Necesitamos una revolución moral que nos saque de este atolladero

La escritora Jacqueline Novogratz. Foto: Miranda Grant.

‘Manifiesto para una revolución moral’ es la culminación de 30 años de trabajo desarrollando soluciones sostenibles para los problemas de los más necesitados. También constituye una perspectiva para todos aquellos que, bien sea ascendiendo en una gran corporación o llevando la energía solar a aldeas rurales, tratan de contribuir a un cambio. Grandes afirmaciones merecen grandes reflexiones, y por eso en ‘El Asombrario’ hemos hablado con su autora, la estadounidense Jacqueline Novogratz, sobre su libro y sobre los temas que más nos afectan como sociedad hoy en día. Queremos aportar algo sensato, algo más que eslóganes fáciles, para un día decisivo –hoy 4M, elecciones en Madrid– para nuestra democracia.

A Jacqueline Novogratz le gusta recordar una anécdota de cuando era tan solo una niña de 12 años. Un día un familiar le regaló un suéter azul con unas cebras dibujadas que le gustó mucho, pero en el colegio un niño se metió con ella y convenció a su familia para darlo a la caridad. Muchos años después, cuando viajó a África Central ya hecha una adulta, se encontró con un niño que vestía un suéter azul como aquél; miró la etiqueta y en ella estaba escrito su nombre, Jacqueline. Esa epifanía, dice, le cambió la vida.

Dejó una prometedora carrera en Wall Street en aquellos maravillosos años 80 para irse a la otra punta del mundo y poner al servicio de la lucha contra la pobreza todas las herramientas que la banca ofrece. Comenzó trabajando con Duterimbere, una ONG de Ruanda creada por una treintena de mujeres para apoyar a sus compatriotas emprendedoras a través de microcréditos. El tiempo y la experiencia le llevaron a fundar la empresa de capital riesgo sin ánimo de lucro Acumen, un fondo cuyo objetivo es cambiar la forma de abordar la pobreza, invirtiendo en empresas, líderes e ideas sostenibles; y a convertirse, según la revista Forbes, en una de las 100 mentes más brillantes del mundo de los negocios.

El resto es historia, la historia contada en su nuevo libro, Manifiesto para una revolución moral. ¿Pero un manifiesto sobre qué? A diferencia de otros manifiestos, el de Jacqueline aboga por una revolución moral como único modo de resolver esta cuádruple crisis que asistimos: la sanitaria por el coronavirus, medioambiental por el cambio climático, económica por la vertiginosa caída de la demanda y del empleo, social por la desigualdad y la polarización política. Para la empresaria y escritora, vivimos en un mundo frágil, desigual y dividido, pero todavía bello, que merece un rejuvenecimiento moral radical. Esta revolución requiere de todos nosotros para que cambiemos nuestra forma de pensar y la dirijamos hacia el contacto, en lugar del consumismo; hacia el propósito, en vez de las ganancias; hacia la sostenibilidad, en vez del egoísmo.

De tu libro se desprende que “la valentía, al final, no significa no tener miedo sino la capacidad de mirarlo a la cara y seguir hacia adelante” o que “los seres humanos prosperamos cuando creemos que alguien se preocupa por nosotros”. Es algo que le costaría entender a una generación de jóvenes que se han visto abocados a la precariedad, el desempleo y un futuro incierto. ¿Cómo se sana esa rabia acumulada de quien ha dejado de creer en el sistema?

Este ha sido un año desgarrador. La pandemia ha dejado al descubierto nuestras heridas y ha revelado al mundo que nuestros sistemas globales nos están fallando. Sabemos que estas instituciones ya no están cumpliendo su propósito, pero todavía no hemos inventado cómo reemplazarlas.

Ahora es el momento de realizar cambios sólidos en los sistemas y también es una oportunidad de curación. Un momento para comenzar de nuevo el arduo trabajo de la democracia, de recuperar la confianza en nuestros vecinos, nuestros conciudadanos y en nosotros mismos. Es el momento para hacer el trabajo aun más difícil de llegar a aquellos que, en la superficie, pueden parecer estar en oposición ideológica, pero que, en última instancia, todavía pueden compartir más de lo que sabemos. La reconstrucción requerirá centrarse no en lo que nos divide, sino en los problemas que podemos resolver juntos. Mi trabajo me ha enseñado que, si asumimos juntos desafíos lo suficientemente grandes, las suposiciones insignificantes que con demasiada frecuencia conducen a la desconfianza desaparecen.

Cuando relatas que “las mismas fuerzas que han dado forma a este mundo –la tecnología y el capitalismo de accionistas– poseen el potencial de destruirnos” y que “existe una peligrosa desigualdad y división entre nosotros”. ¿Cómo crees que la tecnología puede mejorar la vida de las personas? ¿Y el capitalismo?

