¿Por qué es tan importante la llegada de India al Polo Sur de la Luna?

Eclipse total de Luna registrado el domingo 20 de enero de 2019 desde México. Fotografía: Tania Victoria/ Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.

Hace unos días saltaba la noticia. El miércoles 23 de agosto, la misión espacial hindú ‘Chandrayaan–3’ alunizó con éxito en el Polo Sur de nuestro satélite. Así, se convertía en el cuarto país en llegar al mencionado cuerpo celeste –tras Estados Unidos, Rusia y China–, y el primero en hacerlo en su región más meridional. De esta forma, la Organización de Investigación Espacial de India (ISRO, por sus siglas en inglés) se ha anotado un tanto muy importante, que adquiere una mayor relevancia si se tienen en cuenta los intentos fallidos de otras misiones que perseguían objetivos parecidos. Pero ¿por qué es tan importante este alunizaje, qué secretos puede guardar el Polo Sur de la Luna, qué nos aporta a la Humanidad?

Entre ellos, el frustrado aterrizaje de una sonda rusa –denominada Luna–25– o el fracaso del Chandrayaan–2 en 2019, también auspiciado por los científicos indios y que se acabó estrellando contra la superficie selenita. “Estamos ante una circunstancia histórica para nuestro país y para la exploración espacial en su conjunto”, exclamaban, con regocijo, los responsables del proyecto una vez que la nave tocó las rocas del satélite.

“India está, por fin, en la Luna. Nos hemos convertido en la primera nación en posarnos en el Polo Sur de nuestro satélite”, celebraba el primer ministro hindú, Narendra Modi. “Este momento es inolvidable, sin precedentes. Nos sentimos muy orgullosos”, añadía el político. Una proeza que también fue reconocida por la NASA. “¡Felicitamos a la ISRO por su exitoso alunizaje en el Polo Sur! Y enhorabuena a India por ser el cuarto país en lograr el aterrizaje suave de una nave espacial. Estamos encantados de ser sus socios en esta misión”, indicaron.

En la consecución exitosa de la meta, tuvo una relevancia capital el módulo de aterrizaje Vikram, que despegó –junto al resto de la sonda– el pasado 14 de julio de la Tierra. Tras un periplo de 384.400 kilómetros –distancia que separa nuestro planeta de la Luna–, ha conseguido posarse sobre el Polo Sur, donde los expertos sospechan que pueden encontrarse reservas de agua en forma de hielo. La fase final del alunizaje se prolongó durante una veintena de minutos, calificados de “terror” por los astrónomos. No en vano, fue en este proceso cuando la Chandrayaan–2 malogró su recorrido hace cuatro años…

Sin embargo, desde la ISRO han aplicado modificaciones a la nave actual, para evitar contratiempos. Entre ellos, refuerzos en sus patas –con el fin de soportar velocidades mayores durante la llegada al suelo– o una mayor carga de combustible para aumentar su margen de maniobra. Incluso se introdujeron correcciones de software y se instalaron paneles fotovoltáicos, que han permitido el éxito de la misión. Así, se ha conseguido que el Chandrayaan–3 redujera su velocidad hasta 1,6 kilómetros por segundo, que se enderezase verticalmente y que fuera descendiendo hasta el firme selenita.

Además, el pasado 14 de julio, en el marco de su despegue, se tuvo que echar mano del cohete más potente de los existentes en el país asiático –denominado Launch Vehicle Mark-III–, para que la sonda tomara impulso y pudiera salir de la atmósfera terrestre. Una realidad que no evitó que se tuvieran que realizar varias órbitas en torno a nuestro planeta, con el fin de alcanzar la velocidad de crucero y entrar en el dominio lunar, algo que ocurrió durante la primera semana de agosto. Todo ello, con un coste reducido. Únicamente se han invertido 74,6 millones de dólares, lo que supone haber disminuido el presupuesto respecto a la misión anterior –la Chandrayaan–2–, que superó los 100 millones.

Sonda ‘Chandrayaan-3’, que alunizó en el Polo Sur de la Luna.

La actual sonda de India –la Chandrayaan–3– se encuentra compuesta por un módulo de propulsión –que permanecerá en órbita y servirá de punto de transmisión de datos a la Tierra, otro módulo de aterrizaje –que pesa unos 1.700 kilogramos– y un explorador. Se trata de Pragyan, un pequeño vehículo de seis ruedas y media docena de kilos de peso que se desplegará desde el momento del alunizaje y que trabajará sobre la superficie lunar durante 14 días. Un periodo equivalente a media jornada satelital.

