Un poeta de 20 años que reivindica la Memoria Histórica

El autor Mario Obrero.

Ahora que la cruel y estricta alianza de las derechas ultras quiere derribar la ‘Memoria Histórica’, Mario Obrero ha escrito un libro estremecedor y necesario para la lengua de un muchacho de 20 años. Un canto noble en el que las heridas tienen voces inasibles hasta ahora en la poesía. Nunca la brevedad fue tan categórica como lo es la que despliega ‘Cerezas sobre la muerte’, el nuevo y global poemario de Mario Obrero (Madrid, 2003), editado por La Bella Varsovia. Nunca la brevedad acogió tantos significados como en este libro cargado de hondura y dueño de un peso moral y poético incuestionable. ‘Cerezas sobre la muerte’ es un acto de generosidad inesperado: ese remover la tierra de una fosa común a la que fueron arrojados soldados republicanos sin que las uñas salgan llenas de venganza.

Mario Obrero –premio Nacional de Juventud 2023 en la categoría de Cultura, concedido por el Injuve– se atreve a hablar en lenguas que no le pertenecen a su origen, pero sí al origen de demasiados cuerpos silentes que no silenciados. El dolor y la memoria de Obrero son políglotas, animales lentos que taladran el olvido como taladra el buitre la dura carne de la carroña a la que la intemperie aún no ha robado el olor:

“sucede que mi juventud se erige sobre la

[albura de los fémures y el empaste de

oro

sucede que el alambre de espino no es una

[flor

las olas de argelès no son las olas de una

[playa

el ángel verde de los cuentos no hizo su

[aparición en el monte gurugú ni en los

piojos de la vergüenza

el cerezo no es un cerezo sino nuestra

[muerte  erguida con cereal en los

bolsillos” 

Obrero no se olvida de nadie, de ninguna tierra, de ningún muerto y usa las lenguas como fantasmas que vienen a hacer del presente la mejor virtud de las nuevas generaciones. Obrero sabe que no hay mejor arma que la inteligencia ni arma más hermosa que esas palabras firmes y locuaces que deshacen la pesada presencia de los verdugos sobre la carne lacerada de un país.

Habla también Obrero de las sombras que se empeñan en arrebatar la hegemonía que debiese pertenecerle a los nuevos siglos:

“somos nosotras la cereza que pende colmada

[y oscura”

No hay avance posible si las cosas no son nombradas, si no son repercutidas en el núcleo de la cotidianidad, los muertos sin hogar parten en dos el estómago de la civilización a la que pertenecen y de eso habla con arrojo este mágico y aguerrido poemario. Dos poemas y un epílogo bastan para domesticar la oscuridad que sale siempre de la mano de los dictadores, de los matarifes que ejecutan en nombre de dioses y patrias que en su propio beneficio han inventado.

Cerezas sobre la muerte es un libro que el lector no se espera habitar, un libro concienzudo y armónico en el que el respeto a los desaparecidos, a los asesinados, es una moderna y modernizante elegía. No hay rencor en estos versos profundos, sino luz, esa luz que jamás pertenecerá a la malversada biografía de los vencedores:

“Sobre la fosa común de Pernafeites, en

[Miravet, donde yacían un

centenar de soldados republicanos, los

[cerezos plantados crecieron

ausentes, cluecos, como roídos por una

[muerte que impide nacer el fruto”

Obrero se mide en estos versos con el largo aliento de los espejismos impuestos por los ganadores. La madre tierra no puede digerir jamás una matanza, el fruto que arroja es un caldo denso que la ahoga y que jamás se agota, porque, después de una guerra, nadie puede reinventar la tierra, ni limpiarla, porque la tierra más profunda tiene la boca pequeña, débil y contraria a la de Saturno, una madre jamás puede devorar a sus hijos. Por eso los acuna a través de estos versos llenos de futuro, versos frenéticamente mesurados, medidos, valientes y con una ausencia total de violencia pese a nacer de donde nacen.

Solo hay lugar para la generosidad en esta nave esbelta que ha construido el jovencísimo poeta madrileño. En su juventud está el porvenir de las generaciones intermedias, la Patria de las nuevas generaciones.

En los pocos versos que lo construyen, Cerezas sobre la muerte habla de lo necesario y se erige como una puerta que hay que saber empujar para que detrás de ella solo pueda hacer acto de presencia la ilimitada algarabía de aquellos que poco a poco saldrán de la tierra viciada por las balas de los sediciosos:

“El silencio  pertenece a muchas lenguas, sobre todo a aquellas como el català, el euskera, el asturianu o el galego que han sufrido y aún arrastran el rechistar de los gramáticos de la usura”

Obrero es claro como esa mañana en que las bandadas de aves no le pertenecen ni siquiera al viento:

“y es que no hay nada más universal que la sed de memoria hacia los anhelos, las esperanzas y los futuros antepasados que hoy y mañana alumbran la conciencia”

Obrero es contundente desde la poesía y lo es también desde la filosofía plurilingüe con que escribe el brutal epílogo que cierra esta joya.

Hermosas y contundente son también las ilustraciones que acompañan este libro, imágenes que nos hacen recordar el Guernica de Picasso. Imágenes que engloban la razón más exclusiva, más relevante y más enérgica.

Cerezas sobre la muerte es un acto de generosidad inesperado. Ese remover la tierra sin que las uñas salgan llenas de venganza.

Mario Obrero ha escrito un libro estremecedor, necesario e  inimaginable para la lengua de un muchacho de 20 años.

Cerezas para la muerte es el devocionario del que van a alimentarse aquellos que están por llegar o que están ya aquí para sostener nuestros párpados. Una nueva posibilidad para este país, para que recuerde y no repita sus peores movimientos, una línea delgada sobre la que los pájaros, esos funambulistas a los que ningún gobierno condecora, volverán a dibujar para nosotros el camino de la libertad. Ojalá esta vez sepamos interpretar su generosa coreografía.

Imprescindible.

‘Cerezas sobre la muerte’. Mario Obrero. La Bella Varsovia. 35 páginas.

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