Los Océanos logran mayor protección gracias al Tratado Global alcanzado esta semana

El nuevo Tratado apuesta por la conservación de al menos un 30% de toda su inmensa extensión de aquí a 2030. Fotografía: MSC.

Habían pasado ya las doce de la noche, tras una jornada maratoniana de 36 horas, cuando Rena Lee, presidenta de las negociaciones en Naciones Unidas, anunciaba con alborozo esa frase que se ha repetido desde el pasado día 5: “El barco ha llegado a puerto”. Y el barco era el primer acuerdo de la historia para proteger los océanos, el Tratado Global de los Océanos (el Océano prefieren decir los científicos), ese inmenso espacio que supone el 70% del planeta en el que, hasta ahora, había barra libre para expoliar su biodiversidad y destrozar sus fondos, aún antes de que fuéramos conscientes de su vida. Termina así una semana muy azul, en la que celebramos, además, la Semana Mares para Siempre, de la mano del sello MSC de consumo responsable de pesca sostenible.

El nuevo Tratado apuesta por la conservación de al menos un 30% de toda su inmensa extensión para dentro de tan solo siete años (2030), con la declaración de grandes áreas marinas protegidas, que hoy apenas suponen un escuálido 1%. Pero va más allá, al incluir un control de la explotación de los valiosos recursos genéticos que contiene esa zona que es de todos y no es de nadie, beneficios que deberán ser compartidos con los países en desarrollo, y la necesidad de realizar estudios de impacto ambiental en toda actividad humana, como la actual pesca o las que están en ciernes, como la minería de metales raros a gran escala que ya se planifica.

El alivio por el acuerdo entre los ambientalistas y científicos es manifiesto. La High Sea Alliance, creada en 2006 con el propósito de impulsar este tratado, con 40 ONG de todo el mundo, ha manifestado tu satisfacción porque haya sido posible, “casi en su última oportunidad”, y analizan ahora los siguientes pasos. Para empezar, el nuevo Tratado deberá ratificarse por al menos 60 países, algo que en el caso del Congreso de Estados Unidos no está claro. Pilar Marcos, responsable de Océanos de Greenpeace, que siguió de cerca en Nueva York las negociaciones, reconoce: “Las perspectivas no eran buenas al principio por la actual situación geopolítica, pero al final ha sido posible y es fundamental como primer paso. Desde ahora, por votación y no por consenso, se podrán declarar zonas protegidas como el Mar de los Sargazos del Caribe, que tienen una biodiversidad espectacular”.

Uno de los escollos fue el asunto de los recursos genéticos en la alta mar, sobre los que solo los países con más recursos pueden investigar y explotar, pese a ser patrimonio de la Humanidad. De hecho, empresas como la alemana BASF consiguen cientos de millones de beneficios anuales por productos farmacéuticos y de cosmética gracias a esa riqueza genética. “La protección del 30% ya se aprobó en Montreal hace meses, pero con este acuerdo se obliga a crear mecanismos para designar las áreas y se evitará la biopiratería en alta mar, algo que no estaba contemplado más que para las 200 millas de las aguas jurisdiccionales de cada país. Que tras 17 años de negociaciones se compartan beneficios es muy importante”, señala Remi Parmentier, experto mundial en temas sobre el océano, fundador de Greenpeace y actual responsable de la consultora Varda Group.

Y es que lo que hay bajo las aguas profundas es la vida terrestre más desconocida, pero a la vez la gran explotada por países con grandes flotas pesqueras, como Japón o España. Ese mundo que no vemos contiene hasta 6.000 montañas submarinas que son viveros de biodiversidad marina aún en fase de conocimiento, con especies de peces muy longevas que tras ser capturadas, si no son comerciales, se tiran por la borda sin que nadie pueda sancionar estas actuaciones.