Entre los objetivos con los que contará la misión se halla explorar la superficie solar. Hasta se ha incluido un sismógrafo que facilitará detectar terremotos selenitas. Una información que será fundamental para la edificación de futuras bases habitadas en el satélite. “Siempre es bueno asegurarse de que cualquier actividad sísmica potencial no ponga en peligro a ningún astronauta», señaló Ángela Marusiak, profesora adjunta en el Laboratorio Lunar y Planetario de la Universidad de Arizona, en declaraciones a la CNN. “O, si tuviéramos que construir estructuras en la Luna, que encontraran a salvo de cualquier actividad tectónica”.

“A nivel científico, esta misión supone poder explorar, por vez primera in situ, una región polar de nuestro satélite, donde existen zonas –en los fondos de los cráteres– que no han recibido la luz del sol en miles de millones de años, por lo que han conservado la composición química primitiva del sistema solar”, explica Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional de España. “Esto servirá para afinar los modelos de formación de los sistemas planetarios”.

En los mencionados emplazamientos, “la temperatura puede descender hasta los 200 grados centígrados bajo cero, por lo que los hielos se han preservado en grandes cantidades”, explica Bachiller. El agua sólida existente en los cráteres no insolados del Polo Sur puede tener muchos usos, como combustible para otras sondas o, incluso, como recurso potable de consumo para misiones tripuladas, que puedan establecerse hasta nuestro satélite.

Asimismo, también es muy reseñable el incremento del conocimiento sobre “la existencia de esas cumbres que están iluminadas de manera cuasi permanente en dicha zona, pues son lugares óptimos para establecer plantas de energía solar”, explica el director del Observatorio Astronómico Nacional de España. “También han de encontrarse metales depositados por la actividad volcánica satelital”. En este contexto, “agua, metales y una fuente estable de energía son muy relevantes para el posible impulso de una base lunar”.

En este sentido, ¿qué resultados aguarda la comunidad científica sobre las investigaciones del Chandrayaan–3, durante sus labores en el satélite?

“Esperamos poder tener medidas cuantitativas de la cantidad de agua helada que existe en estas regiones, así como estudiar la composición química del regolito [polvo lunar], en cuanto al tipo y cantidad de metales”, explica Rafael Bachiller. “La evaluación de los recursos naturales disponibles en estos enclaves será un criterio importante con vistas a la creación de una base de operaciones en el satélite”.

Sin embargo, las potencialidades de las mencionadas investigaciones no finalizan aquí. Más allá de los objetivos meramente científicos y de evaluación de los recursos, “estas misiones siempre son importantísimas para el progreso de las nuevas tecnologías que deben seguir desarrollándose para continuar con los vuelos interplanetarios”, confirma el director del Observatorio Astronómico Nacional de España.

La Luna, cuna de misterios

La existencia del líquido elemento en nuestro satélite es uno de los enigmas que se han ido resolviendo durante los últimos años. Varias investigaciones han confirmado esta posibilidad. Entre ellas, la Chandrayaan–1, impulsada por la ISRO en 2008. Sin embargo, no ha sido la única. Científicos chinos también han descrito pequeñas esferas de vidrio en el suelo lunar como posibles escondites de agua. Una afirmación que realizaron gracias a las muestras recogidas por el rover Chang’e 5, que recolectó materiales de la superficie selenita en 2020.

Se estima que la cantidad del líquido elemento en nuestro satélite rondaría los 300.000 millones de toneladas. Unos cálculos que han sido posibles gracias a las diversas exploraciones que se han ido realizando desde la década de 1990. La del Clementine –auspiciada en 1994– y la de Prospector –puesta en funcionamiento cuatro años más tarde– son dos de las más relevantes. Ambas hallaron evidencias de hielo acuático en dicho cuerpo celeste.

Un extremo que se ha confirmado en los últimos años, gracias a un telescopio reflector de 2,5 metros de diámetro instalado por la NASA en un avión Boeing 747SP, modificado para escudriñar el espacio desde la estratosfera de la Tierra. Gracias a esta metodología, se ha conseguido corroborar la existencia de una reserva de hielo en la Luna superior a la que se pensaba.

Estos descubrimientos allanan el camino al envío de futuras misiones tripuladas al satélite, en el marco del programa estadounidense Artemis. Incluso, tras estos hallazgos, ya se están planteando objetivos muy ambiciosos a medio y largo plazo. Entre ellos, la instalación de una base lunar permanente que sirva de apoyo a futuras misiones tripuladas a Marte.  Además, el análisis del agua existente también proporcionaría información científica sobre la historia de dicho cuerpo celeste, así como de la abundancia de cometas y asteroides en el Sistema Solar.

