¿Por qué lloran las lechugas?

Mercadillo del agricultor. Foto: José Mesa / Flickr Creative Commons.

Mercadillo del agricultor. Foto: José Mesa / Flickr Creative Commons.

Mercadillo del agricultor. Foto: José Mesa / Flickr Creative Commons.

He de confesar que cuando leí ‘Sensibilidad e Inteligencia vegetal’ y desde la editorial Galaxia Gutenberg me ofrecieron una entrevista con Stefano Mancuso, autor del libro junto a Alessandra Viola, lo primero que sentí fue una especie de preocupación por mis amigos veganos. Rápidamente me vino a la cabeza la imagen de lechugas (incluso esas sosainas de lechugas iceberg) ‘crujiendo/llorando’ cuando un cuchillo las parte en pedacitos para ensaladas. ¿Cómo marcar entonces la línea que permite comerse una lechuga y no un mejillón?

Acepté la entrevista con Mancuso, al que se le presenta como una de las máximas autoridades mundiales en el campo de la neurobiolgía vegetal, profesor en la Universidad de Florencia, miembro fundador de la International Society for Plant Signaling & Behaviour, organizada en el Real Jardín Botánico de Madrid, tras su charla TEDx, factoría de encuentros originales con expertos pioneros en hacer avanzar el pensamiento, y cuyo lema es: «Ideas que vale la pena debatir y difundir».

Hay que reconocer que el punto de partida de Mancuso engancha: «En el planeta Tierra existe tan sólo un 0,3% de vida animal frente a un 99,7% de vida vegetal. Y, sin embargo, expresiones como vegetar o ser un vegetal indican en casi todas las lenguas unas condiciones de vida reducidas a la mínima expresión». «Que no se muevan, según la percepción de nuestros sentidos, y que no tengan nariz, ojos y orejas no quiere decir que sean insensibles y que no tengan capacidad de ver, oler, tocar, oír…».

En su libro, Mancuso pone ejemplos elocuentes.

Vista: «Cualquiera que haya observado una planta se habrá percatado de que ésta modifica su posición creciendo en dirección a la luz y moviendo las hojas para recibirla de manera óptima».

Olfato: «Las plantas utilizan los olores, o mejor dicho, las moléculas llamadas COVB (compuestos orgánicos volátiles de origen biogénico) para recabar información sobre el entorno y para comunicarse entre ellas y con los insectos, cosa que hacen de forma constante. Todos los olores producidos por los vegetales, como por ejemplo el del romero, la albahaca, el limón o el regaliz, equivalen a un mensaje concreto, son las palabras de las plantas, su vocabulario. Los millones de compuestos químicos existentes hacen las veces de signos de una auténtica lengua vegetal, de la que todavía sabemos muy poco».

Gusto: «Hoy en día las plantas consideradas carnívoras son unas 600, pero si a este número le sumamos la protocarnívoras y el de las eventuales cazadoras subterráneas, podríamos hablar de cifras aún más impresionantes y, con ello, formarnos una idea totalmente nueva de la dieta de los vegetales».

A medida que leía y escuchaba, crecía mi sufrimiento interno. Verás como me diga Mancuso que se puede admitir devorar una lechuga o un tomate o una acelga, pero no preparar una ensalada de flores de plantas carnívoras…

Tacto: No sólo está el caso de la Mimosa púdica, cuyas hojas tienen la capacidad de cerrarse al instante en respuesta a determinados estímulos táctiles, sino que Mancuso subrayó en su charla TEDx algo muy llamativo y fácil de comprobar por cualquiera: Los pinos no se tocan; basta pasear por un pinar para percatarse de que las copas de estos árboles se las arreglan para crecer sin tocarse unas a otras. Más: el caso de los zarcillos. «Fijémonos en el guisante trepador. Esta delicada planta produce zarcillos muy sensibles que en cuanto tocan algo se rizan. El objetivo es enrollarse en torno al objeto con el que han entrado en contacto, un comportamiento que se repite en otras muchas plantas que palpan los objetos que las rodean hasta elegir el que constituye un mejor soporte con objeto de aferrarse a él y seguir creciendo». Y uno más: las raíces. «¿Qué ocurre cuando de camino a un nutriente o al agua la raíz se encuentra con un obstáculo, como por ejemplo una piedra? ¿Se detiene su crecimiento?, ¿se modifica según una dirección prefijada? Decididamente no. Las pruebas de laboratorio demuestran que la raíz palpa el obstáculo y continúa creciendo, rodeándolo en busca del mejor modo de sortearlo. El encargado de esta importante función es el extremo de la raíz o ápice radical, que además posee otras muchas cualidades extraordinarias. El ápice toca el obstáculo para hacerse una idea de su configuración y se mueve en consecuencia».

