Ocho años sin ti, Amina

Un lluvioso 4 de abril, como hoy, murió de cáncer Amina, con solo dos años. Lo que comenzó siendo un documental sobre la llegada de una nueva vida a una ciudad en ebullición, Nueva York, y a la casa de unos padres primerizos e ilusionados se transformó en un conmovedor retrato íntimo sobre el amor y la resistencia a la muerte, sobre cómo se rompe una pareja ante la prueba más dura: ver cómo la sonrisa de tu bebé se va apagando. Han pasado ocho años y la propia autora de la película ‘Surviving Amina’, la periodista Barbara Celis, escribe sobre su doloroso proceso de creación, que le ha marcado profundamente.

BARBARA CELIS (LONDRES)

Los periodistas vivimos buscando historias que contar. Pero a veces, son las historias las que nos encuentran a nosotros. En momentos de lucidez puedes llegar a pensar que sería mejor huir de determinados temas, sobre todo cuando te dejas atrapar emocionalmente por ellos. No, los periodistas no somos objetivos. Eso sólo sería posible si no fuéramos humanos. Podemos tratar de ser lo más ecuánimes posibles, pero la experiencia me ha enseñado que la objetividad está mitificada en los libros de periodismo. Es imposible, por ejemplo, que un periodista que estos días escriba desde Guatemala no sienta empatía hacia las víctimas que relatan el horror al que fueron sometidas durante la dictadura de Ríos Montt. La empatía y la subjetividad es inherente a nuestra profesión, por mucho que nos enseñen que es necesario relatar todas las partes de una historia y que nosotros cumplamos con esa norma.

El documental Surviving Amina nació así, del encuentro entre la empatía, la casualidad, la fatalidad, el cariño, la esperanza, el miedo y sobre todo, la amistad. Fue una aventura en la que entré sin querer, y de la que no sabía muy bien cuándo ni cómo saldría de ella. Hoy quiero compartir los entresijos de esta historia, porque se cumplen ocho años desde la muerte de Amina Tastini, una bebé extraordinaria a la que uní mi destino y que me llevó a atreverme a filmar mi primer documental.

Surviving Amina tardó seis años en convertirse en película y ahora puede verse en España a través de la plataforma de cine online Filmin, donde se estrenó hace apenas un mes. Antes viajó por una docena de festivales de todo el mundo, desde la Seminci de Valladolid a Fidocs en Chile, y se emitió en televisiones de Suiza, Israel, Finlandia, Bélgica y Taiwán.

En 2003, la curiosidad me llevó a ser testigo de un parto, pero la fatalidad quiso que cuatro meses después de grabar la llegada al mundo en Nueva York de un bebé llamado Amina, segunda hija de Anne y Tommaso Tastini, la leucemia entrara en su vida. Esta pareja de artistas, amigos muy cercanos, fue la que, tras superar el shock inicial de aquel diagnóstico, me propuso que contara su historia. Tenía los primeros minutos de vida de su hija en cámara y, aunque no los filmé con ningún propósito cinematográfico, a ellos les pareció que esa casualidad significaba algo. Querían que su experiencia frente a la enfermedad pudiera servir de hoja de ruta a otras familias que se enfrentan a la leucemia. Acepté sin pensarlo mucho, aunque lo único que tenía era una cámara, un micrófono, su confianza y ningún presupuesto.

Siendo periodista primero pensé que sería necesario ahondar en los detalles médicos, buscar posibles causas a su leucemia, hablar con otras familias. Descubrí que en Williamsburg, ese barrio hoy tan ‘hipster’ en el que ellos y yo vivíamos hace una década, el índice de cáncer era más alto que en el resto de Nueva York, quizás por un vertido tóxico que hubo en el área en la década de los setenta del que nadie quiere hablar ahora que se venden pisos a un millón de dólares a la orilla del mismo río que entonces se llenó de petróleo. Pero a medida que filmaba su día a día entendí que un documental no es necesariamente un reportaje periodístico. Algunos pueden serlo, pero no hay normas rígidas. Y yo, acostumbrada a cumplir con las reglas que impone el periodismo, decidí no hacer periodismo con esta película y dejarme llevar por un camino diferente con el que poder experimentar. Al fin y al cabo era un lenguaje, el cine, que no era el mío y me apetecía dejarme llevar. Además, como cineasta es importante ser consciente de tus limitaciones y habiendo trabajado durante tres años en producción de cine sabía que no tenía presupuesto para ahondar en una investigación bien hecha, ni para cubrir todos los retos médicos que impone hablar en profundidad de una enfermedad.

