Museos a pájaros. Los mejores paisajes del Prado, el Thyssen y el Reina Sofía

Detalle de 'El príncipe Baltasar Carlos a caballo de Velázquez' (Museo del Prado)

Detalle de ‘El príncipe Baltasar Carlos a caballo de Velázquez’ (Museo del Prado)

Proponemos una visita distinta a los tres grandes museos de Madrid. En pleno centro urbajo y entre paredes, también podemos encontrar la emoción de la naturaleza. Esta es una excursión por los paisajes más bellos del Prado, El Thyssen y el Reina Sofía. 

EL PRADO

Tres nombres destacan al darle personalidad propia a la representación de la naturaleza más allá de un telón de fondo para enmarcar las figuras humanas: Bassano, El Bosco y Patinir. En La reconvención de Adán (1570), de Bassano, nos sorprende todo un tratado de biodiversidad, con un centenar de especies de fauna. En El jardín de las delicias (1505) y El carro de heno (1510), El Bosco se sirve de los paisajes para dar rienda a sus obsesiones-reflexiones sobre la Tierra, el Cielo y el Infierno, el mundo de los instintos y las debilidades humanas. Y Patinir se convierte, en la transición de los siglos XV y XVI, en el primer pintor de la historia que de verdad apuesta por una elaborada representación del paisaje. Convierte la naturaleza en protagonista en Paisaje con San Jerónimo (1519) y en El paso de la laguna Estigia (1524). Los dos grandes iconos del principal museo español, Goya y Velázquez, también dan sentidas muestras de su expresión de la naturaleza, aunque su centro de atención sea, con mucho, la figura humana. Goya, sobre todo en La era y La nevada; y Velázquez, con sus famosos cielos y alguna extraordinaria visión de la sierra madrileña, sobre todo en El príncipe Baltasar Carlos, a caballo (1636).

THYSSEN-BORNEMISZA

El primer alto en esta ruta debe ser uno de los lienzos favoritos del principal creador de la colección, el barón Thyssen: Joven caballero en un paisaje (1510), de Carpaccio; se trata del retrato de un guerrero, pero donde no encontramos un atisbo de violencia ni dureza, sino todo un catálogo de florecillas y animales, desde lirios y azucenas a garzas, armiños y azores. Una joya. De ahí hemos de saltar a Claudio de Lorena y su Paisaje idílico con la huida a Egipto (1663), donde las luces rosadas del atardecer en la campiña italiana le dan al conjunto un tono de irrealidad. Y de ahí a la pintura holandesa del siglo XVII, donde las escenas bucólicas hallan su mejor valedor en Jacob van Ruisdael, fácilmente identificable por sus molinos de viento. Hasta llegar al maestro Turner, que desde su atmósfera etérea resiste el paso del tiempo y ha servido de inspiración a genios vanguardistas del siglo XX como Rothko. Hemos de fijarnos también en los elegantes Courbet y Corot; pero lo más impresionante llega con los impresionistas franceses del cambio del siglo XIX al XX. Tres recomendaciones: El deshielo en Vétheuil, de Monet; Mujer con sombrilla en un jardín, de Renoir; y los verdes ácidos de Les Vessenots en Auvers, de Van Gogh. Por último, otro tesoro natural se esconde en los paisajes expresionistas de colores chillones de Kirchner –Mina de arcilla (1906)-, de Franz Marc –El sueño (1912)- y de Pechstein –Albufera (1909)-. El paisaje pasa aquí a reflejar sentimientos y emociones, mezclando la luz con las complejidades del alma humana.

REINA SOFÍA

La aproximación a la naturaleza de los artistas del siglo XX hay que entenderla desde su empeño por interpretarla de acuerdo con los sentimientos humanos, triunfando sobre el realismo plácido y objetivo. El paisaje siempre quiere decir algo más. Benjamín Palencia se vuelve magistralmente abstracto en Piedras creando un paisaje. Vázquez Díaz apuesta por los volúmenes de la escuela cubista en Alegría del campo vasco. Carmen Laffón raya también la soledad abstracta y trascendental en Coto Doñana. Y Hernández Pijuán hace grande el minimalismo en Sobre un paisaje verde. Pero, sobre todas las propuestas, nos quedamos con tres, tres paradas esenciales. Ortega Muñoz en Castaños. Díaz Caneja, uno de los favoritos, sin duda, de esta Ventana Verde, en sus paisajes de 1959 y 1962, donde sabe descubrir la belleza de lo poco obvio, de los paisajes pelados y las estepas cerealistas. Y José Guerrero en Alpujarra, una joyita, un privilegiado mirador, donde ha interpretado el paisaje andaluz como grandes manchas rojas, ocres, negras. Para terminar, recordar que Calder trabaja con la atmósfera, Chillida con el aire y Martín Chirino con el viento.

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Comentarios

  • Natalia Bravo García

    Por Natalia Bravo García, el 15 enero 2013

    Reblogged this on páginas en blanco.

  • esther garcia llovet

    Por esther garcia llovet, el 15 enero 2013

    fantástico. paraísos entre cuatro paredes. montemos una gimcana buscando las liebres del museo del prado!

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