Metidos en este fascinante mundo verde, uno advierte que Mancuso defiende que las raíces de las plantas son algo así como su cerebro. Sigamos leyendo sus razonamientos, que cada vez me causan más desazón: «La evolución ha estructurado las plantas de forma modular, sin concentrar las funciones en órganos únicos, sino distribuyéndolas por el ser en su conjunto. En su momento, como hemos visto, fue una elección estratégica fundamental gracias a la cual las plantas pueden desprenderse de partes considerables de su organismo sin que su supervivencia se vea en peligro. Los vegetales no tienen pulmones ni hígado ni estómago ni páncreas ni riñones, y aun así son capaces de llevar a cabo todas las funciones que estos órganos realizan en los animales. ¿Por qué, entonces, la ausencia de cerebro debería impedirles ser inteligentes? Fijémonos en el caso de la raíz, la parte de la planta a la que, como hemos visto, incluso Darwin otorgaba capacidad de decisión y guía (…) Darwin estaba convencido de que las diferencias entre el cerebro de un gusano o el de cualquier otro animal inferior y la punta de una raíz no son tan sustanciales».

Llegados a este punto hay que aclarar que lo primero que se plantea Mancuso es ¿qué es inteligencia? Y para abordar todo su análisis vegetal, subraya que su definición favorita de la inteligencia es la capacidad de resolver problemas. Y por eso concluye que sí, que las plantas son inteligentes. A su manera. Verde manera. Y recalca: «Las plantas miden y son conscientes de forma permanente de 20 parámetros, que van desde la humedad y la temperatura, a la gravedad, los campos electromagnéticos y la radiactividad».

Oído: «No es el género musical lo que condiciona el crecimiento de las plantas, sino las frecuencias sonoras. Ciertas frecuencias, sobre todo las bajas, favorecen la germinación las semillas, el crecimiento de la planta y la prolongación de las raíces, mientras que otras, las más altas, tienen un efecto inhibidor. Algunos experimentos recientes han demostrado que las raíces perciben una gama muy amplia de vibraciones sonoras y que dichas vibraciones pueden influir en su crecimiento direccional . En función del tipo de vibración percibida, deciden si acercarse o alejarse de la fuente sonora».

Pero hay una parte del libro que me dejó turulato, el capítulo titulado: Las plantas reconocen a su parentela: «Una planta preserva su territorio invirtiendo muchos de sus recursos en la parte subterránea. Mediante la producción de un gran número de raíces, la planta ocupa el suelo manu militari y, al mismo tiempo, reivindica su autoridad sobre el terreno. Pero no siempre: cuando las plantas forman parte de un mismo clan y, por lo tanto, están emparentadas, no hay necesidad de competir y las raíces pueden reducirse al mínimo en beneficio de la parte aérea. En 2007, un sencillo pero importante estudio arrojó luz sobre este tipo de conductas de parentesco. El experimento consistía en plantar en una misma maceta 30 semillas hijas de la misma planta y, en otra maceta, idéntica a la primera, 30 semillas hijas de plantas distintas. La observación de la conducta exhibida por estos jóvenes ejemplares durante su crecimiento en ambas macetas permitió descubrir en los vegetales ciertos mecanismos evolutivos que se creían prerrogativa de los animales. Las plantas que eran hijas de madres distintas se comportaron como estaba previsto: desarrollando un número de raíces muy elevado con el fin de ocupar el territorio y asegurarse reservas alimentarias e hídricas en perjuicio de las demás. Las 30 plantas de la misma madre, en cambio, pese a convivir en un mismo espacio limitado, produjeron un número de raíces muy inferior. Se observó, pues, un actividad competitiva vinculada a la semejanza genética. La planta, antes de atacar o defenderse, lleva a cabo un reconocimiento de su posible rival y, si identifica en él una afinidad de tipo genético, opta por colaborar en lugar de competir».

O sea, que los geranios de mi balcón, si proceden de esquejes de una misma planta madre, se identifican y son capaces de sentir cierta solidaridad entre ellos… Ay, las lechugas…, me van a dar la semana…

Stefano Mancuso concluye su charla en inglés en el Real Jardín Botánico con una reflexión que también me deja intrigado, y que de pronto pone en duda toda la sabiduría acumulada por mi madre, mis tías, mis abuelas y mis bisabuelas:

– «Ojo, que una planta crezca más rápidamente no es necesariamente un signo positivo, una muestra de que esté muy a gusto. Quizá lo que eso signifique es su deseo de escapar…».

De salir corriendo, vamos…

Terminada su intervención, me asaltan un buen manojo de dudas y curiosidades, y corro a que Stefano Mancuso siga iluminándome. El asunto del llanto de las lechugas me oprime el pecho y me hace incluso temblar la voz.

¿Cómo empezó en esto, Stefano?

Hace 10 años. En 2005, estudiando las plantas desde una perspectiva más convencional, al comprobar cómo las raíces son capaces de detectar obstáculos antes de tocarlos, y tomar decisiones para sortearlos y seguir creciendo, decidí replantear los estudios y abordarlos por una vía distinta. Cambié mi manera de pensar y de investigar.

