Otoño en el Valle del Jerte

Foto: ©Angel Vicente Elizo González

Foto: ©Angel Vicente Elizo González

El otoño es una de mis estaciones preferidas. Hay quien se lamenta de su llegada, lo consideran una estación triste, el fin del verano, del buen tiempo, la claudicación irremediable de los días. En literatura, no pocas veces se utiliza el otoño como símbolo de la decrepitud y de la decadencia, de la llegada de la vejez.  Ángel González incluso le dedicó un poemario, Otoño (Tusquets). “El otoño se acerca con muy poco ruido:/apagadas cigarras, unos grillos apenas,/defienden el reducto/de un verano obstinado en perpetuarse,/cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste./Se diría que aquí no pasa nada,/pero un silencio súbito ilumina el prodigio:/ha pasado/ un ángel/que se llamaba luz, o fuego, o vida./Y lo perdimos para siempre.”, escribió en El otoño se acerca, el poema que abre el libro.

Para mí, sin embargo, el otoño es símbolo de vida. La luz declinante y dorada de esta estación nos alerta del paso del tiempo, de que debemos aprovecharlo al máximo. El color matizado de los árboles me recuerda que la vida no es unívoca, que existen muchas perspectivas, y que puede ser bella. Pero para entrar en el otoño  hay salir de la ciudad, no en sentido literal, basta con refugiarse en un parque que nos aísle y nos devuelva el paisaje.

Como digo, hay muchos lugares donde disfrutar del otoño, pero uno de los míos, sin duda, es en el Valle del Jerte, en el norte de Cáceres. Rilke nos enseñó que la verdadera patria es la infancia y los paisajes de mi infancia están ligados a los cerezos, castaños y robles que pueblan esta comarca bañada por el río Jerte.

Foto: ©Andrés Martín Retamar

Foto: ©Andrés Martín Retamar

Al Valle, como lo llaman los lugareños, lo visitan en primavera miles de turistas que no quieren perderse el efímero espectáculo del cerezo en flor. “qué larga espera/para caer tan pronto: flor del cerezo”, escribía el poeta japonés Îo Sôgi en este haiku del siglo XV. Durante un par de semanas, las montañas abancaladas se cubren de un blanco algodonoso. Las mismas que ahora, con el otoño, se convierten en un cuadro abigarrado con el ocre de las hojas de robles y castaños, el rojo cárdeno de los cerezos y el verde de los prados. Si la primavera es el momento de la celebración y la euforia, el otoño es el del disfrute sereno, de la reflexión. Los habitantes del Valle, apegados a una comarca que vive en gran parte de la agricultura, suelen disfrutar de ambos momentos: la fiesta del cerezo en flor y la otoñada, que comienza justo este fin de semana, una buena ocasión para conocer la comarca.

Desde que me trasladé a Madrid regreso todos los años al Jerte por esta época. Me gusta llegar por la Nacional 110, la que une Plasencia, mi ciudad natal, y Soria. Ya en el Puerto de Tornavacas – que delimita Ávila con Cáceres- se atisba el Valle, con los bancales que escalonan estas estribaciones de la Sierra de Gredos.  Algunos pueblos nacen en la carretera, a la vera del río, otros se yerguen en  la montaña y hay que acceder a ellos por serpenteantes vías secundarias. En cualquier dirección, el color del otoño de los robles, castaños y cerezos nos acompañará durante el viaje. Lo apreciaremos más si caminamos por cualquiera de las rutas que se abren en la montaña. Vale la pena la que sube a la reserva natural de la Garganta de los Infiernos, donde encontraremos pozas erosionadas a lo largo de los siglos por el agua que procede del deshielo, tan pulidas que parecen de mármol.

Foto: ©Andrés Martín Retamar

Foto: ©Andrés Martín Retamar

“Enfrente, el castañar/restos de un tiempo/en el que dominó ese árbol frondoso/antes de que el cerezo/se adueñara del Valle”, escribe Álvaro Valverde en el poema Nacional 110 (Plasencia-Soria), uno de los que integra el libro plasencias (De la luna libros), del que ya hemos dado cuenta en esta Área de Descanso. Con la debida distancia de una poesía meditativa de marcado acento anglosajón, los poemarios de Valverde (la mayoría publicados en Tusquets e Hiperión), serán sin duda una lectura recomendada y casi obligatoria para adentrarse en el alma del paisaje extremeño.

El otoño ha llegado, como nos anuncia el haiku de Mizuhara Shûôshi: “un picapinos:/en el prado, los árboles/pierden las hojas”.

*Para saber más sobre el otoño en el Valle del Jerte: Soprodevaje

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