Pascal Bruckner: “El amor de los mayores sigue siendo el tabú supremo”

El filósofo Pascal Bruckner. Foto: Editorial Siruela.

Desde el siglo pasado la esperanza de vida no ha hecho más que aumentar. ¿Qué podemos hacer con este regalo? A esta y otras cuestiones, incluida alguna muy discutible opinión sobre el ecologismo, responde en esta nueva ‘entrevista emocional’ el reconocido filósofo francés Pascal Bruckner (París, 1948) en esta entrevista y en su libro ‘Un instante eterno’ (Siruela), en el que defiende el deseo, el sexo y el amor para que el corazón no envejezca.

“A estos años extras me gusta llamarlos el veranillo de la vida, un periodo de renovación de los proyectos y las esperanzas que se nos regala más allá de la cincuentena. Es como una cuarta edad que nos ha sido concedida y que, de ninguna manera, debemos desaprovechar”, dice Bruckner, que cree que los Gobiernos no se están preparando lo suficiente para el envejecimiento que la población mundial va a experimentar en las próximas décadas: “A mitad de este siglo, la gente con el pelo canoso vamos a ser mayoría. Lo que implicará que la juventud será minoritaria y no marcará la orientación de nuestras sociedades (…). Me temo que nuestros Gobiernos no están preparándose en absoluto para esta nueva realidad y siguen mirando hacia el futuro con los ojos del pasado”.

La vida ha dejado de ser efímera. Ahora, cuando cumplimos 50 años, tenemos entre 20 y 30 años más de tiempo para nosotros. ¿Qué podemos hacer con esas décadas extras que nos encontramos gracias al incremento de la esperanza de vida?

Ese es el desafío que debemos afrontar. La concepción clásica de la vejez imponía a la tercera edad la obligación del descanso y la quietud. Sin embargo, un hombre o una mujer de 50 años o más está hoy en una forma física e intelectual envidiable. ¿Por qué llamarlos a retreta sabiendo que ese término militar es sinónimo de derrota? Los jubilados serían así los grandes vencidos en la guerra contra el Tiempo; unos vencidos que hubieran asumido hace mucho su derrota. Es esa mentalidad la que hay que cambiar, ya que nuestra actual concepción de la edad es la misma que se tenía al terminar la Segunda Guerra Mundial. A estos años extra me gusta llamarlos el veranillo de la vida, un periodo de renovación de los proyectos y las esperanzas que se nos regala más allá de la cincuentena. Es como una cuarta edad que nos ha sido concedida y que, de ninguna manera, debemos desaprovechar.

La esperanza de vida aumenta cinco horas cada día. En su libro ‘Un instante eterno’ (Siruela, 2021), comenta que lo que la ciencia y la tecnología han prolongado no ha sido la vida sino la vejez. ¿Vivimos más tiempo aunque estemos más enfermos, vivimos con más problemas?

Es cierto, el riesgo de prolongar nuestra vida es también el de multiplicar la posibilidad de sufrir patologías degenerativas. La enfermedad no es solo una de las taras de los mortales, sino parte del precio de la longevidad. Con la edad, somos un poco como esos coches viejos que se estropean cada 100 kilómetros y que hay que reparar. Lo ideal sería que la ciencia pudiera conservarnos, en estado y en apariencia, como cuando teníamos 30 o 40 años; es decir, que estirara al máximo nuestro momento de plenitud. Pero semejante milagro no es posible, y los estragos del tiempo hacen especial mella en nosotros más o menos desde la mitad de nuestra existencia. Como suele decirse: si a partir de los 50 no te duele algo al levantarte por la mañana, seguramente es porque estás muerto. Sufrir se convierte así en una evidencia de nuestra vitalidad. Hay, por suerte, medios para aliviar el paso del tiempo: el ejercicio físico, el deporte y, sobre todo, la curiosidad intelectual –como aprender idiomas, música, matemáticas…–. Sin olvidar, last but not least, el amor, cuya necesidad no nos abandona jamás y que nos brinda la sensación de vivir en las alturas.

Para 2050 se espera que exista el doble de ancianos en el mundo que de niños. Habrá más personas mayores de 65 años que menores de 5 años. ¿Se están preparando los países, desde un punto de vista político, social, laboral y económico, para esta nueva realidad a la que nos vamos a enfrentar?

A mitad de este siglo, la gente con el pelo canoso vamos a ser mayoría. Lo que implicará que la juventud será minoritaria y no marcará la orientación de nuestras sociedades. Pero dentro de los mayores, los intereses serán divergentes según la década a la que pertenezcan: los de 50 no tendrán lógicamente las mismas preocupaciones que los octogenarios o los centenarios, que serán cada vez más numerosos. Las luchas sobre la edad enfrentarán, sobre todo, a los senior. Me temo que nuestros Gobiernos no están preparándose en absoluto para esta nueva realidad y siguen mirando hacia el futuro con los ojos del pasado. En Francia, dos partidos populistas, Rassemblement National y France Insoumise, quieren que la jubilación se adelante a los 60 años. Es en verdad la medida más retrógrada del mundo, ya que la edad de jubilación debería fijarse, con carácter voluntario, en los 70 años (en Alemania está fijada en 68 y en Rusia en 65).

¿Conseguiremos detener el envejecimiento y doblegar a la muerte como se ha venido pronosticando en los últimos años?

Podemos intentar retardar la edad de entrada a la vejez; al fin y al cabo, atrasar el reloj para intentar abolir la muerte es una de las quimeras recurrentes del ser humano. No estoy seguro de que la inmortalidad no sea en realidad un regalo envenenado, pues nos privaría del carácter efímero y trágico propio a la condición humana. En la base de la existencia, está ese regalo maravilloso que es la continua renovación de las generaciones y ese milagro que es el nacimiento, el cual permite rehacer el mundo desde una nueva base. Para que el recién nacido entre en escena es necesario que el anciano desaparezca. Así que, aunque a regañadientes, debemos de aceptar nuestra mortalidad, aunque hagamos todo lo posible por vivir en buena forma y lo máximo posible.

