‘Parténope’: la empoderada y libre Nancy Cunard bajo el foco de Man Ray
El Teatro Real estrena por primera vez en España una versión representada de ‘Parténope’ de Händel. Se trata de una producción del estadounidense Christopher Alden que rinde homenaje a la agitadora cultural Nancy Cunard, una mujer libre y empoderada que revolucionó el París de los años 20, donde hizo amistad con el multifacético artista Man Ray.
Una vez que un regista toma la decisión de actualizar el libreto de una ópera y otorga al protagonista la personalidad de una figura histórica real, ¡qué importante es dar con el personaje adecuado! Más que importante, es crucial para que el resultado llegue a buen puerto. Esta puesta en escena de Parténope de Händel creada hace 13 años por el estadounidense Christopher Alden nace indudablemente de un trabajo tenaz, pero también de una idea brillante y feliz: la de transformar a la protagonista que da nombre a la obra –la reina fundadora de lo que más tarde sería Nápoles en el siglo VII a. C.– en Nancy Cunard, la agitadora cultural del París de los años 20. Y situar la acción en su idealizado apartamento que se hizo famoso por las fiestas que allí se organizaban.
La idea resultó doblemente feliz. Cuenta el director neoyorquino que al principio de recibir el encargo él y su equipo pensaron en un personaje femenino del siglo XX que tuviera esa personalidad empoderada, fresca y liberal que Silvio Stampiglia, autor de la obra original en la que se basó el libreto, otorgó a la protagonista de la ópera. Tras descartar a Margaret Thatcher y a Eva Duarte de Perón, parecía que habían dado con la solución: la modista Cocó Chanel. Sin embargo, finalmente se decantó por Cunard. Y es que en la Parténope de Alden, si existe un mensaje claro, es que son las mujeres las que importan, las que están en la cúspide de la pirámide. Que es más cierto que tras toda gran mujer hay un gran hombre que en sentido contrario. Y en este caso, ese hombre fantástico sería Man Ray, el neoyorquino al que algunos consideran uno de los padres de la fotografía moderna y que retrató a la Cunard en París durante aquellos años locos, despreocupados y felices. Alden le otorga el personaje de Emilio, uno de los grandes perdedores de la ópera, al que Parténope dice en el tercer acto: “Ya que no hemos sido amantes, seremos buenos amigos”. Pero ese perdedor le permitirá al director de escena utilizar su universo visual como arma estilística de esta producción estrenada en la English National Opera de Londres y que ganó el premio Olivier de 2009 a la mejor ópera de la temporada.
Tan importante es Man Ray en esta ópera que es el primer personaje que vemos en escena. Aparece por la derecha del escenario, cuando suenan los últimos compases de la obertura, cargado con su perenne cámara fotográfica y con una de esas máscaras que confeccionaba. Concretamente una máscara realizada con una cartulina blanca con un agujero por el que sacar el rostro al que se le añaden una especie de gafas de motorista o buceador. La misma que utilizó para retratar a André Bretón, fundador del movimiento surrealista, en 1930. Sutil aviso para navegantes de todo lo que veremos después.
Qué fundamentales fueron las máscaras para la producción artística (de todo tipo: dibujo, escultura, grabado o fotografía) de Man Ray y qué suculenta metáfora para una ópera que podría resumirse en una especie de manual de usos amorosos. Y a las batallas del amor se suele acudir enmascarado para salir de ellas, tanto en la victoria como en la derrota, desnudo.
Escribe Alberto Hernando en la revista Letras Libres un artículo titulado Nancy Cunard y el malditismo femenino en el que, entre otras cosas, dice: “La prensa del corazón celebraba más las escandalosas andanzas de Nancy Cunard que su obra poética o periodística en favor de causas sociales. Caída en el olvido, su recuerdo sólo pervivía como icono fotográfico de Man Ray, en el que ella aparece con sus lánguidos ojos glaucos, elegantemente vestida y ambos brazos repletos de brazaletes de marfil”. Fueron famosas y temidas sus broncas etílicas y junto a sus amigas solía causar estragos entre las huestes masculinas. Entre los muchos amantes que tuvo en aquella época destacan Tristan Tzara, Ezra Pound y Louis Aragon. Cómo no iba a resultar un acierto convertir a Parténope en esta interesantísima mujer para contar una ópera que es en sí misma un tratado sobre los líos amorosos.
