‘Piscinosofía’: guía mundial de las piscinas perfectas

Piscina de Villa Lena, en la Toscana.

Anabel Vázquez, autora de un libro cuyo prólogo sentencia: “Esto no es un libro de piscinas”, añade a continuación: “Siempre hay un rato para dedicarle a una piscina”. Anabel Vázquez arranca relatando que, con apenas cuatro o cinco años, fue una piscina lo primero que armó con aquel juego de construcciones pensado para levantar castillos de colores. A partir de ahí, 25 capítulos donde, sin una sola fotografía (los lectores tienen dos opciones: imaginar o machacar su buscador de internet), describe las formas, los colores, la historia, las circunstancias, los personajes célebres que allí se sumergieron, su posible origen, cuánto han inspirado a la literatura, el cine, los usos y costumbres, la ética y la estética de un lugar que a priori identificamos con la felicidad. Las piscinas de su infancia, las que todavía no ha conseguido visitar y las más bellas, que, dice Anabel, son precisamente las imaginadas. Piscinosofía (Libros del K.O.) no es un libro de piscinas; es bastante más.

Desde “la Gran Bañera” de Mohenjo-Daro, actual Pakistán (2500-1800 a.C.) a las bellas y oceánicas que diseñó Álvaro Siza en Matosinhos; la de Torres Blancas, obra de Francisco Sáenz de Oiza, como todo el edificio, Villa Lena en la Toscana, aquella en las Bahamas donde los Beatles se bañaron vestidos en una sesión de fotos. Paris à la Nage, una guía ilustrada de todas las piscinas públicas de París, escrita por las hermanas Marine y Colombe Schneck, la piscina de la película El Guateque, la alberca que cada verano admite el baño de los vecinos de La Laguna, en Huelva; La Playa de Madrid, El Parque Sindical: las primeras brazadas, cuentan que sucedió en Egipto; Esther Williams, Ava Gardner, Greta Garbo, Joan Didion, Faye Dunaway retratada por Terry O´Neill en el Hotel Beverly Hills, el fin de los trampolines, la extinción del cloro, los ajustados bañadores Meyba que lucía sin pudor Fernando Esteso en Pepito Piscinas (1976), el fantástico relato de John Cheever llamado precisamente El Nadador, las piscinas pintadas por David Hockney, la pisci de la Complu (Universidad Complutense de Madrid), a salvo de gritos infantiles, o la espléndida piscina en las alturas del Hotel Emperador en plena Gran Vía madrileña, donde se presentó este libro una tarde nublada en la que nadie se atrevió a sentarse en el bordillo para experimentar ese placer que según Anabel Vázquez es imposible no sentir con los pies en remojo.

Dices que es un libro para leer en invierno.

Lo pensé por lo que puede tener de evocador, pensar en piscinas oyendo llover al calor de una manta, pero lo ideal es que se lea en cualquier época del año y ni siquiera seguido. Esa es la idea. Siempre hay un rato para dedicarle a una piscina. Mi madre dice que ella lo abre por cualquier página y es como si el agua le salpicara.

¿La piscina perfecta?

Modesta y rectangular. Larga, para poder nadar, aunque admito el concepto de “hacer anchos”, con un paisaje del sur no necesariamente cerca del mar, rodeada de olivos, alguna pared encalada, silenciosa… Podría estar en  la sierra de Huelva o en El Alentejo.

¿Agua verde o azul?

¡Buena pregunta! El otro día estuve en un hotel muy bonito en Portugal y, al contemplar la piscina, dije: “Esta agua tendría que ser verde, porque el azul abarata un poco el entorno”. Las verdes rozan la naturaleza, son más espontáneas, especiales y mucho más modernas. Hay que huir del cloro.

Hace unos días, en Sudáfrica me hablaron de piscinas naturales y por ahí van los tiros, porque dudo que vayamos a tener agua para todo el mundo.

‘Retrato de un artista (piscina con dos figuras)’, obra del pintor David Hockney.

