Una novela sobre el duro mundo rural y ‘la seca’ del alcornoque

La escritora Txani Rodríguez. Foto: Aimar Gutiérrez Bidart.

Txani Rodríguez (Llodio, 1977) tiene sus raíces familiares en el Parque Natural de Los Alcornocales, entre Cádiz y Málaga, y es “hija, nieta, sobrina y prima de corcheros”. Desde niña se siente fascinada por el oficio, pero fue investigando para un reportaje cuando descubrió ‘la seca’, un hongo que afecta al alcornoque e impide que se pueda descorchar. Los avatares de la profesión de corchero, las dificultades para vivir de la tierra, el cuidado del medio ambiente, las visiones contrapuestas entre campo y ciudad e incluso dentro del propio campo han inspirado a la autora para escribir ‘La seca’ (Seix Barral, 2024), una novela dedicada a su familia paterna, ‘los corchas’, que aborda temas esenciales que nos interpelan a todos.  

Esta dedicación tan arraigada en tu familia te ha inspirado para escribir sobre un oficio muy tradicional y poco conocido, amenazado por este hongo que pega la corteza al tronco y hace imposible desprenderla del árbol.

Todo lo que rodea al alcornoque y a la saca del corcho me ha impresionado mucho desde que era pequeña. Tengo un recuerdo imborrable de las manos de los corcheros ennegrecidas al contacto con la savia del árbol. Recuerdo verlos en el campo, subidos a los árboles, manejando el hacha con una precisión casi circense, porque la lanzan desde lejos con una fuerza muy medida, con la profundidad justa para dar sólo a la corteza y no dañar el tronco. Es una profesión centenaria, es bonita y tiene una estética muy poderosa, pero es peligrosa también: no deja de ser gente subida a gran altura con un hacha en la mano. La novela empieza con una escena real que le sucedió a mi tío, se cayó de un árbol desde una altura considerable y perdió la visión en un ojo, pero siguió siendo corchero cuando se recuperó.

El oficio de corchero está muy pegado al medio y el medio, como todos sabemos, está muy amenazado: la enfermedad, el cambio climático, la sequía…, nada ayuda. Y no deja de ser una profesión, con sus condiciones laborales, sus reivindicaciones… Ahora mismo es rentable, las cantidades de dinero que mueve la saca del corcho no son pequeñas, pero la enfermedad del alcornoque va a hacerlo todo mucho más complicado. Pero esto es algo común al sector primario, todas estas amenazas están afectando de una manera drástica. Esto añadió al elemento mítico de la infancia el interés literario y, como si fuera una solución química, al mezclar esos dos elementos se prendió en mí la necesidad de contarlo.

La novela transcurre en un pequeño pueblo enclavado en un parque natural. No es casual que la hayas ambientado en un entorno así, el paisaje tiene una presencia muy importante y es una constante en tus novelas.

Hay una idea de la que hablo en la novela que es el consuelo del arraigo, la pertenencia que da el paisaje. Es una idea muy profunda para mí y está muy vinculada al que yo creo que es mi gran tema, la soledad. En la soledad más extrema de una persona, mirar un paisaje familiar es muy reconfortante. Arropa muchísimo salir al campo, mirar hacia abajo y saber que en ese pueblo hay una panadería, que en el otro vive un amigo, que un poco más allá estudiaste o que fuiste un día a un restaurante que te gustó mucho… Identificar y dotar de cierto discurso al paisaje, contemplarlo, me calma. Vivimos tiempos de mucha ansiedad, de mucho alboroto, y el contacto con la naturaleza nos tranquiliza mucho.

La protagonista de ‘La seca’, Nuria, tiene un vínculo familiar con el pueblo, pero no vive en él. Pasa temporadas durante las vacaciones y, desde ese punto de vista, lo observa y opina sobre las conductas de quienes viven allí para encontrarse a veces con respuestas que no le gustan.

Bueno, es que a veces hablamos con un poco de desafección de los verdaderos problemas a los que tienen que hacer frente en el medio rural, hablamos desconectados de la realidad. Damos lecciones a la gente del campo sin tener en cuenta cómo es su vida. En estos años, he visto como en el pueblo en el que transcurre la novela ha cerrado la sucursal bancaria, los trenes de media distancia cada vez paran menos, los médicos pasan consulta menos días… La gente tiene que recorrer 20 kilómetros en coche para comprar una medicación, porque además no hay transporte público. Y trabajan una tierra por la que también pagan impuestos. Eso menoscaba la confianza de las personas en las instituciones, pero, además, cuando va alguien de fuera y les dice lo que tiene que hacer, se genera una frustración, una rabia que es muy peligrosa. Por otro lado, como si todo lo que hacemos en las ciudades fuera consecuente y sostenible.

