de poder generar un sistema descentralizado y con participación ciudadana. Sin embargo, esto parece que no se está consiguiendo. ¿Es así?

Por sus características intrínsecas, las renovables permiten transformar el sistema eléctrico hacia una mayor descentralización, promoviendo redes locales y acercando producción y consumo. No obstante, y a pesar de que en los últimos años estamos asistiendo a un cierto despegue de las comunidades energéticas y del autoconsumo, en líneas generales el desarrollo de las energías renovables en el Estado español, al igual que en muchos otros países, ha seguido un camino más bien centralizado, ajustándose al modelo preexistente. El predominio de las grandes empresas eléctricas, la concentración de plantas renovables en territorios rurales de baja densidad poblacional, la opacidad burocrática y el interés en construir nuevas líneas de alta tensión para transportar la energía entre esos territorios y los núcleos metropolitanos son manifestaciones de este desarrollo centralizado, que es lo que en el libro denomino como eólica negra.

La transición energética no existe, dice. El concepto nos remite a una historia de sustituciones, o presuntas sustituciones de fuentes energéticas. ¿Estamos ahí?

El concepto de transición energética tal y como generalmente se usa es engañoso. Y lo es porque sugiere la existencia de una historia de sustituciones de unas fuentes y/o tecnologías energéticas por otras que no tiene reflejo en la realidad. El ejemplo más palmario de lo que digo es la supuesta transición del carbón al petróleo, que en términos mundiales se suele situar poco después de la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que sucede es que el petróleo toma el relevo del carbón como primera fuente energética, y es sólo en este sentido estrecho que podemos hablar de transición energética, en ningún caso que lo sustituya, ya que el consumo sigue creciendo hasta bien entrado el siglo XXI. Así, pues, lo que tenemos no es una historia de sustituciones, sino una de adiciones, que es también en gran medida lo que está pasando hoy con las renovables.

Este concepto engañoso de transición energética es problemático, ya que nos nubla la comprensión de la realidad actual y futura. De hecho, es esta noción la que apuntala la idea ampliamente extendida de que la transición ecológica puede reducirse a la transición energética, y que esta última consiste simplemente en la instalación de renovables. Este esquema olvida, como mínimo, cuatro cosas clave. Una, que los problemas ecológicos van más allá del cambio climático (agotamiento de los recursos, pérdida de biodiversidad, abuso de pesticidas y salinización de suelos), y que, por lo tanto, la transición ecológica no puede limitarse a la cuestión energética. Dos, que el desarrollo de las renovables se lleva a cabo dentro de un sistema fósil, e implica un uso nada despreciable de combustibles fósiles. Tres, que por mucho desarrollo renovable que haya, esto sirve de poco si no se desplazan o sustituyen otras fuentes de energía. Y cuatro, que no puede haber una verdadera transición ecológica a menos que se reduzca el consumo de energía y materiales, es decir, sin que se produzca un decrecimiento, a poder ser planificado, lo cual implica desterrar el mito del crecimiento, ya que no es posible desacoplar el crecimiento económico tal y como suele definirse (básicamente, como incremento cuantitativo del Producto Interior Bruto) de la presión sobre los recursos. Dentro del movimiento ecologista, que no es para nada monolítico, esta es una idea ampliamente compartida, como se puede juzgar mediante la lectura de dos artículos recientes firmados por voces importantes con posturas por lo demás bastante alejadas (Jorge Riechmann y Pep Puig).

Actualmente, el desarrollo de las renovables, al no contar con los ciudadanos, es lo que genera la famosa frase: ‘Renovables sí, pero no así’. Ya que parece que a políticos y empresas les da igual la gente, la biodiversidad, los ecosistemas.

Es indudable que el desarrollo de las renovables en el Estado español adolece de falta de mecanismos de participación y planificación democráticas. Los principales criterios que han guiado este desarrollo son, por un lado y como decía justo más arriba, el objetivo de instalar el máximo número de megavatios lo más rápido posible, y, por el otro lado, crear un marco regulador con el que se sientan cómodos aquellos que se entiende que tienen más y mejores medios para llevar a cabo este desarrollo acelerado, que no son otros que las grandes empresas del sector. Todo lo demás ha quedado en un segundo plano. 

