Paco Tomás: “Hoy se busca pareja como si estuviéramos buscando piso”

El escritor y periodista Paco Tomás. Foto: Jesús Ugalde.

Como muchos otros chavales de su generación, Tomás Yagüe creció escuchando la palabra ‘marica’ más veces que su propio nombre. Aprendió a protegerse reconociendo el peligro solo echando un vistazo a su alrededor. “Con siete años sabía que la calle era una amenaza, y que realizar sano y salvo el trayecto de casa al colegio y regresar, cuatro veces al día, requería concentración y velocidad», comenta este hombre gay de 52 años que se ha visto obligado a construir su biografía a partir del rechazo, el silencio y la falta de comprensión de su entorno frente al acoso escolar y el maltrato que sufrió de niño. Tomás es el valiente protagonista de ‘Coto privado de infancia’ (Planeta), la segunda novela de Paco Tomás, considerado uno de los mayores referentes nacionales en la lucha contra la LGTBIfobia. Hablamos con el periodista, guionista y escritor sobre su libro, un relato crudo y sincero, con tintes autobiográficos, en el que muchas personas a las que les han robado su infancia se verán sin duda reflejadas.

¿No te ha dado pudor desnudarte emocionalmente en el libro?

Sí, claro. Yo, en un principio, pensé que iba a hacer autoficción. Pero, para hacer autoficción, el protagonista se tiene que llamar como yo, porque de lo contrario, si yo me invento un personaje, se trataría de ficción. Aunque yo no podía escribirlo como Paco Tomás, porque el esfuerzo era mayor. Ahí decidí que lo iba a novelar. Todo eso que se podía contar en una autoficción yo iba a compartirlo con un personaje y con unas ficciones, para que me resultase más digerible.

Al igual que el protagonista de ‘Coto privado de infancia’, fuiste un niño que lo primero que aprendió en el colegio no fue a leer ni a escribir, sino a tener miedo y a odiar, a los demás y a ti mismo. ¿Existió un solo instante dentro de los muros de tu colegio en el que puedas afirmar que te sentiste protegido?

Diría que no. Es verdad que antes hay que hacer un ejercicio, que yo hice en terapia y escribiendo la novela, consistente en esforzarse por intentar recordar momentos felices. Lo malo es tan profundo que eres incapaz de recordar que pudo haber momentos felices. Cuando ahora me haces esta pregunta yo me planteo si, en realidad, quizás todo era tan malo que por eso no llegué a ver a la persona que me pudiese proteger. Pero lo que yo recuerdo es que nadie me ofreció esa ayuda en ningún momento.

La clase de gimnasia, con aquellos profesores que asociaban masculinidad a fuerza, potencia y resistencia, solía ser el aliado perfecto del ‘bullying’...

Sí, sí. Pese a que el bullying siga existiendo en muchos centros escolares, sí pienso que hay una diferencia entre mi época y la actualidad. Me resulta muy difícil imaginar un colegio donde ahora haya acoso hacia una persona LGTB y ningún profesor haga nada. Posiblemente exista también, pero me cuesta pensar que, con los protocolos, los referentes y el conocimiento que hay, nadie hiciera nada. En mi época era absolutamente normal. Nadie corrigió jamás a ningún alumno, ni frenó el hecho de que me llamase maricón o hiciese bromitas que a mí me hacían muchísimo daño. En la clase de gimnasia era donde se forjaba el líder. No importaba que tú fueses de sobresaliente en Matemáticas o en Lengua. Si tú eras el fuerte, el que subía la cuerda más rápido o el que metía más goles, entonces eras el líder. Había una asociación directa entre masculinidad y virilidad, entre masculinidad y fuerza, entre masculinidad y poder. En esa asociación inmediata, aquello era una especie de entrenamiento de marines donde el que no cumplía con los roles inmediatamente era señalado, incluso, por el propio profesor.

También abordas en el libro algunas de las consecuencias emocionales derivadas del acoso físico y verbal. ¿Se puede sobrevivir a la infancia?

