Ocho grandes artistas que apostaron por el reciclaje hace muuucho tiempo

‘Igloo di Giap’ (1968), de Mario Merz.

Despedimos el año 2023 y saludamos 2024 en ‘El Asombrario Recicla’ con mucho arte y mirando atrás. Hace cuatro, cinco, seis, siete décadas…, incluso un siglo, ya había artistas que reivindicaban el valor de los objetos apartados, de los desechos, que dignificaban la mal entendida basura para componer sus obras. Aquí os traemos a ocho grandes artistas pioneros en concienciarnos de la importancia del reciclaje frente a sociedades de híper-consumismo: Merz, Arman, Eva Hesse, Cragg, Tinguely, Rauschenberg, Cornell y Schwitters.

El ‘arte povera’ de Mario Merz

El italiano Mario Merz (Milán, 1925 / Turín, 2003) es uno de los más conocidos representantes del arte povera, movimiento que abogaba por la utilización de materiales “pobres”, procedentes de la naturaleza o de los desechos de la sociedad de consumo. Merz es sobre todo conocido por sus iglús, elaborados con materiales diversos y que comenzó a construir a finales de los años 60.

Y dentro de esas cúpulas pobres, que aluden a la geometría y a lo primitivo, a la esencia y al refugio, a la tensión entre lo interior y lo exterior, Merz “construyó una obra de gran potencia poética e iconográfica en la que planteaba una crítica radical a la modernidad industrial y consumista”, según explicaba el catálogo de la exposición que pudimos ver en el año 2020 en el Palacio de Velázquez, en el Retiro de Madrid, exposición que nos impresionó aún más, porque vivíamos en los meses de mayor aflicción por la pandemia de la covid-19. “Lo hacía desde la convicción de que esta sociedad, con su afán acumulador, alejaba al ser humano de los espacios naturales, empujándolo a una vida alienada de la que se ha desterrado la conciencia de lo colectivo y la posibilidad de establecer un vínculo afectivo, no meramente instrumental, con el entorno”.

‘Long term parking’. Obra de Arman reciclando automóviles.

Arman, arte con basura hace 60 años

Hubo un artista que ya en 1960 criticaba la sociedad consumista de usar y tirar. Un artista que hace ya 60 años componía extraordinarias acumulaciones de objetos que nos hicieran reflexionar sobre el exceso y el despilfarro. Ese hombre era Arman (Niza, 1928 / Nueva York, 2005). Todo un genial síndrome de Diógenes artístico. Las “acumulaciones de objetos encontrados” de este artista, muy influenciado por el dadaísmo y las corrientes pop, se hicieron muy famosas en las décadas de los 60 y 70. Y ha entrado por derecho propio en los museos más prestigiosos del mundo, desde el Metropolitan de Nueva York y la Tate de Londres al Pompidou de París y el Reina Sofía.

Arman fue uno de los miembros fundadores y más destacados del grupo Nuevo Realismo, entre los que se encontraban Yves Klein o Christo, que promulgaron un “nuevo enfoque perceptivo de lo real”, y que ya hace 60 años hacían frente a la sociedad de consumo y la expansión industrial reafirmando los ideales humanísticos. Y él entendía ese nuevo enfoque agrupando cosas del mismo tipo, fuera de contexto, desubicadas de su lugar natural. Objetos que no manipulaba. Simplemente los amontonaba. Dicho de otra manera, Arman acumulaba basura y la exponía con la clara intención de decirnos algo, de alertarnos de por dónde iban los tiros de esta sociedad de consumo irresponsable.

Su obra más conocida y emblemática es Long term parking. Este aparcamiento de larga duración se levanta en el tranquilo paisaje de la campiña francesa –junto al Château de Montcel en Jouy-en-Josas– con una enorme columna de hormigón de 18 metros de alto que contiene 60 coches. Toda una provocación ese mausoleo de coches aprisionados, inmovilizados.

Una de las obras de Eva Hesse recuperando material textil abandonado.

Eva Hesse reutilizaba desechos para denunciar machismos

Queremos reivindicar con todas las de la ley, el genio y el género a Eva Hesse (Hamburgo, 1936 / Nueva York, 1970). Murió muy joven (de un tumor cerebral, después de tres fallidas operaciones), con tan solo 34 años. Su carrera duró solo una década; a pesar de eso, en ese corto lapso de tiempo supo hacerse su sitio en la difícil historia de las mujeres en el arte.

