“No intentes entender a México desde la razón”: de Puebla a Chiapas

Volcán Popocatpetl al atardecer, desde San Andrés Cholula. Foto: J. B. M.

Segundo tramo de nuestro viaje a México con que hemos empezado este mes de agosto en ‘El Asombrario’. Nos estamos internando en el mundo de la magia, donde la lógica pierde peso. De Puebla a Oaxaca y Chiapas, más las postales con todos los tópicos turísticos de Acapulco y Cancún. André Breton visitó México en 1938 y su conclusión fue la siguiente: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”.  

Para llegar a Puebla hace falta tener mucho coraje y tomarte la cerveza antes de subir al autobús, porque al confortable interior está prohibido ingresar con bebidas alcohólicas y graban en vídeo a todos los pasajeros antes de partir: “Por razones de seguridad se les va a hacer un video, levanten lentes, cubrebocas y gorras por favor”.

–Es que en el pasado hubo muchos problemas –nos dice una mujer con mascarilla, aunque en febrero dejaron de ser obligatorias aquí.

–¿Y qué haremos si nos atracan?

–No se preocupen, que no les ha de pasar nada, ¡órale! –se atreve, con ese hablar de telenovela.

–Que Quetzalcoatl nos proteja.

–De aquí para Yucatán a ese dios los mayas le llamamos Kukulkán.

Es la serpiente emplumada, la deidad antigua de las civilizaciones olmecas y toltecas, muy anteriores a los mayas y aztecas, que se relaciona con el viento y el agua, y una de las divinidades creadoras que se eleva agitando sus alas, para, en el último día, bajar del cielo y recibir los servicios, vigilias y ofrendas. Sé que nos estamos internando en el mundo de la magia donde la lógica pierde peso.

En el autobús, el volumen de la película en tres pantallas distrae la concentración de los viajeros que, sublimados ante paisajes de cactus sobrenaturales y de colinas peladas de Western americano, solo desean que acabe el filme. Sin embargo, al terminar la película comienza la fiesta de la música –es bien sabido que el mexicano es muy juerguista– a todo volumen, mezcla de clásicos españoles como Cecilia, Perales, Sabina o Mecano con rancheras y corridos que hablan del desgarro que sufre el varón por ser «mujeriego, parrandero y jugador». Y pensé en el prototipo de hombre mexicano que esas canciones hicieron tan popular, y que se coló en las fiestas y banquetes que la gente humilde celebraba en el franquismo en nuestro país a falta de otras músicas que requerían mayor apertura del régimen. Cuántas veces no hemos oído los que pertenecemos a determinada generación cantar a nuestros mayores esas rancheras clásicas de toda la vida en las bodas, tarareando las letras sobre el sufrimiento y el dolor, el desamor y los machos bien machos.

Los clavadistas de Acapulco se lanzan de cabeza al mar desde 35 metros de altura. Foto: J. B. M.

La biblioteca palafoxiana de Puebla fue la primera biblioteca pública de América. Foto: J. B. M.

Llegando a Puebla, la visión fugaz de un pico perfecto en el encendido horizonte de este atardecer mágico me acerca a la dimensión que cobran en estas tierras las fuerzas telúricas cuando se enfurecen: el pico es el volcán Popocatépetl que estos días anda lanzando material incandescente, provocando una columna de humo que ha puesto en alerta a las poblaciones cercanas y hasta a Ciudad de México.

En Puebla, una ciudad colonial de impecables fachadas de fastuosos palacios virreinales, hoy transformados en caducos hoteles y comercios, se encuentra el Museo Amparo que hace pocos años acogió una completa exposición, la primera, sobre el Juan Rulfo fotógrafo. ¿Pero también hacía fotografía? Otra vez se me escapa Rulfo.  En sus paredes se colgaron sus fotos “como ventanas abiertas por las que poder asomarse no sólo a un México que ya no es, sino a ese país que Rulfo supo adivinar entre las ruinas fantasmales de un pasado monumental y los gestos vivos de la gente que animaba esos paisajes», leo en un histórico de sus exposiciones de la segunda planta, en la página que la revista digital México desconocido dedicó a la muestra. El escurridizo autor me sorprende y me maravilla una vez más: elaboró para Goodrich Euzkadi (así, con Z, empresa de llantas mitad mexicana mitad vasca) una guía de viajeros titulada Caminos de México. Y ahí es donde publicó algunas de sus fotos. No pierdo la esperanza de encontrar esta exposición itinerante en algún lugar de este inmenso páramo.

