Nada de esto quedará… Cuando la ciudad no estaba llena de cadenas
Con el título ‘No va a quedar nada de todo esto’, el colectivo Paco Graco expone en CentroCentro un recorrido por las gráficas que adornaban las fachadas de Madrid y que ellos llevan años rescatando de su desaparición: rótulos y luminosos de negocios de barrio que van desapareciendo y que constituyen la memoria y la historia de la ciudad. Todo su viejo encanto de pequeños locales, de negocios familiares, de comercio de proximidad, nos traslada a Navidades menos aparatosas que las de ahora. Que la de hoy.
Todo es Navidad. Lo dicen una vez y otra los anuncios de perfumes con su sensualidad barroca, los del turrón de chocolate y la Coca-Cola con su Santa Claus mofletudo y su mensaje ñoño. Lo repiten las calles de la ciudad con sus ornamentos aparatosos, los mercadillos, los conos gigantes encendidos como antorchas en medio de las plazas y el bullicio de la gente, que se agolpa en torno a ellos y forma riadas en las avenidas entrando y saliendo de los grandes almacenes y de las tiendas. Luces, música, comida y bebida, compras. Y ya está, todo esto es Navidad.
Y todo es nostalgia en la exposición No va a quedar nada de todo esto en CentroCentro: un recorrido por las gráficas comerciales de los negocios de toda la vida que van cerrando ahogados por la gentrificación o la agresiva renovación urbana, rescatadas de su desaparición por el colectivo Paco Graco.
Aquí resplandecen, ahora como piezas de museo, los grandes luminosos en plexiglás o cristal de los cines Victoria y los Acteón, de la sala Canciller y de la cafetería Zahara que estaba en plena Gran Vía cuando la Gran Vía no era solo un gigantesco centro comercial con sus fauces abiertas en las aceras. Están los rótulos del Hostal Almanzor, de la Librería Maytesan, las Tintorerías Bejaranas, la Corsetería La Positiva, las Patatas Martínez, la Perfumería Quintana, la Autoescuela Torrado.
Está el reclamo “NO compre aquí, vendemos muy caro” de Los Guerrilleros, donde tenían aquellos zapatones indestructibles para el colegio, y está la placa esmaltada del restaurante La Latina: Cocina casera-Variación de menús todos los días-Servicio rápido. En medio de una de las salas, igual que estaba siempre a pie de calle, el cocinero bigotudo y orondo espera a los clientes con su gorro y su mandil, apoyado en el pizarrón donde alguien escribía con rotulador el menú del día que hoy en todas partes se descarga con un código QR.
En el folleto-póster que han hecho para esta exposición, el colectivo Paco Graco explica cómo surgió la necesidad de rescatar el patrimonio gráfico de tantos negocios que mueren –fragmentos de un mundo que va a desaparecer– y cómo, con la ayuda de muchas personas a las que dan las gracias, consiguen salvar, a veces de la basura o de un contenedor de obra, aquellos reclamos en neón, plexiglás, latón o cristal pintado que brillaron en otro tiempo sobre las fachadas, cuando las tiendas eran familiares y cercanas, cuando las calles aún parecían un poco nuestras. “Muchas generaciones vinieron y engalanaron su nombre, su mercancía, su calle”, rememora en el desplegable el artista Javi Cruz.
En realidad esta exposición nos habla de esas historias; son el motor del proyecto para los miembros de este colectivo surgido en 2017 para homenajear de algún modo a su tío Paco, rotulista de profesión. Su apasionado afán por recuperarlo está generando un archivo vivo del patrimonio gráfico de Madrid, que quizá en el futuro podría formar parte de un museo permanente. La muestra también ocupa estos días el patio de La Casa Encendida y adorna la fachada de Gruta 77, la mítica sala de conciertos de Carabanchel. En 2019 el grupo promovió la fundación de la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico (), que agrupa a más de 30 ciudades en España y Portugal con el mismo objetivo. Aunque ellos preferirían, dicen, “que todo esto siguiese colgado aún en su sitio, que los negocios, las personas, aún existieran en su ejercicio para atesorar saberes y formas de estar en el mundo –llamémosle, por qué no, economías– que son a la vez maneras de hacer mundo en lo local”.
Pero hace tiempo que la economía es otra y las ciudades –también o sobre todo en Navidad– son cada vez más indistintas. Las mismas luces, los mismos grandes comercios y franquicias colonizando los edificios con los mismos rótulos sin historia. Cada rótulo de esta exposición vivió una vida y tiene detrás la suya, escrita con el lenguaje que antes nombraba las cosas concretas: Fiambres, Sastrería, Aves-Huevos-Caza, Joyería-Relojería, Chacina Artesana, Mantequería, Artículos de Limpieza. Constituyen la memoria de la ciudad y por eso, mientras deambulo por aquí como si atravesara el tiempo, escucho otras formas de nostalgia que se superponen a la mía: “Mira”, está diciendo una mujer un poco más allá, “esta era la zapatería de toda la vida que estaba en la esquina de…”. “Mira, aquí veníamos a las cañas al salir de clase”, señala una chica frente al panel que exhibe decenas de servilletas estampadas con los anagramas de los bares de siempre. Con su cortés mensaje de siempre: Gracias por su visita.
Ahí fuera la ciudad aparece deslumbrante en los escaparates y los enormes rótulos luminosos, en millones de luces que chispean sobre nuestras cabezas y embadurnan el cielo de claridad lechosa, pero yo me acuerdo de aquellas bombillas blancas que temblaban en los árboles de las calles y las avenidas cuando era niña; aún se veía, a través de ellas, la negrura de un cielo frío. Y parecían copos, como las bolas de algodón que poníamos en los belenes sobre los tejados de corcho y en las orillas de un río de papel plata donde nadaban los mismos patitos de plástico de todos los años. Apenas queda nada de todo eso. “Esto es lo que hay dentro de la nada, / aquí está todo, / todo lo que habéis tirado, / todas vosotras tenéis aquí un trozo que os pertenece”, dice Paco Graco en el folleto de la exposición.
Detrás del bullicio y las luces, de las comidas y las compras, lo que queda siempre de la Navidad es la nostalgia.
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