Nuevas ‘minas’ amenazan los mares más profundos del planeta

Prospección de la misión Deep CCZ en el océano Pacífico. Foto: Oficina de Exploración e Investigación Oceánica de la NOAA.

Una nueva actividad humana supone una nueva gran amenaza para la biodiversidad de los mares del mundo en sus zonas más inaccesibles: la minería en las aguas oceánicas más profundas para conseguir minerales que la tecnología actual demanda. Con varias compañías a la espera de que esta actividad cuente con una normativa por parte de la Autoridad Internacional de Fondos Marinos (ISA), que se está negociando estos días, un estudio científico internacional acaba de poner en entredicho esta posible actividad ante el casi total desconocimiento que aún se tiene sobre esa zona del planeta.

ISA es un desconocido organismo internacional, con sede en la capital de Jamaica, del que forman parte 168 países, cuyo fin es regular la minería oceánica en aguas internacionales. De hecho, ISA es quien concede las licencias de exploración y explotación de esta minería, de las que ya hay unas 30 de exploración a empresas de varios países en el Atlántico, a 3.700 kilómetros al este de Florida, en el Pacífico y también en el Índico. Esta misma semana, una reunión de su comité ejecutivo se ha comprometido a avanzar en las negociaciones para regular un negocio que cada día tiene más detractores.

El estudio, publicado hace unos días en la revista Marine Policy, ha sido dirigido por la bióloga marina Diva Amon, que ha contado con otros 30 científicos y legisladores de todo el mundo. Los autores señalan que el conocimiento sobre los ecosistemas del océano profundo es, en el mejor de los casos, muy incipiente, y defienden que lo que hay que hacer es protegerlo, no explotarlo. De hecho, de las 180 categorías científicas analizadas en esas zonas, sólo han encontrado información suficiente de dos, por lo que consideran fundamental esperar, al menos, al fin de la Década de la ONU de Ciencias Oceánicas (2021-2030) para llenar esos agujeros de conocimiento antes de tomar decisiones.

Pero ISA lleva ya más de siete años tratando de desarrollar las regulaciones de esta actividad y desde julio pasado las presiones van en aumento, sobre todo a raíz de que un pequeño Estado insular del Pacífico, Nauru, planteara un ultimátum para que estén antes de julio de 2023. En otro caso, amenaza, empezaría por su cuenta con una minera canadiense a extraer minerales en la llamada Clarion-Clipperton Zone (CCZ), situada entre Hawai y México.

Ante este órdago, los científicos, tras revisar más de 300 artículos publicados entre 2010 y 2021, insisten en lo desconocida que es la vida en ese mundo, frente a lo bien que se conocen los recursos minerales que contiene: nódulos polimetálicos, que son depósitos rocosos del tamaño de una patata que se forman a lo largo de millones de años y se pueden encontrar en llanuras abisales a profundidades de entre 3.000 y 6.500 metros; sulfuros polimetálicos, que se forman cuando una solución sobrecalentada sale por los respiraderos hidrotermales abisales y se enfría; y costras de ferromanganeso, ricas en cobalto. En definitiva, minerales muy preciados hoy en un mundo en transición a las energías renovables. “¿Pero cómo saber qué puede pasar ahí abajo si ni siquiera está cartografiado el 85% del lecho marino terrestre?”, se preguntan los oceanógrafos.

Hasta ahora, la elevada presión hidroestática que hay en esas profundidades marinas ha hecho casi misión imposible su exploración. De hecho, han llegado más humanos a la Luna que a las profundidades de las Fosas Marianas.

