Historia de un pederasta de sangre helada que remueve lazos familiares

Imagen de la portada del libro 'Nada más real que un cuerpo' de la escritora Alexandria Marzano-Lesnevich. Foto: Libros del Asteroide.

Imagen de la portada del libro ‘Nada más real que un cuerpo’ de la escritora Alexandria Marzano-Lesnevich. Foto: Libros del Asteroide.

Imagen de la portada del libro 'Nada más real que un cuerpo' de la escritora Alexandria Marzano-Lesnevich. Foto: Libros del Asteroide.

Imagen de la portada del libro ‘Nada más real que un cuerpo’ de la escritora Alexandria Marzano-Lesnevich. Foto: Libros del Asteroide.

La investigación para la defensa de un pedófilo lleva a la protagonista a enfrentarse a muchos fantasmas de su pasado y secretos familiares. Alexandria Marzano-Lesnevich construye una primorosa bomba de relojería, una singular pieza literaria, en este magnífico diario de expiación que resulta ser ‘Nada más real que un cuerpo’. «Me gusta tanto el brillo de las luciérnagas que a veces, en lugar de soltarlas, pongo el tarro en la mesilla de noche. Pero por la mañana las luciérnagas son solo bichos y no sueltan luz».

No debe de resultar fácil sobrevivir a una tragedia con metáforas que sólo se sostienen en la oscuridad.

No debe de resultar fácil mirar fijamente a ese precipicio de aliento fétido que es a veces la familia:

«En 1984, cuando mi abuela está en su cama medio vacía y mi abuelo se detiene en la escalera, aún queda una posibilidad. Quizás esta noche, a diferencia de todas las noches anteriores, mi abuelo dé la vuelta».

No debe de resultar fácil abrir los ojos después de haber visto la mirada de tu abuelo atravesar tus sueños y atravesar tu inocencia en un ejercicio de abuso continuado.

Por fortuna para la Historia de la Literatura, Alexandria Marzano hace fácil lo difícil y construye una primorosa bomba de relojería en este magnífico diario de expiación que resulta ser Nada más real que un cuerpo (traducción de Flora Casas). En él la autora desentraña su tragedia asida al cuerpo de otra tragedia. Se sumerge en el asesinato de Jeremy Guilorry, un niño que una tarde llama a la puerta equivocada, y coloca sus huellas sobre los pasos de su asesino, un pederasta de sangre helada que guarda a su víctima dentro de un armario mientras en la misma habitación en que empieza a pudrirse juegan otros niños. Ricky Langley es un asesino, un hombre cruel, pero es también un niño perdido, un niño envuelto en mil tragedias que no lucha contra su hipotético destino y acaba convertido según la norma general, según la salida más fácil, en un monstruo de mil cabezas. Nada más real que un cuerpo habla de un asesinato, sí, pero habla sobre todo de los cadáveres de pulmones perfectos y larga vida que construyen los pedófilos.

Habla de apaciguar la memoria con la violencia de otros, con la violencia que no nos nombra:

«Cuando te lanzan un salvavidas, no te paras a pensar si es el más adecuado. Lo agarras, te aferras a él».

Habla de olvidar y de la afrenta que supone el olvido. De esa delgada línea que aleja un texto de la hipérbole inútil:

«Arrastramos lo que nos hace como somos».

Nada más real que un cuerpo está dividida en tres partes, en tres inviernos de lenguaje crudo, en tres infiernos de llamas altas:

«Que mi propio cuerpo es una prueba. Que llevo encima lo que mi abuelo le hizo a mi cuerpo. Lo arrastro por la vida».

Nada más real que un cuerpo no es un libro de lectura agradable por lo que cuenta, pero es sin duda un gran alimento literario y vital. Es una historia que te deshace de esa forma rotunda y protectora con que deshace el grito de una madre el porvenir de un niño que quiere ser un héroe antes de tiempo. Es desgarradora, bella y sincera. Esconde verdades que sólo una mujer sabría hilvanar sin caer en la venganza o en la locura. Está llena de fragilidad y de respeto a pesar del pasado y del futuro de la protagonista. Está llena de silencios y de renuncias, de heridas y de parentescos maquiávelicos. Está cuajada de pasividad maternal y de cenas familiares con olor a tragedia en cuanto se apaga la luz y todos ocupan sus camas. El silencio hace más veloces a los diablos. Está llena de sueños aplastados por el abuso. De trastornos que convierten a la protagonista en una caricatura de ella misma, en una sombra que cuadriplica los centímetros de piel y carne de la protagonista y que sólo será capaz de destruir cuando encuentre su lugar en el mundo, cuando la amen con el respeto con que un cuerpo debe ser amado. El abuso deja muertos que ningún médico podría certificar sin ser tachado de loco. Sin embargo, más allá de la ciencia y de la religión existen milagros capaces de absorber los pecados que otros cometen.

No dejen de leerle esta no fiction novel ante la que Truman Capote ejecutaría una categórica genuflexión porque es una hoguera útil que les arderá por mucho tiempo dentro del corazón y la memoria.

‘Nada más real que un cuerpo’. De Alexandria Marzano-Lesnevich. Traducción de Flora Casas. Libros del Asteroide. 368 páginas.

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