Negros, libres y rebeldes: un siglo de lucha antirracista en el cine

‘Violenta persecución’, de Melvin Van Peebles, un título clave del movimiento ‘blaxploitation’ en la década de los 70.

Oscar Michaux, Melvin Van Peebles, Charles Burnnet… forman parte de un reducido grupo de directores negros independientes que crearon sus películas al margen de Hollywood. Representan un cine militante a favor de la comunidad negra sometida por el racismo y la violencia. Aquí repasamos brevemente algunas de sus obras más significativas, junto a la de otros que lograron romper la exclusión, especialmente Spike Lee, y accedieron al gran público entre finales del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI. Con este artículo, abrimos nueva sección en ‘El Asombrario’ dedicada al cine. La cita: dos viernes al mes.

Casi al final de Ardid femenino, una de esas estupendas y alocadas comedias de los años 30 de Hollywood, la irrupción de un mozo de tren en un vagón, donde viajan los protagonistas, convulsiona la imagen. Es negro, de ojos saltones, con un aire bobo y un hablar titubeante: la caricatura de una caricatura, que contrasta fuertemente con el resto de personajes blancos del filme. Si uno opone esta imagen deformada a la de los personajes principales de la primera película rodada por un cineasta afroamericano, Oscar Michaux, en 1920, Within our gates, el contraste no puede ser más desolador. A pesar de sus exageraciones melodramáticas, propias de la época muda, los personajes de Michaux no son negros. Michaux los filma como gentes del común, cuyo comportamiento “puertas adentro” (como podría traducirse Within our gates) apenas tiene relación con la imagen que el cine venía transmitiendo de ellos desde sus orígenes. Allí se desenvuelven, cada uno en su oficio (detective, médico, maestro, predicador), desprovistos de estereotipos, de la carga racista que soportaban las imágenes mudas de aquel periodo.

Michaux encabeza una reducida lista de directores negros que contestaron estas representaciones creadas por Hollywood (caricaturescas, estereotipadas, distorsionadas desde un fondo racista, finalmente falsas). Lo hicieron desde los márgenes. Con libertad. Con rabia y con mesura, asumiendo la condición del color como un imperativo moral. Ellos sí iban a contar lo que Hollywood ocultaba de las gentes de su comunidad, es decir la historia de represión y segregación que la definía. Restaurar la verdad que Martin Luther King recordó en su famoso discurso en Washington en 1963, que todos los hombres fueron creados iguales, les costó a estos directores, al menos en el cine, medio siglo.

Michaux es el más importante de los pioneros. Él, como Zora Neale Hurston, Spencer Williams o James y Eloyce Gist, rodaron fuera del sistema. El coste fue su exclusión, lo que explica el desolador vacío que se abrió desde los años 40. Como ha recordado la Filmoteca Española en el exhaustivo ciclo Black films matter, que esta institución y el Centro de Arte Reina Sofía han dedicado recientemente a ese cine, tras los pioneros, “las únicas posibilidades que tenía la comunidad afroamericana de encontrar referentes en la pantalla se reducían a los tímidos escarceos de Hollywood con la lucha por los derechos civiles a lo largo de la década de los 60, en su mayoría protagonizados por Sidney Poitier”.

Pero de estos años de agitación, de lucha contra la guerra de Vietnam, de la descolonización y de la irrupción de las nuevas olas cinematográficas surgió una nueva generación de cineastas negros que protagonizaron dos vigorosos movimientos, LA Rebellion y el denominado blaxploitation.

La ‘blaxploitation’

Sweet Sweetbacks Baadasssss Song (Violenta persecución, 1971), de Melvin Van Peebles, y Shaft (Las noches rojas de Harlem, 1971), de Gordon Parks, dos filmes determinantes de la blaxploitation, se apropiaron de los géneros comerciales de Hollywood (los filmes de acción, policiales) para subvertirlos justamente mediante el color. Paródicos, sensacionalistas, hay en ellos una especie de reivindicación vehemente de lo negro expresada en sus modelos masculinos, en sus poses exhibicionistas, en una música propia, en la energía contestataria de sus imágenes contagiada de las convulsiones sociales que apelaban a la revolución y la violencia.

En Shaft, su protagonista, un detective, nació “negro y pobre”, como él se define, y es, como lo definen los demás, “una máquina sexual, un cabrón que se arriesga por sus hermanos, a quien no le importa el peligro”, casado, con amantes, machista y orgulloso de su raza. Y ay del que manifieste rasgos racistas. Se encontrará con una respuesta a la altura (verbal o violenta). Pero Shaft no es (solamente) una película sobre el racismo o en la que el racismo mueva a sus personajes. Gordon Parks eligió un género, el policial, y una trama (el rescate de la hija de un capo de Harlem secuestrada por mafiosos italianos), y a ellos se entrega gozosamente.

Si Shaft constituye un modelo, el Sweetback de Sweet Sweetback’s Baadasssss Song es su contraparte, un hombre, también de origen pobre, que vive de su sexo participando en espectáculos pornográficos en vivo para blancos. Su mutismo, su pasividad (salvo cuando trabaja) se deshacen cuando mata a dos policías que apalean a un joven negro. La película recrea, a su modo, una de esas cazas a los esclavos de las plantaciones del siglo XIX que ha recreado el cine. Solo que, a principios de los 70, el país entero que muestra Van Peebles semeja una plantación donde el hombre negro no tiene aparente escapatoria. Al intercambiar los estereotipos, Van Peebles ajusta cuentas (a través de la ficción) con siglos de humillación, de desprecio hacia las gentes de su comunidad. Y lo hace con las mismas armas del hombre blanco: mediante la violencia, la solidaridad de raza y, finalmente, la victoria.

