De la resistencia durante el confinamiento a la ansiedad del día de la salida
Disminuyó el temor a perderse algo y hay menos estigma por estar solos. Antes, ¿qué clase de persona rota eras si estabas sola en casa y no salías a ver gente? Con el paso de los días la angustia crece y parece que ya inunda el horizonte. La ansiedad del día en que esto acabe. Para ver la salida, hay que usar los miedos como motor de cambio. Otra entrega de esta sección quincenal a dos voces. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado, que abordan el amor o su imposibilidad en tiempos de turbocapitalismo.
Días raros: noto como una caja en la cabeza. Antes, me dolía todo si pasaba más de dos días en casa sin salir. Hoy vivo en ese estado desde hace semanas. A veces me parece como un eterno domingo. Otras veces, me resulta menos agradable y las paredes se me echan encima.
El tiempo sigue una progresión extraña. Los días se mezclan, en una ensoñación constante. Me hace pensar que una línea temporal necesita de eventos que la ordenen. Si no, el tiempo carece de forma y se amontona en un ovillo. Este tiempo-total, una gelatina de tiempo, apelmazada y contundente. Irreal, en cierta medida. A muchas el insomnio nos ha visitado con fuerza. Es como si el mundo de lo onírico desbordase el sueño y contaminase la vigilia.
Una de mis compañeras de piso lleva días sin salir de la habitación. “Entré en mi burbuja”, dijo. “En esa burbujita me siento cómoda: trabajo, leo, hago cositas… No necesito salir”. La otra compañera me dijo ayer: “Esto es lo más cercano a como quiero vivir el resto de mi vida”. Nos dijimos entre risas que era una graciosa exageración. Pero noté que en el fondo había un poso de sinceridad destilada. Y la entendí.
El ‘postureo’ en confinamiento
A las que vivimos en una sopa de ansiedad, este pozo nos resulta un inesperado cobijo. Ha sido una grata sorpresa que, entre todo el desastre, la cotidianidad pausada nos suponga un trago de tranquilidad.
Mi compa, Beatriz Cerezo, está con un artículo sobre temas parecidos a este, en el blog de Indágora Psicoterapia. Andamos estos días hablando del sentido emocional del confinamiento y cómo el FOMO (Fear of Missing Out, ‘miedo a perderse algo’) parece calmarse. Algunas veíamos el comienzo del confinamiento con cierta incomodidad: la cantidad de youtubers, influencers y el resto de hiperactivos domésticos amenazaba la oportunidad de vivir tranquilas las (por entonces) dos semanas de encierro. Las clases online, los festivales online, las reuniones online, la vida se exprimía en una versión online de la productividad de siempre.
Parecía que el criterio de calidad permeaba hasta en lo privado. Sin embargo, esta vez era más perverso que nunca. El postureo pre-confinamiento estaba marcado por la riqueza de la vida pública: viajes, fiestas, discotecas, restaurantes, cócteles, ropa nueva, coche, ski, playa y largo etcétera de dispositivos que demostraban la exclusividad de mi vida (una exclusividad que siempre se comparte, nunca se vive en privado).
Lo perverso del postureo en confinamiento es que es un postureo de lo mediocre. Ya no se trata de ostentar objetos exclusivos y de vivir cosas únicas. De hecho, quien destaca mucho (con una terraza mejor, con una casa enorme, etc.) puede ser visto con rechazo. El postureo del confinamiento va de exprimir lo que está al alcance de todas (o de muchas, tampoco hay que naturalizar el confort doméstico y olvidar que hay un número enorme de personas que viven en situaciones de infravivienda, hacinamiento e injusticia espacial) y en ese sentido la culpa nos aborda más fácilmente.
Los hiperactivos domésticos
Las primeras semanas aún se notaba cómo algunas intentaban sostener la misma agenda que antes del confinamiento. La culpa por no aprovechar el tiempo para hacer manualidades, leer ese libro pendiente, aprender repostería, hacer yoga o lo que sea, caía como una losa. Si no exprimes el tiempo, si no tienes un piso lleno de amigos con los que hacer cenas deliciosas, si no estás más fuerte, más listo, más elástico que antes del confinamiento, estás desaprovechando esto.
La cuestión es que ese imperativo de socializar la experiencia es muy costoso de sostener. Y de ahí que las últimas semanas el abatimiento parece invadirnos más fácilmente. Pasaron las semanas y los hiperactivos domésticos empiezan a perder fuelle. La alegría de los primeros días deja paso a una emoción más gris y mediocre.
