Pedro Sorela, adiós al escritor viajero

El escritor Pedro Sorela.

El escritor Pedro Sorela.

El escritor Pedro Sorela.

El escritor Pedro Sorela.

El escritor, periodista y profesor Pedro Sorela emprendió esta semana su último viaje hacia lo que él más apreciaba después de una buena conversación: el silencio. ‘Área de Descanso’ se detiene hoy en un hombre íntegro, preocupado por el empobrecimiento generalizado y la banalización de la cultura y del esfuerzo, algo que plasmó en una novela que debería ser de lectura obligatoria para periodistas y escritores, ‘El sol como disfraz’ (Alfaguara).

Cuando uno escribe, siempre tiene en mente a un lector imaginario. Luego, con la obra ya acabada, enseguida nos planteamos qué pensarán los dos o tres lectores reales –ahora sí– a quienes nos gustaría gustar. Para mí, uno de ellos era el escritor Pedro Sorela, que el pasado jueves emprendió su último viaje. Y es lógico, puesto que lo poco que soy en el terreno de la literatura y el periodismo se lo debo en gran parte a este querido amigo que nos ha dejado.
Fui su alumno en las clases de Redacción Periodística en la Universidad Complutense de Madrid en torno a 1990. La primera impresión que tuve de sus clases fue de miedo, y de respeto. Era gruñón y nada condescendiente, riguroso y alérgico a los tópicos. No estábamos acostumbrados a que nos tratasen como adultos. Sorela pasaba del programa y en sus clases ventilaba ese aire rancio que entonces se respiraba en la Facultad de Ciencias de la Información, sobre todo en algunas asignaturas. Nos dedicábamos a leer, a escribir y a comentar el resultado con los compañeros, aunque ninguno de nosotros quisiera salir a la palestra, acomodados como estábamos a la molicie de los apuntes y el libro del profesor. Aunque había escrito varios, Sorela no nos dio a leer ninguno de sus libros, pero sí tuvimos que devorar y analizar más de 50 títulos de obras que Pedro consideraba que eran fundamentales para nuestra formación como escritores y periodistas. Borges, Joyce, Hugo… Y cómo no, Cien años de soledad y Relato de un náufrago, de García Márquez, de quien era un especialista (hizo su tesis doctoral sobre el escritor colombiano).
Compartía con el Premio Nobel esa idea de que el periodismo es el mejor oficio del mundo y yo lo podía comprobar al leer las entrevistas y reportajes que por aquel entonces escribía en las páginas de Cultura del diario El País. Luego, su visión del oficio se volvió mucho más amarga, por la deriva de los tiempos, por el empobrecimiento generalizado y la banalización de la cultura y del esfuerzo, y lo plasmó en una novela que debería ser de lectura obligatoria para los periodistas y escritores, El sol como disfraz (Alfaguara). Con el tiempo descubrí no solo que Pedro había sido el mejor profesor que había tenido nunca, sino que había sido mi maestro. Me enseñó a mirar el mundo de otra manera, a no conformarme con lo evidente, tampoco en la literatura. Y nos dio un consejo muy valioso que siempre le agradeceré. En lugar de hacer prácticas en verano en un medio de comunicación, como era lo habitual, Sorela nos recomendaba que dedicáramos las vacaciones a leer y a viajar.
Tuve la suerte de poder contarle todo esto muchos años después, ya como amigos. Comíamos de vez en cuando, en lugares silenciosos, pues, como yo, detestaba el ruido. Íbamos a las presentaciones del otro y siempre fue generoso y entusiasta con mis libros y proyectos, algunos de los cuales me ayudó a poner en marcha.
Políglota (su primera palabra fue en italiano), cosmopolita y culto, Sorela fue un gran viajero. Nunca se movía sin su cuaderno y sin su lápiz, intentando captar en el papel lo que pasaba desapercibido para los turistas. Los viajes, de hecho, inspiraron algunos de sus títulos, como Lo que miran los vagos (Menoscuarto), uno de los mejores libros de cuentos que he leído en los últimos años y que tuve el placer y el honor de presentar en Madrid en la librería Alberti. No hay mayor recompensa para un discípulo.
Profesor, viajero, periodista. En realidad todas estas actividades solo eran una prolongación de la escritura, pues ante todo Pedro Sorela se consideraba un escritor, un narrador. Autor de varias novelas (Banderas de agua, Aire de mar en Gádor, Fin del viento), libros de cuentos (Cuentos invisibles, Historia de las despedidas), ensayos (Dibujando la tormenta, El otro García Márquez. Los años difíciles), teatro independiente, Sorela fue también un gran entrevistador, entre otras cosas porque era alguien que sabía escuchar y conocía muy bien cuál era su papel cuando estaba al otro lado.
Su última novela publicada, Banderas de agua (editorial fronterad), que bebe de Orwell, es el mejor libro que he leído sobre el absurdo de los nacionalismos, que puede llevar al poder a personajes como Donald Trump. Si algo detestaba Pedro Sorela era la mediocridad y los prejuicios.
La última vez que nos vimos me habló de una nueva novela que había acabado, pues a pesar de la enfermedad nunca dejó de leer y de escribir. Su mejor novela, me dijo. Pensaba, como su maestro García Márquez, que cuando uno escribe debe aspirar a lo mejor, a lo más alto, aunque muramos en el empeño. Ahora que nos ha dejado, espero que esta novela vea la luz muy pronto. Sería el mejor homenaje a uno de los autores más importantes de las últimas décadas, por su rigor y búsqueda de nuevos registros, y un derecho de todos sus lectores y amigos, entre los que me encuentro.

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