Cuestionar la falta de planificación territorial, advertir de profundos e irreversibles impactos ambientales y, sobre todo, la poca apuesta estatal por el autoconsumo, ¿nos puede llevar a ser calificados de anti-renovables?

Bueno, el caso es que esto ya sucede. Cualquier plataforma que exprese una queja sobre la ubicación de una central renovable, o cualquier intelectual o académico que levante alguna duda sobre el despliegue de las renovables es susceptible de ser atacado como anti-renovables. Es importante reconocer que a veces esta acusación está bien fundada, pero que muchas otras veces, la mayoría diría yo, no lo está. Y añadiría que en el caso español las plataformas locales en general son bastante cuidadosas a este respecto, enfatizando que no están en contra del desarrollo renovable en sí, sino de cómo se lleva a cabo. Ahí radica la fuerza de la expresión que mencionabas anteriormente, “Renovables sí, pero no así”. También es cierto que a menudo estas voces disonantes ponen más empeño en proclamar lo que no quieren (el “así no”) que en articular una contrapropuesta, y también lo es que incluso cuando lo hacen tienen poca capacidad para ser escuchadas, y así desde fuera puede parecer que lo único que dicen es “sí, pero aquí no”, es decir, un mensaje egoísta y en negativo. Pero, claro, estas plataformas emergen en territorios rurales con poca gente y recursos, y esperar que definan un modelo energético alternativo puede que sea pedir demasiado.

El antropólogo social Jaume Franquesa, autor del libro ‘Molinos y gigantes’. Foto: Tara Bazilian Chang.

Además, hay un punto muy importante: la resistencia que muchos habitantes de los territorios rurales expresan hacia el desarrollo de las renovables es una consecuencia directa de cómo se está llevando a cabo este desarrollo. Por eso en el libro procuro poner la oreja y prestar atención a estas resistencias tal y como se dan en el sur de Cataluña, que es un caso especialmente interesante, porque tiene una larga trayectoria de lucha y convivencia con infraestructuras energéticas. Así, además de explicar las distintas propuestas formales que han emergido a lo largo de los años de lucha en esta región, también intento averiguar las causas que generan rechazo y frustración entre gran parte de la población, para finalmente interpretar el tipo de sistema energético, modelo territorial y transición ecológica hacia el que apuntan, con independencia de que lo definan formalmente. Lo que genera oposición no es la eólica en sí, sino lo que llamo eólica negra.

Pros y contras de este boom de renovables. ¿Se puede pasar de una eólica negra a una verde? ¿Nos va a pasar lo mismo que con el boom inmobiliario: la degradación del territorio?

Sí, se puede pasar de lo que llamo una eólica negra (centralizada en manos de grandes empresas, concentrada en territorios rurales empobrecidos, falta de participación local) hacia una eólica verde (más distribuida, con mayor participación local, orientada al ahorro energético). Es más, este va a ser un proceso muy largo, y es probable que en el momento en el que nos acerquemos a una sociedad post-fósil no quede más remedio que hacerlo de esa forma.

De todas maneras, también me gustaría subrayar que Molinos y gigantes no es un libro de soluciones, sino que quiere ser más bien un espacio de reflexión para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. De hecho, en el prólogo ya digo que mi objetivo es alejarme de lo que Marina Garcés llama “solucionismo”, término con el que identifica la tendencia a abordar lo que en propiedad son cuestiones sociales y políticas como si fueran problemas técnicos que requieren de una solución, a menudo tecnológica, implementada por expertos. La transición ecológica tiene que ser entendida como una cuestión política y social.