El resultado final es un espectáculo elegantísimo y mordaz. Con Parténope Händel realizaba un experimento teatral para la época. Disfrazar una ópera cómica de ópera seria. Alden así lo hace, introduciendo elementos de alta comedia empaquetados con la originalidad y el desparpajo del universo de Man Ray. Su huella queda en innumerables elementos escenográficos, pero también, y desde luego, en la fantástica iluminación de Adam Silverman, que otorga especial importancia a las sombras de los personajes y hasta logra una especie de solarizado en amarillo en el primer acto. Cuentan que esa técnica fotográfica la descubrió por casualidad Lee Miller, la que fuera su amante y ayudante en París. De ella también se acuerda Alden en el tercer acto, cuando el propio Man Ray completa un gigantesco mural de un retrato de la bellísima Miller mientras los personajes se baten en sus duelos amorosos.
La ópera posee esa magia del teatro en directo que hace que cada función sea única y, muchas veces, llena de sorpresas. El pasado día 13 se estrenó esta ópera con un, sobre el papel, fantástico primer elenco de cantantes. Al día siguiente tocó el turno del segundo cast, que logró adelantar por la derecha a sus compañeros del día anterior. El estreno estuvo encabezado por la soprano estadounidense Brenda Rae. La cantante, que interpretaba por primera vez este papel en su repertorio, estuvo un tanto abigarrada e insegura, lo que hizo que el resultado final de toda la velada quedase de alguna manera empañado. Pero al día siguiente le tocó el turno a la soprano española Sabina Puértolas, que logró capitanear una función que parece estar hecha a su medida. Cantó y actuó con garra y con el corazón. Pizpireta, con proyección y muchísima seguridad. Estaba exultante en los saludos sabiendo que había ofrecido una de sus mejores noches en el Teatro Real. En resumen, los seis cantantes del segundo elenco en la noche del domingo 14 lograron una conexión extraordinaria. Se divirtieron mucho juntos en escena y ese buen rollo se transmitió al patio de butacas. Ni siquiera las cabriolas cantando colgado de una barandilla ni y el número de claqué y castañuelas que se marcó el contratenor Anthony Roth Costanzo –en el papel de Armindo– en el estreno –y que no reprodujo al día siguiente Christopher Lowery– fueron suficientes para decantar la balanza a favor de los primeros.
El mejor de la noche del estreno fue el contratenor Iestyn Davies en el papel de Arsace. Händel es su hábitat natural (memorable fue su rey David en el Saúl de 2015 en Glyndebourne, con puesta en escena de Barrie Kosky). Aparte de un cantante que hace gala de una técnica y una dicción fantásticas, es un gran actor. Al día siguiente, su papel lo interpretó el grandísimo contratenor argentino Franco Fagioli, otro experto en Händel. Tiene grabadas como mínimo seis óperas del compositor, entre ellas la última Agrippina, con la que giró con la estadounidense Joyce DiDonato. Son famosas sus agilidades y dotes interpretativas. El domingo, además, cantó las arias de lamento con especial gusto y emoción. En el papel de Emilio / Man Ray se turnaron los tenores Jeremy Ovenden y Juan Sancho. Las mezzos Teresa Iervolino y Daniela Mack dieron vida a Rosmira (Eurimene). La segunda logró componer un papel más creíble que la primera en el personaje travestido de la ópera. Rosmira es la otra mujer en esta historia y es el personaje astuto y embaucador que apuesta su amor a la ceremonia de la confusión y sale triunfante.
Ivor Bolton dirigió con gran maestría a la orquesta del Teatro Real y su continuo de refuerzo. Una orquesta situada, tal vez, demasiado elevada en el foso –pese a contar con una formación típica para el barroco– que en ocasiones sonó con demasiado volumen.
Según Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, esta es la primera vez que se representa escenificado en España este título handeliano que esconde algunas de las arias más bonitas y asombrosas de toda su producción de 42 óperas. Se trata de un espectáculo de altísimo nivel creativo. Divertido y adorable a partes iguales. Las nueve funciones que ha programado el Real son una oportunidad única para gozar con una propuesta escénica que va camino de convertirse en un clásico.
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