Esta pregunta me hace pensar en uno de mis economistas favoritos y uno de los más grandes pensadores del siglo XX, el economista premio Nobel Amartya Sen. En su libro Desarrollo de la libertad explica en profundidad por qué el acceso a los mercados es una forma de libertad. Si somos capaces de utilizar el poder de los mercados y el capitalismo, en lugar de ser controlados por ellos, podemos conseguir el mayor cambio posible. Si bien no podemos seguir tomando el camino fácil impulsado por las ganancias y la codicia, tampoco debemos sentirnos obligados a rechazar el mercado por completo. La tecnología es solo una de las muchas herramientas a nuestra disposición para construir nuevos mercados que sirvan mejor a las comunidades.

Pienso en empresas como Azahar que hacen que los mercados funcionen para sus agricultores. Ellos compran café directamente a los pequeños agricultores y estudian los costes de producción de los mismos trabajadores. Luego negocian un contrato de precio fijo a largo plazo con los tostadores. Estos contratos entre los agricultores y Azahar pueden generar precios dos veces más altos que el precio global de las materias primas. La empresa puede pagar mucho más por los granos porque ha desarrollado una red de compradores de café sostenible que quieren saber quién está cultivando su café y cómo se trata a esas personas. Así es como se ve la construcción de mercados y el uso de mercados para un bien mayor.

El cambio climático se ha convertido en uno de los desafíos de nuestro tiempo. En tu libro hablas de la obligación moral de dar al mundo más de lo que tomas de él. ¿Cómo se tiene que desarrollar la lucha? Los estudios aún sugieren que los niveles de emisiones de CO2 siguen creciendo a pesar de que los planes gubernamentales llevan años sobre la mesa.

El cambio climático golpea más a los pobres. En Acumen, estamos comprometidos con abordar juntos los desafíos del cambio climático. Nos hemos asociado con el Fondo Verde para el Clima para crear una instalación filantrópica para respaldar las inversiones en estrategias de mitigación del clima, y ​​muchas empresas de la cartera de Acumen contribuyen directamente a la disminución de las emisiones de CO2 a nivel mundial. No sabemos cuánto tiempo estaremos en esta lucha contra el cambio climático, pero sí sabemos que invertir en emprendedores que tengan soluciones innovadoras y vean un camino a seguir es cómo creamos un mundo donde todos mantengamos nuestra dignidad y la posibilidad de un mundo que sea realmente sostenible.

También la idea de familia de naciones que mencionas en el texto –y que requiere que los países sanos trabajen por su propia integridad y contribuyan a la comunidad global– choca con la actualidad que vivimos, más centrada en las guerras comerciales entre países como EE UU y China o Rusia. También en las políticas ecologistas y el cambio climático. ¿Cómo debe ser la hoja de ruta y cómo se puede lograr que los gobiernos escuchen?

La identidad es una parte fundamental de cómo nos entendemos unos a otros y de cómo vemos nuestro mundo. Como explico en mi libro, la identidad puede proporcionar herramientas potentes para que las personas y los gobiernos empoderen a las comunidades y se unan. Pero también puede ser una trampa, que nos separa a unos de otros, a veces con consecuencias tóxicas o incluso mortales. Aprender a navegar las muchas capas de la propia identidad, al mismo tiempo que se expande su conciencia de las múltiples capas de los demás, es una habilidad esencial del siglo XXI, una que puede llevar toda una vida dominar.

Cuando comencé Acumen, consideré darle a esta organización recién nacida un nombre diferente: Inmersión. Me había cautivado la cita de Tillie Olsen de su notable libro de cuentos cortos Cuéntame un acertijo, y me encantó la idea del «largo bautismo en los mares de la humanidad». Cambiar la forma en que el mundo aborda la pobreza requeriría perspectiva y conocimiento, sí; y entonces requeriría acercarse a aquellos que queremos ayudar. Cuando cofundé Duterimbere, el primer banco de microfinanzas de Ruanda, llevaba allí una serie de ideas preconcebidas, muchas de ellas equivocadas. Sin embargo, fue la inmersión lo que me permitió no solo ver los problemas, sino también ver de cerca el potencial infinito de las mujeres de bajos ingresos que el mundo había pasado por alto o incluso descartado.

Si la imaginación moral significa ver los problemas de otras personas como si fueran los tuyos y empezar a vislumbrar cómo abordarlos, ¿no se contradice entonces esta idea con el mundo tecnológico en que vivimos, que cada vez es más individual y para sí mismo? La empatía parece estar desapareciendo…

Necesitamos sumergirnos en otras culturas y otras personas y lugares para volver a entrar en contacto con la empatía que el mundo tanto necesita. Una forma de hacerlo es a través de la literatura. Uno de mis libros favoritos es Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. El autor ya me captó con su línea de apertura: muchos años después, mientras se enfrentaba al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía iba a recordar aquella tarde lejana cuando su padre lo llevó a descubrir el hielo. Cuando leí el libro por primera vez en 1986, estaba fascinada por la escritura y las historias fantásticas. Pero fue necesario trabajar en Ruanda para comprender que García Márquez escribió verdades, no solo sobre Colombia, sino sobre la sociedad humana. Al igual que Rebeca —una de los personajes de la novela—, que tenía el hábito de comer tierra, también lo hicieron muchas mujeres embarazadas de bajos ingresos en Ruanda, presumiblemente porque ansiaban el hierro. Las creencias en los mitos, la cultura del honor, tantas particularidades humanas cobran vida en esa extraordinaria novela. La ficción realmente es más extraña que la verdad.

