El Prado logra que los invidentes ‘escuchen’ a Velázquez, Goya y Tiziano

Invidentes en el Museo del Prado, donde guías especializados les narran los cuadros. Foto: Museo del Prado.

El Museo del Prado ha puesto en marcha en este 2021 el programa ‘Reencuentro en palabras’. Se trata de visitas a cinco de las mejores piezas de su colección para personas invidentes, en las que una guía narra cada cuadro. Ubicada en un punto entre el relato oral y la visita guiada tradicional, esta iniciativa se convierte para el visitante en una experiencia sensorial. Con ella, el Museo del Prado, al igual que otros grandes centros como el Thyssen o el Reina Sofía, quiere hacer llegar la cultura a colectivos con diferentes discapacidades a través de programas de inclusión. La falta de vista o de oportunidades, una demencia o una discapacidad intelectual no han de ser obstáculo para poder acceder a la cultura. ‘El Asombrario’ ha asistido a una de estas visitas para invidentes. 

“El Descendimiento de Van der Weyden es un gran rectángulo, tiene 2 metros de alto y algo más de 2 metros y medio de largo. En la parte central sobresale un pequeño rectángulo en el que está la Cruz y que alcanza casi 2.20 metros”, explica la guía al grupo de invidentes que participan hoy en el programa Reencuentro en palabras. Es lo primero y fundamental en estas visitas especiales, definir los tamaños. Así, el que escucha se hace consciente de las dimensiones frente a las que se encuentra.

Después, explicar de izquierda a derecha: “San Juan es el primero, va vestido de un rojo cardenalicio, aparece inclinado, como un paréntesis, está muy triste, su amigo ha muerto; junto a él está la Virgen, desmayada, casi a sus pies, en el rostro escrito el dolor, el tormento de perder a su hijo. Tiene la cara grisácea, los ojos cerrados, está muy pálida, las manos caídas. El azul de su vestido recuerda al cielo. Detrás de ella una mujer, de verde. Tristeza en las miradas, desconsuelo, las frentes arrugadas, contraídas de dolor (…) compasión. La piel de Jesús es de un blanco grisáceo, casi transparente, podemos verle las venas, apreciar sus músculos, su mano, lánguida, casi toca la de la madre”.

Es parte de la narración de Dolores Riveira, la guía, historiadora del arte y educadora del programa El Prado para todos. Hoy el reto es considerable. Está acostumbrada a las necesidades especiales de su público habitual (niños de entornos desfavorecidos, personas con discapacidad intelectual, ancianos con demencia…), pero hoy tiene que convertirse, con la voz, con su narración, en los ojos, en la mirada de un grupo de invidentes. Ellos no pueden acceder a los cuadros con el sentido de la vista, pero sí imaginarlos con el sentido del oído. La voz de Dolores y su capacidad de comunicación serán el vehículo para hechizar a los visitantes.

Su narración va de lo particular a lo general. “Un acierto”, dice Teresa, una de las participantes, usuaria de este tipo de visitas en otros museos. Para las personas como Teresa es fundamental tener claro el marco de referencia espacial. En su mente se va creando, al compás de la explicación, una suerte de puzle en el que se añaden piezas al ritmo de las descripciones de Dolores, tal y como dice Rafa, un hombre de unos 65 años que perdió la vista de pequeño y que tiene recuerdo de algunos cuadros: “Sí, Las lanzas de Velázquez… Entonces, cuando la guía nos cuenta, van surgiendo fogonazos, y está muy bien cómo ella lo hace, porque se va completando el recuerdo”, explica.

Un grupo de invidentes frente a ‘El Descendimiento’ de Van der Weyden en el Museo del Prado. Foto: Museo del Prado.

Otros de los visitantes no tienen referencia visual previa ya que nacieron sin la capacidad de ver, así que para ellos la viveza de la narración es fundamental.

Son un grupo de seis invidentes más tres acompañantes y una perra de seis años, Brigitte, que atiende, paciente, la visita. Se trata de personas muy cultas, todos ya jubilados, muy lectores –tienen una tertulia, de nombre Ferreiro–, amantes del arte, viajeros. Todos han estado antes en el museo y se conocen de sobra la colección, aunque hay uno que no ha vuelto desde que era un escolar de pantalones cortos y que por tanto considera que esta es su primera visita de verdad.

Las audioguías, las explicaciones de amigos o familiares que los acompañaron en su día y sus lecturas previas les han ayudado desde siempre a comprender y a disfrutar de las obras de Velázquez, El Greco, Goya, Rubens, El Bosco, Tiziano… Muchos de ellos también fueron usuarios del programa Hoy toca El Prado, iniciado en 2015, en el que con el tacto podían conocer las obras gracias a reproducciones en escala y en tres dimensiones. Igual que programas muy similares del Reina Sofía y del Thyssen.

Pero llegó la covid y tocar las reproducciones de las obras empezó a ser un riesgo de alto voltaje. Así que ahora, a principios de 2021, El Prado ha puesto en marcha estas visitas llamadas El Reencuentro en palabras. La diferencia fundamental en este caso, frente a las visitas anteriores de los participantes, tiene que ver con el sentimiento, con la emoción que transmita la guía, la narradora. “Ella se emociona y nosotros con ella, es un cruce de emociones”, dice la elegante María José, vestida de rojo y del brazo de una amiga que sí ve y que la acompaña.