La Zona Clarion-Clipperton (CCZ), del tamaño de dos veces México, candidata a explotación, es de las más investigadas, y algunas especies sólo se han encontrado una o dos veces, lo que da pocas pistas sobre su abundancia, diversidad, relación con otras especies, su contribución al ecosistema o su vulnerabilidad. Los biólogos estiman que falta por descubrirse hasta el 75% de la vida que esconde. “Incluso en regiones relativamente bien estudiadas como esa, la tasa de nuevas especies descubiertas se correlaciona con el esfuerzo del estudio. Quiero decir que por cada expedición o muestra tomada en zonas abisales, encontramos algo nuevo, así que cada año descubrimos nuevas especies como peces, calamares, crustáceos, esponjas, pepinos de mar, estrellas de mar, caracoles y microorganismos. Es difícil decir qué más encontraremos, pero a partir de la lista actual de especies estimadas, está claro que aún no falta mucho”, nos asegura Peter Edwards, coautor del trabajo científico y miembro de Pew Charitable.

Algunas  estimaciones sobre cuánto llevaría conocer lo que hay en el mar profundo terrestre oscilan entre seis y 20 años. “La escala monumental del desafío requerirá de la experiencia de una comunidad científica mundial bien respaldada y el desarrollo de nuevas tecnologías”, aseguran en esta fundación. Algo que no es fácil, como se comprueba al hacer un repaso histórico de lo ocurrido hasta ahora.

Hay que recordar que los primeros depósitos de minerales marinos –de hierro– se encontraron en 1868 al norte de Rusia. Después se hallarían otros muchos y en otros lugares oceánicos: cobre, níquel, plata, platino, oro e incluso piedras preciosas… La mayoría son fundamentales para la transición a un mundo sin combustibles fósiles. De hecho, las explotaciones mineras en aguas jurisdiccionales ya son una realidad. En la costa de Namibia, el Grupo De Beers busca en el fondo del mar diamantes (en 2018 sus barcos extrajeron 1,4 millones de quilates de esas aguas) y en aguas de Papúa Nueva Guinea hubo un intento de explotación, de Nautilus Minerals, que acabó fracasando, y hay otros por venir en Japón y Corea del Sur. Otra cosa, no obstante, es el acceso a las aguas profundas internacionales, más de la mitad del lecho marino mundial, que depende de la mencionada ISA.

Explorando los abismos

El por qué sabemos tan poco de esa parte de la Tierra es otra cuestión. Durante mucho tiempo se le dio la espalda porque se pensaba que, por falta de luz, no habría ecosistemas de gran interés. Pero eso cambió a finales de los años 70, cuando a 8 kilómetros de profundidad, cerca de Galápagos, se encontró un espectacular nicho de vida, gracias a compuestos químicos orgánicos que había en torno al respiradero.

El problema, reconoce Edwards, es que es una investigación “compleja y costosa” que requiere grandes plataformas científicas. “Aun así, los avances tecnológicos de las últimas décadas, como los vehículos operados a distancia y submarinos autónomos, han hecho que se sea más eficiente, mejorando la calidad de los datos recogidos y creo que hay una oportunidad para expandir este campo. Ya hemos explorado nuevas áreas y se han hecho numerosos descubrimientos que ilustran que esas profundidades son una gran reserva de biodiversidad y están intrínsecamente conectadas con la salud de nuestro planeta. Pero a pesar de todo lo aprendido, hay mucho más que no sabemos”.

Entre los avances, destacan los del oceanógrafo Timothy Shank, de la Institución Ocenográfica Woods Hole, en Massachusetts. Su vehículo autónomo Nereus fue pionero en la exploración de los abismos, entre 2009 y 2014, cuando se destruyó por la presión extrema tras realizar un centenar de inmersiones a casi 11 kilómetros de profundidad. Cabe recordar también que en 2012 bajó hasta allí el director de cine James Cameron, tripulando su DeepSea Challegner. Pero hoy es Shank quien sigue con el empeño y ya ha diseñado dos nuevos vehículos, Orpheus y Eurydice, con los que ha hecho las primeras pruebas en Florida (EE UU). Su objetivo es seguir explorando la también llamada zona de Hades, como se conoce a estas profundidades marinas.

Un raro ejemplar de pulpo de las aguas profundas. Es una de las criaturas que pueden encontrarse en las zonas destinadas a la extracción de nódulos polimetálicos. Foto: Oficina de Exploración Oceánica de la NOAA.

