Nuestros centros de investigación forestal, necesarios y atareados

El Instituto de Ciencias Forestales (ICIFOR), del INIA-CSIC, participa en el proyecto SUPERB para recoger datos sobre restauración forestal en Europa.

El cambio climático, las plagas e incendios y mantener una producción sostenible de los productos que proporcionan son los retos de los centros de investigación forestal, ahora muy enfocados en la creciente y descontrolada masa forestal que hay en España. Visitamos algunos de ellos: el instituto nacional y los centros de Asturias, Galicia, Extremadura y Cataluña. Sus responsables nos explican en qué están ahora mismo centradas su investigaciones.

Las más de 28 millones de hectáreas forestales que hay en España –de ellas, unos 18,7 millones son arboladas– están bajo la lupa de una ciencia cada vez más preocupada por su situación. El aumento de las temperaturas y fenómenos extremos causados por el cambio climático, las plagas y enfermedades, las especies invasoras o los superincendios son amenazas a las que ya están expuestos nuestros bosques; así que se investiga, desde muy diversas ópticas, cómo mejorar sus condiciones para protegerlos y, a la vez, seguir aprovechando la riqueza que aportan en biodiversidad, en productos como la madera o en servicios tan fundamentales como la calidad del agua o la absorción del CO2.

En esta labor, al numeroso personal que tiene los árboles y otras plantas bajo su lupa,  hay que sumar centros especializados que buscan mejorar las condiciones en sus territorios. A la espera del cuarto Inventario Forestal Nacional, los últimos datos nos dicen que en 40 años la superficie forestal en el país ha aumentado un 40%. Hoy, un 37% del país está arbolado, con mayor densidad en el norte, pero también muy abandonado en un momento crítico.

A nivel nacional, un centro de referencia es el Instituto de Ciencias Forestales (ICIFOR, dentro del INIA, CSIC) , que fue semillas de muchos de los centros hoy autonómicos, con los que colabora permanentemente. Cuenta con una decena de grupos de investigación, centrados tanto en la ciencia ecológica y genética como en la gestión y la producción forestal. Su directora, Maite Cervera, y su subdirectora, Carmen Hernando, son muy conscientes de los dos retos principales a los que se enfrentan: el cambio climático y el abandono rural. Ambos se retroalimentan y generan la expansión de enfermedades en los árboles que se debilitan o incendios como nunca antes se vieron y cuyo comportamiento también analizan. “Tenemos un 56% de masa forestal, pero nos falta gestión. Aquí investigamos en marcadores genéticos que hacen a los árboles resistentes a plagas o a ese cambio climático y pueden servir para reforestaciones, pero también trabajamos en tratamientos preventivos de incendios, como quemas, incluso bajo el arbolado, con criterios científicos, no como se hacía antes”, señala Hernando.

A ambas les preocupa que hoy el 40% de la madera que genera un bosque no se aproveche, con la mitad de la aprovechada en la cornisa cantábrica, “cuando son recursos que podrían fijar población”. “Por ello, trabajamos mucho en poner en valor los materiales que salen de los bosques y son útiles para una construcción más sostenible o productos como nanocelulosa o cómo aprovechar los residuos. Tenemos mucho bosque que cuidar y casi el 70% están en manos privadas, así que ha de compensar económicamente cuidarlos”, subraya Cervera, que destaca el carácter multidisciplinar y multisectorial del ICIFOR. “Desde los fuegos de 2022 hay más movimiento para mejorar la gestión y promover una bioeconomía necesaria en la que cada vez trabajamos más”.

Extremadura, entre encinas y alcornoques

Entre las masas forestales en riesgo por plagas o enfermedades destacan los alcornoques y encinas de las dehesas y bosques extremeños. Allí el CITYCEX tiene dos centros, el Instituto del Corcho, Madera y Carbón Vegetal  y el Centro Finca La Orden, dedicados a la ciencia de los bosques. En el primero, Ramón Santiago, especialista en alcornoques, no sólo trabajar en mejorar la saca de corcho, sino en repoblaciones de una especie que ocupa un millón de hectáreas y que está amenazada, como las encinas, por males como la seca, una enfermedad, ocasionada por el hongo Phytophthora cinnamomi, que daña la raíz del árbol. “Nos llegó como especie invasora del sudeste asiático y con el cambio climático prolifera”, explica.

Con ser la más grave, no es la única “pandemia forestal” que tienen encima. También está la llamada culebra del corcho, larva de un escarabajo que agujerea el corcho, depreciando su valor en el mercado, y la larva de una mariposa conocida como “lagarta peluda”, que se trata de eliminar sin dañar la biodiversidad de insectos que viven a su alrededor. “Se trata de mejorar la calidad de la producción que generan nuestros árboles y evitar pérdidas. Masas forestales como los alcornoques son resistentes a incendios, pero requieren una gestión, al igual que las encinas, y un uso forestal que es necesario porque los protege del fuego”, señala Santiago.

El INIA colabora en proyectos de protección forestal contra incendios en varias comunidades autónomas.