Parte de este hielo se encuentra almacenado en los cráteres del satélite. Unos accidentes geográficos de los que también se ha querido saber más. “La craterización por impacto ha sido, sin duda, uno de los fenómenos que más ha influido en la modelización de la superficie de los cuerpos planetarios sólidos del Sistema Solar”, explicaba Alfred Wegener, en El origen de los cráteres lunares. Además, no descartaba la actividad volcánica, aunque reconocía que las estructuras de este tipo “son más pequeñas que las existentes en nuestro planeta”.

El astronauta Buzz Aldrin en la superficie lunar con el módulo lunar (LM) ‘Eagle’ durante la actividad extravehicular del ‘Apolo 11’, en 1969. Foto: NASA.

“Hace unos 3.000 millones de años, la Luna detuvo su dinamismo geológico, pero investigadores de la NASA han descubierto nuevos rastros que indican que se han producido fallas geológicas muy recientes”, aseguraba Andrés Felipe Cruz Roa, en Actividad en la superficie lunar: fenómenos lunares transitorios. En cualquier caso, el movimiento sísmico se muestra “en menores proporciones a las que se desarrollan en la Tierra”.

A pesar de ello, se distinguen diminutos géiseres en la superficie satelital. Pero, ¿por qué sucede este fenómeno? “Los cometas son cuerpos de hielo que dan vueltas alrededor del Sol. Cada vez que se acercan a éste, se derriten, mientras que cuando se alejan, se enfrían, se rompen y van soltando fragmentos de su cuerpo a lo largo de su órbita”, explicaba Julieta Fierro, investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM. “Cuando la Luna pasa por la órbita de uno de ellos, sus fragmentos caen a nuestro satélite, pero, al no tener atmósfera, no se desintegran, sino que se entierran en el polvo”. Por ello, si caen de noche, “se mantienen congelados. Pero cuando se hace de día, aumenta la temperatura, se calientan y empiezan a soltar chorritos de vapor, igual que unos géiseres gaseosos”.

Un interés de siglos

La fascinación por nuestro satélite –y por conocer sus misterios– viene de lejos. Ha pervivido a través de la historia. “Ha sido un actor principal en el imaginario del ser humano. Encontramos una Humanidad dividida en diversas culturas, religiones y tradiciones, pero el tema de la Luna es abordado por muchas de estas sociedades. Y cualquier ser humano, sin importar su procedencia, se ha sentido intrigado por ella”, explican Carolina Araujo Chovi y Armando Guio Español, en El régimen jurídico aplicable a las actividades en la Luna y otros cuerpos celestes.

De hecho, la primera interpretación lunar estuvo relacionada con las religiones. “Para los Incas, el satélite era una mujer que protegía a los animales y seres de la naturaleza, por lo que se le denominaba Mama Quilla. Los egipcios la denominaron Jonsu y era la diosa que protegía a los humanos de los malos espíritus, y cuidaba de la reproducción y la fertilidad”, relatan Araujo Chovi y Guio Español. “En la cultura griega se conocía como Selene y se le asociaba con el amor y la belleza, mientras que en Roma era la diosa Luna”. A su vez, “los chinos tampoco fueron ajenos a esta mitología y la conocieron como Chang’e, aquella que brindaba belleza y juventud a quienes la adoraban”.

Según se fueron afianzando las principales creencias monoteístas –el judaísmo, el catolicismo y el islamismo–, lo selenita “perdió ese carácter divino, pero no, por eso, desapareció su trascendencia en la cultura”. Su impacto permaneció gracias a la literatura universal, que “la tomó como uno de sus más importantes objetos de inspiración”. Sin embargo, las investigaciones científicas sobre astronomía desde la antigua Grecia han ido generando un corpus científico, que se profundizó y perfeccionó en los últimos 400 años.

A pesar de ello, el peso cultural también ha generado una serie de creencias populares irreales sobre la influencia lunar en determinados comportamientos humanos. Entre ellas, las supuestas vinculaciones entre los ciclos de nuestro satélite y diversas realidades, como los partos, los problemas psiquiátricos, los homicidios, los delitos penales o el crecimiento del cabello y las uñas. De igual forma, tampoco existe una relación entre Selene y la producción agraria, o con la fotosíntesis, confirman Jordi Solbes, José Cantó, Olga Mayoral y Tatiana Pina, en ¿Qué explica la Física sobre la influencia de la Luna en la Tierra? Una propuesta de enseñanza.

