Ocho de los secretos mejor guardados del museo Thyssen

‘Paisaje montañoso con un castillo’ (1609). Roelandt Savery.

‘Lo Oculto’. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza propone para este tórrido verano en Madrid un viaje a lo oculto, a los enigmas que esconden algunos de los mejores cuadros de sus colecciones. Un artístico viaje a los más profundo de sus fondos, a la alquimia, la astrología, el chamanismo, el espiritismo, la demonología a partir de obras de Ribera, Durero, Munch, Max Ernst… ‘El Asombrario’ elige ocho inquietantes mensajes de la exposición ‘Lo Oculto’, abierta hasta el 24 de septiembre. (Ojo: leer nota al final del texto).

Recorro la exposición a solas con Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de esta singular exposición, que aporta una nueva mirada a 59 obras de las colecciones del Thyssen. Solana explica en el catálogo: “Los adeptos de lo oculto profesan la creencia en unos superpoderes latentes en el ser humano, que deberían desplegarse para conducirnos a una metamorfosis o transmutación espiritual”. Y me comenta: “No queremos demostrar nada; solo documentar posibles conexiones”. Insinuar y que, a partir de ahí, y a veces con un escalofrío que recorre la espalda (como sucede al contemplar caras demoníacas en algunas figuras masculinas o ese ojo oculto en un cuadro de Ribera), el espectador saque sus propias conclusiones o emprenda sus propias investigaciones.

Estos son los ocho mensajes ocultos que ese día de la visita al Thyssen más me impresionaron, y que por la noche incluso me desvelaron. (Aprensible que es uno, o bien montada que está la expo).

  1. La cueva que nos lleva al interior de la Tierra. 

‘Paisaje montañoso con un castillo’ (1609). Roelandt Savery.

Un enigmático paisaje que, bien mirado, guarda muchas pistas secretas. Dice el catálogo: “Aquí, en primer término a la izquierda, aparece la entrada a una cueva, alusión a los tesoros ocultos en el seno de la montaña, según el lema alquímico VITRIOL: “Visita el interior de la tierra, y rectificando hallarás la piedra oculta”. Los árboles caídos expresan la violencia del hombre sobre la tierra. En esa cueva se inicia un itinerario simbólico que pasa por el castillo en el centro del cuadro y concluye en las cumbres del fondo”.

‘Árbol solitario y árboles conyugales’ (1940). Max Ernst. Museo Thyssen.

  1. La alquimia de árboles en plena cópula. 

 ‘Árbol solitario y árboles conyugales’ (1940). Max Ernst.

Solana nos hace ver cómo esos dos cipreses, en cuya masa también podemos apreciar alguna figura humana desnuda, están claramente copulando “en la postura del misionero”. El árbol solitario del título es, sin duda, el árbol verde de la derecha, y los árboles conyugales la masa de la izquierda, formada por dos cipreses recostados uno sobre otro. “Es la imagen de las bodas químicas que había aparecido ya en otras obras de Max Ernst. En la alquimia, la cópula sexual de hombre y mujer simboliza la unión del mercurio (femenino) y el azufre (masculino), un paso crucial en la transmutación de los metales bajos”.

‘Jesús entre los doctores’ (1506). Alberto Durero. Museo Thyssen.

‘Jesús entre los doctores’ (1506). Alberto Durero. Museo Thyssen.

  1. El demonio mira de perfil, pero está ahí. 

‘Jesús entre los doctores’ (1506). Alberto Durero.

Me explica el comisario cómo el demonio ha dejado profusamente su impronta en la historia de la pintura. En la Edad Media se le representaba con forma de horribles animales, como híbridos de insectos y reptiles, como un sapo o como aves de mal agüero; a partir del Renacimiento –ya se sabe, el hombre en el centro de todo– adquirió ya forma humana, pero la cara y el gesto maligno siempre le delatan. Es lo que apreciamos en esta obra maestra de Durero: “Uno de los doctores, pintado de perfil, acerca mucho la cara a Jesús y toca sus manos como cuestionando sus argumentos. Este ser de sonrisa grotesca y siniestra parece, como dice Jan Bialostocki, ‘poseído por algún poder demoníaco’. Y según nos recuerda el mismo autor, en la pintura del Renacimiento las figuras que encarnan fuerzas malignas, como Satán en la tentación de Cristo y Judas en el prendimiento o en la última cena, se representan de perfil para evitar que su mal de ojo dañe al espectador”. Llamadme loco, pero esa noche soñé que ese doctor endiablado giraba la cabeza para, esa mañana en el Thyssen, a solas con Solana en la sala, mirarme de frente.

