‘Nafar’: los migrantes no son sub-humanos ni mercancía para negociar

La escritora Mathilde Chapuis, autora de la novela ‘Nafar’.

Nafar es quien parte a un viaje sin retorno, es el migrante, el exiliado, es la mercancía humana con la que negocian desde traficantes de personas a dictadores y políticos. “Nafar cuenta la historia de un hombre que huye de la guerra intentando cruzar una frontera por todos los medios y que fracasa varias veces. ¿Abatimiento? ¡No! Optimismo inagotable el de ese hombre que nunca deja de mirar, a lo lejos, la pequeña imagen que representa para él un lugar más feliz”. ‘Nafar’ es la primera y bellísima novela de la belga Mathilde Chapuis sobre un migrante sirio hacia Europa. Hablamos con ella.

“Tú no eres Ulises. Tú no eres el rey de la isla hacia la que te diriges. Nadie te espera. Tu patria no está delante, está detrás de ti, a tu espalda”. De las muchísimas y útiles reflexiones que aparecen en su bellísima novela, y que podría haber escogido para iniciar este diálogo, me ha resultado imposible no decantarme por esta que, a mi manera de ver, resume de manera total la idiosincrasia del Nafar (migrante de un viaje sin retorno, exilado). Una frase que aparece casi al final de esta historia y que, sin duda, alienta el inagotable ritmo poético de toda la narración. La coloca ahí, casi cuando la desesperación lo ha cubierto todo.

¿Cuál es la intención de la voz narrativa en segunda persona, que deje de ser un mero recurso literario y acabe siendo la fiduciaria entre la memoria del lector y su propia memoria?

El texto está motivado por una intención muy intensa: la de una mujer europea que intenta comprender la profunda transformación que se produce durante el viaje de exilio de un hombre sirio, una mujer que busca desesperadamente explicaciones y que, a través de su relato, implica a los lectores en sus preguntas. Me interesaba que la mirada puesta sobre el migrante no fuera una mirada superficial y fría; esto es lo que justifica que esté escrito en segunda persona. La narradora se dirige al hombre exiliado huyendo del conflicto que destruyó su ciudad natal y del relato de sus desgracias; yo quería que hubiera un vínculo sólido entre quien dice yo y quien dice tú, un vínculo amoroso que bastara para legitimar la existencia del relato.

Hasta que llega esa frase con la que hemos abierto esta entrevista, el lector sueña con un final feliz, sueña con que el frío y el miedo del protagonista acaben siendo solo una pequeña herida, la peripecia de un hombre que no tiene nada que perder pesa a estar en la memoria de un río dispuesto a acabar con él. Su narración es lenta, riquísima, atentísima a los pormenores de la huida. ¿Cómo consiguió que la desesperación de quien espera no arruinase la luminosidad de texto?

Nafar cuenta la historia de un despojamiento trágico, es verdad, pero no es una historia de degradación. Lo que provoca esa luminosidad de la que habla es la paradoja que existe entre una situación desesperada y la fortaleza de quien la supera sin desanimarse. Un hombre que huye de la guerra intentando cruzar una frontera por todos los medios y que fracasa varias veces. ¿Abatimiento? ¡No! Optimismo inagotable el de ese hombre que nunca deja de mirar, a lo lejos, la pequeña imagen que representa para él un lugar más feliz. Hay que sentirse muy seguro de su propio valor, de su propia humanidad, y ser muy consciente de su derecho a vivir en este mundo para poder resistir todo lo que el personaje soporta en este libro.

Desde el punto de vista histórico y geográfico, se nota que su texto está muy documentado, que nada es baladí en lo que se comparte, que todas las historias de expatriados acaban por culpa de la delación, de la cobardía. Sin embargo, usted disculpa a los cobardes y lo hace escribiendo párrafos hermosísimos para defender la decisión que toman. ¿No le costó mucho mantener la calma ante esa elección? ¿Por qué puso tanto cuidado en narrar esa escena, en narrar ese momento en que se da de beber a un hombre para, acto seguido, entregarlo?

Esa escena la tomé de un testimonio real que me dieron. La he novelado, pero no me la he inventado y, cuando me la contaron, me chocó igual que a usted. Mi texto está construido de manera que el lector sienta por el personaje una empatía que convierta el comportamiento de sus delatores en necesariamente inadmisible. No digo que todas las tentativas de cruzar el río clandestinamente fracasen por culpa de los chivatos, sino que hay personas que se enfrentan directamente a los migrantes y que eligen, deliberadamente o por ignorancia, el bando de la opresión. Son personas que no están leyendo el libro y que no han seguido paso a paso todas las adversidades de este sirio que ha llegado hasta las puertas de su casa arriesgando la vida. En mi libro, introduzco la idea de que si estos denuncian al migrante a la policía es porque no saben cómo será tratado después, quizás porque me resulta insoportable pensar que se pueda poner deliberadamente en peligro la vida de otros. La realidad ha sido necesariamente suavizada, porque esta nos dice mucho sobre la naturaleza humana y la complejidad de las situaciones vividas por las personas que habitan en la frontera griega, por esto me he esforzado en sumergir al lector un instante en esa realidad.