Lo que sí es cierto es el ascendente del satélite en los océanos. “Jugó un papel clave para que la vida se diera en la Tierra, porque las mareas que causa en nuestro planeta hacen que se produzca un vaivén en las masas marinas», analiza Adriana Ocampo, geóloga planetaria de la NASA, en declaraciones a BBC Mundo. Ese movimiento es fundamental porque permite la circulación de minerales y nutrientes. “Si tuviéramos una inmensidad acuática estática, las probabilidades de que se diera la vida serían muy bajas”.

La Tierra vista desde el ‘Apolo 11’. Foto: NASA.

Un compromiso espacial

En cualquier caso, todo este legado cultural ha generado una fascinación social que ha desembocado en una apuesta por la profundización en el conocimiento sobre la Luna. Sin embargo, la carrera espacial –como tal– comenzó a mediados del siglo XX. “Al inicio, el objetivo era llevar un objeto al espacio y que el mismo fuera rastreable y controlable. La primera victoria llegaría para los soviéticos en 1956 con el Sputnik, que sería el primer satélite artificial en orbitar la tierra”, indican Carolina Araujo Chovi y Armando Guio Español.

Poco tiempo después, los rusos volverían a estar un paso por delante en la carrera espacial al poner al primer ser viviente fuera de la Tierra, gracias a la perra Laika. Lo consiguieron el 3 de noviembre de 1957. “Cuando por fin los norteamericanos lograron colocar objetos en el espacio, desde la URSS fueron mucho más allá e hicieron que el coronel Yuri Gagarin lograra orbitar la Tierra, convirtiéndose en el primer ser humano fuera de nuestro planeta”, indican los historiadores. Un hito que acaeció el 12 de abril de 1961.

Pero el momento clave llegaría en el verano de 1969, cuando una nave tripulada estadounidense arribaba al satélite. Para este plan fueron elegidos tres pilotos de la fuerza aérea norteamericana: Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, que viajaron a bordo del Apolo 11. “La misión de estos militares sería llegar a la Luna, explorar una parte de la misma y regresar sanos y salvos a la Tierra”. El 20 de julio de 1969, Armstrong y Aldrin pisaron la superficie, donde permanecieron durante 21 horas y 36 minutos.

A partir de ese momento, “las misiones se fueron alargando hasta llegar a las 75 horas de permanencia en la superficie, gracias a la última misión Apolo, la 17, programada en 1972”, explican Yasmina Eid Macheh Sánchez, Juanjo García Valverde, Jesús Martínez Frías y Vicente Blanca Giménez, en Proyecto FOCARIS, habitar la Luna. Pero tras dichos resultados, y debido a la finalización de los programas espaciales, al colapso soviético y al fin del enfrentamiento de bloques, la carrera espacial adquirió otros derroteros…

Sin embargo, este trabajo científico se ha relanzado durante los últimos años. Así, el logro hindú del 23 de agosto de 2023 se une al compromiso de otras naciones del mundo, que han recuperado una carrera espacial. En noviembre de 2022, desde EE UU se auspiciaba el primer vuelo de su programa Artemis, que se saldaba con un resultado exitoso. Una misión que, si se cumple lo programado, permitirá llevar a la primera mujer y al primer afrodescendiente hasta la Luna. Y, progresivamente, ir construyendo un asentamiento humano en este cuerpo celeste.

De igual forma, se ha de mencionar la Chandrayaan–1, lanzada por investigadores hindús en 2008 y que fue una de las pioneras en el descubrimiento de evidencia directa de agua en territorio selenita. Japón también se ha querido sumar a esta tendencia, con una misión espacial que, inicialmente, tenía previsto su despegue para finales de agosto, aunque ha tenido que ser aplazado en varias ocasiones.

En cualquier caso, y a nivel geopolítico, “el programa lunar indio es un elemento importante en la cohesión social de este complejo país que cuenta con más de 1.400 millones de habitantes”, subraya Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional de España. “Hemos visto imágenes emocionantes de los ciudadanos indios siguiendo fervorosamente el desarrollo de la misión”. Además, “este éxito no es algo fortuito, sino que obedece a un concienzudo programa de desarrollo espacial que India ha venido desarrollando durante décadas”.

Por tanto, estos avances han sido el fruto de un duro trabajo que habla del interés creciente de muchos estados en favor de la profundización del conocimiento astronómico. Un compromiso por el que se debe seguir apostando, ya que conocer los secretos que esconde nuestro satélite no sólo supone un avance para el conocimiento astronómico. También implica un paso adelante en el desarrollo de toda la ciencia en su conjunto. Al fin y al cabo, y como aseveró el matemático y físico húngaro Cornelius Lanczos, “la astronomía fue la cuna de las ciencias naturales y el punto de partida de las teorías geométricas”.

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