‘La piedad’ (1633). José de Ribera. Museo Thyssen.

  1. El ojo de Satán, el que nunca duerme.

 ‘La piedad’ (1633). José de Ribera.

Llegamos a la que es sin duda una de las piezas maestras de la muestra (y del museo): Esa magistral y oscura Piedad de Ribera. Si nos fijamos bien, entre los pliegues del sudario, bajo el hombro de Cristo yacente, descubrimos un ojo que nos mira fijamente. Una mirada penetrante y nada tranquilizadora que, sin embargo, no fue descubierta, como me cuenta Guillermo Solana, hasta que lo advirtió un vigilante de sala (qué no verán en los cuadros esa gente tanto tiempo ahí apostada, frente a las pinturas; cuántos fantasmas no les saldrán al paso cuando se quedan a solas frente a esas figuras inmortales). “¿Podría ser el ojo del propio artista? ¿Se trata quizá del ojo de Dios Padre mirando desde el sudario  de su hijo? Pero  la expresión del ojo no es serena, sino alarmada e incluso colérica. ¿Y si fuera el ojo  del enemigo, del Maligno? Tomás de Kempis definió al diablo como “aquel que nunca duerme”.(…) ¿Y qué pinta ahí un ojo diabólico? En la tradición católica,  entre la crucifixión y la resurrección, el alma de Cristo viaja al inframundo para liberar a las almas justas cautivas allí desde Adán y Eva. El apócrifo evangelio de Nicodemo describe el terror de Satán cuando le anuncian que Jesucristo llega al infierno y cómo Jesús finalmente lo encadena y lo arroja al abismo y al fuego eterno”.

Llamadme loco de nuevo, pero ese ojo no me quita ojo desde entonces. Y mientras lo contemplaba crucé los dedos. Por si acaso. ¿No decían que no debía mirar de frente para no hechizar al inocente visitante?

‘Metrópolis’ (1916-1917). George Grosz. Museo Thyssen.

  1. Una ciudad llena de zombis. 

‘Metrópolis’ (1916-1917). George Grosz.

Para el comisario, este cuadro es la representación siglo XX del Apocalipsis, del Infierno. “Fíjate bien”, me dice. Me fijo y leo la cartela. Por cierto, es esta una exposición de mucho leer; todos los textos del catálogo están reproducidos en las paredes, porque, si no, si uno no lee todos los mensajes ocultos, puede quedarse tal como vino: frío –bueno, aunque la expresión suene a chufla en el verano madrileño–. Leo: “Pintada en plena Gran Guerra, que el artista pasó entre el frente y el hospital psiquiátrico hasta ser finalmente licenciado del ejército [qué importante es a veces conocer la biografía del artista para interpretar mejor su obra], esta ciudad nocturna y apocalíptica, inspirada en Berlín y Nueva York, es una versión moderna de los infiernos del Bosco y el Triunfo de la Muerte de Pieter Brueghel. En medio de la multitud que corre frenética, distinguimos un coche fúnebre y varias figuras de cadáveres putrefactos y esqueletos endemoniados”. Me fijo y, sí, evidentemente es una ciudad enloquecida y espeluznante, llena de zombis.

‘El picnic’ (1907). Willard L. Metcalf. Colección Carmen Thyssen. Museo Thyssen.

  1. Merienda en el campo con fantasmas.

‘El picnic’ (1907). Willard L. Metcalf (Colección Carmen Thyssen). 

