La muerte del artista está próxima, no te lamentes, organízate

Festival de música en Madrid.

Estamos ante una publicación que requiere tiempo, leerla con calma, atención. Tras su lectura es posible, si te dedicas a temas relacionados con el arte y/o la cultura, que salgas más decepcionado sobre el entorno en la que se envuelven o apuntes hacia otras formas de percibirlas y desarrollarlas. En las primeras líneas de introducción el autor deja claro con qué nos vamos a topar: “Libro sobre arte y dinero, sobre la conexión entre ambos y sobre cómo esta relación está cambiando y transformando a su vez el arte. ‘La muerte del artista. Cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología’ es un libro sobre cómo los artistas -músicos, escritores, artistas visuales, creadores de cine y televisión- se ganan la vida o lo intentan con dificultades, en la economía del siglo XXI”.

En 1927, el escritor, guionista, crítico, teórico y precursor de la escuela formalista Viktor B. Shklovsky relataba lo siguiente: “En la WAPP –Asociación de escritores rusos– hay tres mil escritores; son demasiados. Cuando Lev Nicolayevich Tolstói tenía 56 años, escribió en una carta a su esposa: “Me he quebrado el brazo y, al guardar reposo, me he llegado a sentir un escritor profesional”. Para entonces ya había escrito Guerra y Paz. El escritor actual intenta hacerse un escritor profesional a los 18 años y no tener otra profesión que no sea la literaria”. Ocurría hace casi 100 años. Hoy pregonamos que todos somos artistas. Contamos con una IA dispuesta a convertirnos en autores y actores, sin tener ni idea de música, ni creatividad. Difundir nuestra “obra” en miles de plataformas, si cuentas con un ordenador, un teléfono móvil –a ser posible iPhone– y conexión a internet, ¿a cambio de qué? ¿Cómo pagar el alquiler, la comida, la red…?

Tabú: cultura y dinero

William Deresiewicz, ensayista y crítico norteamericano, dialoga en La muerte del artista. Cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología sobre el dinero, precepto proscrito por múltiples motivos, incluida la imagen, desde hace relativamente poco. “En el Renacimiento, cuando los artistas aún eran considerados artesanos, nadie se lo pensaba dos veces a la hora de intercambiar arte por dinero”, comenta, ¿cuándo cambia la relación? “En la modernidad, con la aparición del Arte con mayúsculas –el arte como un reino autónomo de expresión– surgió la noción de que el arte y el comercio se excluían mutuamente. A medida que se fueron desmoronando las creencias tradicionales a lo largo de los siglos XVIII y XIX –por la ciencia moderna, por la crítica escéptica de la Ilustración–, el arte heredó el papel de la fe, convirtiéndose en una especie de religión secular para las clases progresistas, el lugar al que la gente acudía para satisfacer sus necesidades espirituales… Como la religión antes, el Arte era considerado superior a las cosas mundanas”.

Panorama gravado en la actualidad ante el monopolio tecno-ideológico de empresas que no tienen ni idea del concepto de cultura, alimentando que todas somos artistas. El amateurismo y la presencia en la red traerán “el éxito de la noche a la mañana”; si no llega, es por la flaqueza del “artista”.

¿Todos somos artistas?

Si todos podemos ser artistas, vamos a serlo. Contamos con plataformas y una sobre- oferta donde priman la lucha por salir adelante, la competencia y un consumismo cultural que minusvalora el proceso creativo, la formación, el tiempo y la dedicación necesaria, como en cualquier otra profesión, para desarrollar un trabajo. Entre las consecuencias, reseñar cómo los ingresos por música grabada han caído. En YouTube puedes ganar 600 € si una canción supera el millón de escuchas. Plataformas como Tidal, Apple y Spotify pagan entre 0,005 y 0,01284 dólares por cada canción reproducida, documenta Patricio Pron en El País. ¿Cómo elaboran las diferentes plataformas, las listas de reproducción, recomendación y novedades? La mayoría de los pagos de estas van a parar a las megaestrellas. Los artistas que actúan en grandes eventos siempre son ellas. Los macrofestivales reciben cuantiosas subvenciones públicas que no impiden el sobrecoste de las entradas, ni fomentan la participación de artistas locales, destruyen redes de salas de música en vivo, sin plantearse –ni importarles– las contrariedades que representan para los vecinos próximos a los lugares donde se realizan.