Galicia, bosques mejorados frente al cambio climático

Fue en un lejano 1947 cuando se abrió el Centro de Investigación Forestal Lourizán,  en Pontevedra, antes del INIA y ahora en una autonomía cuya producción forestal es estratégica. De los 1,3 millones de hectáreas de arbolado gallego, casi 600.000 son especies frondosas (castaños, cerezos, robles carballos o rebollos…), unas 363.000 son pinos y otras 367.000 eucaliptos, usados éstos para la industria papelera. En Lourizán, están volcados en tres líneas de investigación: incendios y recuperación del terreno arrasado, cambio climático y la mejora genética de los árboles para hacerles más resistentes y productivos, lo que están trabajando con cinco especies (castaño, cerezo, carballo, pino nigra y pino radiata).

Como en el ICIFOR, seleccionan los ejemplares que cuentan con el fenotipo más resiliente, explica su director, Enrique Martínez Chamorro. Hoy, una de sus preocupaciones es que no llegue a Galicia la plaga de un nematodo del pino que ha puesto a la producción maderera de Portugal en cuarentena para toda la UE, otra especie llegada del sudeste asiático que come madera. “Nuestro objetivo es buscar el material vegetal que sea tolerante a enfermedades y plagas, y así disponer de un reservorio de especies alternativas para el futuro”, señala el directivo.

Otro de sus focos importante está puesto en el fuego, que tradicionalmente, recuerda, se ha usado en Galicia de forma indiscriminada para gestionar la masa forestal. “Ahora, en Lourizán investigamos herramientas para comprender su comportamiento y saber cómo atajarlo”, señala, y pone el énfasis en trabajos sobre técnicas para recuperar las zonas quemadas, como el mulching, que consiste en esparcir, a veces desde el aire, restos de siega de cereales que generan una nueva cobertura orgánica para que se pueda regenerar el terreno con más rapidez.

Asturias: satélites y secuoyas

En Asturias aún se tienen muy presentes los incendios que hubo en marzo del año pasado en zonas que estaban abandonadas. “Tuvimos fuegos a 30 kms de la costa que acabaron en el mar. Es importante analizar los riesgos que hay y desarrollar herramientas que ayuden a evaluarlos”, señala Juan Majadas. Él es el director del CETEMAS , una fundación creada en 2009 por empresas madereras y el Gobierno asturiano para promover e investigar sobre una producción forestal sostenible. No sólo llevan a cabo evaluaciones para certificaciones, como las que realiza FSC, o generan modelos de productividad de la madera o miden la huella de carbono, sino que han puesto en marcha sistemas con sensores y drones que permiten la gestión automática de un bosque, detectando la carga de madera que tienen (es decir, el combustible) a una resolución de solo 25 metros. En CETEMAS, usando datos del satélite Sentinel-2, trazan cartografías de la vegetación que incluso distinguen zonas de coníferas o especies frondosas o matorrales, de forma que se zonifica el riesgo de fuego y se puedan tomar decisiones relacionadas con el riesgo del fuego según la zona.

Otro de los muchos proyectos en marcha, con el que van a empezar ensayos experimentales, consiste en plantar especies con una alta productividad y con más resiliencia frente al cambio climático. No sólo algunas que ya existen, como pino pinaster o radiata, aunque mejoradas, sino otras coníferas como el pino taeda, la secuoya de California o especies de cedro. “En el País Vasco hubo talas masivas de pinos radiata por una plaga de orugas. Estas son especies nuevas a las que no afectan estas plagas y que se adaptan bien a nuestro suelo y clima, aunque solo se plantarán en zonas sin árboles autóctonos o que no están protegidas”, aclara Majadas.

Cataluña, en el frente de la sequía

El Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Cataluña (CTFC), adscrito a la Generalitat de Catalunya, está ubicado en medio de un hermoso bosque prepirenaico. Allí ha abierto un Hub Forestal –un gran laboratorio dentro de una estructura de 3.900 m2 de madera– donde hacen ciencia con la “bioeconomía”, es decir, investigan nuevas formas de poner en valor los árboles, ya sea en la construcción, como ecosistema micológico o por sus  plantas aromáticas. Ligado a la Generalitat, sus 135 investigadores (un 52% mujeres), se centra en ese 65% del territorio catalán que es forestal y está en riesgo por una sequía que parece no tener fin.

“Tenemos en marcha un estudio de la relación del bosque y el agua, que escasea, así que hay que actualizar la gestión forestal, por ejemplo, eliminando árboles en cabeceras de los ríos para que haya agua más abajo”, cuenta la subdirectora de investigación del CTFC, Roser Maneja. Como en otros lugares, también les preocupa cómo mejorar la rentabilidad de los bosques, y para ello cuentan con un sinfín de proyectos sobre nuevos productos, que van desde algunos de uso farmacéutico a estudios sobre los efectos beneficiosos de los baños de bosque.

A esta bioeconomía forestal, una terminología que se está poniendo de moda en el sector, suman investigaciones para recuperar paisajes-mosaico, espacios entre lo agrario y lo natural, que se han ido perdiendo. “Buscamos técnicas y herramientas que ayuden a promover ese paisaje resistente a los cambios, mejorando su capacidad de no caer en plagas o sequías”, apunta Maneja.

En todos los centros de investigación forestal consultados el temor es el mismo: que los cambios ambientales son demasiados rápidos para que la naturaleza se pueda adaptar por sí sola, en un contexto de grandes extensiones sin población humana que cuide de unos bosques que antes podían sobrevivir solos, pero a los que hemos cambiado sus condiciones. Los centros de investigación forestal son sus médicos. Realizan el diagnóstico y proponen remedios. Que éstos se pongan en marcha ya son decisiones políticas y de quienes son sus propietarios. En sus manos está su salud.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.