¿Por qué la gente ‘normal’ vota a Vox?

Lona en la Plaza de Pedro Zerolo de Madrid, que advierte sobre los pactos del Odio entre Vox y PP, y de la que la Junta Electoral ha ordenado que se retire la palabra ‘Vota’. Foto: AVAAZ.ORG

En el partido ultra hay fascistas, franquistas, neonazis o ultraconservadores, pero también les vota gente de la “España que madruga”. Es el mesmerismo de la extrema derecha: engatusar a la clase obrera para luego ponerla a los pies de los caballos de los señoritos.

En la serie televisiva V, cuando a los visitantes comandados por la pérfida Diana (pronúnciese Daiana) se les rajaba la cara, aparecía por debajo el rostro verde y nudoso de un reptiliano. Yo era un guaje y me moría de miedo. Ahora, hay una propaganda política en campaña que muestra esa raja en el rostro de Alberto Núñez Feijóo: lo que aparece debajo no es un reptiliano, sino Santiago Abascal (que, bien mirado, tiene rostro de reptil).

La pregunta es qué aparece si rasgas la cara de Abascal, es decir, qué hay debajo de Vox. En Vox hay fascistas, neonazis, nacionalcatólicos, ultraconservadores, trumpistas, nostálgicos del franquismo y todo eso. Hay naftalina, olor a sobaco cuartelario, hay incienso, hay ranciedad y odio. Pero también hay eso que llamamos gente normal, el español de a pie, el ciudadano medio, la España que madruga. Si no, no hay tarados para rellenar tantos escaños.

En los últimos años hemos presenciado un fuerte proceso de normalización de la ultraderecha, lo que en Francia llamaron la “desdiabolización” (en el caso de los partidos de Le Pen). La desdiabolización de la ultraderecha implica la voladura de ciertos consensos que nos enseñan desde niños y que se habían establecido en la democracia. La educación consiste en convertir a los niños, que son pequeños neoliberales, en socialdemócratas: nos enseñan desde la escuela infantil que hay que respetar a los demás, sean como sean, que todos somos iguales, que debemos ser empáticos, que compartir es amar y que es preciso cuidar el medio ambiente. Pero ya no está tan claro que todo esto sea cierto, ni está tan claro lo que significa ser una buena persona y un buen ciudadano.

Vox trata de ganarse al ciudadano de a pie apelando a un presunto sentido común de-toda-la-vida: presume de decirte lo que te decía tu padre, lo que te decía tu abuelo. Nada de cosas raras y moderneces: familias tradicionales, hombres y mujeres, dios, patria y chuletón. La España que siempre ha sido, la España eterna que siempre será, la de la Reconquista y el Imperio, si no dejamos que la Anti España, siempre preparada para la maldad, la destruya. Curiosamente, Vox llama al PP derechita cobarde, pero su estrategia es la del miedo. El miedo al migrante que nos invade, el miedo al artista que es más listo que nosotros, el miedo a la gente LGTBI que nos lleva a la extinción, el miedo a la cultura que nos pervierte, el miedo a no sé qué elites globalistas que quieren imponer una dictadura climática. Y así. La derechona cobarde, pues.

Hace no mucho el discurso zombificado de la España pura y eterna parecía, sencillamente, ridículo. La democracia y la modernidad habían acabado con aquella ingenuidad franquista de épica nacional, moral retraída y maniqueísmo. Pero es cierto que el mundo se ha vuelto loco: las crisis se concatenan, la tecnología cada vez va más rápido, las costumbres sociales se vuelven incomprensibles para muchos, el clima se recalienta, hay guerras, polarización, todo es confuso y apocalíptico. ¿Cómo demonios se usa Tik Tok? ¿Qué es eso de lo woke? ¿Por qué la gente ya no come lentejas? ¿Por qué cada vez tengo menos tiempo y soy más pobre? ¿Por qué telefoneamos al futuro y no lo coge nadie? La incertidumbre encoje los corazones. Y la gente, la gente normal, esa que anda por ahí, necesita parar, aferrarse a algo, estar tranquila, instalada en unas creencias sólidas, firmes, calentitas y acogedoras. Tiene miedo.

Ahí es donde entra Vox con su discurso carpetovetónico. Vox promete volver a un Antiguo Régimen, previo a la Revolución Industrial y la Ilustración, donde el tiempo pasaba muy lento y parecía que nunca ocurría nada: la gente nacía y moría y todo estaba igual. Hay a quien le parece razonable. El problema es que no existen las máquinas del tiempo y que la vuelta atrás a la fuerza provoca mucho sufrimiento y pérdida de libertades. La gente que ha sido reconocida, que necesita cuidado, que ha adquirido derechos, la gente que ha ganado libertad no quiere volver a ser perseguida. La conciencia medioambiental no puede dar marcha atrás, si queremos que la Humanidad (España incluida) tenga al menos alguna posibilidad de sobrevivir.

Vox promete ser abanderada de una clase trabajadora supuestamente olvidada por la izquierda, cuando, en realidad, siempre ha votado en contra de los intereses de los que curran. Es el tradicional mesmerismo de la extrema derecha: engatusar a la clase obrera (que ha cambiado el mono azul por la precariedad) para conseguir su voto y luego ponerla a los pies de los caballos de los señoritos.

 

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Comentarios

  • Censura a cuatro actores en calzoncillos y el ‘efecto Streisand’

    Por Censura a cuatro actores en calzoncillos y el ‘efecto Streisand’, el 30 enero 2024

    […] porque el año pasado ya se habían producido otros casos de censura –o intentos de…– a las órdenes de Vox, como el de una obra feminista de Virginia Woolf en Valdemorillo (Madrid) o sobre el Festival […]

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