En El Descendimiento de Van der Weyden, la periodista cierra los ojos. Escucha la voz de la guía narradora: “Si pudiéramos tocar la túnica de José de Arimatea tocaríamos oro”, describe esta. Y es así, cierto, los dedos de la que escucha empiezan a moverse. ¿Así que este es el tacto del oro?, piensa. “Los colores de los ropajes están muy saturados. Como si fuesen voces altas. Pero no molestan, al revés, nos confortan”. Y es verdad: rojo, azul, verde, dorado, todo intenso, casi como un grito de dolor ante la muerte de Jesús. “El tratamiento del color y del óleo es tan especial que si pudiéramos tocar el cuadro estaría húmedo, con grasa. Como si estuviera recién pintado, con la pintura fresca”, añade. “Las figuras están metidas en una caja dorada que llenan casi por completo, la sensación es de claustrofobia”. De las docenas de veces que la periodista ha contemplado El Descendimiento, pocas, por decir ninguna, había tenido una experiencia tan sensorial, casi sinestésica.

Los grandes museos cuentan con programas de inclusión para personas con discapacidad física o intelectual, para colectivos desfavorecidos, para enfermos con demencia… El Prado, con su El Prado para todos, cuenta con actividades como esta para invidentes y otras muchas para colegios, colectivos, asociaciones. Llaman mucho la atención las visitas para enfermos de Alzheimer. Santiago González D’Ambrosio, coordinador de El Prado para todos, habla de la satisfacción que proporciona este programa. “Por ejemplo, en el caso de los enfermos de Alzheimer queremos que la visita sea una experiencia alegre”.

El Museo Thyssen-Bornemisza, por su parte, cuenta con el programa Hecho a medida en el marco de Educa Thyssen. En él, como explican en la web de museo, intentan, en actividades adaptadas al milímetro a las necesidades del grupo interesado, “generar puentes que igualen las posibilidades y derechos de la población”. Así como “fomentar el diálogo entre los participantes y el respeto a la opinión del otro y usar el arte como herramienta para entender otras realidades y sus formas de interpretar el mundo”. En el Reina Sofía siempre se cuidó mucho este tipo de programas, con visitas para personas ciegas en Museo a mano; para personas sordas, con discapacidad intelectual… Hoy, muchas de estas actividades se hallan a medio gas debido a la situación de pandemia.

La visita prosigue y llegamos al Retrato de Carlos V, de Tiziano. “Dimensiones imponentes, mirada y actitud de vencedor. Porta una lanza como la de San Jorge cuando se enfrenta con el dragón, es la actitud de un caballero cristiano”, explica Dolores. “¿Cómo diferencias este caballo de Tiziano de los de Velázquez?”, le pregunta una de las participantes. “La pincelada de Tiziano es más algodonosa”, responde Dolores, y sigue explicando cómo las patas del equino del italiano casi se confunden con el fondo, mientras que las del sevillano se recortan, como una silueta.

Llega el momento de visitar la pintura estrella del museo, Las Meninas. ¿Y cómo diablos se cuenta Las Meninas a un grupo de personas que no la pueden ver? Un cuadro con tantos mensajes visuales, con tantos planos, con tantos personajes. En Dolores se aprecia el enorme esfuerzo descriptivo. Tiene que ponerse en la piel de los visitantes y en sus necesidades. Y de nuevo lo consigue. Empezamos: “Estamos en una sala en la que, gracias a la nueva ordenación del museo por la covid, podemos apreciar casi toda la obra de Velázquez. El cuadro tiene más de tres metros de alto, por más de dos metros y medio de largo…”. Comienza con la disposición de los personajes, su tamaño, su actitud, sus ropajes, la expresión en los rostros, el momento que capta el pintor, la atmósfera densa que se respira en la estancia palaciega. Un prolijo relato en el que la pregunta final consigue que estos visitantes se sientan, por primera vez en sus vidas, parte del cuadro: “¿Dónde están los reyes que se reflejan en el espejo? Están en vuestro sitio, vosotros sois los reyes del cuadro”.

“Nunca antes había vivido esto de manera tan clara”, dice uno de los visitantes.

El juicio de Paris, de Rubens, y La familia de Carlos IV, de Goya, completan el recorrido. Han sido casi dos horas de narración y la guía, Dolores, está agotada pero satisfecha. Los visitantes se felicitan por haber podido escuchar Las Meninas, sentir El Descendimiento.

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Comentarios

  • Laura Martinez Vela

    Por Laura Martinez Vela, el 20 febrero 2021

    Me ha encantado el artículo y la pasión con la que Ana nos ha escrito el entusiasmo del grupo de invidentes en su visita guiada y contada.
    La calidad descriptiva con la que la guía transmitía al grupo de invidentes todos los detalles de los cuadros me ha hecho sentirme a mi también un poco ciega por no haber percibido hasta ahora esos detalles de esos cuadros ya vistos hace tiempo por mi.
    Y de la iniciativa del Museo, pues que decir más que qué es maravillosa.

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