‘Los chicos del barrio’, de John Singleton, que se convirtió, gracias a este filme, en el primer cineasta negro candidato a un Oscar como mejor director.

LA Rebellion

A su modo, estas películas serían contestadas por los cineastas de LA Rebellion. Si uno toma como medida Killer of the sheep (1978), la obra esencial de esta corriente de cineastas afroamericanos que estudiaron cine en California y produjeron sus obras fuera de Hollywood a lo largo de los años 70 (Charles Burnett, Billy Woodberry, Julie Dash y Haile Gerima, entre los más relevantes), no podrá hallar mayor disonancia.

En una preciosa escena de Killer of the sheep, de Charles Burnett, una pareja baila lentamente en la penumbra de su dormitorio. Dinah Washington canta de fondo This bitter earth (Esta amarga tierra) y la tristeza que desprenden las imágenes parece concentrar el sentido de la película, que alcanza a disolver la condición del color (el racismo, la segregación) como argumento. Burnett concentra su mirada en un hombre, casado, con dos hijos, trabajador en un matadero. No es capaz de entender qué le ocurre. Querría abandonarlo todo; pero para hacer qué. Es pobre, pero niega su pobreza. Se desentiende de su mujer, pero la quiere. Se aburre y se entretiene con sus amigos. Gira como en círculos asistiendo en su trabajo al ritual diario de la matanza de ovejas.

Como su personaje, como los demás personajes, Killer of the sheep es una película pobre: por su material (celuloide en 16 milímetros, blanco y negro), por su estructura sincopada de retazos de vida en un barrio negro, que alterna los juegos, las peleas de los hijos en las calles con los roces cotidianos entre adultos, que en raros momentos (mujeres por un lado, hombres por otro) se sostienen entre sí y alcanzan una fugaz dicha en medio de sus vidas precarias. De este modo, Burnett lega un modelo realista de representación de su comunidad, a la que dota de una dignidad que se levanta como un dique frente a las derrotas.

John Singleton y Spike Lee

Las renuencias de Hollywood con los directores afroamericanos se mantendrían hasta 1991, cuando por primera vez un cineasta negro, John Singleton, fue candidato al Oscar como mejor director por su primera película, Boy’z in the hood (Los chicos del barrio). El filme, convencional de acuerdo a las estructuras dramáticas de Hollywood, es un retrato de barrio conflictivo habitado solo por gentes negras que plantea una vía de redención fuera de la violencia en la que viven, la misma (la educación) que ya defendía Michaux en Within our gates. Solo un joven, entre sus compañeros de barrio, la sigue y traspasará la frontera de una vida confinada a unas pocas calles y determinada por la droga, el robo y el asesinato.

‘Las noches rojas de Harlem’, de Gordon Parks, exalta la figura orgullosa de un detective negro.

Dos años antes, el principal director negro estadounidense, Spike Lee, había estrenado Do the right thing (Haz lo que debas), que la revista francesa Cahiers du cinema eligió mejor película de 1989. Distribuida por un gran estudio, Universal, lanzó la carrera de Lee, la más prolífica y reconocida entre sus colegas, asiduamente satírica en su denuncia del racismo.

En Do the right thing describe un día en una calle de un barrio de afroamericanos, donde conviven o trabajan latinos, coreanos e italianos. Lee decide asumir que el racismo es innato y que hay que coexistir con él. Pero esta coexistencia resulta ficticia. Sus personajes manifiestan, unos contra otros, su desprecio verbalmente, malcaradamente. En apariencia, las palabras se detienen en el borde que precede al estallido, que, sin embargo, al final del día deriva en una violencia que no resuelve sino que libera una rabia acumulada. Al día siguiente, nada ha cambiado en el barrio y regresa esa convivencia obligada.

Barry Jenkins, primer director negro con Oscar

Aún hubo que esperar casi treinta años para que, en 2017, Barry Jenkins se convirtiera en el primer cineasta negro en lograr el Oscar a mejor director, por Moonlight. Jenkins crea a un afroamericano gay, apocado y humillado en la escuela para describir su infancia, adolescencia y adultez. Hay en Moonlight ecos de la tradición del cine negro que se ha comentado aquí: el barrio, las drogas, el conflicto, los personajes de estratos bajos y medios, la redención (de nuevo, lejos del origen, a través del amor a un hombre), y como en sus precedentes, el relato salta por encima de los estereotipos y bucea en la intimidad de sus personajes al margen de su condición.

En 2020, justo un siglo después de Within our gates, las cinco películas de la serie Small axe, realizada por Steve McQueen, parecen compendiar la mirada que los cineastas negros han puesto en su comunidad. McQueen reincide en la denuncia del racismo (en la Inglaterra de los años 60 a los 80) y en mostrar esa verdad velada por el racismo; ahí se encuentran sus momentos más cinematográficamente logrados, cuando la contemplación de lo que ocurre “puertas adentro” trasciende la condición del color: en Lovers rock, el mero sucederse de la música en el piso donde unos jóvenes celebran una fiesta traslada sus cuerpos a una especie de nirvana, en el que la idea de raza (y su índole trágica) ha desaparecido y solo queda la pura condición (extática, entregada, dichosa) de lo humano.

‘Within our gates’, primera película rodada por un director negro, Oscar Micheaux, en 1920.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • antonio

    Por antonio, el 19 febrero 2022

    Hay un tipo de cine documental negro de Ava DuVernay .: EnmiendaXIII, creo que merece mencion sobre tofdo por la situacion actual de los afroamericanos pobres

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.