Pablo Simonetti: familias castradoras, madres controladoras

El escritor Pablo Simonetti. Foto: Andrés Herrera.

El escritor Pablo Simonetti. Foto: Andrés Herrera.

El escritor Pablo Simonetti. Foto: Andrés Herrera.

El escritor Pablo Simonetti. Foto: Andrés Herrera.

El escritor chileno Pablo Simonetti lanzó esta primavera Madre que estás en los cielos, una de las novelas más leídas en su país en lo que llevamos de siglo, que lo consagró como escritor y que ahora Alfaguara publica por primera vez en España. Una novela con un personaje portentoso, Julia Bartolini, una madre que quiere controlarlo todo y ve que todo se le desmorona y sus hijos se alejan. Hemos aprovechado su larga temporada en Madrid para hablar con Simonetti de madres controladoras, de familias castradoras, de hijos homosexuales e hijas rebeldes, del derecho a construir cada uno su identidad en busca de la felicidad, o al menos la autenticidad de ser uno mismo.

Escribiste ‘Madre que estás en los cielos’ al poco de morir tu madre de un fulminante cáncer de páncreas –“el golpe me dejó paralizado un año”, reconoces en el prólogo del libro- y se publicó en Chile en 2004, convirtiéndose rápidamente en un éxito literario. Cuéntame cómo la ves ahora, cómo la sientes 15 años después.

Lo que he sentido al leer la novela de nuevo es que ha entrado en un espacio de pensamiento nuevo, al que le estoy dando muchas vueltas últimamente, que es sobre la idea de legitimidad, sobre lo crueles que pueden ser los límites que se establecen de lo que es legítimo y lo que no, las fronteras que se marcan, sobre todo dentro de la vida familiar. Lo que sucede con los hijos ilegítimos, con la diversidad sexual, con la discriminación de mujeres que caen fuera del sistema, lo que sucede si no cumplen con las prescripciones de lo legítimo. Eso es lo que me ha surgido de nuevo, lo que me ha hecho pensar: la crueldad de lo legítimo.

La sociedad estableciendo lo que es legítimo o no; y la familia al servicio de ese ordenamiento social.

En toda familia siempre hay un desencaje entre los miedos de padres y madres y la manera que tienen de querer proteger a sus hijos, y los resentimientos de estos, porque sienten que les cercenaron oportunidades, posibilidades… Esa tensión entre los miedos de los padres y los resentimientos de los hijos es algo universal. Encuentro una buena fuente de inspiración en lo claustrofóbico que puede llegar a resultar la familia cuando te sales de la norma, de la historia oficial de esa familia.

Afortunadamente eso está cambiando…

Las formas de legitimidad cambian, pero yo creo que siempre están ahí, marcando espacios, fronteras, en las que unos están incluidos y otros excluidos, quedan fuera. Esa división de los padres que dicen ‘estos hijos están bien y estos no están bien’ va a seguir existiendo, solo que con otros principios rectores. Creo que cada padre y madre intenta preparar a sus hijos para defenderse en las coordenadas que corresponden a su época, sin darse cuenta de que los hijos ya se enfrentan a una época que ya es diferente, que no es como la que les tocó vivir a ellos. Siempre va a haber esos desajustes.

¿Cómo lograste que esa voz de mujer mayor (77 años), conservadora, católica, que se está muriendo, nos resulte tan auténtica, tan creíble?

Yo tenía muy fresco el acervo verbal de mi madre. Tenía mucha cercanía, una intimidad muy grande con ella, y no me resultó muy trabajoso hablar con sus palabras. Mayor desafío fue representar su manera de pensar. Y lo que hice fue construir un personaje y dejarla expresarse, a partir de una gran honestidad de ella consigo misma que la hace muy creíble. El personaje de Julia está claramente inspirado en mi madre, y en ese carácter, en ese rigor y esa entrega. Era muy dura, pero al mismo tiempo totalmente entregada a los demás.

Junto a lo claustrofóbico de la familia, lo castrante de la religión católica, sentida hasta por la propia Julia como algo que le hurta la vida.

Ya el título está escrito desde la religión. Madre que estás en los cielos. En un tono irónico hacia esa mujer que toda su vida ha deseado ir al cielo, pero, en paralelo, ese deseo le crea una frustración enorme porque le pone en conflicto con sus hijos, que son lo que más quiere. Y la relación de Julia con su madre, a la que santificó sin ser una santa. Esa unión hija/madre también fue para ella muy castradora. Y de ella hereda esa especie de incapacidad sexual. Es una novela que critica la doctrina familiar de la Iglesia. La Iglesia católica sigue pensando que hay papeles que se deben cumplir dentro de la familia, y en ese sentido crea estereotipos y crea esas legitimidades que tanto hacen sufrir a muchas familias religiosas.