Pero, a la vez, también se ha desarrollado tecnología para extraer sus minerales, con buques adaptados y robots que aspirarán los nódulos. Se teme que los sedimentos que les acompañarán y serán soltados cubran ecosistemas ignotos y se muevan al albur de las corrientes. Según ISA, los vertidos cercanos a la superficie viajarán sólo unos 100 kilómetros, aunque expertos consultados por Greenpeace hablan de cientos o miles. En 2019, un estudio de la Real Academia de Ciencias Sueca ya indicaba que un solo barco minero podría liberar hasta 57.000 metros cúbicos de descarga al día y hay quien multiplica esa cantidad por tres.

Empresas mineras, como la especializada Deep Green Metals, de Canadá, centran sus argumentos en que a nivel biodiversidad ese Hades oceánico es “un desierto de vida” y que el impacto será mínimo, dado que no se excavará el fondo y casi no moverán sedimentos, pero que ayudarán a una transición energética imprescindible para frenar el cambio climático. “No hay evidencia de que será posible sacar los nódulos sin mover el sedimento subyacente. Una declaración de impacto ambiental reciente de una empresa minera reconoce que los 10 a 15 centímetros superiores del sedimento serán perturbados. Ese sedimento dará como resultado columnas extensas que pueden sofocar a los organismos y perjudicar a los que tienen su alimento en suspensión en el agua y los impactos directos en estos organismos afectarán en cascada a otros que dependen de ellos”, argumenta Andrew Friedman, que lidera el proyecto sobre minería marina en Pew.

El oceanógrafo Jeffrey Drazen, de la Universidad de Hawai, añadía recientemente que “al levantar ese lecho marino, estás eliminando un hábitat que tardó 10 millones de años en crecer y del que se desconocen los microbios que se pueden encontrar ahí y quizás en ningún otro lugar de la Tierra”. A ello se une también el problema del ruido oceánico, denunciado por la ONG Ocean Care: “Los sonidos submarinos viajan más rápido y más lejos en el agua que en tierra y esto podría afectar a especies más grandes como el atún o provocar el varamiento de delfines y ballenas». Incluso el Foro Económico Mundial expresó sus reticencias con este negocio en un informe de 2020.

Los corales como esta especie de ‘Hemicorallium’ son comunes en las profundidades exploradas en el arrecife Carondelet. La mayoría de las colonias de coral también fueron el hogar de más de una especie de estrellas frágiles (ofiuroideos). Se cree que algunas estrellas frágiles tienen una simbiosis mutualista con los corales de aguas profundas. Foto: Oficina de Exploración Oceánica de la NOAA.

A la espera de lo que ocurra estos días, Friedman recuerda: “ISA tiene hasta julio de 2023 para adoptar las normas de explotación para esta minería de aguas profundas. Y si no se pueden adoptar, tendrá que considerar las solicitudes de minería pendientes de forma individual y continua, pero deberá tener en cuenta los principios de la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar, que incluye garantizar la protección del medioambiente marino de los efectos nocivos de la actividad”. “No está claro si ISA estaría dispuesta a aprobar una solicitud basada en la limitada evidencia científica actualmente disponible”, argumenta.

Una buena noticia es que algunas empresas ya han anunciado su boicot al producto mineral que se obtenga de este negocio, como son Renault, Volkswagen, Triodos Bank, Scania, Patagonia BMW, Volvo, Samsung, Google o Philips. Otra gran inmensidad de compañías permanecen en un silencio que recuerda mucho al que ahora se quiere perturbar en los abismos del planeta.

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Comentarios

  • Jordi

    Por Jordi, el 25 marzo 2022

    ME HA DEJADO IMPRESIONADO.
    GRACIAS.

    • Llosmi

      Por Llosmi, el 27 marzo 2022

      Daros una vuelta en las barbaridades para extraer niquel que están realizando en Indonesia. Daros una vuelta por África y veréis a niños esclavizados para extraer Cobalto…..etc etc… qué fácil es ponerse una venda en lo que existe y ponerse una capa de superman en lo que se supone……que no te engañen Jordi!!!!

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