Respecto a la comparación con el boom inmobiliario, sólo quiero apuntar, brevemente, que en el libro pongo hincapié en mostrar la integración, tanto a nivel de capitales como de lógicas operativas, entre el sector de la construcción y el sector eléctrico. Y esta integración tiene raíces históricas profundas, como se desprende del análisis y descripción de la historia del sistema eléctrico que se hace en el libro. Este punto de la historia es fundamental: el libro nos invita a conocer la historia del sistema eléctrico desde sus inicios a finales del siglo XIX hasta nuestros días porque entiende que es sólo desde este conocimiento que podemos evaluar la situación actual e imaginar un futuro mejor.

¿El futuro de las renovables y el mundo rural son indisociables? Me gusta su apreciación: la transición ecológica nos obligará también a elegir el mundo rural que queremos.

Me alegro de que te guste, porque esta es una de las ideas centrales del libro. Y también es verdad que es algo que rara vez se plantea en el debate público. El desarrollo renovable no es ni debería plantearse sólo como una cuestión de política energética, sino también de planificación territorial. Dadas sus propiedades intrínsecas, las renovables tienen grandes necesidades de espacio, y ello provoca presión sobre el territorio rural. Y ésta es la principal razón por la que el desarrollo renovable aparece en el centro de películas como Alcarràs y As bestas, que procuran acercarnos a la realidad actual y cotidiana del mundo rural. Creo que estas dos películas son una gran noticia, puesto que acercan esta cuestión al debate público, y muestran su impacto y su importancia para con un mundo rural donde los sentimientos de abandono y angustia llevan décadas fermentando. Tenemos pues que escuchar las voces que vienen del mundo rural y hablar del mundo rural que queremos, puesto que el papel de este mundo en la transición ecológica es clave y va mucho más allá de la cuestión de las renovables, ya que también se relaciona con cosas tan cruciales como el mantenimiento de hábitats y la soberanía alimentaria.

La desigualdad y la dignidad no deberían ser abstractas, ¿el capitalismo lleva a esto? ¿Miseria es igual a acumulación de capital, también en las energías?

El desarrollo capitalista es, por definición, un desarrollo desigual. Esta desigualdad es su alfa y su omega, tanto su condición de existencia como el resultado de su operación. Y el sector energético no es una excepción, más bien al contrario, puesto que juega un papel absolutamente fundamental dentro del sistema económico en el que vivimos.

Estamos repitiendo los patrones existentes en el modelo de la energía en España. ¿Es un modelo que sólo sirve a las grandes empresas?

Sí, como ya he dicho, esta ha sido la apuesta. El modelo energético, y más concretamente el eléctrico, existente en el Estado español ha estado orientado por el objetivo de asegurar los beneficios a las grandes empresas, y este objetivo es el elemento constante cuando se produce una nueva apuesta por una nueva fuente energética, sea esta la nuclear, la eólica o el hidrógeno verde. En el libro lo llamo transacción energética. Más allá de esto, lo que deberíamos preguntarnos es si es compatible la transición energética con el afán de lucro. Es decir, ¿tiene sentido que el beneficio empresarial sea la condición sine qua non sobre la que reposa el desarrollo de las renovables? ¿Tiene que tratarse a la energía como a una mercancía?

Todo ello está relacionado con el mito del crecimiento del que hablaba más arriba, que es lo que está detrás de la idea falaz de crecimiento verde, la alquimia esa de vamos a hacer negocio mientras salvamos el planeta. El criterio del beneficio económico debería evacuarse de la planificación energética.

Es horroroso el pensamiento: la supervivencia de unos depende del expolio de otros. ¿El concepto redistributivo se ha dejado de lado? ¿Núcleos urbanos y periferias se pueden compaginar? Ante esto, ¿resignación o indignación?

Para desplegar las renovables se eligen territorios con menor capacidad para hacerse valer. El libro argumenta que la concentración de instalaciones renovables en ciertos territorios rurales empobrecidos, tales como el sur de Cataluña, es una consecuencia de ese afán de lucro, que genera desarrollo desigual. Es decir, la elección de estos territorios obedece a la lógica del beneficio. Esto quiere decir que se eligen por sus buenas condiciones en términos naturales, por ejemplo, en el caso de la eólica, disponer de un régimen de viento apropiado. Pero también, y a veces principalmente, porque la empresa promotora calcula que en esta zona se puede ahorrar costos, lo cual básicamente quiere decir pagar menos a los habitantes y propietarios locales o que allí va a encontrar menos resistencia a su proyecto, ya que, de hecho, la capacidad de esta posible resistencia para impedir el proyecto supone el mayor riesgo financiero al que se enfrenta el promotor.

