Ocho fabulosas pelis de animales que abanderan los mejores valores humanos

Una imagen de ‘EO’, la película de Jerzy Skolimovsky protagonizada por un asno.

La prohibición de experimentar con animales, el veto a su uso en los circos, los planes para desterrar el consumo de carne son atisbos de una lenta mutación en la consideración de lo animal que está siendo recogida en legislaciones proteccionistas. Su eslabón más reciente es la ley española de bienestar animal que acaba de entrar en vigor. A esta creciente conciencia animalista ha contribuido el cine con su poderosa capacidad de sugestión. Protagonizadas por animales que, en algunos casos, toman literalmente la palabra, las ocho películas que recogemos a continuación aportan argumentos que refuerzan esa conciencia. En ellas, como en ‘EO’, la más reciente, aquellos personifican los mejores modos humanos (inocencia, justicia, afecto) e implícitamente subyace una denuncia de la violencia, en apariencia interminable, que siguen padeciendo.

‘Al azar, Baltasar’, de Robert Bresson. 1967

“Es un santo”, dice del asno Baltasar el personaje de ama de llaves de Al azar, Baltasar. Los elementos religiosos (de una religión católica en el sentido ético que recogen los Evangelios) se manifiestan desde el principio de la película: unos niños remedan el rito del bautizo y echándole agua al asno sobre la cabeza le imponen su nombre. El austero y esencialista Robert Bresson narra, por tanto, alegóricamente la vida de un santo (o, si se quiere, de Cristo) en un mundo pecador. Este universo de pecado lo simboliza Bresson en un pueblo francés, cuyos personajes principales son soberbios, violentos, ladrones, asesinos. En medio de ellos, como víctima y testigo, el asno Baltasar pasa de un amo a otro como (otro símbolo) un Lazarillo, recibiendo de ellos furias, abusos, desprecios. Al santificar a Baltasar, Bresson ilumina justamente la pérdida de la fe en esa sociedad, cuyos valores están arraigados en una tradición (también la religiosa), que no estima a los animales como criaturas de Dios.

En Filmin y Mubi. 

‘El planeta de los simios’, de Franklin J. Schaffner. 1968

¿Qué sociedad fundaron los simios liberados de los hombres en la Tierra? En 1968, cuando se estrenó El planeta de los simios, la consideración de lo humano que refleja la película pesaba tanto que no podía permitirse en la ficción que los simios alcanzaran una inteligencia superior para crear una sociedad más justa que aquella explotadora contra la que se habían rebelado. La sociedad simia del filme de Franklyn J. Schaffner era un calco de las sociedades opresoras humanas: los gorilas dominan sobre el resto de las especies y han convertido a los humanos en esclavos. Solo las más recientes versiones de la saga (El origen del planeta de los simios, El amanecer del planeta de los simios y La guerra del planeta de los simios), en consonancia con esta mutación de la conciencia animalista del presente, alteran el estricto maniqueísmo de la película original y dotan de esa inteligencia que vuelve a los simios más dúctiles, más comprensivos, pero no menos violentos. Para completar el giro argumental e ideológico de esta conversión animalista (ausente en el remake que hizo Tim Burton en 2001), solo quedaría revisar el filme protagonizado por Charlton Heston. ¿Coexistirán en él pacíficas e ideales ambas especies?

‘El oso’, de Jean-Jacques Annaud. 1988

Un aviso en los títulos de créditos finales de El oso expone el activismo del director francés Jean-Jacques Annaud en favor de los osos, “amenazados por la destrucción de los bosques y la presión del hombre”, reivindicando “la ficción, el sueño y la emoción” para su protección indispensable. Su exitosa parábola sobre el perdón que imbuía de rasgos humanos a sus protagonistas animales, la rodó en los paisajes espectaculares de los montes Dolomitas italianos, aunque está ambientada en la Columbia Británica de 1885. El filme sigue las peripecias de un osezno que pierde a su madre en un accidente y se une a un enorme oso solitario. El cineasta opone la conciencia depredadora de los humanos que cazan por placer y beneficio a la vida sin otra interferencia que no sea la natural, salvaje, de los animales. Y en el cruce entre ambas especies, Annaud infunde un hálito humano de clemencia al gran oso ante el hombre que lo persigue para matarlo. La conversión a la causa animal del cazador que ha salido indemne vale por una gran campaña para la causa de los adeptos animalistas.

‘Babe, el cerdito valiente’, de Chris Noonan. 1995

He aquí una fábula sobre las apariencias. ¿Un cerdo para qué sirve? ¿Y una oca? Para comérselos, según la condición que les ha asignado el hombre, a diferencia de un perro o un gato. Si uno alterara este principio utilitario, ese orden natural colapsaría, pero en Babe toma una dirección inesperada: propone una ilusión (un pequeño cerdo comprado para servir de alimento en Navidad se convertirá en pastor ovejero) que dura lo que dura la película. Chris Noonan, como Annaud, como Bresson, humaniza a los animales de una granja, los dota de discernimiento. Esta inversión de rasgos provoca una contagiosa empatía hacia los animales. Crea la ilusión de que no son meras bestias y consecuentemente emerge de ellos una conciencia, a lo que contribuye decisivamente el equipo de Rhythm & Hues obrando el milagro de hacerles hablar con un método brillante realizado por ordenador, que recibió el Oscar a los mejores efectos especiales.

