Las pesadillas tóxicas de Kiefer sobre la guerra y la destrucción

Obra de Kiefer

Una de las obras de Anselm Kiefer en la galería White Cube de Londres.

Al entrar en la White Cube gallery, en Londres, lo primero que recibes es una hoja de papel que intimida con advertencias de que no deben tocarse las obras porque es peligroso y que, si lo haces, corras a lavarte las manos enseguida. ¿Acaso matan las obras de Amselm Kiefer? No, sobrecogen, deprimen y emocionan, pero no asesinan. Hacen reflexionar sobre los desastres de las guerras.

Los consejos se deben a que el artista alemán ha ideado en su última exposición un lóbrego y catastrófico hospital de guerra con camas de plomo y paredes pintadas con este pigmento potencialmente peligroso, aunque mucho tendrías que chupar las salas y las obras para que te diera un colapso por envenenamiento.

Y estos árboles prescriptivos en forma de curarse en salud no deben distraernos de la profundidad de las formas que idea Anselm Kiefer (Donaueschingen, Alemania, 1945), uno de los grandes artistas contemporáneos, que regresa una y otra vez a su pesadilla más recurrente, la guerra y el nazismo. Lleva tiempo creando con pigmentos de plomo, de arena, sacando agua del pozo de su trayectoria obsesiva. Hace tiempo se interesó por la Cábala y la alquimia y de ahí nacieron esas torres de Jericó, armadas con contenedores, que vuelven una y otra vez a sus lienzos. En la retrospectiva que le dedicó en 2014 la Royal Academy de Londres, una de sus imponentes torres remitía desde el patio de acceso al tema básico del artista, la destrucción. Reflexiones de un pintor que trabaja desde la razón y el conocimiento de la historia de la Antigüedad y no desde las tripas.

El mito de Parsifal, la leyenda de los Nibelungos y ahora ese Walhalla, título de la última exposición, que remite al monumento levantado por Ludwig de Babiera en 1842 y también al paraíso donde moraban las Valkirias, junto a Thor, Odín, Brunilda, Sigfrido, sus héroes y dioses nórdicos. Desde mediados de los noventa, Kiefer utiliza el plomo como metáfora del mercurio y del espíritu del mal, y como símbolo del saber en su biblioteca de Libros de plomo. Cuando recubre con esta aleación los girasoles muertos, lo hace en un intento de preservar la vida en las semillas. Todo en su obra está lleno de referencias, A Van Gogh, Duchamp, Turner. En sus primeros años, Kiefer se fotografiaba de espaldas al mar, como el héroe romántico del pintor Caspar David Friedich, o vestido con el uniforme militar de su hermano en una serie de fotomontajes con el brazo en alto, collages que tituló Héroes del espíritú alemán, una clara provocación que levantó una inmensa controversia.

Obra de Anselm Kiefer en la White Cube de Londres.

Lo de ahora es otra vuelta al pasado, a la ciudad devastada por las bombas, una imagen recurrente en Kiefer como memoria de las ciudades alemanas destruidas en 1945 (el año en que Kiefer nació). Las imágenes actuales remiten a Aleppo, en una imitación del Apocalipsis concebida para llamar la atención sobre la amnesia colectiva. Para Kiefer “destrucción y creación son la misma cosa”, forman parte del proceso de la vida y de la muerte. En el pasillo central que vertebra las salas de la galería, las hileras de camas oxidadas con las mantas de plomo, la atmósfera es opresiva, agobiante. No hay luz, sólo el gris del plomo. Una de las salas está ocupada por el somier donde yacen las alas del águila destruidas por una enorme roca. El aplastamiento de la locura del nacionalismo. En otra, la escalera de caracol sin fin con vestidos acartonados que recuerdan a las instalaciones de Josep Beuys, es la torre de nueve metros hacia las Valkirias, las diosas que decidían quienes sobrevivían a las batallas, en su encuentro con la ciudad de Walhalla.

Ramas, arbustos secos, bicicletas, piedras, en vitrinas que parecen querer preservar a las especies del inminente fin del mundo. En las paredes, cuadros espesos con sus habituales torres derrumbándose. Hay color, capas, más capas de pintura y detritus. Van Gogh reaparece en algunos de estos paisajes que son como un brillo de esperanza entre tanta destrucción. Una de estas enormes pinturas recuerda los nombres de los artistas alemanes, están todos desde Durero y sus grabados del siglo XV sobre el apocalipsis.

Toda la exposición está llena de referencias a los desastres de la guerra. Una imagen muy obsesiva es la de la sala de Arsenal, cajas y más cajas de archivos que se supone guardan la memoria y los nombres de los muertos y desaparecidos. La imagen final, una fotografía en blanco y negro de un soldado que camina hacia la sangrienta batalla del Somme en la I Guerra Mundial, es una vuelta al pasado tan presente

‘Walhalla’, de Anselm Kiefer, puede verse en la White Cube Bermondsey de Londres hasta el 12 de febrero.

Obra de Kiefer de la serie ‘Walhalla’.

Obra de Kiefer en Londres.

Obra de Kiefer en Londres.

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