Abandoné las entrevistas con el personal hospitalario y la investigación sobre cánceres en el barrio y me centré en lo que entendí que era único respecto a otras historias sobre enfermedades: la intimidad y el acceso extraordinario que solo yo tenía a una familia dispuesta a mostrar sus debilidades, sus miedos, sus triunfos y su dolor sin censuras frente a una cámara.

Lo que empezó siendo casi un diario de cómo una familia lucha contra la leucemia cambió a medida que avanzaba el tiempo. Tanto la madre, Anne, verdadera protagonista de la película, como el padre, Tommaso, comenzaron a utilizar la cámara como ‘confesionario personal’ en el que volcar sus sentimientos. Alrededor de ellos, familia y amigos, observando de lejos o ayudando de cerca, contribuían a construir un retrato de la intimidad y la resistencia con una crudeza que a veces era incluso demasiado dura para mí. No es fácil ser testigo del sufrimiento ajeno, y menos en una ciudad como Nueva York, donde todo te invita a huir de cualquier sentimiento complicado. Es el parque de juegos ideal para treintañeros que quieren disfrutar de la vida, así que cada vez que le contaba a alguien el tipo de documental que estaba haciendo, nadie me entendía, y mucho menos los que reparten subvenciones, que buscan documentales con final feliz.

Tras dos años de filmación y una montaña rusa de acontecimientos, Amina murió de repente el 4 de abril de 2005 y yo quise abandonar el proyecto. Dolía demasiado. Pero después me paré a pensar: todos nos enfrentamos en algún momento de nuestra vida a la muerte, pero es algo de lo que nadie suele ser testigo. Ante mí tenía a dos personas, Anne y Tommaso, cuya relación se había ido rompiendo frente a mi cámara a lo largo de dos años, que ahora sufrían por la pérdida de Amina pero, cada uno a su manera, estaban dispuestos a seguir viviendo. Y pensé que quizás su historia podría servir de ayuda a otros seres humanos, no ya tocados por el cáncer sino simplemente por la muerte. Por eso decidí coger la cámara de nuevo y plantarme en Italia, adonde habían ‘huido’ tras la muerte de Amina. Pasé varios días filmando uno de los viajes más íntimos a los que se enfrenta cualquier ser humano: el de la pérdida y ante el que nadie debería atreverse a juzgar. Me limité a dejar que la cámara les observara, les dejé hablar. Había llegado al final del rodaje.

Era casi 2006 y hasta la fecha todos los gastos de la película los había costeado a base de tarjetas de crédito. Tuve que aparcar el proyecto durante dos años por falta de fondos y de tiempo, ya que en aquella época tenía mucho trabajo como periodista. Hacia 2008 comenzó la crisis del periodismo en España y eso significó que, siendo ‘freelance’, mis encargos se redujeron, pero, de repente, tenía más tiempo libre. Decidí utilizar ese tiempo para comenzar el montaje de la película y buscar financiación para editarla y terminarla. El ‘crowdfunding’, tal y como hoy lo conocemos, aún no existía. Pero algunos ya lo pusimos en práctica simplemente utilizando nuestra agenda y pidiendo donaciones vía email. Funcionó. Gracias a las pequeñas contribuciones de muchos amigos pude sacar adelante la película poco a poco. Casi dos años después, una televisión suiza se interesó por el proyecto y conseguí un contrato de pre-compra, lo que me permitió costearme los últimos gastos de edición, corrección de color y sonido.

La película se estrenó por primera vez en el Festival Visions du Reel en Suiza, en abril de 2010, coincidiendo casi con el aniversario de la muerte de Amina. Tres años después, este proyecto al que contribuyeron altruistamente artistas como Carlos Noain, autor de la música, o Julian Betoret, uno de los editores, sigue calentándome el corazón a través de las reacciones y las palabras de mucha gente a la que la película ha tocado de cerca por razones diversas. Es una historia pequeña, sin mayor ambición que ofrecer un retrato íntimo del amor y la resistencia con el que pensar en nuestra propia existencia. Amina murió un 4 de abril lluvioso como hoy, pero a mí conocerla me llenó de sol la vida. Por eso he querido compartir aquí su historia.

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