También ha llamado poderosamente mi atención esa manera en que a lo largo de su narración custodia el feroz simbolismo de los perdedores. Cómo agrupa sus ritos, sus devociones, esas imágenes que aún pueden salvarles y no mostrarlos como hombres vencidos. ¿Pensó desde que comenzó a escribir que no iba a convivir con parias sino con hombres que no pierden la esperanza a pesar de tantas vicisitudes como les tocan vivir?

Cuando comencé a escribir Nafar, a finales de 2013, vivía en Estambul. Estuve viviendo allí hasta el verano de 2015; durante ese periodo, en mi vida cotidiana se mezclaba el estrecho contacto con los sirios que intentaban pasar a Europa y la búsqueda de una expresión literaria para informar sobre sus esperanzas y su drama. He conocido entre los sirios a personas que me han conmovido, impresionado y con las que he sentido afinidades. Me he cruzado con personas muy dignas, muy lúcidas sobre su suerte y las cuestiones geopolíticas que les han obligado a entrar en Europa de forma clandestina. Y también otros que, al perder el lugar privilegiado que ocupaban en la sociedad siria, se negaban a admitir que debían compartir la misma suerte que sus compatriotas. En resumen, toda la gama de condiciones humanas, vivencias, afectos. He comprendido lo que significa “sentirse reducido”, reducido a un Nafar, es decir, un ciudadano de segunda clase. Este es el motivo de la elección del título del libro y del empleo recurrente de este término, utilizado por los traficantes para designar su “mercancía humana”. Pero ser reducido a esto, a un sub-hombre, por las condiciones de vida degradantes, no significa que sea un paria o que deba seguir siéndolo. Este es el desafío de mi historia: mostrar a una persona reducida a ese estado, pero devuelto a su origen gracias a la mirada de una mujer enamorada que cuenta su historia.

Su novela alimenta página a página ese poder sólido y subyugante que ofrece la prosa poética, la riqueza de las imágenes que plasma son una fiesta emocional para quien lee. ¿Cuando comenzó a escribir, supo que su novela necesitaba, para calar como lo hace, el poder estético que sólo ofrece la poesía?

No es solo una opción voluntaria el estilo poético del que me habla. Es natural para mí, es consustancial a mi manera de escribir o, en todo caso, a la manera que he entendido esta historia. Incluso podría decir que lo hice de forma inconsciente: he sabido que tengo una escritura poética cuando los lectores, sobre todo la prensa, han destacado muchas veces este elemento para hablar de mi texto. Mi intención siempre ha sido agarrarme a las emociones y a las imágenes que tenía en mente, espero haberme guardado los adornos gratuitos.

Me ha llamado mucho la atención que la novela no esté narrada en primera persona, que sea esa segunda voz quien contemple la atrocidad, quien la cuente, quien la custodie, quien la rodee de la asepsia necesaria para que no suene a impostura, para que no sea aniquilada por el drama, para que trascienda. ¿Por qué escogió a una mujer? ¿Por qué se sostuvo sobre esta nueva Penélope que usted fabrica, y que guarda en sus ojos la verdad de una tragedia tan monstruosa como la que usted narra, si tenía tan claro que su Nafar nunca será Ulises?

Nafar es una historia en parte autobiográfica, la relación amorosa que se narra en el libro y que se convierte en uno de los temas narrativos de la historia, yo la he vivido. Yo soy una mujer y se imponía que la narradora fuera una mujer, pero necesitaba alguna referencia literaria para dar a esa pareja (que era la mía) una dimensión ficticia. La analogía con Penélope esperando el regreso de Ulises me servía, entre otras referencias a personajes femeninos de la mitología griega, para mostrar la inquietud, el aislamiento, el sentimiento de impotencia. Cuando se trata el problema de los trayectos migratorios en el Mediterráneo, la analogía con la Odisea es muy frecuente en la literatura y en los medios de comunicación. Sin embargo, es justamente porque se muestra que un Nafar no es un Ulises por lo que lo usé para alimentar mi intriga: para destacar la distancia entre el héroe de una epopeya con un destino sublime y el hombre, convertido en un personaje de una novela de auto-ficción, cuyas hazañas no son conocidas y que debe luchar para salvar la piel.

Me gustaría felicitarla por este texto ‘autobiográfico’ y, al mismo tiempo, ‘autohistórico’. No ha debido de resultarle fácil sobreponerse a lo inesperado. Se nota que este amor particular entre las dos voces narrativas que su memoria frecuenta, está muy lejos de cualquier amor romántico, que afecta a su amor por la valentía de un pueblo. ¿Nizzar y su muerte, su explosiva muerte, son el ejemplo de esto que le digo? ¿Debía morir cámara en mano? Resulta también conmovedor descubrir que a usted nada se le olvida a la hora de narrar, que sabe que es igual de importante el vía crucis corporal al que debe someterse quien huye como lo es el silencio al que le somete su huida, porque, además de hombres sin casa, sin vida, sin familia, son también hombres sin palabras. Supongo que esta elección no es solo un adorno literario.