Por eso en el libro digo que los promotores eólicos tienden a elegir territorios con menor capacidad para hacerse valer, y que muy a menudo sucede que son territorios, como el sur de Cataluña, que ya concentran una gran cantidad de infraestructura energética. Y esto es algo que genera frustración y resquemor entre muchos de sus habitantes, muchas veces incluso entre aquellos que de entrada eran más favorables al proyecto renovable en cuestión. Todo ello a veces se traduce en resignación y otras en indignación, pero en el libro pongo énfasis en la segunda, porque la indignación y la consiguiente búsqueda de dignidad es lo que más me he encontrado en el sur de Cataluña durante los años en los que llevo haciendo investigación allí. Y me tomo el análisis de esta indignación muy en serio, intentando entender cómo se relaciona con sus esfuerzos para tirar adelante, para definir lo que es una vida bien vivida, y para defender la dignidad, el valor de sus vidas y sus territorios.

Molinos y gigantes, David contra Goliat. ¿Hace falta planificar, legislar, para que no se den desigualdades y pobreza energética?

Obviamente, la planificación es clave. Como decía anteriormente: tenemos que orientarnos a un decrecimiento planificado; el desarrollo renovable tiene que afrontarse como una cuestión de ordenación territorial; debemos definir qué mundos rurales, en plural, queremos; y obviamente tiene que ofrecerse protección a las personas vulnerables para paliar desigualdades como las que se manifiestan con la pobreza energética. Todo esto tiene que ver con la planificación. Pero además de la planificación también es importante el debate y la deliberación amplia y democrática. Y aún lo es más tener conciencia de que, en tanto que proceso político y social, la transición ecológica es un proceso largo en el que se van a dar luchas entre intereses contrapuestos y visiones enfrentadas, y que la forma que esta transición vaya tomando será el resultado de tales luchas.

Territorio baldío, despoblación, España vaciada. Como darle la vuelta a estos conceptos para que no sean la excusa del todo vale.

Uno de los mensajes centrales del libro es que hay que empezar por escuchar a las gentes de estos territorios vaciados, y comprender sus vidas y su experiencia, para así sentir este mundo un poco más próximo. Este es un enfoque típico de la antropología, que es a lo que me dedico.

De hecho, aunque en esta entrevista mis respuestas han sido de carácter más bien general y abstracto, para concluir me gustaría subrayar que el libro se centra en el aspecto más humano de todo este asunto. En efecto, el lector que se adentre en sus páginas va a encontrar, sobre todo, personas y relaciones sociales, gentes con opiniones y vivencias diversas, que trabajan y se ganan la vida, que aman y cuidan a su territorio, que procuran construirse un horizonte y dar sentido a su existencia. Mi apuesta es que sea la experiencia de estas personas la que dé pie a un espacio de pensamiento y reflexión sobre el mundo rural y el sistema energético que queremos.

Me gustaría también que pudiera servir para aproximar estas maneras de ver y de sentir a los habitantes del mundo urbano, puesto que creo que uno de los grandes males que tenemos en este país es la creciente desconexión y desconocimiento entre el mundo rural y el mundo urbano. Es por ello que las quejas del mundo rural llegan, si es que llegan, tan distorsionadas y simplificadas a los oídos de la ciudad, y es por lo tanto necesario atajar esa desconexión. Y todo esto debería también ayudar a no caer en la tentación de ver los conflictos que se producen alrededor de las renovables como simples expresiones de un enfrentamiento entre rurales y urbanitas. No son los urbanitas, así, en general, los que toman decisiones sobre el sistema energético, ni tampoco sus mayores beneficiarios; son los poderes políticos y económicos.

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