Este picnic es de susto. Vamos, no me quedo yo ni un minuto ahí tranquilamente sentado sobre la hierba, por muy rica que esté la tortilla y la ensalada. ¿Quién es esa mujer fantasmagórica, de cuerpo transparente, que aparece en primer plano, en el centro del cuadro, sin pies, como flotando? ¿Quién es y qué quiere? Además, nos está mirando. “Willard Metcalf creció en una familia que conciliaba su religión protestante con las sesiones espiritistas. Durante una séance celebrada el 15 de agosto de 1875, un “espíritu amigo” del pintor Correggio (1489-1534) comunicó a los padres de Metcalf que su hijo (que entonces tenía 17 años) llegaría a ser un gran artista. Una entrada del diario de Metcalf en otra ocasión reza: “Un día estupendo, por la tarde fui al círculo de Mrs. Hall. Recibí una comunicación de Correggio. Me quedé asombrado”. Pues eso, no hay más que explicar.

En Lo oculto nos encontramos más figuras femeninas fantasmagóricas: Noche con Luna (1880), de John Atkinson Grimshaw (hombre muy aficionado a pintar hadas; tiene que haber de todo, también en la historia de la pintura), y La choza en la linde del bosque (1893), de Henri Le Sidaner, artista este aficionado a pintar atardeceres y nocturnos con mujeres que parecen apariciones, tanto que le llegaron a llamar “el evocador de la Bruja Espiritista”. En fin, si vais a la expo, pasad de puntillas ante estas obras de la colección de Carmen Thyssen, no se vayan a alterar o despertar estas extrañas mujeres y decidan salirse del cuadro.

Vamos, Guillermo, pasemos al siguiente cuadro, que estos me están dando mal rollo.

‘Atardecer’ (1888). Edvard Munch. Museo Thyssen.

  1. Retratos de espíritus. 

‘Atardecer’ (1888). Edvard Munch.

No sé si ha sido buena idea pasar a lo siguiente. Menos mal que ya voy llegando a los Ocho Secretos que he anunciado en el título, porque se me está poniendo muy mal cuerpo (y espíritu). Empezó esto tranquilo con esa cueva y ese castillo, pero la mirada perdida de esta mujer se me ha quedado incrustada en la parte central de la frente (ahí donde dicen que está el tercer ojo). Leo el animado y preciso texto: “La familia de Munch estuvo muy próxima al espiritismo, bajo la influencia del pastor y médium E. F. B. Horn [hablan de él con mucha familiaridad, pero yo no he tenido el gusto…)]. Cuando el joven Munch se fue a vivir a Kristiania (hoy Oslo), frecuentaba la Biblioteca Pública Científica, un centro espiritista dirigido por otro pastor, J. C. H. Storjohann [tampoco tengo el gusto], que organizaba séances y tomaba fotografías de espíritus [tal cual lo dice el texto]”. “En esta pintura, la figura de una hermana de Munch, Laura, sentada y mirando al horizonte, convive con los restos de la figura borrada de su otra hermana, Inger, de pie en el centro del cuadro, que es bien visible si se radiografía el lienzo”.

Tranquilizador, ¿no?

‘La muerte acechando a su familia’ (1927). Yves Tanguy.

  1. Eyaculaciones gelatinosas de fantasmas. 

‘La muerte acechando a su familia’ (1927). Yves Tanguy.

Terminamos con algo más… No sé bien cómo definir este gran falo del cuadro de Tanguy, artista muy interesado por los rituales mágicos de los druidas. Leemos a propósito de este fantasmagórico lienzo: “El premio Nobel Charles Richet propuso el término ectoplasma para designar un tipo de materialización observada en las sesiones espiritistas: una secreción de pasta gelatinosa de color lechoso que emana del cuerpo del médium (frecuentemente de su boca o sus orificios nasales) y que puede adquirir formas diversas. Es casi inevitable relacionar este fenómeno con los pequeños cuerpos blancos que pululan por el espacio de Tanguy, alguno de los cuales recuerda la figura del clásico fantasma ensabanado”.

La exposición ‘Lo Oculto’ puede visitarse (mejor con los dedos cruzados) en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hasta el 24 de septiembre.

(* Nota: A mí, desde que visité la expo, no me ha ido mal).

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