Para disfrutar de terror del bueno: ‘Frenesí’, de Hitchcock

Un fotograma de la película 'Frenesí'.

Un fotograma de la película ‘Frenesí’.

Un fotograma de la película 'Frenesí'.

Un fotograma de la película ‘Frenesí’.

Ahora que ya estarán ustedes empachados de terror festivalero, de disfraces, fiestas macabras y películas pesadilla, sueños terribles e inconcebibles, celuloides de sangre, asesinos tras máscaras, deformidades, muertos vivientes y fantasmas, vampiros, diablos… Ahora que ya estarán saturados de maquillajes, sangre artificial dejándolo todo perdido y risas incrédulas, cuerpos sin cabeza, malos contra el mundo…, y todo ello más o menos (más bien más) predecible, vengo yo y les ofrezco disfrutar del verdadero terror. ¿De la mano de quién? Está claro, del maestro Hitchcock. Hoy les invito a disfrutar de la penúltima película del genio londinense, ‘Frenesí’ (Frenzy, 1972).

Frenesí supuso la vuelta al Reino Unido del director tras más de 20 años dedicado a la cinematografía norteamericana y a los grandes estudios de Hollywood. Supone, en cuanto a producción, una vuelta al presupuesto modesto, pero ni mucho menos un retroceso en la calidad y la fuerza, ni cinematográfica ni conceptual, del gran señor del suspense y la intriga. Frenesí es la penúltima película de Alfred Hitchcock, pero por su capacidad de invención, de riesgo y superación, podría parecernos el debut cinematográfico de un joven prometedor al que sería necesario seguir en su carrera cinematográfica por el ingenio y el elaborado riesgo que sorprendentemente desarrolla.

Es Frenesí una continuación en el universo hitchcockniano de crímenes en serie y falso culpable, pero al contrario de sus grandes éxitos norteamericanos, el maestro inglés da la espalda a la artificialidad de los grandes estudios y sus luces para fotografiar con mayor verosimilitud su historia, rodeándola de una concreta realidad social.

La historia, escrita por el gran Anthony Shaffer sobre una novela de Arthur La Bern, cuenta las vicisitudes de Dick Blaney (interpretado por Jon Finch), un desafortunado londinense que es acusado falsamente de violar mujeres y asesinarlas con una corbata. Blaney se ve implicado cuando su ex esposa Brenda (Barbara Leigh-Hunt), con quien tuvo una relación polémica y complicada, es asesinada. Junto con su actual novia, Babs (Anna Massey), Dick intenta escapar de la policía y limpiar su nombre. El caso de asesinatos en serie está a cargo del inspector jefe Oxford (Alec McCowen). Mientras Blaney sufre una desasosegante persecución, el verdadero asesino, Robert Rusk (Barry Foster), construye pruebas falsas para encausar al desdichado alcohólico y desempleado protagonista, cuya respetabilidad no le concede, precisamente, protección frente a las acusaciones a las que se ve sometido.

En Frenesí no es necesario esperar hasta los últimos minutos para conocer la identidad del criminal, ya que se nos revela antes del segundo asesinato. Pero esta es una película de Hitchcock, lo que no significa que pierda su interés; al contrario, la intriga y el desasosiego conducen al espectador hasta las ansiosas vidas y ánimos de los personajes, no sólo del pobre falso culpable, sino, gracias al, digamos, retorcido sentido del humor de don Alfred, también al del asesino y sus víctimas. Brillante.

La frustración sexual, uno de los temas estrellas del director, está por supuesto en el centro de la historia, esta vez de manera más directa, más cruda, más real. En Frenesí las motivaciones del violador y asesino en serie nunca están desdibujadas. Hitchcock se enfrenta sin tapujos a la mente y el infierno del villano, pero también lo hace al resto de personajes; hasta los más secundarios reflejan sin miramientos las miserias del ser humano, la desconfianza, el asco, la impaciencia, el alcoholismo, el miedo, la venganza, la hipocresía. Frenesí mezcla de manera magistral la muerte con la repugnancia, y sin embargo la cubre de ese humor negro, áspero, que dulcifica comprender lo alejados que nuestros mundos individuales se encuentran entre sí, la estupidez que produce a veces, simplemente, vivir. La cruda normalidad, la banalidad del horror.

Pero no se apuren; Hitchcock nos quiere hacer disfrutar, incluso sacarnos muchas sonrisas, y vaya si lo consigue. Tengan en cuenta que él amaba tres cosas: sexo, muerte y comida, y ante eso es muy difícil resistirse.

Es delicioso sentir a Hitchcock usando la cámara. Ningún plano de Frenesí es despreciable, sus interminables cortes frente a sus largos plano, sus paradas de cámara o sonido, sus maravillosas elipsis, maestría que ocultando sorprende al espectador, sintiendo el horror que se produce allí donde no vemos. Terror puro. Qué quieren que les diga, obra maestra.

Si pueden, disfruten de horror auténtico, de los detalles macabros, del humor incongruente y negrísimo, de la desesperación de un hombre condenado por un crimen que no cometió. Nos puede pasar a todos. Y todo ello con una corbata.

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