Otro loco 20 de abril, como cantaba Joan Manuel Serrat

Joan Manuel Serrat, fotografiado por Victoria Iglesias a comienzos de los 90.

Hoy la ‘Victografía’ rinde homenaje a Joan Manuel Serrat, recién retirado de los escenarios, pero para siempre con nosotros. En su tema ‘A quien corresponda’ marcaba esta fecha: 20 de abril de 1981. Y mezclados con la letra de la canción, Victoria Iglesias trae a la memoria, 42 años después, los sucesos de aquella primavera en España, el día a día en su casa de Basauri y la música que entonces escuchaba. “Que la Tierra cayó en manos de unos locos con carnet”.

Que el mundo es de peaje y experimental ya se sabe, un lunes 20 de abril de 1981, y tal vez por esto, y otras deficiencias más, de las que también somos conscientes, en un anexo debe especificar la empresa Xerox cómo funciona una pieza que a partir de este momento se llamará ratón. Entonces, en España, también llamaba la UCD a reformar la sanidad; pero no les salían las cuentas y la reforma nunca se acababa, aquí donde todo pasa y sin embargo nunca pasa nada, como seguía entonando Serrat.

Marruecos apresaba 17 pesqueros españoles. Israel multiplicaba sus incursiones en el Líbano y ETA asesinaba en Basauri a un agente retirado de la Guardia Civil.

Estas noticias, e infinidad de acontecimientos más, se suceden sin orden, gravitando en el caos de una tierra que definitivamente parece estar en manos de unos locos con carnet.

En abril de 1981, la compañía Trasmediterránea ordenaba la venta del buque Victoria que había sido construido en los años 40 para cruzar de Algeciras a Ceuta y que unos meses después sería finalmente desguazado, mientras el mar está agonizando y 8.000 personas se manifestaban en Bruselas, pero no por lo del mar, sino por lo de la OTAN.

El PNV criticaba el radicalismo de los abertzales de Herri Batasuna durante el Aberri Eguna junto a unos titulares cercanos, que ya se hacían eco del problema de unas verduras españolas a la hora de intentar atravesar la frontera francesa.

En abril de 1981, Vicente Sánchez, un policía nacional, era tiroteado en Barakaldo a las puertas del colegio de su hija. Parecíamos resignarnos, ya que no hay otro tiempo que el que nos ha tocado, pero antes de que aclaren quién manda y quién es el mandado, Francia señalaba esas verduras españolas como transmisoras de una atípica neumonía. El titular pudiera resultar jocoso, pero en poco tiempo morían en nuestro país 5.000 personas y se verían afectadas otras 20.000, pero no de neumonía, sino envenenadas por un aceite adulterado de colza.

Antes, y después de esa primavera, se debería llamar al orden a estos y a todos los chapuceros del mundo, que lo dejan, y seguirán dejando, todo perdido en nombre del personal. Y así, para adecentar el local, exigir que como mínimo copien todos cien veces: Esas cosas que no se dicen, y esas cosas que no se hacen.

El 20 de abril de 1981 el sol iluminaba, a través de la ventana, nuestra cadena compacta recién liberada de un corcho blanco y colocada con mimo en una de las estanterías del mueble del salón. Plateada, pulida, con ese olor a metal recién estrenado, la conexión de los altavoces, después de un leve chasquido, la inauguró dejando aparcado al anterior aparato de música. Aquello retumbaba y un súbito estruendo de los mandos del volumen, mal posicionados, estalló en nuestros oídos. Pero una vez sintonizados, ¡qué bien sonaba!; aunque mucho tenía que hacer la nueva adquisición para destronar al viejo radiocasete ceutí del Mambo number five que estaba con nosotros desde mis 7 años, y que, en ese momento, el pobre, parecía mirar a la nueva cadena compacta con recelo. Pequeño y exótico, nos acompañaría todavía bastante tiempo, sobre todo en el viejo Seat 850. Pero ahora, al verlo desterrado… Inevitablemente me hacía recordar aquella travesía desde Algeciras a Ceuta que hicimos para comprarlo: Mi primer largo viaje desde el norte.

Y ese barco que con el nombre de Victoria, como yo, (ese que estaban a punto de desguazar) rompía el mar delante de mis ojos por primera vez para mí, y se tragaba un montón de coches, llenos hasta la baca, por la popa. Qué enorme aventura fue aquel transbordador inundado de familias que iban o venían hacia un lado u otro del Estrecho, entre el olor a fuel, por el que yo buscaba un hueco en la borda para mirar lo que por el viento me escondía el pelo. Qué emocionante, pensaba, encontrar entre las caracolas blancas de espuma esos delfines mágicos, y otras criaturas, que había oído que nos perseguirían en algún momento tras la estela o a los lados del barco.

Y ahora parecía viajar de nuevo, simplemente al abrir la tapa transparente y perfecta que protegía el plato del tocadiscos, al otro lado del ruido del tráfico del número 81 de Kareaga Goikoa, cuando empezaban a sonar los misteriosos sintetizadores de Voyager (el disco de The Alan Parsons Project, regalo de mis amigos Raúl y Carlos). Sonaría también el tío Julio, pues las Iglesias deberíamos poseer el álbum Momentos, según nuestras primas hermanas de Sevilla.

Y mientras mi amiga Isabel se preguntaba con un disco de Lou en sus manos (propiedad de sus hermanos mayores) cuál iba a ser mi música preferida, en aquel salón se escucharía, además, El hombre que vendió el Mundo, de David Bowie (adquirido en oferta), sin saber muy bien quién era aquel chico con camiseta de leopardo y que tan bien levantaba la pierna izquierda. Party, de Iggy Pop, sisado en la casa de mi primer ligue. Y, por supuesto, Tránsito, de Joan Manuel Serrat, publicado un mes después y comprado a conciencia, presagiando aquel mi primer concierto, que tal vez no me correspondía por edad, pero sí por innata melancolía. Allí, en el campo de fútbol de mi pueblo, Basauri, poniendo orden en el caos de la adolescencia, el mismo caos de mi música, al igual que las noticias aparentemente inconexas.

La fecha las aglutina como en una mesa de mezclas que filtra recuerdos y memoria. Aquel lunes 20 de abril, en concreto, que constaba en un registro civil, como cantaba Joan Manuel.

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