Literalmente sí, porque estoy aquí. La cuestión es de qué manera lo haces. Evidentemente, hay un momento donde a muchas de las personas LGTB del mundo que sufrimos ese acoso en la infancia se nos pasa por la cabeza irnos de aquí. Los que seguimos aquí hemos sobrevivido, literalmente. La cuestión es cómo lo hacemos. Creo que sobrevives, pero no olvidas lo que ha sucedido, porque te sucede en una época muy tierna a nivel emocional y personal. Te pueden suceder cosas verdaderamente traumáticas en cualquier momento de tu vida, pero, si te suceden a una edad adulta, aunque el trauma sea igualmente brutal, tienes ya herramientas y funcionas de otra manera. Se sobrevive, sí, pero creo que es muy difícil intentar hacerlo solo. Toda la ayuda que no tuvimos en el patio del colegio hay que reclamarla a medida que vas creciendo, sobre todo, a nivel terapia, porque esto es lo que puede ayudar a que la herida no duela.

La actitud de los acosadores está íntimamente ligada a la educación que han recibido en casa. ¿Piensas que se debería obligar a todos aquellos que se plantean ser padres a formarse primero en el respeto, la diversidad y la educación emocional?

Creo que esa educación emocional es necesaria para todos los ciudadanos, no solo para los que van a ser padres. Es una cuestión de respeto a los seres humanos y a la diversidad, de entender que somos ciudadanos con distintas orientaciones sexuales, colores distintos,… Hay que entender cómo se forma una sociedad, qué individuos forman esa sociedad y que hay un principio básico que es el del respeto a esas personas. Dices que esos niños son el reflejo de sus padres. Te diría que estoy absolutamente de acuerdo contigo, pero creo que incluso hay ejemplos en los que ni siquiera son un reflejo de sus padres sino que son un reflejo de lo que ven en los medios de comunicación, de esa necesidad de formar parte de un grupo, etc. Tú necesitas no sentirte aislado, necesitas tu grupo.

También he recibido mensajes de personas que me dicen: ‘A mí también me acosaban las chicas de mi clase’ o ‘Las chicas de mi clase no eran ajenas a esos ataques’. Tengo que reconocer que, en mi época, eran mayoritariamente chicos. No recuerdo a chicas haciéndolo, y ahí sí que estaba la necesidad de manada, de demostrar que ‘somos tíos’. Eso es educacional y va en el ADN del patriarcado. Que un niño de seis o siete años tenga la necesidad de reafirmarse a ese nivel en su masculinidad, que aún está en proceso, demuestra la toxicidad del patriarcado.

Algunos sostienen, sin embargo, que educar en la diversidad sexual y de género es adoctrinar…

Pues es todo lo contrario. Lo que nosotros hacemos, o lo que se debería hacer, es educar en la diversidad y en la convivencia. Ellos hacían precisamente lo contrario, ellos adoctrinaban. Eso es lo que hicieron con los padres de Tomás Yagüe, y eso es lo que sucede de alguna manera con la sociedad que yo viví siendo un niño. Esa gente sí que venía adoctrinada, porque les han hecho creer que hay ciudadanos y ciudadanas que conviven con ellos y que son peligrosos, que hacen daño, que son viciosos, que acosan a los niños en la puerta de los colegios,… Les habían creado un retrato robot de las personas homosexuales y lesbianas para que las odiaran y para que las combatieran con un electroshock, con la cárcel, con la violencia o con dejarlas tiradas en una cuneta.

Eso sí que es adoctrinamiento, porque los estás adoctrinando en tu teoría política para que les hagan daño a esas personas. Toda esa parte de la sociedad supremacista, machista y que odia a las personas por su orientación sexual o su identidad de género está adoctrinada. Lo contrario sería educar. Cuando ellos hablan de adoctrinamiento, inmediatamente veo a alguien que adoctrina culpando a otra persona de lo que ellos hacen.

Paco Tomás fotografiado por Jesús Ugalde.

¿Dificulta la lucha contra el patriarcado el auge de los bulos y las noticias falsas?

