‘Panza de burro’: reconocer que el primer beso de una niña suele ser a otra niña

La escritora canaria Abreu firma su primera y sorprendente novela ‘Panza de burro’.

La escritora canaria Andrea Abreu firma su primera y sorprendente novela ‘Panza de burro’. Foto: Alex de la Torre.

De una historia de amistad entre niñas basada en el amor en un pequeño barrio de Canarias, Andrea Abreu logra una novela íntegra en la que tienen mucho peso la sexualización de la amistad femenina y las obsesiones que despiertan, la vida dedicada al turismo dentro de su territorio y, quizá lo más llamativo, el uso del lenguaje canario oral transportado al papel. Algo buscado a conciencia ya que, como apunta ella, “la forma más política hoy en día de defender mi tierra es defender la forma en la que hablamos”.

Andrea Abreu es una escritora que se muestra sin complejos. Tanto es así que no tiene ningún reparo en afirmar que su primera novela, Panza de burro (Barret), está escrita a ritmo de reggaetón y bachata (no hace falta poner aquí lo revolucionario que esto supone en el mundo de la literatura) o romper con ella múltiples tabúes y poner en valor su tierra y habla.

‘Panza de burro’ es una historia sobre la amistad entre niñas, de ese punto en el que empiezan a hacerse mayores.

Sí, trato ese limbo en el que nos encontramos las niñas cuando estamos a punto de ser adolescentes, cuando nos empieza a venir la regla y tenemos los primeros encuentros sexuales. Esos momentos en los que te encuentras muy perdida y sueles agarrarte a tu mejor amiga, creando identidad a través de la otra persona.

También está la cuestión del barrio y de la identidad canaria. Intenté escribir el libro en canario, o por lo menos en mi canario particular, porque necesitaba hacerlo así y siento que hay un vacío en nuestra generación. Hay escritores que lo están haciendo, pero sentía que había un vacío y que no estaba narrada la realidad de los 2000 desde la perspectiva canaria. Tenía muchas ganas de hacerlo.

También está la cuestión de las nubes, de la panza de burro. Para mí es lo que está pasando en la mente de una niña preadolescente en ese momento. Es una sensación de opresión, de no saber expresarse, que tiene su metáfora en el cielo tupido. También aparece la cuestión de clase, el turismo en Canarias, la vida de quienes trabajan para que los demás tengan vacaciones…

Dices que es el momento en que una niña pasa a la vida adulta. Y, en ese punto, se da una ruptura del tabú de la sexualización de la amistad femenina en esos años, de la inquietud preadolescente.

Ese tema de la sexualidad infantil, que es tabú para mucha gente, es un tema que se evade continuamente. Creo que desde la perspectiva adulta lo negamos, como si cuando fuéramos jóvenes no hubiéramos actuado muchas veces de esa manera. Para mí el tema principal de Panza de burro es lo romántico y lo sexual y la relación entre niñas. Lo que tiene que ver con niñas queda invisibilizado.

Cuando te preguntan cuándo es la primera vez que te has besado, las chicas solemos responder con el nombre de un chico. Pero para nosotras esa suele ser la verdad oficial. Sin embargo, muchas de nosotras nos hemos besado de pequeñas con nuestras amigas para ver qué se siente, como si fuera de broma. Pero en realidad es experiencia sexual y aprendizaje. Eso quería retratarlo. Me parece que faltan referentes en ese sentido. Hay dos libros que me han marcado mucho en ese sentido: Las niñas prodigio, de Sabina Urraca, y Vozdevieja, de Elisa Victoria.

En esos dos libros, al igual que en el tuyo, aparece la idea de niñas que se enteran de todo, pero no saben expresarlo con palabras. Como en el libro: lo titulas ‘Panza de burro’, pero sin embargo no aparecen citadas estas palabras dentro.

Eres el primero que me lo resalta. (Risas). Intenté premeditadamente no utilizar la palabra porque para mí es una metáfora de la imposibilidad de expresar los sentimientos. Sobre todo, lo que tiene que ver con la protagonista. Son niñas que están bloqueadas en expresar lo que sienten por la otra. Continuamente la protagonista dice “yo me recordé que nosotras no éramos amigas de las que se dicen te quiero y se tocan”.

Tengo la sensación de que es una niña muy lesbiana que no se atreve a decírselo a su amiga porque hay una obligación implícita de no decir lo que sientes realmente. Pienso que tiene que ver con el mundo adulto, con la represión. Al final las niñas beben de eso.

En este sentido, la amistad entre ellas es un amor-odio constante. La tiene muy idealizada, pero también siente muchos celos hacia ella. Se trata de un sentimiento que no logra entender.

En la amistad entre niñas, por lo menos en mi experiencia, se entremezclan sentimientos que a nivel oficial no deberían. Amor con amistad, con envidia y con odio. Estás en un punto en el que te estás construyendo a ti misma y cuando ves que tu amiga despunta un poco más que tú, te da una envidia muy fea. Sientes que es tu persona desdoblada en dos: cuando una parte de tu cuerpo camina más adelante, quieres volver a integrarla.

Como dices, las niñas no son capaces de expresar lo que sienten. ¿Por qué no ponerles esas palabras?