Está oscureciendo y el aire huele a mole poblano y a cemitas. De camino a la catedral, desde el fondo de una calle se escucha una música en altavoz otra vez. Al acercarme observo a una pareja de invidentes cantando con micrófono a toda potencia y muy juntos la canción más triste que jamás haya podido escuchar. Los clientes de una tienda de ropa barata les arrojan alguna moneda y los ciegos se recogen el uno sobre el otro al escuchar la estridencia del metal contra la lata. La noche envuelve a los amantes mientras parece que ellos, como personajes de Pedro Páramo, quisieran escapar de las sombras.

Al día siguiente, camino tres cuadras desde la espectacular catedral barroca para encontrar el Museo de la Revolución Mexicana; aún conservo muy vivo el imponente monumento a la Revolución en Ciudad de México. Fue aquí en Puebla donde en 1910 tuvo lugar un episodio que afirmó su nacimiento, la chispa que necesitaban los revolucionarios para levantarse: la casa de la familia Serdán, de la burguesía local, se transformó en la guarida donde el padre y cuatro de sus hijos, todos afectos a la causa de Madero contra la reelección del dictador Porfirio Díaz, fueron asesinados o arrestados defendiendo los ideales revolucionarios, aquellos que Pancho Villa o Emiliano Zapata continuarían después. También había sido en Puebla donde en 1862 tuvo lugar una de las batallas decisivas que los mexicanos ganaron ante el invasor francés. El escritor e historiador poblano Pedro Ángel Palou Pérez, un nuevo referente, restituyó la memoria a Puebla, y los saberes, dicen, de esta ciudad dorada: «Quise devolverle a Puebla lo que el paso del tiempo deslustra y a veces extermina, y que un hombre por cada siglo debe recuperar, la memoria». Palabras elocuentes extensibles tal vez a muchos otros lugares del planeta.

Fieles en la iglesia de Santo Domingo de Puebla. Foto: J. B. M.

Con el eco de la voz del sabio Palou visito la impresionante Biblioteca Palafoxiana, la primera biblioteca pública de América, que me maravilla con sus estanterías repletas de volúmenes antiguos, me pierdo entre sus miles y miles de libros que adquieren a esta hora del mediodía el brillo radiante de la sabiduría.

Acapulco, la perfecta postal de la nostalgia y la decadencia

En un viaje relámpago al Pacífico, en Acapulco, el aroma de los mangos que cubren el acogedor patio de la antigua misión que hemos elegido como alojamiento, embriaga con su perfume dulce y empalagoso. No muy lejos está La Quebrada, donde los clavadistas se lanzan desde 35 metros de altura a un hilo de agua entre las rocas, como dioses voladores. En el largo paseo marítimo hasta La Quebrada se recuerda a todas las estrellas nacionales, pero sobre todo estadounidenses y europeas, que hicieron de este rincón del Pacífico un destino vacacional deseado en las décadas de los años 40 y 50. Aquí veraneaban Tarzán y John Wayne, y aquí el compositor Agustín Lara, que popularizó el chotis Madrid o que compuso, sin haberla visitado, un himno a Granada, encontró su puerto favorito para enamorar a la actriz María Félix. Las noches en Acapulco tienen ese aire cargado de nostalgia, es la perfecta postal del espíritu de la decadencia.

Oaxaca, arte y turismo hipster

Por la costa, en Puerto Escondido, parece que el mar quisiera engullirte y llevarte a viajar con las ballenas jorobadas que se nutren en estas aguas, de paso hacia el Golfo de California. Un poco más al sur se halla el concurrido y surfero Mazunte con su turismo blanco, narcisista y autorreferencial, de grandes tatuajes en pechos descubiertos y bañadores de diseño, que contrastan con la modestia de los atuendos de la gente local. Aquí nos invitan a probar cosméticos naturales o café y cacao recolectado no muy lejos de la tienda. De nuevo en el interior, ya en el Estado de Oaxaca, en su capital Oaxaca de Juárez, hay salas de arte y exposiciones en cada esquina y el turismo hipster y culto de ropa extravagante inunda las coquetas terrazas y la bella plaza del Zócalo, donde se empiezan a ver a chiapanecas mendigando con los niños colgados al cuello, dormidos en sacos de tela.

