Música para tender una mano a Palestina
“Perdóname”, repite en árabe Saint Levant, y continúa en francés o en inglés, contando todo lo que trae en su sangre con dolor gazatí, ante una multitud festivalera en Esauira, Marruecos. “No dejéis de hablar de lo que le pasa a nuestra nación”, suplican los integrantes del grupo palestino 47Soul, en su concierto en Madrid. Son músicos jóvenes que nos recuerdan la tragedia de Palestina.
“Arbah s’baeh, arbah s’baeh, arbah s’baeh” (cuatro siete, cuatro siete, cuatro siete) se oye repetir en un estribillo en árabe de los 47 Soul, en el jardín casi intimista de la Casa Árabe de Madrid, adonde los músicos palestinos trajeron su shamstep el primer fin de semana de julio.
Los chicos y chicas de la colonia palestina española adaptan pasos de la danza tradicional de la región del Levante (Siria, Líbano y Palestina) llamada dabke, haciendo esas rondas con zapateos, tomados del hombro, saltando. Ante todo, se trata de celebrar la vida, aun en la adversidad y la insensatez del mundo.
“Gracias, España, por haber reconocido al Estado palestino”, proclaman, desde el escenario, los músicos de 47Soul, con diez años de vida.
El 47 se refiere al último año en que los habitantes del país del Sham (una vieja provincia califal que abarca los actuales Siria, Líbano, Palestina y Jordania) pudieron moverse como ciudadanos en igualdad de condiciones con los del resto del mundo y cruzar libremente las fronteras de su región, antes de la creación del Estado de Israel.
47Soul son Walaa Sbait, El Far3i (Tareq Abu Kwaik), Z the People (Ramzy Suleiman) y El Jehaz (Hamza Arnaout), todos descendientes de ramas familiares palestinas desalojadas de sus hogares originales en las últimas décadas. Aunque estos músicos han crecido como desplazados en diversos lugares de las cada vez más estrechas franjas palestinas y en ciudades de la región del Levante, todos provienen de familias separadas por fronteras ajenas desde 1948, el año de la Nakba, o el éxodo de los habitantes árabes de aquellas tierras entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, por la ocupación del Estado israelí.
Ellos son parte fundamental de la diáspora artística palestina que se expresa en músicas nuevas y llega tanto a quienes enarbolan la bandera de su país como a quienes bailan en raves y conciertos de músicas del mundo, sin prestar atención a la política internacional. Se nutren del hip hop y la electrónica, con elementos del dabke, que es el ritmo tradicional de fiestas libanesas, sirias y palestinas. Recuerdan al veterano Omar Souleyman (quien se hizo conocido por grabar junto a Björk, unos años atrás) y su música de bodas.
Los sintetizadores suenan a aquellos vientos estridentes que animan las bodas de la región, parientes instrumentales de las flautas que hacen bailar a las serpientes de la plaza de Djema El Fna, en Marrakech, para traer esos sonidos más cerca de nuestros oídos. Se percibe, sin embargo, la melancolía: hay algo oscuro que planea sobre la alegría (o el vigor de la protesta) de algunos estribillos. El duelo está en el negro con que visten, en el minuto de silencio que piden los músicos en el ecuador de su actuación por sus familias y en el ruego: “No dejéis de hablar de lo que pasa en Palestina”.
En esta década de giras, 47Soul ha hecho colaboraciones con la MC Shadia Mansour y con Fedzilla, hija de madre chilena y padre alemán, con quien se acercaron a cantar contra el control de fronteras y llegaron a grabar clips en esos bordes temerarios de Latinoamérica: “Palestino-andino-latino no será callado”, cantan junto a los jóvenes nada indiferentes al otro lado del océano.
Dicen que no quieren predicar sino expandir su música tradicional, como sucedió en su momento con el reggae jamaicano, conectar con otros jóvenes y que el mundo conozca las persistentes sangrías de su región.
Santo Levante, rapero de Jerusalén
Hace poco, en este mismo espacio, nos preguntábamos si acaso el mundo entero no esté siendo (o camino de ser) Palestina, con las inequidades en aumento, los derechos humanos como un artículo pasado de moda, con apartheids y discriminación racial en los rincones de casi todas las sociedades, las del norte y las de los sures, y con las herramientas del derecho internacional desafiladas, desatinadas. Lo hacíamos a propósito del filme de un palestino de la minoría cristiana, el cineasta Elia Suleiman.