En esos años extra de que disponemos ahora, en ese ‘veranillo de la vida’, como lo llama, el deseo y el amor son dos grandes aliados para que el corazón no envejezca, para que no languidezcamos…

Sí, el amor de los mayores continúa siendo el tabú supremo. Imaginar que nuestros padres o nuestros abuelos tienen aún una vida sexual roza casi lo obsceno. Nos imaginamos que han abandonado el universo de Eros para ingresar en un limbo de amistad y sabiduría. Sin embargo, a cualquier edad, las pasiones son las mismas, incluso si en apariencia no resultan tan seductoras. No hay que renunciar a nada, excepto al hecho mismo de renunciar.

Los estoicos, los epicúreos, en definitiva, los clásicos nos dieron algunas ideas de cómo vivir mejor. En este mundo contemporáneo agitado y narcisista, ¿qué se entendería por una buena vida, por vivir bien?, ¿cuál es el secreto de una vida virtuosa?

No estoy seguro de que la vida virtuosa sea la vida más interesante. Para empezar, ¿quién define la virtud?, ¿quién decreta lo que esta debe ser? La realización personal, física y mental, debe mantenerse equidistante de los vacuos encantamientos de nuestra época y de los callejones sin salida de la misantropía.

Montaigne decía que filosofar era aprender a morir. Antes convivíamos con la muerte, la teníamos cerca, velábamos a nuestros seres queridos en casa. Ahora da la sensación de que ocultamos la muerte. Nos hemos alejado de ella. La hemos apartado. Más que nunca nos creemos inmortales, no toleramos el fracaso y el fin de nuestro cuerpo. ¿Por qué?

La revuelta contra la muerte propiamente dicha data de finales del siglo XIX, con La sonata a Kreutzer de Tolstói. Sin embargo, no creo que podamos aprender a morir. Morir es un examen que todos aprobamos, aunque no hayamos estudiado para él. Si además de lo lamentable que resulta tener que desaparecer, nos obsesionamos con ese funesto acontecimiento, no terminaremos nunca. Es a vivir a lo que hay que aprender, con el horizonte de finitud que eso conlleva, y es a esta lección a la que hay que dedicar todas nuestras fuerzas.

“Residir en esta tierra es un milagro, aunque sea un milagro amenazado. Madurar es entrar en un ejercicio interminable de admiración, encontrar mil oportunidades con la gracia de un animal, de un paisaje, de una obra de arte, de la música”, escribe. ¿Estamos tan ocupados que somos incapaces de detenernos a contemplar tanta belleza que nos rodea, tanto esplendor?

Es cierto que entre todas las grandes ideologías que se disputan nuestro terreno intelectual, la consideración de la belleza está apenas presente. Incluso la ecología se ha convertido en un combate político, o en una lucha para castigar a la humanidad por haber mancillado el planeta. La idea de que queramos preservar un paisaje por su esplendor o una especie por su rareza le resulta muy extraña a muchos activistas. Sin embargo, la ecología sobrevivirá si se convierte en una movilización en favor del embellecimiento del mundo.

Dice que, en nombre de la justa lucha contra el cambio climático, estamos creando una generación aterrorizada y, al hacerlo, les robamos su despreocupación. “Los movilizamos menos de lo que les paralizamos”, explica. ¿Cómo habría que abordar, a su juicio, el problema climático?

De manera fría y racional, favoreciendo la adaptación en vez del catastrofismo. Hay que tomar rápido buenas decisiones, pero teniendo en cuenta al mismo tiempo la inercia del animal humano y evitando las medidas punitivas basadas en la privación y el ascetismo. El miedo nos convierte en niños dóciles y ciegos. Pretender llevar de nuevo a la humanidad a la luz de candiles y el coche de caballos, como exigen muchos catastrofistas, es solo una regresión que no cambiará en nada el problema del clima. Creo que es la innovación tecnológica, especialmente en el terreno nuclear, la que puede mejorar la transición hacia energías no contaminantes.

En definitiva, la eternidad es el aquí y el ahora, este segundo que estamos viviendo…

Vivimos en una permanente paradoja temporal: obligados a vivir el instante presente como si fuera el último, y aun así ser capaces de hacer proyectos, de pensar en el mañana. Disfrutar del momento presente no impide la esperanza de un futuro próximo, que esperamos dulce y propicio a nuestra felicidad. A veces, tras la extrema intensidad de lo vivido, parece no existir continuación posible; en cambio, despertamos de nuestro éxtasis, retomamos nuestras preocupaciones diarias y seguimos sumidos en nuestros cambiantes humores. La modernidad devolvió a este mundo la trinidad cristiana del paraíso, el infierno y el purgatorio. La salvación, sin embargo, sigue estando en nuestras manos, y depende de nosotros y solo de nosotros que haya una vida auténtica antes de la muerte y no después de esta, como prometen ciertas religiones. De ahí la importancia de que, a partir de los 50 años, disfrutemos de cada día, de que intensifiquemos el tiempo sabiendo que no volverá jamás. La ventaja de la cuenta atrás es que siempre nos coloca bajo el signo de la urgencia.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Saigolap

    Por Saigolap, el 18 junio 2021

    Me agrada tener una visión positiva hacia las personas con cierta edad. Casi siempre son invisibles, sus opiniones no se tienen en cuenta y sus experiencias no son valoradas ni escuchadas.

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.