La novela que rompe tópicos sobre adolescentes, profes y hachís

El escritor Pablo Gutiérrez.

Dice el escritor Pablo Gutiérrez que ‘La tercera clase’ (La Navaja Suiza), su nueva novela, se define mejor por la negación que por la afirmación. De esta forma, se trata de una obra protagonizada por adolescentes, pero no es de formación ni va sobre jóvenes. Tampoco es un libro sobre el narco, aunque el hachís está muy presente y marca la vida de todos los personajes. Ni es de herencia andaluza, pero no se entiende muy bien sin ella y no sería la misma obra si se hubiera ubicado en otra tierra. Tres “no ingredientes” que sirven para tratar aspectos importantes en la literatura de Pablo Gutiérrez como son la importancia del código postal en el que nacemos, el determinismo social o qué función tiene la escuela para los adolescentes más perdidos. En ‘El Asombrario’ hemos hablado con él sobre todo esto, con la novela de fondo.

¿Quiénes son esa tercera clase que dan título al libro?

Es un grupo de chavales normal, muy frecuente hoy en día. Para el lector que no esté cerca de este mundo, le puede parecer algo marginal, pero creo que en la vida cotidiana es lo más común. Son chicos y chicas que viven en barrios y que tienen por delante muchísimos obstáculos por su origen y condición. Y unas rutas de escape que no siempre son las más saludables.

Todos ellos están atravesados por la ausencia de futuro. “Todos tienen la misma cara”, escribes en algún momento. O si existe, es lejos de su lugar de origen.

Desde nuestra visión como lectores adultos, probablemente sí. Pero si les preguntáramos a ellos, seguramente tendrían una visión bastante clara sobre su futuro. Y es posible que no vieran su vida tan desgraciada, sino que está dentro de la costumbre y naturaleza de los que les rodean. Algunos piensan en escapar, pero otros quieren formar incluso una familia. Yo creo que se sorprenderían si les preguntáramos si no tienen futuro. Esta realidad, aparte de ser tan humana como la nuestra, no es para nada marginal.

En el principio del libro se dice que solo desde la sociología científica se puede contar este caso. Si hablamos de estadísticas, una tercera parte de los menores de nuestro país viven en el umbral de la pobreza. Esos son los protagonistas de este libro. Además, ellos no consumen drogas. Excepto uno en un momento, a quien le da un blancazo. Pero no lo dramatizan. El hachís, que es la droga que consumen en la novela, no les lleva a la marginalidad. Más bien es la industria del barrio. Y la manejan como el sustrato económico.

¿Qué papel juega el hachís en la obra? ¿Cómo afecta a los protagonistas?

El hachís hace daño al tejido social, pero no tendrían una vida mejor sin él. No habría una industria detrás ni puestos de trabajo. En términos marxistas, lo que hay es una infraestructura que se basa en la cercanía con Marruecos; una estructura que es el tejido social tan desindustrializado que hace que haya poco trabajo en la zona; y, por último, la superestructura. Esta es alrededor de la que gira la novela: la narcocultura que se ha creado alrededor de esto. Es una cultura que tiene algo de antisistema, en la que la policía son los malos contra los que hay que luchar y que está tan normalizado, que no se toma como algo malo. No hay culpa.

En este sentido, cobra mucha importancia el lugar. La novela también muestra cómo nos afecta el código postal: un hecho que hace que no partamos en igualdad de condiciones.

Esta no es una novela de discurso, sino de territorio y de los personajes que están allí. Si no estuviera ubicada en el bajo Guadalquivir, perdería mucho significado. Además, es un lugar muy particular, en el que la geografía tiene un punto hasta místico. Se dice que si existió la Atlántida, fue aquí. Como geografía y paisaje humano para contar historias es infinito. Yo quería trasladar todo esto a la novela. También la idea de que el territorio marca a la gente. Somos de diferente manera según los medios con los que contamos para abrirnos paso. En este lugar de marismas, de río, donde la desindustrialización es brutal… los personajes son creados por los factores. Si vinieran de otros lugares y se hubieran criado aquí, serían igual. No hay maldad ni bondad, sino que son la herencia de sus condiciones naturales. Creo que el medio hace al individuo.