Eva Hesse comenzó como pintora expresionista (corriente que en Alemania había tenido mucha presencia en el periodo anterior a la llegada de Hitler al poder; luego los nazis les consideraron “arte degenerado”), pero pronto optó por la escultura como medio para expresarse. Opción que se consolidó cuando en 1961 se casó con el escultor Tom Doyle. A mediados de los años 60, se trasladó con su pareja a vivir a un molino textil abandonado en la cuenca del Ruhr, en Alemania.

Allí, en ese apartado molino, Hesse comenzó a esculpir con materiales de fábrica que habían sido abandonados. Obras de gran expresividad hechas con simples piezas de látex o arcilla sin cocer, papel maché, restos de maquinarias, cuerdas, cera, cinta adhesiva… No le importaba en absoluto la nobleza del material; todo lo contrario. Como Merz, quería reivindicar los materiales pobres, despreciados, tirados. Era consciente de cómo los puristas y ortodoxos recibían sus obras –incluso llegaron a calificarlas de “acumulación de mierda”–, pero ella lo tenía claro y siguió adelante. Lo que pudo. Apenas una década.

Obra de Tony Cragg realizada con residuos de plástico.

Cragg, el arte de los desechos de plástico y caucho en los 70

Uno de los escultores contemporáneos más famosos, el británico Tony Cragg, nació en Liverpool hace 73 años, reside en Alemania desde los años 70. Sobre todo es conocido por sus grandes esculturas de masas de plástico aplastado, pero antes de estas composiciones, Cragg fue otro de esos pioneros en servirse de la basura para realizar sus obras, allá por los años 70 y 80 del siglo pasado. Realizó muchas de sus primeras esculturas con materiales encontrados, con restos de construcción, materiales descartados en las obras, materiales domésticos tirados, fragmentos de plásticos desechados y aplastados, fragmentos rotos de basura encontrada. Un visionario en algo que hoy, gracias a la evolución de la civilización y la mayor conciencia ambiental de la sociedad, ya está más asumido y asentado.

Al principio de su trayectoria recordaba mucho a Richard Long y su arte efímero en sus composiciones con piedras, collages con objetos encontrados en la playa (a Tony Cragg siempre le interesó indagar en la relación del ser humano con su entorno). De ahí fue pasando a acumulaciones de tacos o tablones de madera o cartones desechados o trozos de objetos cotidianos de plástico, cubos, cajas, tubos, tapaderas, platos, envases, peines, cubiertos… Indagando, indagando, en los años 80 compuso también extraordinarias esculturas por acumulación de restos de plástico y caucho, con cámaras de ruedas y neumáticos.

‘La grande Machine-Promenade’, de Jean Tinguely. Foto: Jean-Pierre Dalbéra / CC.

Jean Tinguely, revolucionarias esculturas anti-consumismo

Hay que reconocer al pintor y escultor suizo Jean Tinguely (1925-1991) como un auténtico pionero en realizar esculturas cinéticas (con movimiento) a partir de desechos industriales. Y además, para criticar el consumismo de la hiper-industrialización. Este artista, siguiendo la tradición del movimiento Dada, criticó y satirizó con sus Méta-matics “la sobreproducción sin sentido de bienes materiales en la sociedad industrial avanzada”. Y estamos hablando de más de medio siglo atrás, ya que sus primeras esculturas con movimiento datan de los años 1958 y 1959.

El propio artista declaró en entrevistas y documentales: “Esta es una visión de nuestra sociedad industrial, asfixiada por la abundancia”. Y ya en 1972 explicaba: “Esta obra, creada en 1961, se llama El ballet de los pobres. Es quizás una respuesta a nuestra sociedad de consumo. Nos sobra de todo, dinero, objetos, compramos demasiadas cosas. Este meneo histérico de objetos es una parodia del consumo. Los bienes acumulados se vuelven ridiculeces. Pretendía reírme de todo ello”.

Con materiales industriales, piezas mecánicas y objetos obtenidos en chatarrerías, transformaba el mundo de las máquinas en un gran teatro del absurdo, un teatro dadaísta, para transmitirnos otro tipo de energías e incluso angustia existencial. Podemos decir, en pocas palabras, que liberaba a las máquinas de su estatus de esclavas para convertirlas en seres revolucionarios.

‘Canyon’, de Robert Rauschenberg.

