La ‘piel más antigua’ de la Tierra, los tepuyes de Venezuela, en peligro

Si hay alguien que conoce bien los tepuyes es el fotógrafo y aventurero venezolano Rodolfo Gerstl.

La piel de la Tierra está en los tepuyes de Venezuela, una zona de pequeñas mesetas abruptas, con paredes verticales y cimas planas que conforman uno de los paisajes más fascinantes de la selva, al norte de la Amazonía. Un tesoro que, según los geólogos, son los territorios más antiguos de nuestro planeta, emergidos en el periodo precámbrico, hace unos 2.500 millones de años. Ahora este lugar, en el Parque Nacional de Canaima, está en riesgo por una explotación minera ilegal, pero consentida, que contamina sus alrededores y tiene relación con el llamado ‘Arco Minero’ del Orinoco. La llamada de auxilio desde este Patrimonio de la Humanidad nos llega acompañada de imágenes de su belleza a través de una exposición que aún podemos contemplar en Casa de América, Madrid.

Si hay alguien que conoce bien los tepuyes es el fotógrafo y aventurero venezolano Rodolfo Gerstl, que puso el nombre de La Piel de la Tierra a la exposición que ha traído a la Casa de América de Madrid hasta este domingo, 14 de mayo. Gracias sus imágenes, muchas de ellas realizadas desde helicópteros, es fácil sentir las arrugas de esa piel que habitamos, la energía que emana, la delicadeza de sus aguas mansas en los valles y la fiereza de cascadas como el Salto del Ángel, con su kilómetro de altura de caída libre. En palabras de Gerstl, “una pieza única en ese museo de la naturaleza”. Por ello, le duele tanto saber de las llagas que la hieren.

Más de 400 veces ha visitado Canaima con sus cámaras. “Cuando cae el agua, manando desde las alturas justo después de las lluvias, se viven momentos mágicos. Es un espectáculo que nunca se olvida”, explica mientras muestra cada uno de los fragmentos de un paisaje que le tiene secuestrado para siempre. “Pero ahora los tepuyes están en peligro. Es una zona muy frágil y las minas de oro, diamantes y coltán son una grave amenaza”, denuncia.

Ese peligro, promovido desde el gobierno de su país, se suma a otro enemigo, del que nos habla frente a las extrañas figuras pétreas talladas al albur del agua y el viento durante millones de años: “También hay un turismo que llega y destruye: he visto zonas arrasadas porque machacan las piedras para llevarse un cuarzo de recuerdo. Terrible. Y cada vez se ven más plásticos y basuras”, asegura el fotógrafo, que recuerda el triste episodio del pasado mes de febrero: un magnate del turismo organizó una fiesta de cumpleaños en la cima de uno de los protegidos tepuyes, el Kusari, provocando un gran escándalo en el país.

Pero es la depredación minera la que más riesgo supone, y la más invisible. Frente al tepuy Roraima, sobre una porción de la cuenca del Orinoco, la huella es cada vez mayor. Los cauces, aseguran los grupos ecologistas, “están turbios, encharcados, mugrosos”. Sólo allí, unos 20 motores y motobombas trabajan de día y noche en un yacimiento de oro a cielo abierto. Hay unas 700 hectáreas de vegetación arrasadas y los ríos Caroní, Aponguao, Kukenán y Tek están contaminados de combustibles, mercurio, metales pesados, aceites… “Muchos son miembros de comunidades indígenas que viven en las partes bajas, en la selva, y venden el oro en el mercado negro. Con el fomento de ese negocio, han encontrado ahí una forma de vivir que resulta muy destructiva”, afirma Gerstl.

SOS Orinoco, organización con la que colabora el fotógrafo, denuncia cómo desde que en 2016 el Gobierno de Maduro aprobó el plan Arco Minero del Orinoco, el desastre se ha disparado dentro de zonas protegidas. En un reciente informe señalan que hoy es el país amazónico con más minas ilegales –680 sectores mineros en 51.286 hectáreas–, por delante de Brasil o Perú. Sólo dentro del Parque Nacional de Canaima, en 2020 detectaron 1.600 hectáreas arrasadas y 59 sectores mineros. Algunos, a sólo 24 kilómetros del famoso Salto del Ángel. En 2018 eran 1.000 hectáreas.

“Es el lado oscuro del paraíso que muestra Rodolfo. Uno de los lugares más biodiversos del mundo, el escudo guayanés, está siendo víctima de un criminal delito y no se habla de ello. El Arco Minero es hoy política de Estado y al impulsar la minería entran grupos armados de venezolanos, colombianos, incluso brasileños, que controlan a los pequeños mineros indígenas. Cualquiera con pico y pala abre un agujero en la selva. También hay balsas mineras en los ríos. Al ser una zona terrestre tan antigua, la capa vegetal es muy fina y cuando la quitan, sólo dejan arena sobre la que ya no crece nada”, denuncia la antropóloga Cristina Vollmer de Burelli, directora y fundadora de SOS Orinoco, desde Washington, donde vive. “Tuve que irme de mi país para poder seguir denunciando”, asegura.

“Para mí es un drama”, añade el fotógrafo. “En la minería, los indígenas ganan en 15 días lo que les produce el turismo en un año, aunque regresan a sus comunidades infectados de malaria y sin plata, porque todo lo ganado se lo comen y beben. Es una tierra de vaqueros”.

Cuando visitó por primera vez los tepuyes, Gerstl  no pensó que se convertiría en su portavoz visual por el mundo. Entonces él era un famoso paracaidista de competición que participaba en campeonatos mundiales de salto. En 1982, se propuso saltar desde un tepuy, y así se quedó atrapado por el diablo de esas rocas primitivas. Comenzó a conocerlos, a filmarlos para documentales, a recorrer sus grietas y admirar la belleza de sus bromelias y sus orquídeas.

“Allí he vivido muchas aventuras. Una, casi me cuesta la vida”, rememora. “Fue durante mi última visita con turistas a los que hacía de guía, en 2017. Estando  ya fuera del helicóptero en el que iba, éste perdió el equilibrio y se despeñó, arrastrándome en la caída. Por fortuna, quedé enganchado por una pierna en una roca, a seis metros en la pared, mientras veía cómo la aeronave se estrellaba 30 metros más abajo”. Finalmente, fue rescatado y hoy sólo le queda una leve cojera, mientras sueña con volver. “Es un sitio tan frágil… Hay piedras que si se empujan levemente se desmoronan. Yo hacía ir a los turistas en calcetines para no dañarlo. Triste ver que no hay control alguno”, se desespera.

En el intento de frenar la tendencia, la ONG ambientalista envió sus informes a la Unesco, que se ha comprometido a enviar una misión de monitoreo en el último trimestre de este año para comprobar lo que está pasando en los tepuyes y sus alrededores. “Las autoridades intentarán minimizarlo, pero el impacto es muy visible. Para la naturaleza y para los indígenas, que sufren la contaminación por mercurio de los peces que son su alimento y también por la destrucción de su cultura; la minería está generando enfrentamientos en sus comunidades entre jóvenes y mayores, con las mujeres, hay muchos abusos de los derechos humanos”, asegura Vollmer de Burelli.

Una vez terminada su exposición en Madrid, Rodolfo Gerstl seguirá viajando con sus fotos de La piel de la Tierra por otras ciudades de Europa. En sus imágenes, una piel hermosa con sus 2.500 millones de años. ¿Hasta cuándo?

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