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‘Rebelión en la granja’, de John Stephenson. 1999

La corriente animalista actual debería acoger esta película televisiva, al menos su primera parte, como uno de sus instrumentos de batalla más eficaces. En su discurso ante los animales de la granja, el personaje del cerdo Snowball plantea un animalismo que supere el estado de bestias, acabe con la explotación laboral y la muerte a manos de los humanos para alcanzar un mundo donde los animales sean libres e iguales. El espíritu de esta proclama encaja como un guante en esta corriente que refleja parcialmente la ley de bienestar animal del gobierno español que entró en vigor la semana pasada. Naturalmente, el propósito de la película no era este cuando se estrenó, sino otro, también político, muy distinto, que contiene la novela homónima de George Orwell en la que se basa: la rebelión contra un régimen tiránico que desemboca en la institución del socialismo, inmediatamente degradado en el régimen totalitario del comunismo.

‘Fantástico Mr. Fox’, de Wes Anderson. 2009

“Lo diferente es fantástico”, le dice la madre al hijo de una familia de zorros cuando este se lamenta de que, aunque intenta emular al padre, nunca alcanzará su fama, su valor, porque él, el hijo, es un raro. Ese padre, el señor Fox, se comporta como un vanidoso que no logra escapar de su propia naturaleza animal. De animal salvaje. La señora Fox le pide que renuncie a la vida silvestre y él acepta. Se busca un empleo de periodista; pero el instinto sigue pujando con fuerza en él y volverá a las andadas.

El primer largometraje animado de Wes Anderson es la adaptación de una novela de Roal Dahl, que, igual que en las películas que comentamos, humaniza a los animales y bestializa a los humanos. Como en Al azar Baltasar, los hombres de Fantástico Mr. Fox son también pecadores: empresarios millonarios hoscos, violentos, para quienes la explotación de la naturaleza y sus moradores es un medio para amasar sus riquezas. Es una película de animales, sí; pero sobre todo es una película de Wes Anderson. Por su tema, la familia (y la paternidad, la pareja, la fraternidad), por sus personajes excéntricos, por el tratamiento geométrico de la imagen y el tono antirrealista, cómico del relato, que el cineasta maneja con destreza para lograr la emoción.

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‘Isla de perros’, de Wes Anderson. 2018

Wes Anderson viaja a Japón en esta fábula perruna, su estupendo segundo largometraje animado. Ambientada en el futuro, se presta, como el resto de las fábulas que se recogen aquí, a especulaciones sobre su alcance: parábola sobre el trumpismo, sobre el nazismo y el extermino de los judíos, sobre la pandemia antes de la pandemia… Pero quedémonos sencillamente con su condición de oda a los perros, que sufren la ira del alcalde de una ciudad nipona costera, urdidor de una conspiración para aniquilarlos induciéndoles una enfermedad. Primero los relega a una isla y a continuación pretende fumigarlos. A ella acude el adolescente ahijado del alcalde, en busca del perro que el político le regaló. Anderson brilla de nuevo con el espectáculo de la acusada geometría de sus planos (que tanto irrita como seduce) e insiste en su escéptica, irónica y comprehensiva mirada hacia sus personajes perrunos, vale decir, humanos.

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‘EO’, de Jerzy Skolimovsky. 2022

Si uno pensara en un díptico, la hoja izquierda exhibiría Al azar, Baltasar, y la derecha EO, que es el nombre del asno protagonista. Casi 60 años después de la película de Bresson, el cineasta polaco Jerzy Skolimovsky no había olvidado el impacto que le produjo entonces el filme del director francés, el único que le ha hecho llorar, según confesó en una entrevista a Cahiers du cinema. EO establece una continuidad sobre el maltrato a los animales y la condición humana puesta en evidencia en ambas películas.

Pero en este tiempo, las legislaciones han intervenido en las relaciones entre seres humanos y animales y EO comienza recogiendo esa novedad: el asno trabaja en un circo que es intervenido por la fuerza pública y clausurado. El veto al uso circense de animales no resuelve paradójicamente la situación de EO: oculta otra explotación. ¿Qué sucede con esos animales, con ese asno al que separan de su cuidadora, la única persona que lo ha amado y atendido? Skolimovsky acompaña al burro en una especie de vía crucis por el mundo de hoy, la Europa central, de la que EO es, como Baltasar, un testigo y mártir: lo apalean, lo usan como bestia de carga, escapa hasta que vuelven a capturarlo y lo envían para servir de carne alimenticia camuflada de caballo. Lo explotan por ese atributo animal y su mansedumbre, que se quiebra en un instante de justicia cuando cocea a uno de sus maltratadores, interpela a quienes hoy se resisten a admitir esa nueva conciencia humanizadora que aspira, como en Rebelión en la granja, a la igualdad y la libertad animal.

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