Mucho más que la lúbrica y brillante narración de una infidelidad

La escritora Tessa Hadley.

Estamos ante la narración del despertar de una mujer que llevaba demasiado tiempo dormida sobre los hipnóticos brazos de la exigencia social. Phyllis despierta como despierta la protagonista de un maniqueo cuento de hadas, pero en su caso el beso que recibe significa revolución y no sometimiento. ‘Amor libre’: una novela de despertares sexuales extraordinariamente bien escrita por la inglesa Tessa Hadley.

Cuando las biografías se bifurcan de manera incontrolada surgen novela magníficas, tan magníficas como lo es Amor libre, de Tessa Hadley (Bristol, 1956). Una novela en la que la moral salta por los aires de esa forma fatídica en que la inocencia y la vida de un niño lo hacen bajo el peso del cuerpo criminal de un pederasta.

Escrita con un rigor narrativo exquisito, Tess Hadley narra el despertar de Phyllis, una dama de bien en el Londres de los años 60, una mujer que pierde su equilibrio por un beso que recibe, como solo podía ser, en mitad de la oscuridad de lo que parecía para ella y su familia tan solo una noche de visitas incómodas.

Y lo hace con esa marcada y arrolladora tendencia que tiene a construir importantes micromundos con lenguajes capaces de sostener la novela de manera individual, sin que nada se desacople y pierda la entidad. Hadley aborrece lo lineal, y para evitarlo trabaja con sus personajes hasta dotarlos de una férrea pátina que los hace indestructibles, pese a la arrogancia e inconsciencia en que les hace habitar mientras dura la novela. Parecen hombres y mujeres dóciles. Ellos, resignados próceres que, sin embargo, guardan secretos que alcanzan demasiadas vidas. Ellas, mujeres intachables que sienten la desesperada necesidad de despertar deseo como una forma de victoria frente al aliento cada vez más seco y ácido de sus vidas ordenadas:

“Tú no haces las camas –dijo Colette­–. Las hace Mandy Verey.

Le sorprendió ver que su madre se ponía roja como la grana, como si se avergonzara; era algo que nunca le ocurría. Phyllis pensó que ahora Nicky Knight la despreciaría del todo. No solo era vieja y repulsiva, sino también tenía servicio”.

Hadley posee una precisión estética admirable en esta novela. Despliega imágenes que arrastran al lector hasta la silueta prieta de la narración. No hay fisura alguna en el texto. Es compacto y al mismo tiempo goza de la impagable magia de la sencillez:

“Hugh llamó desde su cama –¡Papa!– con una voz musical y alarmada, como un pájaro que se prepara para la noche”.

“¿No se merecen los judíos tener un país después de lo que les ha pasado?

­–El problema es que ese país suyo ayer pertenecía a otros. Puede verse de las dos formas”.

“Las coníferas de Marcia era una hilera de crucifixiones”.

Amor libre es mucho más que la lúbrica y brillante narración de una infidelidad. Es la narración del despertar de una mujer que llevaba demasiado tiempo dormida sobre los hipnóticos brazos de la exigencia social. Phyllis despierta como despierta la protagonista de un maniqueo cuento de hadas, pero en su caso el beso que recibe significa revolución y no sometimiento. El rastro de saliva que deja en su memoria es el hilo invisible que la sacará de la molicie, que le llevará a sumergirse en el amplio y ecléctico estómago de la contracultura e incluso a arrastrar a su hija adolescente a ese lugar en que el poder patriarcal no puede alcanzar a las mujeres en primera instancia:

“–Lo lamentaría por tu padre. Imagina cómo debe sentirse.

Colette vio el potencial de descolocarlas e intrigarlas si tomaba la perspectiva opuesta: sería menos cursi que hacerse la hija abandonada y depender de su compasión. La sofisticación de esas chicas solo era superficial, por debajo eran conservadoras y convencionales”.

Hadley habla también de la imaginaria competencia que los hombres adjudican a las mujeres:

“Las cosas siempre eran difíciles, poco agraciada con una madre atractiva”.

Pero por fortuna el romance entre mujer madura y jovencito burgués y libertario, y la competencia entre mujeres es lo menos importante en esta novela:

“Lo único a lo que podría agarrarse era a que debía cambiar de verdad para darle sentido a su traición”.

Porque sin duda el punto fuerte de Amor libre es presenciar mientras se lee que no hay pasión como la que se forma y se siente al resistir, y eso Hadley lo deposita de manera magistral sobre la piel de Jean Knight, la contraheroína de esta inteligente novela:

“Bien, había pagado por su error de seguir casada. Si Peter era un maltratador, también era culpa de Jean: le había dado una mala ventaja sobre ella. En las largas tardes alucinatorias bajo la mosquitera de su habitación de Teherán, cuando Nicky estaba en el internado, creyó que iba a enloquecer. Y entre tanto todas esas recepciones de British Petroleum y las fiestas de la embajada donde Jean era una muñeca sonriente: asintiendo, disculpándose. Rota”.

Ya el título ofrece una venturosa y riquísima contradicción, una enriquecedora odisea para el lector que no desvelaré en este leve discurso que comparto con ustedes.

Para descubrir en qué consiste tendrán que leer está fábula de amores inoportunos que no incorrectos, de amores sediciosos y de amores eternos. De despertares sexuales y de edificios abandonados, de reestructuración y de destrucción.

Phyllis, Roger, Jean, Nicky, Colette y Hugh son los hijos de un dios que por ventura ha perdido sus buenos modales.

Por eso Amor libre consigue ser una novela en la que el sarcasmo y el cinismo le llenan la boca a todas las generaciones que la habitan. Tessa Hadley vuelve a radiografiar la sociedad sin aceptar las normas que tratan de imponerle los lugares comunes y por eso hace que los silencios de sus protagonistas sean pura efervescencia y sus palabras, un semillero de palabras útiles.

No dejen de leerla; Tessa Hadley es la púgil que no necesita usar los golpes bajos para dejar sobre la lona el cuerpo inerte de lo convencional.

‘Amor Libre’. Tessa Hadley. Traducción de Magdalena Palmer. Sexto Piso. 266 páginas.

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