Un Mundial de fútbol vergonzoso en un Estado homófobo

Foto: Diego Lara.

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Arranca en Rusia el Mundial de Fútbol 2018. Una vergüenza que la FIFA decidiera otorgar su organización a un Estado que ha hecho gala de una represión feroz contra los homosexuales, con normas como la Ley de Propaganda Homosexual, que castiga incluso que personas de un mismo sexo caminen de la mano en un lugar público. Repasamos las ‘salidas de armario’ entre deportistas y la inadmisible homofobia en ‘el deporte rey’, una enorme mancha para considerar que el fútbol contribuye a expandir valores positivos en la sociedad.

Cada 19 de febrero se celebra el Día Internacional contra la Homofobia en el Fútbol. La fecha guarda relación con el día en que nació Justin Fashanu, el primer jugador profesional que reconoció publicamente su homosexualidad. Tras su confesión, en la portada del periódico The Sun, en 1990, Fashanu -que hasta entonces había refrendado sus virtudes como delantero en la Liga inglesa- tuvo que sorportar todo tipo de insultos desde las gradas, vejaciones por parte de sus propios compañeros y un sostenido acoso laboral del mítico entrenador del Nottingham Forest Brian Clough, que tras descubrir su condición sexual le prohibió incluso entrenar con el resto de la plantilla. En 1998, sin ofertas por parte de ningún equipo y tras ser acusado por un adolescente de agresión sexual –denuncia que posteriormente se demostró infundada–, Fashanu decidió dejar de luchar y se suicidó.

Aunque todavía persiste el recelo por parte de muchos deportistas a reconocer su homosexualidad, cada vez es más habitual en el deporte profesional que gays y lesbianas hagan pública su condición sexual. Por lo general, esta tendencia siempre ha sido más proclive en deportes individuales que en colectivos y en el ámbito femenino que en el masculino. Dos de las mejores tenistas de la historia, Billie Jean King y Martina Navratilova, rompieron, en los años setenta y ochenta, con un tabú que permitió a otras muchas compañeras seguir sus pasos. Campeonas olímpicas como Sheryl Swoopes -conocida como la Michael Jordan femenina-, la esquiadora noruega Vibeke Skofterud, sus compatriotas de la selección de balonmano Gro Hammerseng y Katja Nyberg y la patinadora Ireen Wüst son algunos ejemplos de las muchas deportistas que han declarado su lesbianismo. 

En el ámbito masculino, los deportes individuales han sido un terreno más propicio para la normalización. Es el caso de la natación, donde destaca el legendario nadador australiano Ian Thorpe, así como celebridades del salto como Tom Daley y Greg Louganis. Este último, considerado el mejor saltador de todos los tiempos, perdió el favor de sus patrocinadores tras hacer pública su condición sexual, una consecuencia que cada vez resulta menos frecuente –e incluso contraria a los intereses de las propias empresas–, pero que ha influido en otras ocasiones para que muchos profesionales homosexuales de deportes más mediáticos aún mantuviesen ciertas reticencias.

Pese a estos prejuicios, es difícil encontrar un competición de máximo nivel donde no haya habido algún anuncio. Así sucedió con el jugador de beisbol de la MLB Glenn Burke; con Michael Sam, jugador de fútbol americano de la NFL, y con el NBA Jason Collins, pívot de los Washington Wizards. En los tres casos la noticia provocó una ola de adhesión tanto de los organizadores como de sus compañeros.

En casi todas las disciplinas deportivas se han producido avances en la lucha contra la discriminación sexual. La única salvedad la encontramos, por desgracia, en el que constituye el deporte más popular del planeta: el fútbol practicado por hombres. Mientras que en el fútbol femenino la homosexualidad está plenamente aceptada, con decenas de casos conocidos, en el caso de los varones apenas cuenta con reconocimientos aislados en categorías menores o con un par de confesiones realizadas tras anunciar el retiro, como el del internacional alemán Thomas Hitzlsperger o el norteamericano Robbie Rogers. El único caso destacable es el del malogrado Justin Fashanu.

Pocos contextos se mantienen tan impermeables a la tolerancia por la diversidad sexual como el del fútbol. Mientras que en cualquier otra esfera de la sociedad la homosexualidad ha sido, en mayor o menor medida, gradualmente asimilada, el deporte del balón conforma todavía un marco mental que refuerza unos valores inaceptablemente retrógrados. Cada semana, cientos de millones de personas animan a los casi 10.000 futbolistas profesionales que participan en diferentes campeonatos de élite por todo el mundo. A día de hoy, no existe constancia de que ni uno solo haya admitido ser homosexual. Como esta probabilidad es tan grotesca como impossible, la única conclusión aceptable es que a cientos de futbolistas gays les paraliza el miedo a ser estigmatizados. Razones no les faltan. 