El brillo sobrenatural y las miserias de Chiapas

Internarse en Chiapas es un viaje hacia adelante en la distancia, pero muy hacia atrás en el tiempo. En la selva Lacandona la gente habla en las lenguas antiguas de los mayas de las 20 variantes que existen solo en México, siendo el tzotzil la más extendida aquí en Chiapas. En la iglesia de San Juan Chamula, cerca de San Cristóbal de las Casas, los santeros rocían con pox de alta graduación y coca-cola a los niños enfermos, o le parten el cuello a un hermoso gallo ante el convaleciente, frente a la figura de San Juan Evangelista, de un brillo sobrenatural al que le han colocado un espejo en el pecho que refleja cientos, miles de velas encendidas sobre el suelo sin bancos. Es parte de una ceremonia de sanación que proviene del sincretismo especial de estas comunidades. Todo por 3.000 pesos. El vacío consultorio médico es otro edificio feo más que rodea la plaza central donde los chiapanecos venden y compran de todo, y escuchan boquiabiertos a charlatanes que ofrecen milagros. San Juan Chamula está a media hora de San Cristóbal de las Casas, que ganó la denominación del más mágico de los pueblos de México, y a donde los chiapanecos descienden cada día desde las colinas, para conformar el hormiguero humano que es el bellísimo mercado de artesanía, ropa y recuerdos en el que me sumerjo sin poder encontrar la salida.

El premio Nobel Miguel Ángel Asturias vivió durante gran parte de su infancia cerca de los indios y sus novelas denuncian el eterno conflicto entre débiles y poderosos, el drama del indio, sus miserias y su esperanza trágica. Asturias tradujo del francés al español el Popol Vuh, el libro sagrado de los Mayas y, aunque era guatemalteco, se preocupó de investigar sobre los mitos y religiones de la América Maya, una de las culturas más avanzadas del continente antes de la llegada de Hernán Cortés.

Fachada de la iglesia de los Jesuitas de Puebla. Foto: J. B. M.

Para visitar las ruinas de Yaxchilán, un emblemático sitio arqueológico de estas selvas, el barquero nos transporta a lo largo del río Usumacinta que pone límite a dos naciones, Guatemala y México. Los hombres que construyen Estados parece que ignoran que en ambas orillas son los mismos mayas los que llevan siglos habitando la tierra. Las garzas y los cormoranes levantan el vuelo a nuestro paso, mientras los cocodrilos ociosos y amenazadores esperan su próxima presa en la orilla.

Hoy la bella naturaleza de Chiapas, implacable y generosa a la vez, se ha abierto a los reclamos turísticos por sus cascadas azules y sus lagunas de temperatura tropical, y los descendientes de los mayas venden al turista alebrijes o amuletos que rememoran a sus fabulosos dioses. Niños sin escolarizar se acercan a los furgones de turistas cada mañana en busca de pesos con que aliviar la economía familiar. Intento entender por qué no van a la escuela y a mis preguntas responden con un discurso aprendido de los mayores: «La maestra se ha puesto enferma». Son chavales que a los 12 años se mueven como hombres y niñas que venden tortitas, mientras atienden al bebé que llevan colgado a la espalda.

De Chiapas saltó al mundo el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, indígenas armados que en 1994 intentaron ocupar siete cabeceras municipales. No resulta extraño que todavía gocen de la simpatía entre la población, ya que hasta comienzos del siglo XXI los indígenas sufrían un racismo severo y con los Zapatistas empezaron a tomar conciencia, orgullosos, de su identidad. Hoy ya no es concebible que ningún indígena ceda el asiento a un blanco en el autobús.

Pintura de Shenzaburo Takeda en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Foto: J. B. M.

Y parada final en Cancún

Más al sur, en la península de Yucatán, la ciudad de Mérida celebra anualmente su Feria Internacional de la Lectura de Yucatán (FILEY) con la presencia de primeros autores nacionales e internacionales, y Valladolid nos da las pistas para comprender como fueron las primeras décadas de la conquista española. Las ruinas de Chichén Itzá, una de las siete nuevas maravillas del mundo, nos hablan del misterio y de los ritos mayas, y Playa del Carmen o Cancún hacen que nos sintamos indefensos ante las espectaculares líneas de cocoteros frente al mar Caribe, amenazadas por complejos de hoteles. No importa, el Caribe con ese color azul indescriptible y enigmático, sigue, a pesar de todo, alimentando los sueños y deseos de media humanidad. El aeropuerto de Cancún, atestado a primera hora de la tarde, probablemente uno de los más concurridos de América Latina, lanza música caribeña a través de sus altavoces, y hay un jaleo y un ambiente parrandero que los ociosos gringos, esperando sus vuelos de regreso, se resisten a dejar atrás.

André Breton visitó México en 1938 y su conclusión fue la siguiente: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”.

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