Rauschenberg, persiguiendo objetos de segunda mano en Nueva York

En los años 50, el estadounidense Robert Rauschenberg (1925-2008) atravesaba la época de lo que él llamaba “combines” (combinaciones); una suerte de fusiones creativas, de collages de materiales encontrados que recordaban a los “ready mades” de Duchamp o los “Merz” de Schwitters. El artista, sesudo y conceptual, lo explicaba diciendo que deseaba trabajar en “la brecha entre el arte y la vida”. De ahí su afición a visitar tiendas de segunda mano en Nueva York. Matrículas, carteles, cuadernos, fotografías, señales de tráfico…, casi todo le venía bien, objetos encontrados que, en sus manos, y recolocados estratégicamente, se convertían en algo valioso. Upcycling puro hace 70 años.

Rauschenberg, que comenzó adscrito al expresionismo abstracto, luego renegó de esa corriente artística por considerarla elitista y pedante, y apostó por los desperdicios. Merece la pena recordar su obra Cama: el artista enmarcó el lugar donde dormía: una almohada, una sábana y un edredón, y lo pintó todo con garabatos a lápiz y salpicaduras de pintura, como si fuera una obra de expresionismo abstracto, una broma en torno a Pollock. Se burlaba así de la seriedad de ese movimiento tan de moda entonces.

Joseph Cornell, ‘Burbuja de jabón azul’ (1949-1950).

Joseph Cornell: desechos transformados en teatros mágicos

Pintor, escultor y cineasta de vanguardia, Joseph Cornell fue uno de los pioneros del llamado arte del assemblage –algo así como collage en 3 dimensiones–. Esto decía de Cornell el catálogo de Lo Oculto, una extraordinaria exposición que pudimos ver el verano pasado en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza: “Recluido en su modesta casa del barrio de Queens, en Nueva York, Cornell dedicó su vida a crear, con objetos desechados o insignificantes, sus pequeños teatros mágicos. En ellos está siempre la fascinación por los astros”.

Y no es extraño que la cosmología le acompañara. Joseph Cornell nació (en el seno de una acomodada familia; su padre era diseñador y comerciante de telas) en Nochebuena (en el año 1903) y murió casi una Nochevieja (el 29 de diciembre de 1972).

Cornell era capaz de crear poesía a partir de temas cotidianos, a partir de fragmentos de objetos que una vez tuvieron una vida hermosa y ligada a algún ser humano y luego cayeron en el olvido, en el fondo de algún cajón, armario o baúl, objetos o pedazos de objetos que encontraba en sus frecuentes búsquedas por las librerías y tiendas de artículos de segunda mano de Nueva York. ​Sus cajas, a las que llamaba “Cajas de Sombras”, se basaban en la técnica surrealista de yuxtaposición irracional y en las evocaciones a la nostalgia.

Kurt Schwitters. ‘Construction for Noble Ladies’ (1919).

Kurt Schwitters, collages para expresar el caos del mundo

Y terminamos con el más pionero de todos: el alemán Kurt Schwitters (1887-1948). Aparte de ser uno de los mayores representantes del dadaísmo (movimiento artístico que renegaba de los cánones y propugnaba las formas irracionales de la expresión) y apuntarse al arte subversivo y anti-todo, a Schwitters hay que reconocerle también ser pionero en el empleo de materiales de desecho para dar forma a sus collages; lo que comenzó a hacer en fecha tan temprana como 1919, cuando tenía 30 años y entonces más bien nada se hablaba del reciclaje.

Schwitters supo trasladar a su proceder artístico el momento histórico, el caos y la descomposición de Europa tras la Primera Guerra Mundial. Así lo expresaba el propio artista: “La Gran Guerra ha terminado, en cierto modo el mundo está en ruinas, así pues, recojo sus fragmentos, construyo una nueva realidad”. Y siguió: “Con esto había terminado todo ese fraude que los hombres llaman guerra. Abandoné mi puesto de trabajo, sin ningún tipo de despido, y a partir de ese momento todo volvió a empezar. Ahora comenzaba realmente mi ebullición. Me sentía libre y tenía que gritar a los cuatro vientos mi alegría. Por ahorro, utilizaba para expresarme todo lo que encontraba, pues éramos un país empobrecido. Se puede también gritar con restos de basura y lo hice encolando y clavando estos desechos. Los denominé MERZ, eran como mi oración por el final victorioso de la guerra, pues una vez más había vencido la paz. De cualquier forma, todo estaba destruido y era válido empezar a reconstruir lo nuevo a partir de los escombros. Esto es, pues, MERZ…”. Empezamos con Merz y terminamos con Merz.

Nos quedamos con esta reflexión de Schwitters: Para que vuelva a vencer la Paz, ¡feliz 2024, asombrosos lectores!

 

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