¿Será el de este año un Premio Planeta diferente?

El jurado del Premio Planeta.

El jurado del Premio Planeta.

El jurado del Premio Planeta.

El jurado del Premio Planeta.

¿Es capaz el grupo editorial Planeta de darle la vuelta a un premio literario que año tras año parece tener menos de literario y más de comercial? Una vez más se nos habla de un Premio Planeta diferente. ¿Nos lo tragamos o no?

Que no iba a ser un Premio Planeta como el de los años pasados no era una sorpresa; a pesar de la insistencia por parte del grupo editorial en subrayar el carácter literario del acontecimiento, lo político se impuso. Sin embargo, tampoco hay que rasgarse las vestiduras: es tan cierto que las declaraciones políticas han ocupado, al menos en los últimos cinco años, los titulares que encabezan las crónicas de la ya ritual rueda de prensa pre-Premio Planeta como que, hace todavía más años, se hace difícil asociar el término “literario” con dicha celebración. Por ello, llama la atención la aparente ingenuidad de algunos al preguntar acerca de los criterios literarios que están detrás de la elección de los finalistas o la no sé cuán falsa inocencia del miembro del tribunal que no titubea al afirmar que “todavía no hemos elegido el ganador, que se elegirá esta noche”.

En este sentido, José Manuel Lara no se engañaba y, de hecho, cuenta la historia que ante el asombro de un periodista por lo “preparado” que estaba el Premio, el por entonces presidente del grupo no dudó en contestarle: “¿Acaso cree que los niños vienen de París?’”. No, ni los niños vienen de París ni lo literario sale a cuenta para dotar a un escritor con más de 600.000€. No se publica a Dan Brown, a quien hoy un acertado y siempre brillante Rodrigo Fresán definía como “catástrofe mundial”, por sus méritos literarios -si por méritos fuera, mejor sería dejarlo inédito en el escritorio de su autor- y, en más de un caso, el “criterio literario” al que hoy apelaba José Creuheras es más bien el “criterio del Nielsen”: en efecto, se calcula que en cada hogar hay entre dos y tres premios Planeta. Y no deben sorprender las cifras, tampoco a usted que, por mucho que mire en su estantería no encuentra ningún Premio Planeta: con su novela galardonada el año pasado, Dolores Redondo consiguió 17 ediciones.

Sí, las cosas no siempre salen como se espera y, por tanto, aunque Creuheras afirmara, nada más empezar, que “no nos escaparemos de las preguntas, pero nos gustaría que el libro ocupara gran parte de la rueda de prensa”, la mayoría de las cuestiones formuladas por los periodistas ahí presentes -en esta ocasión, más periodistas de política que de cultura- giraron en torno a la decisión del Grupo Planeta de trasladar su sede social a Madrid, después de la no declaración o sí declaración -el debate hermenéutico es tan candente que ni acudiendo a Peter Szondi es posible hallar respuesta- de independencia. “El Grupo Plantea nació en 1949 en Barcelona”, afirmó Creuheras, quien no titubeó al decir que el Grupo está “orgulloso de pertenecer a Catalunya, a España y a Europa”, insistiendo en que el cambio de residencia social se debe a la voluntad de “preservar los intereses de accionistas, trabajadores, autores y colaboradores.”

Si bien entre los corrillos la broma de que el próximo año el Premio se celebraría en Madrid –“os recibiremos con los brazos abiertos”, comentaba entre risas un periodista de Madrid a algunos periodistas de Barcelona- Creuheras negó tajantemente que estuviera sobre la mesa cambiar la celebración de ciudad, celebración que, dicho sea de paso, aporta grandes beneficios a empresas colaboradoras, empezando por la empresa hotelera -el Hotel Rey Juan Carlos- que acoge a todos los invitados.

“Vivimos en una sociedad democrática madura y en democracia debe resolverse el conflicto desde un diálogo con respeto a la ley”, comentó Creuheras que insistió en más de una ocasión en la importancia del diálogo, no excluyendo la posibilidad de una reforma constitucional que restituyera la calma que “todo grupo empresarial necesita”. Las ausencias institucionales a la ceremonia de esta noche, sin embargo, son más bien la demostración de la falta de diálogo: si, por un lado, el Gobierno prefiere no enviar a ningún ministro, relegando su representación al secretario de Cultura, por otra parte, el Govern apuesta por Santi Vila como máximo representante “y, a lo mejor, algún conseller más”, en palabras de la organización. Mientras el año pasado se caracterizó por una masiva -¿exagerada?- representación institucional, con monarca incluido, este Premio Planeta será recordado por ser el primero al que no acuda el President de la Generalitat y por tener a una presidenta del Congreso que deberá representar al variado y, por qué no decirlo, lleno de contrastes arco parlamentario.

Por el contrario, diálogo sí que había entre los periodistas, un diálogo que dotaba a la celebración de una normalidad por muchos añorada. Incluso el menú parecía dispuesto a dialogar: un cochinillo muy castellano compartía plato con un catalán all i oli. Y, si fuera poco, ¿por qué no pensar en un ganador y un finalista reflejo de este diálogo? Así que, en esta ocasión, las disparatadas, aunque tampoco tanto, quinielas llenas de presentadores y presentadoras televisivas, algunos con reconocidas dotes mediáticas pero nula potencialidad cultural -¡ya no digamos literarias!-, han dado paso a extrañas combinaciones de nombres, desde una autora perteneciente a Societat Civil a un autor abiertamente afín a la causa independentista. Apuestas surrealistas que, sin embargo, reflejan una voluntad de intercambio y de encuentro, de ese encuentro que, al menos quien aquí les escribe, encontró entre compañeros de profesión, fueran de aquí o de allí.

Esta noche se desvelará el nombre del ganador o ganadora y, consecuentemente, suspiraremos más aliviados o más espantados ante la decisión, pero qué más da. A fin de cuentas, cada año es igual. Lo que importará de esta noche, al menos para quien aquí escribe, no está ni en las declaraciones ni en los nombres propios, sino en el ambiente que, siempre fuera de foco, se vivirá entre pasillos y comedores, ese ambiente de diálogo que, aunque no se vea, estaría bien que fuera reflejo de ese diálogo que nunca debió interrumpirse.

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