Claro. Es algo que dificulta la convivencia en general. Si hay unas cloacas mediáticas que juntan a un policía con un periodista y un empresario para generar noticias falsas sobre un partido político para evitar que ese partido gane las elecciones, se está dinamitando la democracia. Eso es un delito gravísimo que está sucediendo en este país, y tengo la sensación de que no pasa nada. La higiene democrática de este país, ahora mismo, es muy baja. Nos creemos que estamos muy bien, pero no lo estamos. Es muy difícil combatir todo lo negativo y tóxico que tiene esta sociedad en este contexto histórico. A veces, tenemos discursos que no nos funcionan en la actualidad, porque son discursos rescatados del activismo de los años setenta, ochenta y principios de los noventa. Ese activismo tenía un contexto histórico que no es este. Internet ha cambiado la manera de convivir y de habitar.

¿Cómo combates tú el bulo? Cuando, además, sabemos que el bulo se transmite por las redes sociales, que funcionan con un algoritmo que ignora por completo la veracidad o no de lo que se está contando. Si tú le das like, el algoritmo considera que ese es un contenido interesante y, por lo tanto, lo promociona. ¿Cómo frenas entonces esa mentira? Habría que pensar de qué manera podemos luchar contra esto, pero si un partido político aún no ha encontrado la manera de luchar contra aquellos que les han boicoteado en su trayectoria política y de conseguir votos, imagínate lo que podemos hacer nosotros desde el activismo… Es muy complicado intentar hacerlo cuando los medios de comunicación siguen estigmatizando a las personas por su orientación sexual, su identidad de género (con las personas trans, la creación de bulos es constante), etc…

Siempre nos han vendido la Navidad, que tiene un gran peso en el hilo argumental, como una época de felicidad y de estar con la familia. ¿Sigues tú odiando esta festividad?

Un poquito menos. [Risas]. Pero sí. Nos han vendido la Navidad como un momento de felicidad casi impuesta, donde estar triste es casi una falta de educación. Tú tienes que estar contento y reunirte con tus seres queridos, que es tu familia. Pero igual tú no quieres, porque resulta que tu familia te ha hecho la vida imposible y reunirte con tu hermano y tu cuñada es un infierno para ti. Yo cada vez conozco a más personas que en navidades no se reúnen con su familia biológica, sino con su familia lógica, con sus amigos. Te venden todo este escenario donde los problemas, al final, se subrayan en esos contextos en los que te obligan a ser feliz y a fingir que nada ha sucedido cuando tú sabes que sí ha sucedido.

Ahora lo llevo un poquito mejor, pero no me acaban de entusiasmar, porque cada vez veo más toda esa performance que hay alrededor, y me angustia. ¿Cómo puedes disfrutar de la Navidad si no tienes dinero, cuando se ha convertido en algo tan profundamente capitalista y consumista? Yo me imagino a una familia que no tiene dinero habitando ese espacio en el que todo su alrededor es un bombardeo constante de ‘gasta’, ‘consume’, ‘regala’, y pienso en cómo gestionan eso emocionalmente. Me parece una época muy hostil, pero vestida de felicidad.

«Mi jornada laboral es de 24 horas, no encuentro mis derechos por ninguna parte, llevo diez años facturando lo que la empresa que me contrata me exige que le facture, sin posibilidad de aumento». Viendo el percal, ¿te has planteado alguna vez abandonar la profesión?

Sí. El problema es que, cuando ya no puedes más, ya eres muy mayor. Esa es otra gran estrategia del capitalismo, que consiste en aprovecharse de tu energía e ilusiones cuando aún eres joven para conseguir cosas y estabilizarte en tu vida. Cuando de repente te paras a pensar en el camino que has hecho, dónde has llegado, qué he conseguido, cuánto esfuerzo he invertido en esto… Cuando te das cuenta de que estás empezando de cero constantemente y que las reglas del juego son absolutamente ingratas con tu esfuerzo, ya eres muy mayor y entonces te dices: ‘¿Ahora qué puedo hacer ya? ¿Renuncio a esta profesión y me pongo a hacer collares con macarrones para irme a Gandía?’.