Creemos estar abiertos al cambio y a aprender de la persona que tenemos enfrente, pero vemos que no es así en el mundo real ¿Cómo vamos a combatir la posverdad, una era en la que la desinformación y las conspiraciones buscan crear el caos, ancladas en un pensamiento equivocado? Lo hemos visto en movimientos antivacunas, antiecologismo o el asalto a las instituciones en países como EE UU.

Aquí es donde creo que mantener en tensión los valores opuestos y escuchar voces sin ser escuchadas es tan crítico. La resolución de problemas complejos rara vez se logra con una fórmula mágica o con un solo enfoque. Los líderes eficaces que buscan lograr un cambio no tienen más remedio que mantener valores opuestos sin rechazar ninguno de los dos. Tenemos que estar dispuestos a sentarnos frente a aquellos con quienes estamos profundamente en desacuerdo y tener las difíciles conversaciones necesarias para crear un cambio real en los sistemas. Escuchar a los demás y especialmente a las voces que no se escuchan, y ser lo suficientemente valiente para contener las tensiones de estas conversaciones difíciles es la mejor manera de combatir la desinformación.

Si el truco para conseguir el equilibrio de poder de los mercados es no dejarnos tentar por su seducción, ¿cómo se puede cambiar un sistema que de por sí mismo no es ni humilde ni audaz?

Será necesario que dejemos de preguntarnos si estamos ganando más dinero. O si somos ricos, famosos o guapos. Y hagamos las preguntas adecuadas: ¿qué estoy haciendo en la forma en que dirijo mi negocio, en la forma en que invierto mis dólares, en la forma en que interactúo con todos, desde el camarero hasta el presidente de algún banco poderoso? Si podemos ser lo suficientemente valientes para redefinir el éxito para que signifique más que simplemente dinero, poder y fama y, en cambio, juzgar nuestro éxito por la cantidad de vidas que hemos cambiado, todo cambiará.

Si bien el sistema en sí no es audaz, ciertamente conocemos a muchos que logran hazañas audaces. Personas como nuestro socio Haroon Yasin. En su país natal de Pakistán, la educación del gobierno llega solo al 60% de la población; las escuelas privadas de bajo coste han aumentado para llenar ese vacío (cobran entre 5 y 10 dólares por mes), pero la calidad es bajísima. Haroon, que abandonó la universidad, no aceptaría una división que dejaría a casi la mitad de su país sin acceso a una educación de calidad. Su empresa de educación arraigada en la tecnología, el Proyecto Orenda, ahora ha llegado a más de 800.000 estudiantes. Una prueba más de que no necesitamos otro héroe, sino un millón de actos heroicos. Una revolución moral comienza con personas dispuestas a hacer el arduo trabajo del cambio, y nos tomará a todos.

¿Cómo y por qué crees que hemos llegado hasta el punto de creer que los gobiernos son “corrupto e ineficaces”, los medios de comunicación “mentirosos”, los filántropos “se creen con derecho a todo y viven en otro mundo” y la tecnología “es monstruosa y sólo mira por sus intereses”? ¿Se puede salir de ese bucle?

Si la globalización conectó al mundo, la tecnología y los mercados nos han dejado peligrosamente desiguales, divididos, desconfiados y vulnerables a las peligrosas consecuencias de nuestra emergencia climática. Como escribí en mi libro, no creo que seremos salvados simplemente por una revolución tecnológica, una revolución empresarial o incluso una revolución política. Lo que necesitamos es una revolución moral, una que nos ayude a reinventar y reformar la tecnología, los negocios y la política, tocando así todos los aspectos de nuestras vidas. Por moral, no me refiero a adherirse estrictamente a las reglas de autoridad o convenciones, independientemente de las consecuencias. Me refiero a un conjunto de principios centrados en elevar nuestra dignidad individual y colectiva. Una elección diaria para servir a los demás, no simplemente beneficiarnos a nosotros mismos. Me refiero a complementar la audacia que ha construido el mundo que conocemos con una nueva humildad.

¿Cuál es la historia que te ha cambiado la vida?

La historia que más cambió mi vida fue la del genocidio de Ruanda. Entendiendo que no hay monstruos puros, como tampoco hay ángeles puros. Los monstruos son las partes rotas dentro de nosotros, las vergüenzas, el gremio y los pequeños agravios. En tiempos de inseguridad (y gran desigualdad), es fácil que los demagogos se aprovechen de estas partes rotas y, a veces, nos obliguen a hacer cosas terribles. Lo hacen, primero, creando historias basadas en el miedo, avergonzando y culpando a los considerados otros. Somos las historias que contamos. Y he aprendido lo crítico que es contar historias que importan, que nunca degradan, sino que elevan.

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