Una amiga me comentaba que, lógicamente, tiene ganas de salir y ver a la gente. Echa de menos el tacto, y la compañía, evidentemente. Pero no le resultaba especialmente incómoda la situación de confinamiento. De hecho, sentía que con el confinamiento el estigma de la soledad parecía debilitarse. Antes, ¿qué clase de persona rota eras si estabas sola en casa y no aprovechabas para ver gente o salir?
Ahora, la cosa parece haber cambiado y esa habilidad comienza a revalorizarse: saber estar sola, saber gestionar la paz mental y aliviar la ansiedad en casa resultan esenciales para sobrevivir a esto.
Eso no significa que la tristeza nos domine. En mi casa hay días de cantar canciones a viva voz, de risas (a veces un poco histriónicas), de chistes y comidas conjuntas. Pero hay otros días de humores fríos, de distancia, de calma y tristeza. Y hay días de no hacer nada, de no levantarme de la cama. De llorar, de sentir la cabeza dentro de una caja. Y todo está bien.
La angustia de la salida
Yo, que hablo mucho con la gente, me sentí un poco mejor cuando vi que no era el único que empezaba a sentir ansiedad ante la idea de que el encierro acabe. No solo por el miedo a no haber aprendido con esto que nuestras sociedades tienen una relación tóxica consigo mismas –marcadas por la desigualdad y la desinterés social– y con el medioambiente (sin los humanos, el mundo parece volver a respirar con calma). Me da ansiedad la mera salida. Una especie de agorafobia difuminada, ligada a los ritmos, a las obligaciones sociales. Me da ansiedad salir y ver otra vez la agenda llena, el miedo a perder el trabajo, a entregar currículos. Me da ansiedad pensar en ciudades abarrotadas, en los coches, el calor del smog entrando en los pulmones; o pensar en discotecas, en aglomeraciones. Me da ansiedad esa situación del tacto que comentaba Analía en su último artículo.
Me da también ansiedad salir a ver qué ha quedado, en qué nos ha cambiado esto. Tengo miedo a un cambio brusco, pero también a la ausencia de cambio.
Y me da miedo el miedo: miedo a quedarme para siempre entre estas paredes que se echan encima y miedo a salir y que todo se me eche encima igual.
En su Gramática de la multitud, el filósofo Paolo Virno apunta una diferencia entre miedo y angustia, que ahora viene perfecta para acabar. El miedo, dice, está referido a un hecho bien preciso (el dolor, el ladrón, la araña); la angustia, por su parte, no tiene un desencadenante preciso, está marcada por la incertidumbre y la exposición a algo informe, y puede contaminarlo todo.
La angustia amenaza con comerlo todo en momentos como este. Una sociedad de la angustia, apática, neurótica y cansada. La COVID-19 amenaza con romperlo todo y corroerlo con miedo al miedo.
Pero el miedo es también un campo de batalla. El filósofo Bifo Berardi, en sus geniales crónicas de la pandemia, recuerda que, si está bien enfocado, es un potente motor del cambio. Pero para que ese miedo no mute en angustia, debemos recogerlo ese y analizarlo. Para ello, hay que hablar del miedo, de los miedos: al virus, al hastío, a la improductividad y a cómo será el mundo cuando salgamos de casa.
Comentarios
Por Gerardo, el 11 abril 2020
Un artículo sobre la soledad del confinamiento escrito por alguien que no vive sólo. Hablando de postureo de confinamiento, una de las formas que parece más extendida es la victimización, y este artículo la supura por todos los poros…
Por Ilaria, el 11 abril 2020
Gran artículo. El confort del confinamiento y la ansiedad por la vuelta, nada más cierto. Cada uno y cada una, llevándolo como En mi caso, aceptar el presente y pensar en volver de forma gradual.
Por Ilaria, el 11 abril 2020
Gran artículo. El confort del confinamiento y la ansiedad por la vuelta, nada más cierto. Cada uno y cada una, llevándolo como podamos. En mi caso, aceptar el presente y pensar en volver de forma gradual.
Por Adrian, el 05 mayo 2020
Yo espero que el mundo tal y como conocemos acabe de alguna forma y se apuesten por nuevos modelos de sociedad (que lo dudo).
Lo más importante es cuidarse a uno mismo y no dejar que el telediario y el arrest domiciliario nos quiten la energía positiva, que ahí es donde reside la salud realmente. Os animo a meditar para subir la frecuencia vibracional y el autoconocimiento, ya que la ansiedad no es más que una manifestación de miedo y nervios que acaban con nuestra salud. También ayudan las plantas adaptógenas como la rodiola, a mí me ha ido genial.