Creo que porque yo sentía que esa cuestión ha estado muy presente en mi vida y quería indagar en ello y necesitaba explorarlo a través de la ficción. Esto, además, es algo que ha sucedido a muchas amigas de mi generación. Me ha ayudado mucho para empezar a expresar lo que siento por las personas a las que quiero.

Otro tema importante, como decías, es la realidad neocolonial que se vive en las islas.

Sí. Muchas veces se viven las Islas Canarias como una especie de paraíso para el disfrute guiri. Cuando en realidad, la vida de las personas de allí está cruzada por la pobreza y la invisibilización. Quería contar esa parte, que es mi parte: mi padre es obrero y mi madre trabajadora del hogar. Me parecía que se trata de una realidad poco retratada. Canarias desde la vida de quienes trabajan y la realidad de neocolonial.

En este punto es donde aparece la crítica social: unas niñas no pueden entrar a un recinto vallado porque es donde los alemanes pasan su verano. Ese paraíso prohibido en su territorio.

Las niñas de los 2000 fuimos las primeras que vivimos la integración del turismo rural, más ecológico. Es cierto que el turismo en el sur de las islas siempre ha existido, pero cada vez se va diversificando más y se ha integrado en sitios en los que nadie pensaría que estuviera. Como el barrio se narra el espacio de Panza de burro. Quería relatar el contagio tan fuerte que hay entre los guiris tomando el sol y cómo lo viven las niñas.

La protagonista lo vive con envidia, de estar leyendo libros súper gordos y no tener que limpiar con su madre, pero también con la superioridad de que siempre se ríen de ellos, como si estuvieran un paso más allá y que pueden venderles cosas canarias de mentira.

Otro protagonista es el lenguaje: un torrente que da mucha personalidad al libro.

La cuestión del habla es uno de los elementos primordiales. Cuando empecé a desarrollar la novela no estaba contenta con la forma, porque me sentía que me quedaba a medio gas. Yo quería escribir la novela en canario, pero no sabía cómo hacerlo y por ello quise recurrir al canario oficial. Sin embargo, había una jerarquía muy fuerte entre la narradora y los diálogos.

Me di cuenta entonces que tenía que romper esa jerarquía, porque cuando se hace un intento de escribir un habla determinado, el narrador siempre está en una posición determinada y los personajes hablan en dialecto. Pero mi narradora tenía que hablar en el dialecto. En mi libro los diálogos y lo que dice la narradora se entremezclan, no hay una diferenciación, no hay guiones, no hay signos de interrogaciones al principio de las preguntas. Yo quería que todo estuviera impregnado de oralidad y de lenguaje Messenger. Así, quería ser honesta, no podía acudir al diccionario canario. Tomé la decisión de huir de la oficialidad.

Esto le da mucho ritmo al libro.

Sí. Esto, junto con la música, es muy importante en el libro. Yo creo que Panza de burro está escrito a ritmo de reggaetón y de bachata. Cuando yo escribía, tenía puesta esta música de fondo y para mí las frases tienen ese ritmo.

En el prólogo, Sabina Urraca dice que pensaba poner un glosario con el significado de las palabras. Pero al final decidiste que no.

Desde el inicio yo me negué a hacer el glosario porque, al igual que cuando una lee a un autor latinoamericano no se plantea la posibilidad de que haya un glosario, pensé que con el canario sería lo mismo. Si quiero que se respete la lengua canaria, no puedo estar traduciéndolo a la península.

Desde la península hay que ser conscientes de que en Canarias se habla diferente. Y una vez que se acepte eso, también se aceptará el hecho de ir a buscar una palabra al diccionario o a Google. Una cosa que le pasa mucho al canario es que está invisibilizado. Mucha gente se sorprende cuando le digo que tenemos palabras de origen súper diverso: de Portugal, de Latinoamérica, del inglés, del guanche… Eso se tiene que saber y mi aportación es no traducirme.

Aun así, muchas veces la protagonista le pregunta a la abuela o la va corrigiendo en el propio canario.

Corregir a las abuelas tiene que ver con una especie de vergüenza, que tiene que ver con que queremos parecernos muchas veces a los peninsulares. Lo guay parece ser decir ‘vosotros’ y no ‘ustedes’. La forma más política hoy en día de defender mi tierra es defender la forma en la que hablamos.

En el libro estas dos generaciones, la de la abuela y la niña, son muy diferentes, pero muy unidas a la vez. Los padres y las madres tenían que trabajar y las niñas eran cuidadas por las abuelas. En la década del 2000 convivían dos mundos muy dispares: el de las canciones en inglés y el Messenger y el de las abuelas pelando papas. Son dos mundos completamente diferentes que conviven: lo antiguo con lo nuevo.

Esa cultura del 2000, la del Messenger y las canciones en inglés, la representas muy bien, consigues universalizarla.

Al final todas venimos de un barrio, de un pueblo, y vivimos el chat de Terra, las telenovelas en verano, las novelas. Quería retratar esta realidad porque creo que la infancia de los 90 está bastante narrada, pero no la de los 2000. Hemos vivido una realidad muy diferente que no está en los libros y que hay que narrarla. Ese choque brutal entre la cultura de nuestras abuelas y las redes sociales nos ha forjado la personalidad de una manera completamente diferente.

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