Hay partes muy determinantes de rechazo de la protagonista al sexo. Leemos que escribe Julia: “Sentía un profundo rechazo hacia la iniciativa animal. Alberto no era una excepción, lo atestiguaban el acecho de sus ojos sobre mis piernas o el apremio de su mano sobre mi cintura. Yo deseaba hacer de la vida una secuencia de buenos días, de calmas temporadas, de épocas prósperas, sin la amenaza de un lobo en la comarca. Eso era el sexo, un mal necesario que había que domesticar como al resto de los instintos. Ya mi madre había sufrido demasiado por esta causa”.

Es la incapacidad para el placer. A través de sus padres, ha vivido el placer como fuente de infelicidad, ruptura, pérdida. Para ella el placer representa el peligro. Yo siempre digo que el cuerpo delibera tanto como la mente. Y si lo cercenamos, vivimos alguna forma de suplicio. Ella cercena su cuerpo porque ahí ve un peligro para la estabilidad familiar. Ella siempre está pensando en la estabilidad familiar, y cree que el sexo es un problema.

Y no digamos ya la homosexualidad… Hay pensamientos muy duros de Julia: “No demostraba el más mínimo amaneramiento. Era todo un hombre, espaldas anchas, voz ronca y caminar seguro. Su cuerpo varonil, en tantos aspectos semejante al de mi hermano, no podía alojar a un invertido”. O lo que dice su marido: “No pierda la cabeza, Negra, no vamos a pelarnos porque nos salió un hijo marica. ¿Crees que yo podría dormir con un maricón en la casa? ¿Tan poco me conoces? Si se queda, lo reviento a patadas o lo meto en un manicomio”. ¿Tú lo viviste con tanta crudeza en casa?

No lo he vivido exactamente así, pero ese era el sentir común de la sociedad en ese momento respecto a la homosexualidad. Cualquiera podía decir frases así y quedar totalmente impune. Chile vivió un recrudecimiento machista enorme durante la dictadura; es la cultura de los militares, que incluye a mujeres decorosas, domésticas, entregadas a la casa. Vivíamos entre los 70 y los 90 en una sociedad donde la homosexualidad era pecado, no tenía ninguna visibilidad pública, era un delito, en Chile la sodomía se despenalizó en 1999. La situación ha cambiado mucho, pero antes la única figuración pública que tenía la homosexualidad era la de la perversión, la muerte, el aislamiento, la marginación, el alcoholismo…, el hombre que muere solo a manos de unos delincuentes, que aparece muerto y amarrado.

Como gran personaje, Julia Bartolini es un personaje complejo, pues, a pesar de todo, te mueve a cierta ternura, precisamente por cómo se le desmorona todo; ella lo intenta hacer lo mejor posible, desde lo que ella entiende como ‘lo mejor posible’, y fracasa con unos y otros.

Y lo bonito es que al final de la vida aprende de sus hijos, se da cuenta de que sus hijos han logrado ser más felices aceptando su diferencia en vez de negándola, u ocultándola, como ha hecho ella. Ella, que se sintió marginada de niña, no quiere que sus hijos pasen por lo mismo; defiende que la mejor manera de alcanzar la estabilidad y la felicidad es estar siempre dentro de lo legítimo, y los hijos le dicen: no; nosotros nos reconocemos de otra manera. Ella es una persona muy dura, pero es también muy dura consigo misma. La compensación a esa dureza es que ella está tratando de todo corazón hacer lo mejor posible para sus hijos, amándolos, involucrándose plenamente con ellos.

También ayuda a relativizar su dureza el contrapunto con su padre, su marido, su hermano; piezas monolíticas del heteropatriarcado.