El libro está lleno de referencias, de historias en torno a las piscinas. Me ha parecido un libro culto y bien documentado.

Muchas gracias. Le dediqué tiempo a todo eso, porque a mí lo que más me gusta en realidad es la historia en torno a la piscina¸ la piscina como núcleo generador de algo. La escritura en sí me llevó unos cuatro meses, pero es verdad que hubo mucho trabajo previo de búsqueda de información y, por supuesto, referencias. Me he ido encontrando muchas piscinas en la preparación y todas me han servido. Cuando me senté a redactarlo, el libro ya estaba en mi cabeza. Y todo lo que pueda contener de snob es premeditado.

Usted se describe como una hedonista sufridora. ¿Cómo le explica ese oxímoron a su terapeuta?

Pues exactamente así, tal como tú acabas de decirlo. Una disfrutona que en ocasiones es capaz de sufrir de la mañana a la noche.

Describe las piscinas como lugares donde todo el mundo sonríe. Casi como una obligación.

Si me piden que describa una imagen de absoluta placidez, podría ser la de una persona, por ejemplo yo, metida en el agua leyendo un buen libro apoyado en el bordillo. Las piscinas son lugares excelentes para la lectura.

Sin embargo, no todo el tiempo es así. Ejemplos: la maldita digestión que nos amargaba la sobremesa esperando el momento del chapuzón.

Me acuerdo perfectamente de ese trago, no soy tan joven y, además, mi madre sigue pensando que bañarse nada más comer es algo muy peligroso, que hay que ir poco a poco, mojándote antes la nuca, las muñecas… Aquello era una auténtica tortura. Tres horas en las que la piscina se convertía en un territorio prohibido justo en el tramo más caluroso del día. Generaciones de españoles pendientes del reloj sin la menor evidencia científica. Bueno, claro, y la leyenda del circulito rojo que se suponía dibujado en el agua si hacías pis dentro. También están esos cadáveres flotando en el agua tras una noche orgiástica que hemos visto muchas veces en el cine, la fuerza de absorción de los desagües… (Pausa). Ay, no, eso no quiero ni pensarlo.

Se refiere al mar como “ese huracán desmelenado”. Entonces, ¿no le gusta la playa?

A ver, ¿cómo no me va a gustar el mar? Lo que ocurre es que el mar nos sobrepasa a todos porque es bravío. Le miras y dices: “No puedo contigo, me pareces demasiado”, pero un baño en el mar a las nueve de la mañana de un día de verano es lo más sanador que existe. El mar es “la gran piscina”, con los límites absolutamente amplios. ¿A qué persona en su sano juicio no le gusta el mar?

Piscinas diseñadas por el arquitecto Álvaro Siza.

“Como una detective acuática, he viajado por los cinco continentes persiguiendo piscinas”, escribe en el libro. ¿Cuál podría ser la próxima?

Hay una piscina espectacular en un hotel, El Amangiri, en medio del desierto de Utah… [Anabel se dispone a buscar una imagen en su teléfono móvil. Lo que veo, me deja tan de piedra como las rocas rojas que rodean ese hotel en el que dudo que pueda hospedarme, salvo con un golpe de suerte en los juegos de azar que apenas frecuento). Es una piscina perfectamente integrada en el paisaje, en las rocas. Un lugar extraordinario, cerca de Bryce Canyon y el Parque Nacional Zion. De las más espectaculares del mundo.

“Nada tiene un aspecto más vacío que una piscina sin agua”, escribió Raymond Chandler en ‘El largo adiós’. En el libro cita usted una piscina “en la que cualquiera puede entrar, pero no bañarse porque no tiene agua”.

Sí, la del Hotel Lutetia en París, activa hasta que la Gestapo requisó el hotel en 1935. Curioso, hoy es una tienda de Hermes y cuando la visito me entran muchas ganas de caminar moviendo los brazos como si estuviera nadando. Pero, lo cuento en el libro, consigo contenerme. (Risas). Francamente, creo que las piscinas vacías no existen. Siempre hay algo en su interior aunque no sea agua.

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