El oceanógrafo Josep María Gili, del Instituto de Ciencia del Mar (CSIC), conoce bien esta realidad: “Hoy en alta mar se tira más del 50% de lo que se coge y se trata de especies con poca reproducción, que viven hasta 20 años y que no han aprendido a escapar de los barcos. Es el caso del pez Hoplostethus atlanticus, sobrepescado y en peligro”. Añade otro riesgo: “Todo en el océano está conectado, de la isla de plástico del Pacífico norte al extremo sur, y también con las plataformas continentales en las que la protección depende de los países. A veces, cuando llegamos los oceanógrafos a una zona, ya ha sido destrozada; cuando descubrimos especies ya hay que ponerlas en la lista para protegerlas”.

Otra de las cuestiones preocupantes que deberán tenerse en cuenta, recuerda, es que las corrientes oceánicas de alta mar son “autopistas de migración” para cetáceos y muchas especies marinas, que “ahora están en conflicto con los grandes buques que se aprovechan de ellas para ahorrar combustible, lo que está aumentando el número de colisiones con ballenas, además de desorientarlas con el ruido”. El investigador, además, menciona el reto que va a suponer de ahora en adelante ponerse de acuerdo para la gestión de las futuras áreas protegidas y, sobre todo, la vigilancia y control para que se cumpla el ambicioso tratado. La experiencia en acuerdos como el climático de 2015, que sigue sin cumplirse en cuanto a compromiso de emisiones, no daría alas al optimismo. “En realidad, tendrá que ser más fácil que en el tema de emisiones atmosféricas, porque todos los barcos deben estar localizados vía satélite y así se puede saber dónde se encuentran y ser sancionados como corresponda”, añade.

Esperanzada con el Tratado está también otra estudiosa del océano, la geóloga Carlota Escutia, del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC), que destaca la visión holística que refleja: “No se frenará el calentamiento oceánico ni la acidificación, pero se crearán zonas de resiliencia que son importantes”. Eso sí, también insiste en la necesidad de poner en marcha mecanismos y comités científicos para que realmente sea una realidad, “porque el 10% de la especies marinas ya las tenemos en peligro de extinción, y eso sin contar que muchas no se conocen”. “En el caso del Tratado Antártico tenemos un ejemplo que lleva décadas funcionando”, apunta, “y que tiene una estructura y penalizaciones, aunque vemos que estas sanciones no funcionan como debieran. Es algo que debe mejorarse y que requerirá mucho trabajo”.

Otro grave problema que no se podrá frenar tan fácilmente será el de la contaminación plástica, que viene desde tierra, casi toda por las desembocaduras de los ríos. Jordi Dachs, del IDAEA-CSIC, acaba de publicar el hallazgo de partículas plásticas atmosféricas sobre toda la superficie del océano, desde la península Ibérica hasta la Antártida. Nada se libra de ellas. De hecho, flotan 170 billones de microplásticos en las aguas de todo el mundo, según un estudio publicado en PLosOne esa semana. Es mucho más de las estimaciones previas.

A la pesca de altura –y de hecho las corporaciones de pesca ya han protestado por el Tratado, porque pondrá límites al descontrol actual–,  al expolio genético o la contaminación se suma el riesgo inminente de la minería en fondos marinos en alta mar, que desde ahora requerirá, como otras actividades humanas, informes de impacto ambiental. Parmentier recuerda el riesgo que supone esta minería de metales raros en fondos marinos inaccesibles. Hoy este asunto depende de la Autoridad Internacional de Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés). ISA se reunirá en un par de semanas en su sede de Jamaica; las presiones para que se autoricen las licencias que ya están en estudio son cada vez más fuertes. España es de los países que han pedido una moratoria  de esta actividad el pasado mes de enero, pero el riesgo sigue pendiente de una decisión.

Los expertos de la High SEa Alliance, en una rueda de prensa internacional, se han felicitado por el éxito en Nueva York, pero destacaban también que el plazo para conseguir ese 30% es corto y hay mucho trabajo pendiente. Para empezar, hay que determinar qué organismo internacional será quien asuma la responsabilidad de que el Tratado Global de los Océanos se cumpla.

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