Yo sé que hay gente muy cumbayá que te diría que nunca es demasiado tarde. Claro, si tú eres rica, de repente puedes vender tres pisos y plantearte un cambio en tu vida. Pero la gente de clase obrera, como yo, no tiene la posibilidad de cambiar de vida, porque ni siquiera tenemos el capital para poder invertir en lo que será nuestra nueva vida. Yo no tengo nada en propiedad, porque no he podido tenerlo, y, solo para poder cambiarme de casa de alquiler, necesito tener ahorros, porque tengo que pagar el mes en curso, el mes de la agencia, etc… Yo no puedo decidir mi vida de la forma en que podría decidirla otro. He llegado a pensar en tirar la toalla. Incluso ahora, es una sensación casi constante, cuando hace 20 años no lo era. Es una sensación como de que me he equivocado. No en la elección, porque a mí lo que me gusta es escribir, y esta profesión te permite hacerlo y ganarte la vida escribiendo, pero sí en el modelo que yo he elegido. Ahora mismo, jamás le recomendaría a nadie hacerse autónomo, pero lo cierto es que el sistema les anima a hacerse autónomos, porque eso supone liberar al empresario de cualquier tipo de carga. Ahí toda la responsabilidad recae sobre ti: te vamos a explotar exactamente igual, pero no existe ninguna vinculación con la empresa.

¿Qué ves hoy más complicado, conseguir un trabajo decente siendo periodista o encontrar pareja estable?

Creo que todo hay que tomarlo como si fuera algo realmente difícil. Encontrar pareja estable es difícil, pero encontrar un buen trabajo, bien remunerado, también es difícil. Lo de la pareja es complicado, porque habitamos un universo de aplicaciones que hacen mucho más difícil que la gente se conozca. En ellas, la gente se hace una idea de sus deseos a través de imágenes, fotografías y ficciones que las otras personas proyectan sobre esa aplicación. Todo eso hace muy complicado que los afectos y el conocimiento entren en juego. Yo, en mi Instagram, hago una ficción basada en un hecho real. El Instagram de todo el mundo es una ficción de quién eres realmente. Luego está lo de las expectativas. La pareja también se ha convertido en un sistema capitalista, en un objeto de consumo. Uno piensa por qué se va a quedar con esta persona si tiene tantas posibilidades y puede seguir probando hasta encontrar a la persona que físicamente le aporte lo que busca, tenga una profesión que le resulte interesante, tenga un entorno que le resulte cómodo… Es como si estuviéramos buscando piso. En el fondo, cuando buscas pareja, empiezas a hacer eso, a deshumanizar el hecho de encontrarte a alguien en un bar, mirarte, entablar una conversación y saber cómo habla, cómo huele o cómo toca. Los sentimientos son una cuestión de piel. Aquí, en esta sociedad, es este aparatito a través del cual estamos hablando nosotros, el que dictamina las reglas del juego. Todo ha cambiado.

¿Eres de los que piensan que Grindr debería tener psicólogos en plantilla?

[Risas] Yo creo que todo debería tener psicólogos en plantilla. Hay muy poco psicólogo para la necesidad que reclama esta sociedad, y más después de la pandemia. Pero no solo Grindr. En Twitter se iban a forrar. Esa especie de crítica condescendiente que se hace en Twitter, esa agresividad y esa necesidad de humillar al otro son carne de diván. También hacen falta psicólogos en Instagram, con esa necesidad de postureo y de aparentar el éxito constantemente. Tú entras en Instagram y resulta que todas somos ricas. Las que no están en un barco están en un paisaje idílico y, la que no, tiene un casoplón con una bañera o una piscina que te cagas. Parece que Grindr es el único sitio, pero no. La toxicidad que hay en esa construcción que hacemos está en todas las redes sociales, porque son ficción. No dejan de tener un componente de ficción, y nosotros elegimos qué ficción queremos contar. Y, en la construcción de esa mentira sobre nosotros mismos, hay mucha más verdad de lo que creemos.

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