En Bruselas, donde vivo actualmente, enseño francés a personas recién llegadas (sirios, yemeníes, marroquíes, etc.). Es mi trabajo a tiempo completo y, por lo tanto, es una pregunta que me viene sin cesar: ¿Qué pasa cuando no tienes palabras para ser entendido o para entender a los demás? ¿Cómo una persona exiliada sobrevive en el caos de signos escritos y orales que no sabe descifrar (o al menos al principio)? Cualquier persona que haya viajado al extranjero conoce esta pérdida de referencias. Sin embargo, para el refugiado o la refugiada es una cuestión cotidiana, definitiva, vital. No hay vuelta posible, nunca se dejará de ser un extranjero cuando no se tienen ni palabras para poder expresarse ni el acento necesario. Forma parte del completo expolio que sufre el personaje principal durante su travesía. Pierde su casa, su trabajo, sus amigos, sus recuerdos, su estatus social, su dinero, sus negocios… Encontrarse en la situación de ya no poder hablar su lengua es la última pérdida. Ahora bien, esta pérdida está compensada en mi historia con el consuelo de una lengua híbrida: la que el Nafar y la narradora emplean para comunicarse entre sí. Juntos crean una lengua viva, personal, eficaz, una lengua criolla a veces cómica, mezcla de inglés, árabe, francés y turco, que quizás sea uno de los elementos luminosos de la historia.

Respecto a ese vía crucis corporal al que me refería en la pregunta anterior, no puedo olvidarme de darle las gracias por esas escenas en las que narra la quietud, la desesperación, el miedo, la incertidumbre, el poder que la oscuridad tiene sobre los que huyen. ¿Esa perseverancia del paisaje que narra, esa tortura a la que somete a su prisionero son fruto exclusivo de su imaginación o son el exacto testimonio de alguno de esos hombres que agonizan entumecidos dentro de la maleza?

En efecto, me he apoyado en el testimonio de un hombre que vivió la travesía por el río. He respetado las grandes etapas de su travesía y he buscado en mi propio repertorio de emociones y sensaciones aquellas que se hicieran eco de las angustias que él describía. Sin embargo, lo que mi imaginación se permite en materia de sufrimientos está muy por debajo de la realidad vivida por aquellos y aquellas que intentan llegar a Europa. Sólo hay que leer lo que está pasando actualmente en Bielorrusia, en la frontera con Polonia y Lituania, para hacerse una idea de la violencia que se reserva a estas personas tomadas como rehenes en la frontera. Esa tortura que yo aplico a mi personaje es, me temo, una descripción demasiado suave y púdica de la que infligen los Estados y los ejércitos nacionales o europeos situados en esos lugares estratégicos. Y en esos casos, los elementos naturales son siempre parte del juego. Una persona inmersa en una situación de supervivencia que debe dormir a la intemperie en pleno bosque siempre está en peligro. La dureza del frío mata: muchas personas han fallecido de hipotermia desde el mes de septiembre en la frontera bielorrusa.

¿No le dio miedo escribir esta novela? ¿No pensó en ningún momento que su lirismo y su entrega serían interpretados como una traición? Por último me gustaría felicitarla de nuevo por la extensa belleza emocional que sostiene la columna vertebral de este libro. Una novela exenta de oportunismo, una novela que dialoga con la Intrahistoria como solo es capaz de dialogar una madre con un hijo que se ha quedado ciego y quiere seguir viendo la realidad. ¿Qué parte le costó más narrar, la que tiene que ver con la espera o la que tiene que ver con el fracaso?

Para mí, en este relato, todo parte de la espera, incluso el fracaso. Sólo he querido hablar de la interminable espera a la que está condenado el Nafar desde el momento que se ve obligado a huir de su país. Y del dolor que esto le provoca. Aquí, el fracaso es provisional, devuelve al Nafar a un nuevo intento, es un aplazamiento violento, no una interrupción definitiva (¡y quizá sea esto lo más terrible!). Así, no hay dicotomía entre los diferentes momentos de la historia. Pero si debo hablar de la verdadera dificultad en traer al mundo este relato (y el miedo, del que habla) fueron estas: tratar sobre una cuestión tan espinosa y actual como es el tema de las fronteras de Europa intentando no caer en los clichés sobre el exilio y la inmigración; y dejar espacio a mi propia voz y a mi imaginación sin traicionar la visión de la persona que inspiró al personaje del relato. ¡El espacio entre estos polos tan diferentes era muy estrecho! Más de dos años después de la publicación del libro en francés, a veces le echo una mirada insatisfecha y crítica. ¿Conseguí deslizarme por ese estrecho pasaje? Puse todo mi entusiasmo en ello.

‘Nafar’. De Mathilde Chapuis. Traducción de Carmen Javaloyes. Ediciones Tiempo de Papel. 142 páginas.

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Comentarios

  • Esther

    Por Esther, el 23 noviembre 2021

    Tragicas situaciones y la periodista las envuelve en papel de seda.Que sensibilidad!!

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