El impacto del hombre en el medio ambiente está muy presente en tu obra. En ‘Los últimos románticos’, tu novela anterior, hablabas de la reforestación de los montes del País Vasco con eucaliptos, mucho más rentables para la fabricación de celulosa a pesar de ser una especie invasora muy inflamable. En ‘La seca’ hablas de las plantaciones de aguacates en un lugar donde el agua escasea.

El personaje de Montero cultiva aguacates y encarna a un tipo vinculado a su tierra, que ama su entorno, pero por encima de eso pone el interés económico y la rentabilidad. Ahora mismo, si coges un autobús de Málaga a Ronda, el trayecto está plagado de plantaciones de aguacates, es casi un monocultivo. El aguacate necesita muchísima agua y en esa zona no la hay. En muchas de esas plantaciones las extracciones de agua son ilegales y han prosperado de tal manera que se están secando los ríos.

Pero también entiendo que consumimos esos aguacates. Ahora dile tú al que tiene tierra que no los cultive; llega tú de la ciudad, donde te los tomas para desayunar, y dile: “Aquí no pongas esto porque a nosotros no nos gusta”. Habría que escuchar a quienes trabajan la tierra y darles alternativas, porque tienen que poder ganarse la vida. Habría que organizar y diseñar unas políticas agrarias que fueran menos cortoplacistas, políticas a largo plazo más sostenibles para apoyar más a las personas que viven del campo.

Estas contradicciones están muy presentes a lo largo de toda la novela, donde entiendes la posición de Nuria, pero también las respuestas que recibe.

Esto me produce mucho desconcierto y yo escribo desde la perplejidad. El tema es tan complejo, tan conflictivo… ¡Convergen tantos intereses! En muchos momentos se le puede dar la razón a una parte y a la contraria. Por eso esta novela tiene una parte de homenaje, otra de crítica y mucho de perplejidad, porque cuesta mucho comprender algunas cosas y hay intereses muy confrontados.

De todas formas, parece que el campo es uniforme en sus intereses y en sus modos productivos o de organización y nada más lejos de la realidad. En un pueblo puede haber muchos intereses enfrentados y viven en el mismo contexto. Ese es el conflicto que he querido mostrar, me interesa más que el conflicto entre el campo y la ciudad. Esta no es una novela de tesis, ya me gustaría tener una tesis y una solución. Pero quería mostrar el conflicto y no ser maniquea. He querido dotar a los personajes de sus propias verdades y sus circunstancias.

Por ejemplo, el pueblo de mi familia, donde transcurre la novela, está en un parque natural y algunas personas están hartas de estar dentro de la protección del parque, porque creen que no les aporta nada, creen que les ata las manos para hacer cosas.

Y la culpa siempre es de los ecologistas…

Sí, los ecologistas muchas veces, de un modo totalmente injusto, son la causa de todos los problemas. Y yo pienso: ¿pero qué poder tienen los ecologistas, por ejemplo, en la Junta de Andalucía? Y en el patronato del Parque Natural, ¿cómo van a tener tanto poder? Pero sí, les culpan de todos los males. Sin embargo, no se cuestiona tanto si la administración invierte lo suficiente, si limpia el monte, si lo cuida…

Un alcornocal. Foto: CC:

Un alcornocal. Foto: CC:

Cuando Nuria ve que están interviniendo en el río donde se baña a diario, pregunta una y otra vez, pero nadie le da explicaciones.

Me preocupan mucho los asuntos medioambientales y me da la impresión de no enterarme, de llegar siempre tarde. Y cuando obtienes información, entenderla y encontrar el traslado automático a la realidad es complejísimo. Hay cosas que, simplemente, se comunican fatal, pero siempre me parece que si no lo explican, por algo será. Cuando eso ocurre tiendo a pensar mal, y lo vemos en algunas actuaciones recientes. Mira Doñana, por ejemplo.

En la novela, un personaje habla de los molinos eólicos como “el nuevo colonialismo energético rural” y cuestiona que sea oportuno “destruir el medioambiente para poner renovables como solución para proteger al medio ambiente”.