Profesionales de cine, televisión y de las artes escénicas dejan de ser fijos para ser intermitentes “por obra”. ¿Cuántas artistas viven por sus actuaciones en escenarios y platós? ¿Cuántos guionistas sobreviven de sus trabajos creativos? Se editan más libros que nunca, diez a la hora en nuestro país, ¿cuánto ingresan la mayoría de esos autores por sus obras? ¿Qué cantidades perciben traductores y correctores por sus trabajos? Puedes auto-publicarte tu propio libro, ¿cómo hacer para que tenga buena distribución, comunicación y encontrarlo fácilmente en Amazon?

Además de crear o interpretar, el artista actual tiene que ser gestor, buscar clientes, ayudas, subvenciones. Hacer facturas, liquidar impuestos.  Generar contenidos en redes, estar pendiente de comentarios, dar respuesta, ser amable, entusiasta. No decepcionar a los seguidores, cayendo con facilidad en auto-censuras. Producir marketing, publicidad, comunicación. Dar clases, diversificar, buscar otros ingresos… Sin horario fijo, estar visible las 24 horas como indica al autor “montárselo por cuenta propia en la era digital –la era de la economía de la atención– se centra en el trío superpuesto de la auto-comercialización, la auto-promoción y el autobombo de la marca personal” sin tiempo para reflexionar, formarse, reciclar…, a lo que hay que añadir la dificultad de prever vacaciones, cotizaciones para una pensión decente.

¿Es sostenible el trabajo cultural para la mayoría de sus trabajadores, más allá de los más reconocidos y exitosos? Al concluir un trabajo, la misma pregunta: ¿cómo y cuándo será el siguiente? Preciso recurrir al micromecenazgo, excelente herramienta que no puede ser la panacea ante el peligro de saturar y colapsar. Siempre las mismas dudas, con incidencia en la salud mental de sus protagonistas.

Autor / Plataforma. ¿Quién decide el valor de lo creado?

Para Deresiewicz, el artista clase media está desapareciendo. El todo gratis, promovido desde Silicon Valley, ha llevado a “la desmonetización de los contenidos, trabajar en cultura es hacerlo gratis en muchas ocasiones, devaluando lo elaborado de igual manera que ha hecho recortar muchas las aportaciones que antes realizaban las industrias culturales, como los anticipos y personal”… Para Patricio Pron, “empresas como Spotify, Disney, Google, Apple, Ticketmaster, Live Nation, Steam, YouTube, las tres grandes de la industria discográfica –Universal, Warner y Sony–, las cinco grandes editoriales –Penguin Random House, HarperCollins, Simon & Schuster, Hachette y MacMillan–, Meta y, por supuesto, Amazon se han apropiado del mercado de la producción y el consumo de música, la industria audiovisual, la publicidad, la circulación de noticias, las entradas de eventos y festivales, los videojuegos, las aplicaciones de móvil, la industria editorial, los audiolibros y el libro electrónico”.
¿Quién decide lo que cuesta y el valor lo creado?, ¿el autor o las plataformas? Al desaparecer la clase media cultural, ¿cuántas obras no se van a poder realizar? Nunca vamos a conocerlas y disfrutarlas.

Nadie duda de las virtudes de internet. La cantidad de ventanas y propuestas que nos permite conocer, pero es nefasto para ganarse la vida en la cultura, menos para las plataformas y anunciantes protagonistas de los negocios más lucrativos. Solo es preciso echar un vistazo a cuáles son las empresas con más valor en el mercado global (Apple, Google, Microsoft, Amazon).

Cultura como lotería

Deresiewicz entrevista a más de 140 personas relacionadas con el arte y la cultura. Testimonios directos de la música, la escritura, las artes visuales, el cine y la televisión. Como bien expone, “no es un libro contra el mercado, pero que el mercado no decida lo que creas y como lo creas”. Nos aproxima a la relación histórica entre arte y artistas, cómo conseguir vivir en nuestra época. Cómo prevalece la ideología de Silicon Valley en los contenidos. Desmonta ideas, reflexiona y modifica algunos de los planteamientos asentados durante años. El arte y la cultura no se hacen por dinero, pero este es necesario. Sus trabajadores no pueden vivir en una constante lotería que afecta a su vida cotidiana y a su salud mental. La mayoría nunca lo han tenido fácil, pero su suerte no puede depender de empresas que nada tienen que ver con la creación, el arte, la cultura.

La muerte del artista es un libro complejo, difícil de digerir. Recomendar su lectura con calma, pausas, equidad, sin prisas. Estamos en plena campaña electoral, ¿alguien se acercará a estas realidades? ¿Se hablará de cómo poder regular la relación de las plataformas con artistas y creadores?, ¿sobre retribuciones justas? Durante la pandemia se les valoró al contribuir que aquellos momentos fueran más accesibles; como pasó con la comunidad sanitaria, serán también ignorados. Como el autor de la publicación comenta, “no te lamentes, organízate”.

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