Antes apuntabas que los lectores que se acerquen al libro podrían leer la obra de manera diferente a como se sienten los protagonistas. Algo que pasa también con los profesores. Dentro de la obra también muestras esta doblez.

En el elenco de personajes, están los chavales y los adultos. Entre esos dos mundos se mueve la novela. Muchos profesores llegaron al barrio, casi todos forasteros, con el espíritu misionero de darles un futuro. Pero se dan cuenta de lo difícil que es, ya que no pueden luchar contra el medio ni contra las condiciones que les rodean. Yo soy profesor de secundaria y esto es algo que muchos sentimos.

Después de las seis horas que tienen conmigo, se enfrentan al resto del mundo. Nosotros intentamos construir una especie de sociedad en el instituto que va en contra de la que tienen en el exterior. Yo no doy clases en el peor instituto de la zona, aunque me encuentro con situaciones muy similares a las del libro. Pero mi mujer, que trabaja en un centro más cañero, dice que el peor día es el lunes. Los chicos vienen del fin de semana con sus padres y tienen que quitarse lo que traen de casa hasta el viernes.

En un momento de la novela, hay un maestro que sostiene que para qué sirve intentar enseñar algo cuando no tienen una base para vivir. Unos pensamientos que seguramente se te habrán pasado a ti también por la cabeza.

Sí, la inutilidad de lo que estás haciendo. El problema es que muchas veces no puedes ver el conjunto. Quizá estés dando a Quevedo o las derivadas, pero lo importante es fijarse en el marco. Hay mucho de teatro en eso: ellos fingen que reciben la clase y nosotros que la nuestra es muy importante. Hay un hueco muy grande entre lo que nosotros les enseñamos y lo que después será su vida y las herramientas con las que se manejen. Aunque parezca raro, al final un instituto no es un infierno. Salvo momentos puntuales, nosotros hacemos lo que podemos y ellos igual.

Todo esto lo cuentas a través de una novela coral. Un recurso literario que hace que los discursos ganen peso al contradecirse unos con otros.

Es una novela coral formada por muchos discursos que intentan crear una historia, pero al mismo tiempo cada una vale por sí sola. Todas tienen un sentido propio y semejante al relato. En el boceto inicial de la novela los personajes solo aparecían una vez, aunque había más. Pero luego me di cuenta de que era necesario que se manifestaran algunos recurrentemente y que fueran los que llevaran el peso de la obra.

Quiero pensar que esa estrategia de escritura trata de reflejar lo complejo de contar en un lugar como este una historia de la que cada uno tiene una opinión y en la que la verdad al final desaparece. No sabes muy bien qué ocurre y busca hacer reflexionar al lector si reaccionaría de una manera diferente si estuviera en su lugar. Los lectores, que vamos a leer la novela con comodidad y algunos privilegios de clase, seguramente seríamos ellos. Y al revés.

Borras el papel de víctimas y verdugos de la obra.

Yo intento borrar la culpa. Los que son acusados por lo que les ha ocurrido dicen que les ha tocado un poco la lotería. En el centro de menores tienen todas las comidas, una habitación propia e incluso piscina. Los que se quedan allí, en su lugar de origen, incluso les envidian en cierta medida.

Con estos ingredientes, se trata de una novela muy social que sigue la estela de tu carrera literaria.

He tenido novelas más políticas, como por ejemplo Democracia. Hay otras más históricas o de aspectos de la crisis económicas. En este caso, la estrategia de que sean ellos quienes cuenten su historia me ha posicionado en un punto diferente. Yo permanezco en otro plano. Me gusta explicarlo con un ejemplo infantil: Geppetto crea a Pinocho, pero que este último se porte mal es únicamente culpa suya. Con mis personajes pasa igual.

Y claro que es una novela social. ¿Pero cuál no lo es? Todas las novelas reflejan de alguna forma un tipo de estructura social. Más que novelas sociales, hay de asimilación o de resistencia. La mayoría de las que leemos asimilan sin quejarse el sistema económico en el que se vive. Y hay otras que son de confrontación, más de combate. La mía pretendo que lo sea de este último tipo.

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