Bueno, es que ahora, además, tenemos el reto de las energías renovables: dónde se ponen los molinos, dónde se ponen las placas, cómo afecta a la ganadería… Estamos todos a favor de las energías renovables, pero nadie quiere que le planten los molinos eólicos o las placas solares al lado de su casa. En las zonas donde hay ganadería y donde hay pastoreo piden que se respete y parece lógico. Pero quien se dedica a la agricultura también quiere el mismo respeto… Es una fuente importante de conflicto. Es como si fuera todo un gran patio de vecinos, cada uno con sus intereses, pero es que además el propio patio tiene sus demandas para no enfermar, para estar sano, para estar vivo. Para mí es el gran conflicto de nuestro tiempo. ¿Cómo vamos a gestionar los recursos naturales? ¿Cómo nos vamos a organizar y cómo nos vamos a entender?

Los conflictos presentes en ‘La seca’ han sido recogidos recientemente en películas como ‘Alcarrás’, ‘Suro’, ‘El olivo’ o ‘As bestas’. Y ahora se prepara el rodaje de la adaptación al cine de tu novela anterior. ¿Qué ocurre para que de repente sea un tema tan presente en el cine y la literatura?

Bueno, lo raro es que no se hable de esto más, en realidad, porque cuando se publican novelas situadas en ciudades o se hace cine situado en espacios urbanos no llama la atención. Poco a poco, vamos aprendiendo que lo que pasa en el campo nos influye mucho. No podemos vivir creyendo que estamos en una burbuja. Es muy normal que se estén lanzando estas propuestas, estas miradas.

En la novela no hay una confrontación violenta, como en As bestas. He tratado de mostrar la incomprensión, pero he querido que el pueblo conserve su parte luminosa, que la tiene. Aunque también es cierto que luego, cuando pasa el verano, hay que vivir allí el invierno, en la oscuridad y la monotonía de los días. La realidad tiene muchas aristas y hay muchas novelas o películas que han tendido a idealizar y a bucolizar el medio rural, pero tampoco quiero irme al otro extremo, ¿eh? Hay conflicto como lo hay en la ciudad, pero también hay que alumbrarlo.

‘La seca’ que da título a la novela hace referencia a la enfermedad del alcornoque, pero también al carácter áspero de la protagonista. La novela aborda lo complejas que son a veces las relaciones personales.

Nuria llega muy cargada porque viene de una situación que la ha agotado. Durante el invierno ha tenido que cuidar a su madre, recién operada, sin descuidar el resto de sus obligaciones; cree que su madre depende de ella, pero en realidad se tiene que dar cuenta también de cuánto necesita ella a los demás. Está frustrada y reprocha a los demás lo que debería reprocharse a sí misma, responde mal a veces… pero es que está muy nerviosa, con ansiedad.

En el libro hay una idea que me resulta importante: una vez que sabemos que queremos a las personas y que nos gusta estar con ellas, hay que aprender a dejar que se vayan, que hagan su vida, que tomen un poco de distancia… Que se alejen. El aforismo de Ramón Eder que abre el libro dice: “Hay un tipo de generosidad que consiste en regalar nuestra ausencia”. La distancia con las personas es a veces muy complicada. Demasiado cerca, agobian, pero si se alejan nos daña porque nos sentimos abandonados.

Hablas de los cuidados, del cansancio, de la frustración y de cómo cambia la relación entre madre e hija con la madurez.

Las relaciones madre hija son muy complicadas. Hay un momento en la vida en el que te despiertas y, de pronto, eres madre de tu madre, aunque esté bien. Cambia algo, y de pronto comprendes que también tú tienes que estar ahí para ellos, como ellos estuvieron para ti. Y empiezas a preocuparte si llegan tarde, si no te cogen el teléfono, como hacían ellos con nosotras. A veces es cómico, porque como siempre pasa con el amor, a veces se vuelve un poco irracional y aquí confluyen el temor y el amor. Me parece muy sano que la sociedad se preocupe por los mayores, que seamos madres también de nuestras madres, sin olvidarnos nunca de que somos hijas.

También has querido hacer un homenaje a la tradición oral y a las historias que nos contaban de pequeños.

La literatura oral ha tenido mucha importancia en mi imaginario personal. Quería hacer este homenaje a cierto acervo cultural, a la poética y la narrativa andaluza: el destino trágico, el loco lúcido de Lorca… En la novela hay una leyenda con muchas texturas, el lector puede proyectar la lectura que quiera, pero hay una que tiene que ver con lo que deseas, con cómo el reflejo de lo que deseas se sustancia y puede ser lo mejor o lo peor, nuestros mejores deseos o nuestra mezquindad. Me hace preguntarme si hay algo que dé más miedo que nuestra propia maldad.

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