El fútbol es un entorno que históricamente ha otorgado un gran valor a la masculinidad. Muy a menudo, cuando un equipo pierde la primera reacción de sus aficionados, suele ser una mención a la escasa hombría de sus jugadores en relación a sus gónadas. Desde esta perspectiva, pueril, el homosexual es débil en tanto que, desde su prejuicio, se encuentra en las antípodas competitivas de su referente: el macho. A veces, hemos escuchado a futbolistas populares reafirmarse en estas ideas. Incluso medios de comunicación deportivos han utilizado el silencio de algún jugador, en torno al rumor sobre su presunta homosexualidad, como una razón para presionarle, como si estuviesen obligados a acreditar una supuesta heterosexualidad u hombría.

Los cánticos e insultos homófobos no solo están al orden del día en la mayoría de estadios sino que son tolerados -por parte de los árbitros, las federaciones y las ligas profesionales- como no sucede con otras conductas igualmente inadmisibles. Los organismos futbolísticos, por ejemplo, han conminado a los colegiados a denunciar, en sus actas, los insultos racistas e incluso a detener un encuentro hasta que estos cesen. Aunque la normativa de FIFA abarca por igual la prohibición de los insultos por orientación sexual, la impunidad con este tipo de vejaciones es absoluta.

El propio presidente de la FIFA, Gianni Infantino, advirtió recientemente que no toleraría -como no podía ser de otro modo- incidentes racistas en el Mundial. En cambio, a tenor de la decisión de otorgar la organización del evento a Rusia –un Estado que ha hecho gala de una represión feroz contra los homosexuales–, no parece que esta otra discriminación preocupe tanto a dicho organismo.

En el año 2013, el gobierno de Vladimir Putin aprobó una batería de medidas legislativas en detrimento de los derechos de los ciudadanos homosexuales, la más destacada la Ley de Propaganda Homosexual, que prevé sanciones para quienes extiendan “la idea tergiversada de que las orientaciones sexuales tradicionales y las no tradicionales tienen igual valor social”, lo cual impide, incluso, que personas de un mismo sexo caminen tomadas de la mano en un lugar público. Unos días depués, la Duma aprobó por unanimidad una modificación del Código de Familia por el cual las parejas homosexuales extranjeras no podrán adoptar niños rusos. Y por último, se decretó la posibilidad de retirar la patria potestad y el derecho de herencia a aquellos padres que mostraran conductas homosexuales. Vitaly Mutko, ex presidente de la federación de fútbol rusa, bajo cuyo mandato se otorgó la organización del Mundial a su país, fue una de las personas que promulgó estas leyes.

Ante la tesitura que se vive en el país anfitrión, a lo más que se ha atrevido la FIFA ha sido a solicitar a FARE -grupo contra el racismo y la discriminación en el fútbol– la elaboración de una guía con unos consejos para los aficionados homosexuales que acudan a la cita, en la que se les advierte “de las ciudades y los sitios donde no serán bien recibidos”, de “las conductas que no deben realizar en público” o “a la hora del día en que es más peligrosa cada circunstancia”. A nadie de la FIFA se le ocurrió que quizás lo más lógico era no conceder un Mundial a un Estado que te obliga a confeccionar una guía tan vergonzosa como esa.

La educación y la concienciación son el mejor camino para desarrollar una sociedad más empática y humana, pero hay que orientarlas precisamente hacia aquellos ámbitos de mayor impacto. En la medida en que el fútbol es un espacio donde todavía perdura un elevado grado de intransigencia respecto a la diversidad sexual y que es un espectáculo con una influencia desmesurada en una cantidad ingente de personas, se debería aprovechar la coyuntura para mitigar socialmente estos prejuicios. Para exigir a los organismos que lo dirigen que utilicen su influencia para luchar contra la homofobia del mismo modo que lo hacen contra otro tipo de discriminaciones. Para instar a las ligas profesionales, clubs y futbolistas a participar en campañas publicitarias para reivindicar el respeto y la tolerancia hacia la homosexualidad, como ya sucede con la xenofobia.

Y para promulgar y aplicar sanciones suficientes como para erradicar los insultos, cánticos y manifestaciones homófobas proferidos tanto por aficionados como por profesionales y hasta por medios de comunicación. Se trata de crear contextos favorables para evitar ensañamientos y que cada vez más futbolistas, como sucede en otros deportes, puedan expresarse en libertad. Se trata de convertir un problema de unos en una oportunidad para todos.

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Comentarios

  • Juan

    Por Juan, el 14 junio 2018

    Rusia no solo reprime con dureza a los homosexuales. También ha emprendido una dura represion contra minorias religiosas pacíficas, tindádolas de extremistas. Ha encarcelado a ciudadanos Rusos por leer una Biblia en el ámbito privado. Ha comenzado un aunténtica persecución religiosa. Seía muy oportuno recordar al Presidente Putín que cuando tomo posesión de su actual cargo, entre otras cosas dijo que velaria por los derechos y libertades e todos los ciudadanos y ciudadanas e su país. Solo aprovechar este espacio para denunciar la falta de libertades en los derechos humanos en los que Rusia está incurriendo.

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