Como mujer de su época, es muy machista; no pone en duda que la última palabra la tiene el marido. Ella acata, pero siente la dureza de lo que está haciendo. Siendo una mujer machista, reglamentarista, al mismo tiempo es una mujer que se pregunta qué es lo que hizo mal. Lo que más te lleva a compadecerte de ella es el amor verdadero, tan grande, que siente por los suyos. Ella cree que el bien está de ese lado. A ella le tocó vivir una vida en la que desarrolló ciertas aprensiones que la dominan casi hasta el final de su existencia. Es una pequeña anécdota lo que te voy a contar, pero muy significativa. Tengo en casa unos libros que mi abuela compró para mi madre, se llaman Salud y Hogar; en ellos se dice por ejemplo que entre los malos hábitos está el de ponerle condimentos a la comida porque despierta malos pensamientos. Claro, mi madre se educó en ese ambiente, ella decía que en su casa se comía siempre sin aliño por ese motivo, para no despertar malos pensamientos.

Al final de sus días, reconoce: “Cuando pienso en esto, me doy cuenta de que el intento de manejar los hilos de la vida es un esfuerzo inútil”.

Si simplemente fuera un personaje controlador, no nos enternecería. Pero no es pura disciplina, creo que a lo largo de la novela llegamos a entender por qué ella tienen este afán por controlar la vida de sus hijos.

Alguna gran madre literaria que te haya gustado especialmente.

Hay una madre que a mí me emocionó muchísimo, que es la protagonista de la novela La Renuncia, de Edith Wharton. Es una madre que, por un desliz, es apartada completamente de su familia, incluida su hija, y termina viviendo en una pensión de segunda en la Riviera francesa. Tras la muerte del marido, se reencuentra con su hija y ella duda entre la sinceridad que le debe a su hija y guardarse los secretos. Es una novela construida permanentemente sobre la duda, sobre decir: qué paso tengo que dar ahora; son todas decisiones morales difíciles.

Otro tema que me sorprende de tu novela: lo que les cuesta a los hijos perdonar a sus padres.

(Silencio)… Sí…, es verdad, es verdad… (Silencio). Sí, los hijos solemos ser más estrictos. Quizá sea por la juventud…

Es muy triste que esos perdones lleguen en los tramos finales de la vida.

Sí, sobre todo cuando son cosas tan determinantes, que te parten la vida. En Desastres naturales vuelvo a tratar ese tema, y en la portada del libro, un cerro que tenemos en Santiago se convierte en un volcán. Porque muchas veces pasa eso, que las familias, que deberían ser lugares de acogida y resguardo, protectores, apoyadores, impulsores de nuevas formas de comprender el mundo, se sirven de la disciplina reglamentaria para manipular la identidad de los miembros y eso resulta muy castrante. La familia debería ser un lugar donde hay unos mínimos de conducta para convivir, sí, pero al mismo tiempo un lugar donde tengas la posibilidad de ser tú mismo, lugares creadores de valor humano, de humanidad.

Cuánto sufrimiento gratuito…

Cuánto sufrimiento gratuito… Sin duda, hoy día estamos mucho mejor. Se aceptan los trans, los hijos gays, que la mujer no tiene que cumplir con una idea preconcebida de lo femenino. Pero creo que hoy día también los padres viven dilemas y principios rectores que les ciegan. Todas las generaciones tienen sus verdades inamovibles y si esas verdades se aplican de manera disciplinar a las identidades de niñas y niños pueden terminar resultando muy castradoras.

¿Vas cambiando con el paso de los años, te notas distinto en la manera de escribir y de mirar?

(Silencio). Yo siento que sí… Siento que esa especie de… de… Mis personajes se han vuelto menos virulentos, más equilibrados… Igualmente intensos en sus sentimientos, pero expresándolos de forma más atemperada, por el paso del tiempo, por la edad… Ahora van apareciendo otros elementos de discusión en mis novelas que no responden tanto, o ya no responden solo, a la pasión humana. Como es el poder; ahora me interesa pensar más en el ejercicio del poder dentro de una familia. Como son los planes de vida, el sentido de la existencia; llega un momento de la vida en que eso cambia, por tantas cosas, quizá porque también nos aburrimos de ser como somos; me interesa abordar cómo el sentido de la existencia es como una familia interior que te va marcando lo que tienes que hacer y no hacer, te va marcando: este es tu mundo, a esto perteneces… Y uno, a medida que pasa la vida, se da cuenta de que se puede desplazar. Pienso que el plan de vida, que es como la idea que tenemos de la existencia de nosotros mismos, algo a veces tan caricaturesco, también puede ser otra forma de encierro.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • c

    Por c, el 03 julio 2018

    Tambien podriamos hablar de padres ausentes, o también de los que abandonan a la madre, padres que con sus mimos convierten en princesitas a las hijas eternas niñas por que con su mujer lo llevan mal, de padres severos, de padres machistas, padres puteros, etc etc

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.