Él elegía el mutismo propio y la elocuencia de las imágenes: “Soy árabe, témeme”, retumbaba en su filme el estribillo del tema que coreaban los chicos y las chicas de una discoteca de Nazaret. Bailaban frente a la mirada silente de Suleiman: ¿Qué otra cosa podría decirle un árabe a cualquier incauto del mundo occidental?
Un silencio cargado de significado se oía, asimismo, hace unas pocas semanas en el hermoso escenario de Borj Bab Marrakech, en Esauira, con otro palestino no musulmán, Simon Shaheen, un virtuoso del laúd y el violín, que daba un concierto excepcional en el marco del último Festival de Gnawa y Músicas del Mundo. Había calma y belleza, y también se respiraba el peso del duelo y la incomprensión frente a lo inabarcable de la masacre humana.
Un día antes, en el mismo festival, pero en el escenario mayor había actuado Saint Levant (Marwan Abdelhamid), o el rapero chic ‘Santo Levante’, nacido en Jerusalén durante la segunda Intifada (en el año 2000), hijo de madre argelina y padre palestino. Él cantaba que aún “veía la vida en rosa”, en su país de “olivos que crecen”, aunque ahora otros “hayan venido a disecarlos”. En efecto, Marwan creció entre Gaza (de ahí viene su disco From Gaza with love) y Jordania, hasta que se instaló en Los Ángeles (EE UU), donde ahora reside.
En Esauira actuó con su glamour habitual (a algunas nos recuerda al estilizado y sexy Freddy Mercury), con brillos, pero todo de negro, y un colgante con la forma del mapa de Palestina. La sensación era que el luto acompañaba este concierto de rap que no suena rabioso, sino triste.
La música de Saint Levant también está hecha de sonidos tradicionales árabes, hip hop y R&B. En febrero de 2024 dio a conocer Deira, su último trabajo (con Mc Abdul), en el que evoca recuerdos de infancia en un hotel con vistas al mar, en Gaza, que había construido su padre, arquitecto, y que fue destruido en los bombardeos del ejército del sionismo de los últimos meses.
En sus vídeos aparecen chicas y chicos disfrutando juntos en moto, paseando por esos paisajes de sol que tan reconocibles resultan hoy, lamentablemente, por ser escenarios de tantas guerras desiguales. Su popularidad se forjó, además, junto a la imagen de la influencer libanesa Mia Khalifa –con quien el año pasado grabó la canción Nails– y por ser recientemente nombrado embajador de la nueva fragancia de Dior para el Medio Oriente, según la revista GQ.
“Nuestra arma más grande es el árbol de nuestra familia/ No elegimos vivir al otro lado del mar/ Escuché el ruido de las bombas pero no el de la derrota, porque somos una nación de soñadores desplazados, guardianes de la herencia, maestros malpagados…” cantaba Saint Levant, en un inglés rapeado entre coros femeninos con melodías tradicionales árabes, en On this land.
“Tú mismo puedes censurarnos”, dice el rapero, en la misma canción. Quizá por eso es que cancela todas las entrevistas, esta vez, en Esauira… Quién sabe si porque intenta evitar el dolor frente a un posible malentendido (con intereses detrás) o a la censura de los poderosos, las noticias fake, los tabúes y los titulares interesados, que podrían dañar a sus familiares o a las familias de quienes aún resisten en Gaza, Jerusalén o Cisjordania; e incluso interferir en alguna negociación de paz. ¡¿Quién sabe?! El caso es que la negativa de comparecer ante la prensa se repite, casi calcada, en Madrid, unos días después, con los 47Soul. Y en el fondo todas sabemos del estrago que un titular sensacionalista puede causar en un momento histórico tan sensible.
(Nos contamos entre los y las periodistas que respetamos la decisión con comprensión, porque lo que sucede en Palestina es demasiado grande como para ponernos exigentes y vanidosas. Algunos otros se quejan, pensando que loquesea-que-sea-el periodismo puede pretender exhibir un nivel superior de importancia frente a la herida de un ser humano o a la estrategia que un grupo de seres humanos elige para defender a su nación).
El punto de partida de estos artistas es que estos no son conflictos de igual a igual, entre hermanos, sino que el sufrimiento de la población palestina procede de un proyecto “imperial” (como lo aseguró El Jehaz en una entrevista a poco de la creación de su grupo 47Soul). Quien no quiera reconocer rasgos demasiado parecidos a los del apartheid sudafricano o al sufrimiento de las personas judías con la persecución del Tercer Reich no querrá tampoco mencionar la palabra genocidio, o repetirá hamás (o el incorrecto término antisemitismo, aunque semitas también son los pueblos árabes) hasta el cansancio, como para intentar diluir las responsabilidades del terrorismo de Estado.
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