‘Nixon in China’, el poderoso hechizo del teatro documental

Un momento de la espectacular puesta en escena de ‘Nixon in China’ en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

El estreno de ‘Nixon in China’ en el Teatro Real puede considerarse todo un acontecimiento cultural en España. El visionario director de escena Peter Sellars convenció a su amigo John Adams para componer, a finales de los 80, una ópera sobre la visita de una semana del presidente estadounidense Richard Nixon a China en 1972. La propuesta del director John Fulljames que se puede ver estos días en Madrid es un potentísimo montaje que mezcla con una maestría impecable el teatro documental con los sentimientos de unos personajes que protagonizaron la que está considerada ‘la semana que cambió el mundo’.

El pasado lunes 17, día del estreno en España de Nixon in China, la primera ópera de John Adams, el espectáculo se repartió a partes iguales entre el foso y el escenario del Teatro Real. Mucho se han utilizado, y con toda razón, las palabras del musicólogo y periodista Alex Ross sobre la música de John Adams: “Así son las sonoridades del romanticismo a la americana: concretas, actuales, honrando a Mahler y a Sibelius al tiempo que se someten al procesador del minimalismo, pillando al vuelo la pelota del jazz y del rock sin perder de vista las innovaciones de la postguerra. Un caleidoscopio de sonoridades, mezcladas y filtradas por una voz reconocible de inmediato, entre la exuberancia y la melancolía, a veces actual, a veces clásica, trazando su ruta en el corazón de una cultura recompuesta”. Exactamente esa amalgama de sonoridades fueron las que lograron los músicos de la orquesta titular del Teatro Real bajo la dirección musical de Olivia Lee-Gundermann durante todo el intrincado camino que es la partitura de Nixon in China. Ver dirigir a la surcoreana es todo un espectáculo de solidez y sensibilidad al mismo tiempo. Miembros del coro del Teatro Real, que también funciona en esta producción como una máquina perfectamente engrasada, han manifestado el nivel de seguridad que les imprime Gundermann desde el podio ante una partitura complicadísima, y más todavía si se canta de memoria.

Como ya contamos en esta revista, fue el visionario director de escena Peter Sellars quien pensó que la visita de una semana de Nixon a China a principios del año 1972 podría ser un tema fantástico para una ópera y convenció a su amigo John Adams para que aceptara el reto. El libreto le fue encargado a la poeta estadounidense educada en Harvard Alice Goodman, que posteriormente trabajaría en dos óperas más con el compositor. El resultado: Nixon in China, título que nos remite a otras grandes obras como Julio César en Egipto, Ifigenia en Táuride o La italiana en Argel, por poner solo tres ejemplos.

El estreno de la ópera tuvo lugar en 1987 con críticas dispares, aunque el tiempo se ha ocupado de poner en su lugar este torrente de creatividad musical que transita por el presente y por el pasado como corresponde a una ópera histórica. El director de escena de esta nueva producción del Teatro Real con Den Kongelige Opera de Copenhague y la Scottish Opera es el británico John Fulljames, que, como ya explicó en rueda de prensa, contó con un nutrido equipo de documentalistas que se dedicaron horas y horas a investigar no solo esos 7 días que cambiarían el mundo, sino también la onda expansiva de ambos mandatarios en la historia de sus países y del mundo.

La propuesta de Fulljames se basa muy inteligentemente en el teatro documental y esa especie de teatro híbrido que tanto nos recordó al de los catalanes Agrupación Señor Serrano. El escenario principal en el que se desarrolla la acción es un gigantesco archivo que, pronto, enseguida, y gracias a inteligentísimas decisiones escénicas, se convierte en un lugar de un dinamismo extremo, pero al mismo tiempo en la mesa de observación de un curioso investigador que viera cómo los personajes sobre los que ha puesto su lupa cobrasen vida. Pero no solo los personajes –y eso es lo fascinante de esta propuesta–, también sus circunstancias, sus logros y sus ecosistemas. En la propuesta de Fulljames se pueden ver hasta destellos de ideas de otros dramaturgos como la brasileña Christiane Jatahy, pero sobre todo es un torrente, en ocasiones inabarcable, de información. Todo lo que sucede en escena es importante y tiene un doblez que curiosamente siempre queda expuesto. La mayoría de las fotografías y otras imágenes y dibujos y objetos que se nos muestran son manejados en directo por archiveros que, al someterlos a la luz de sus pupitres, los proyectan en las cajas apiladas del archivo.

Alfred Kim (Mao), Jacques Imbrailo (Chou En-Lai) y Audrey Luna (Madame Mao, Chiang Ching).

Sin embargo, en momentos como el ballet en la segunda escena del segundo acto, titulado El destacamento rojo de mujeres, Fulljames es capaz de mostrarnos la historia en varios planos que van saltando espectacularmente de uno a otro, de la pantalla a la realidad, de la realidad a la sensibilidad de la primera dama y de allí a la rijosa bragueta de Henry Kissinger o la intolerable mano de hierro de una actriz que se casó con Mao y, como dice el propio Adams, ha logrado situarse en la historia “hasta ejercer el poder en la sombra de su trono, y ser el cerebro y la fuerza que han llevado a esta experiencia atroz de organización de la sociedad que ha sido la Revolución Cultural”.

Los dos primeros actos se desarrollan en un río musical que, desde su nacimiento, enseguida, adquiriese la fuerza de unos rápidos serpenteantes y rugientes. Lo explica bien Carmen Noheda en su texto al pase de mano: “Su acústica abrumadora requiere de una innovación inusitada en la ópera: un sistema de amplificación de las voces que permita apreciarlas en su plenitud frente al estruendo orquestal proveniente del foso. Este abrazo entre lo electrónico y lo acústico comporta un elemento fundamental de la creación operística de Adams”. Es muy de destacar el diseño de sonido que firma Cameron Crosby, tan sutil como efectivo, sobre todo en los desmanes más complicados de la ópera.

El tenor surcoreano Alfred Kim está impecable en el papel de Mao Tse-Tung, tanto en lo vocal como en lo actoral. El barítono Leigh Melrose le da la réplica como un Richard Nixon que, en ocasiones, yace opacado por la verborrea interminable y atractiva de su contrincante. Una de las mejores, bajo mi punto de vista, fue la soprano Sarah Tynan en el papel de Pat, la mujer de Nixon. Su personaje transita por tantos registros y con tal cantidad de matices que es necesaria una estupenda cantante y actriz para evitar que caiga en el ridículo. Audrey Luna resulta muy creíble, en el papel de la antipática y monstruosa Madame Mao. Pero dos de los mejores fueron Jacques Imbrailo, en el papel del primer ministro Chou En-Lai, que cantó con una emotividad multiplicada por la locura que reina a su alrededor, y Borja Quiza, que saca adelante toda la podredumbre de Henry Kissinger. Tanto que nos hace dudar de si estamos ante una caricatura o un verdadero retrato del personaje.

Mención aparte para el libreto: Alice Goodman logra un texto en verso que fluye dramáticamente de forma espectacular. Con versos de una potencia arrolladora en muchas de las ocasiones. No solo en el endiablado dinamismo de los dos primeros actos, también y, sobre todo, en el tercero, cuando el río llega al mar en un delta que debería ser todo descanso y paz. Aparentemente lo es en la superficie, pero ella es capaz de mostrarnos las corrientes submarinas que se debaten en el limo de esa agua que ya no sabemos si es dulce o salada. Capaz de enseñarnos con palabras el alma y las miserias humanas.

‘Nixon in China’. Hasta el 2 de mayo en el Teatro Real de Madrid. Aquí puedes consultar las funciones.

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