¿Tiene plantas en casa?

Sí, tengo plantas por todas las partes. En mi estudio, en el laboratoirio, en casa, porque tengo la suerte de contar con una gran terraza.

¿Les habla?

No, no les hablo.

¿Cuáles son sus plantas favoritas en laboratorio, de las que más ha aprendido?

El maíz y las alubias.

¿Es cierto que las orquídeas, dentro del reino vegetal, son las especies de desarrollo más sofisticado, más avanzado; equiparables a los primates en el reino animal? 

Sí, están en un nivel muy alto, con comportamientos asombrosos; algunas especies de orquídeas son capaces incluso de engañar y manipular a los insectos; de, digamos, estafarles para que las polinicen sin darles nada a cambio. En general, la relación entre insectos y plantas es una especie de negocio, pero algunas orquídeas se las arreglan para engañarles con la producción de feromonas idénticas a las que producen las hembras de esos insectos cuando están listas para el apareamiento. Esas orquídeas reproducen la forma y los colores del cuerpo de la hembra, la superficie peluda y su olor característico. La similitud es tan perfecta que el insecto masculino cae en el error, queda conquistado por estas seductoras flores y acaba copulando con ellas. Hasta tal punto llega el engaño que los himenópteros, durante el periodo de floración de las orquídeas, prefieren aparearse con las flores que con las hembras.

No ganamos para sorpresas.

Llega el momento, porque, si no, este artículo se va a hacer interminable.

¿Stefano, sienten dolor?, ¿lloran las lechugas?, ¿sufren los crisantemos?, ¿gritan las acelgas?

Vamos a ver, todo parte de un mal planteamiento. El dolor es una herramienta de la evolución que permite a los animales detectar un peligro, avisar de algo que va mal, para huir, para intentar ponerle remedio. Pero en el caso de las plantas no tiene sentido para su supervivencia sentir dolor, porque no pueden huir. No hay pruebas científicas en este sentido de que sientan o no dolor. Pero mi opinión personal es que no, no sienten dolor, porque, desde el punto de vista de la evolución, no tiene ningún sentido.

Me acaba usted de dejar mucho más tranquilo.

De hecho, muchas plantas se comportan en general para ofrecer comida, para que las coman, produciendo semillas y frutos para los animales.

Su libro termina así: «La discusión sobre los derechos de las plantas acaba de comenzar, pero no puede seguir postergándose». Cuando usted habla de los derechos de las plantas, de que debemos mejorar nuestra sensibilidad y nuestra relación con ellas, lo que trata de demostrar, de lo que usted habla, va por otros derroteros que hacernos sentir mal por comernos alcachofas…

Por supuesto, no se trata de eso; es una mala interpretación. Lo que trato es de decir que debemos tener los ojos más abiertos hacia el mundo vegetal, ser más sensibles a él, porque nos pueden ofrecer muchas soluciones a nuestros problemas, en forma de fármacos, por ejemplo. Sólo conocemos científicamente entre un 10% y un 20% de las especies vegetales que habitan con nosotros el planeta Tierra; cada día desaparecen muchas especies, sin ni siquiera haberlas descrito científicamente, y con ellas se pueden llevar muchas soluciones a los problemas de la Humanidad. Aprovechémonos de ellas, inspirémonos más en ellas; incluso desde un punto de vista tecnológico, que hasta ahora prácticamente solo se ha fijado en esquemas animales. Trabajan en un plano totalmente distinto, y no le prestamos atención. Estudiémoslas más, aprovechémonos más de su inteligencia, de su manera de resolver problemas. Se trata de abrir los ojos y dar visibilidad a la inteligencia vegetal.

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Comentarios

  • José Luis

    Por José Luis, el 16 marzo 2015

    Qué buen planteamiento, Rafa…he leído casi toda la entrevista sobrecogido pensando en el apio que me voy a cenar esta noche.

    Enhorabuena, y gracias por tus interesantes textos.

  • Javi

    Por Javi, el 17 marzo 2015

    Aunque las plantas puedan reaccionar a su entorno eso no quiere decir que puedan realizar los procesos que suponen la sintiencia. Como mínimo parece que se requiere un sistema nervioso centralizado para ello. En esta web hay varios textos (en castellano) con referencias científicas que lo explican

    http://www.animal-ethics.org/sintiencia-seccion/

    Como se explica ahí, eso no quiere decir que todos los animales sean sintientes, pues hay animales sin sistema nervioso, o con él sin centralización.

  • carlos alberto

    Por carlos alberto, el 10 diciembre 2015

    Es claro que las plantas expresan la inteligencia de la naturaleza y que son varios millones de años anteriores a la aparición del ser humano de la tierra. Son una expresión multidiversa de vida y no nos necesitan a nosotros para subsistir como nosotros sí de ellas. Son más autónomas e independientes. La singularidad de cada especie es tal que sólo conocemos bien un porcentaje ínfimo de las plantas, de la cuales nos servimos.

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